miércoles, 9 de mayo de 2012

Soledad



Hemos visto aparecer ante nosotros, cada vez más claramente el amor de San Bruno hacia la soledad. Sabemos que pese a las llamadas que le han solicitado repetidas veces hacia la vida activa, ha vuelto siempre a la vida contemplativa llevada en el yermo. El testimonio de su predilección por este género de vida se mostró en ciertas circunstancias con vigor excepcional.

Ante todo San Bruno ansía para su búsqueda del Señor un desierto lejos de los hombres. En la Cartuja, Dios le había deparado una soledad inaccesible. Escribirá a Raúl Le Verd: " Cuánta utilidad y gozo divino traen la soledad y el silencio del yermo a quien los ama, sólo lo conoce quien lo haya experimentado…".
Aunque no poseyéramos otro texto, bastaría éste para caracterizar los atractivos de su alma. Al leer estas líneas se palpa que la soledad es para Bruno un elemento esencial de su vocación y el lugar de su encuentro con Dios.

Unas líneas más abajo, en la misma carta, Bruno repite las mismas ideas, casi las mismas palabras. Se trata de algo que lleva grabado en el corazón. El desierto engendra en quien a él se entrega, gozo y utilidad, pero de una calidad muy especial, por ser divinos. A sus ojos, el único verdadero gozo, la única utilidad digna de tal nombre es encontrar a Dios y dejarse transformar por Él. En términos apenas velados acaba de entregarnos su secreto; lo que añada luego, no hará más que precisar el modo cómo el desierto realiza su obra, transfigurando al hombre en imagen de Dios.

Si para Bruno, la "divina sabiduría" consiste en la unión con Dios en la vida contemplativa, la soledad es la escuela donde se vive bajo la dirección del Espíritu Santo que lleva a la consecución de esta divina filosofía.
Entre los distintos títulos fúnebres que ensalzan la soledad vivida por Bruno, podemos citar el número 54: " Se retiró a la soledad, y allí como suavísima fruta, esparció su aroma llamando hacia Cristo a los engañados por la vana gloria del mundo. Día y noche estaba atento a los preceptos del Señor, convertido en modelo de quienes llevan vida de soledad…".

Bruno fue sin duda ninguna, entre los solitarios de su siglo, uno de los que más se distinguió por su fidelidad a toda prueba al ideal de soledad.

Es un maestro en cuestión de soledad, pero se siente atraído a escrutar su dimensión espiritual, sin detenerse en la observancia exterior que implica, y que es evidente para él.

El primer sentimiento que surge de la pluma de Bruno, es que la auténtica soledad, la soledad estable y profunda, es un don totalmente gratuito de Dios.

La soledad es una gracia que hay que recibir con agradecimiento. No es una conquista de nuestra voluntad, por muy perseverante que sea. No es tampoco fruto de alguna técnica humana…

Bruno no vacilará en sacar esta conclusión: hemos de temer perder una dicha tan deseable, por la razón que sea, ya que nuestra alma sentirá un continuo pesar por su pérdida.La soledad, en especial la soledad interior, ésa que permite gozar en paz del sosiego y la seguridad, esa soledad, puede perderse…

El Santo no deja nunca presentir que para él la soledad sea rechazar a los demás, o elevar un muro entre él y sus hermanos, los hombres. Al contrario, lo sentimos muy atento a todas las dimensiones de la auténtica caridad.

Para atreverse a hablar de la soledad y del silencio del desierto, hay que haberlos afrontado y haberse enamorado de ellos. Para evocar la utilidad y gozo divinos que engendran, hay que haberlos saboreado.
Para adentrarse en el silencio del corazón y saborear su divina profundidad, hay que empezar por despojarse, y dejarse despojar, de todas la seguridades y apoyos a nuestro alcance, con los que contábamos espontáneamente. Hay que aprender a no tener más apoyo sólido que el mismo Dios. Esta actitud halla un modo de expresarse exteriormente cuando, bajo la acción de la gracia, eliminamos los objetos superfluos, y con el tiempo debe ir profundizándose hasta llegar a purificar nuestro corazón de todo deseo de poseer a las criaturas o hasta el mismo Dios. Pero como ya hemos advertido, una soledad así es un don recibido y no se obtiene a base de ejercicios de fuerza de voluntad.

La breve historia de la vida del Santo nos ha mostrado al papa Urbano II aprobando su retorno a la soledad. Está, pues, Bruno en la soledad por llamamiento divino y por voluntad de la Iglesia. Su ministerio era el ministerio de la oración y cooperó más a los trabajos de Urbano II por la reforma de la Iglesia con la santidad de su vida de oración en el secreto de su celda que por los demás medios.

Conviene fijarse en este detalle de modo especial, porque después de San Bruno, será el punto fundamental de la doctrina de dom Guigo. La Orden Cartujana se caracteriza específicamente dentro de la Iglesia por su fidelidad a la vida contemplativa en soledad, libre de toda otra función. Cumple, pues, su papel en la vida del Cuerpo místico, papel exclusivamente espiritual.

Por eso San Bruno daba a sus hijos de la Cartuja la recomendación esencial de guardar intacta su soledad espiritual y material, y mantener vivo el fervor de su amor, preservándola de todo contacto que pudiera alterarla. Su vocación es amar a Dios, y sin volver al mundo han de difundir silenciosamente la vida divina en las almas.

Autor: La Orden de los Cartujos

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