Hemos visto
aparecer ante nosotros, cada vez más claramente el amor de San Bruno hacia la
soledad. Sabemos que pese a las llamadas que le han solicitado repetidas veces
hacia la vida activa, ha vuelto siempre a la vida contemplativa llevada en el
yermo. El testimonio de su predilección por este género de vida se mostró en
ciertas circunstancias con vigor excepcional.
Ante todo San
Bruno ansía para su búsqueda del Señor un desierto lejos de los hombres. En la
Cartuja, Dios le había deparado una soledad inaccesible. Escribirá a Raúl Le
Verd: " Cuánta utilidad y gozo divino traen la soledad y el silencio del
yermo a quien los ama, sólo lo conoce quien lo haya experimentado…".
Aunque no
poseyéramos otro texto, bastaría éste para caracterizar los atractivos de su
alma. Al leer estas líneas se palpa que la soledad es para Bruno un elemento
esencial de su vocación y el lugar de su encuentro con Dios.
Unas líneas
más abajo, en la misma carta, Bruno repite las mismas ideas, casi las mismas
palabras. Se trata de algo que lleva grabado en el corazón. El desierto
engendra en quien a él se entrega, gozo y utilidad, pero de una calidad muy
especial, por ser divinos. A sus ojos, el único verdadero gozo, la única
utilidad digna de tal nombre es encontrar a Dios y dejarse transformar por Él.
En términos apenas velados acaba de entregarnos su secreto; lo que añada luego,
no hará más que precisar el modo cómo el desierto realiza su obra,
transfigurando al hombre en imagen de Dios.
Si para Bruno,
la "divina sabiduría" consiste en la unión con Dios en la vida
contemplativa, la soledad es la escuela donde se vive bajo la dirección del
Espíritu Santo que lleva a la consecución de esta divina filosofía.
Entre los
distintos títulos fúnebres que ensalzan la soledad vivida por Bruno, podemos
citar el número 54: " Se retiró a la soledad, y allí como suavísima fruta,
esparció su aroma llamando hacia Cristo a los engañados por la vana gloria del
mundo. Día y noche estaba atento a los preceptos del Señor, convertido en
modelo de quienes llevan vida de soledad…".
Bruno fue sin
duda ninguna, entre los solitarios de su siglo, uno de los que más se distinguió
por su fidelidad a toda prueba al ideal de soledad.
Es un maestro
en cuestión de soledad, pero se siente atraído a escrutar su dimensión
espiritual, sin detenerse en la observancia exterior que implica, y que es
evidente para él.
El primer
sentimiento que surge de la pluma de Bruno, es que la auténtica soledad, la
soledad estable y profunda, es un don totalmente gratuito de Dios.
La soledad es
una gracia que hay que recibir con agradecimiento. No es una conquista de
nuestra voluntad, por muy perseverante que sea. No es tampoco fruto de alguna
técnica humana…
Bruno no
vacilará en sacar esta conclusión: hemos de temer perder una dicha tan
deseable, por la razón que sea, ya que nuestra alma sentirá un continuo pesar
por su pérdida.La soledad, en especial la soledad interior, ésa que permite
gozar en paz del sosiego y la seguridad, esa soledad, puede perderse…
El Santo no
deja nunca presentir que para él la soledad sea rechazar a los demás, o elevar
un muro entre él y sus hermanos, los hombres. Al contrario, lo sentimos muy
atento a todas las dimensiones de la auténtica caridad.
Para atreverse
a hablar de la soledad y del silencio del desierto, hay que haberlos afrontado
y haberse enamorado de ellos. Para evocar la utilidad y gozo divinos que
engendran, hay que haberlos saboreado.
Para
adentrarse en el silencio del corazón y saborear su divina profundidad, hay que
empezar por despojarse, y dejarse despojar, de todas la seguridades y apoyos a
nuestro alcance, con los que contábamos espontáneamente. Hay que aprender a no
tener más apoyo sólido que el mismo Dios. Esta actitud halla un modo de
expresarse exteriormente cuando, bajo la acción de la gracia, eliminamos los
objetos superfluos, y con el tiempo debe ir profundizándose hasta llegar a
purificar nuestro corazón de todo deseo de poseer a las criaturas o hasta el
mismo Dios. Pero como ya hemos advertido, una soledad así es un don recibido y
no se obtiene a base de ejercicios de fuerza de voluntad.
La breve
historia de la vida del Santo nos ha mostrado al papa Urbano II aprobando su retorno
a la soledad. Está, pues, Bruno en la soledad por llamamiento divino y por
voluntad de la Iglesia. Su ministerio era el ministerio de la oración y cooperó
más a los trabajos de Urbano II por la reforma de la Iglesia con la santidad de
su vida de oración en el secreto de su celda que por los demás medios.
Conviene
fijarse en este detalle de modo especial, porque después de San Bruno, será el
punto fundamental de la doctrina de dom Guigo. La Orden Cartujana se
caracteriza específicamente dentro de la Iglesia por su fidelidad a la vida
contemplativa en soledad, libre de toda otra función. Cumple, pues, su papel en
la vida del Cuerpo místico, papel exclusivamente espiritual.
Por eso San
Bruno daba a sus hijos de la Cartuja la recomendación esencial de guardar
intacta su soledad espiritual y material, y mantener vivo el fervor de su amor,
preservándola de todo contacto que pudiera alterarla. Su vocación es amar a
Dios, y sin volver al mundo han de difundir silenciosamente la vida divina en
las almas.
Autor: La Orden
de los Cartujos
No hay comentarios:
Publicar un comentario