Ocurrió
en 1996. Siete monjes franceses de la orden cisterciense que vivían en Argelia,
en la última congregación católica del país, fueron secuestrados y
posteriormente asesinados a manos de fundamentalistas islámicos.
El
asesinato de los monjes trapenses fue uno más de los hitos de aquel 1996, un
suceso que dio la vuelta al mundo y que conmocionó especialmente a la sociedad
francesa. Casi quince años después, la herida se reabre, no tanto para doler,
sino para traer a la memoria el ejemplo de coherencia y fe de ese grupo de
religiosos. Lo hace a través de la película De dioses y hombres,
que se llevó el Gran Premio del Jurado del pasado Festival de Cannes.
Los
llamados “monjes mártires” fueron chivos expiatorios.
En 1993,
en el contexto de una guerra civil que dejó entre 150.000 y 200.000 muertos, el
Grupo Islámico Armado (GIA) había exigido a los extranjeros que se fuesen, y en
1994 iniciaron una oleada de violencia contra “cruzados e infieles”, matando a
19 religiosos.
Tenían
entre 45 y 82 años y vivían en la abadía de Notre Dame del Atlas, en la
localidad de Tibhirine. El prior era Christian Marie de Chergé, Dom
Christian. Luc era el médico, muy querido y que atendía a las
personas sin cobrarles. Célestin, que había trabajado como educador de
marginados, se ocupaba de la hospedería. Michelatendía la cocina y el
jardín. Christophe, el más joven, era el agricultor. Bruno y Paul estaban
de visita. Sólo Amédée y Jean-Pierre Schumacher se salvaron.
Decapitados
En la
noche del 26 al 27 de marzo, un comando armado entró en el monasterio y
secuestró a los siete monjes. El 23 de mayo, el GIA confirmaba el asesinato a
través de un comunicado y una semana más tarde eran descubiertas sus cabezas;
los cuerpos nunca han aparecido.
Los
monjes se dedicaban a la oración y al trabajo en los campos; vecinos de una
población musulmana con la que practicaban un verdadero encuentro entre
religiones, fundaron el grupo de diálogo ‘Vínculo de paz’ (Ribat es-Salâm).
Rechazaban la violencia, siempre se volcaron con las gentes del lugar y habían
donado la mayor parte de sus terrenos al Estado), pero se negaron a colaborar
con los guerrilleros, a los que llamaban “los hermanos de la montaña”.
Cuando
los extremistas exigieron la salida de los extranjeros, ellos prefirieron
quedarse, por fidelidad a la gente sencilla a la que acompañaban, verdaderas
víctimas, opinaban ellos, de la miseria y el fanatismo. No quisieron la
protección del Ejército ni la casa en Túnez que les ofreció el nuncio papal. En
palabras de Juan Pablo II: “Su fidelidad y coherencia honran a la Iglesia
y, seguramente, serán semilla de reconciliación y de paz para el pueblo
argelino”.
Previendo
el fatal desenlace que le esperaba, Christian de Chergé escribió, dos años antes,
un sobrecogedor testamento espiritual en el que subrayaba:
“Recuerden
que mi vida estaba entregada a Dios y a este país. (…) Que
sepan asociar esta muerte a tantas otras tan violentas y abandonadas en la
indiferencia del anonimato. Mi vida no tiene más valor que otra vida. Tampoco
tiene menos”.
Oración
interreligiosa en febrero de 2007
Defensor
del encuentro islamo-cristiano hasta el final, el prior deseaba el perdón de
Dios y de los hombres para su verdugo: “No veo cómo podría alegrarme que este
pueblo al que yo amo sea acusado, sin distinción, de mi asesinato. Sería pagar
muy caro para lo que se llamará, quizás, la ‘gracia del martirio’, el debérsela
a un argelino”.
Durante
la guerra de independencia de Argelia (1954-1962), el P. Christian había sido
salvado por un amigo argelino y musulmán que posteriormente fue asesinado en
represalia; aquello marcó la vida del prior y de su comunidad. Ellos decidieron
ser “orantes en medio de un pueblo de orantes” a favor de la paz.
“Soy suyo
y sobre sus pasos sigo mi camino hacia la Pascua… La llama parpadea, la luz se
debilita… Puedo morir. Aquí estoy”, expresó Christophe en sus últimos versos.
El hermano Luc, por su parte, dejó una cassette con una
canción de Edith Piaf, “Non, je ne regrette rien”(‘No, no
lamento nada’).
La
localidad vecina sintió enormemente la tragedia. Durante años habían vivido con
miedo y el asesinato de los monjes los sumió en la desesperanza.
El
funeral tuvo lugar el 2 de junio en la Basílica de Nuestra Señora de África, en
Argel. Francis Arinze, entonces presidente del Consejo Pontificio para el
Diálogo Interreligioso, aseguró en la homilía que esta muerte no compromete las
relaciones entre el islam y el cristianismo: “Más bien al contrario. Pone de
relieve la necesidad de promoverlas”.
Incluso
en la mañana siguiente al secuestro, Amédée y Jean Pierre estaban decididos a
continuar. Amedée se quedó en Argel y en torno a él se constituyó una comunidad
con hermanos procedentes de Francia, España y América Latina, a la espera de
que se dieran las condiciones propicias y volver a Tibhirine; la iniciativa no
prosperó. Mientras, Jean Pierre se había marchado a la comunidad aneja a
Tibhirine establecida en Fez (Marruecos), que con el tiempo recibió el estatuto
canónico de monasterio de Notre Dame del Atlas.
En el año
2000, se trasladaron a la ciudad marroquí de Midelt, llevándose no sólo libros
y otros objetos de la comunidad primera, sino su herencia espiritual. “Nuestro
proyecto de vida monástica es –escribe Schumacher, prior entre 1996 y 1999–
vivir en el espíritu que teníamos en Tibhirine: presencia de Dios en la
oración, los oficios, la lectio divina, la vida fraternal, el
trabajo, la acogida y, sobre todo en este país, la vida solidaria, de respeto,
de amistad, de convivencia con las personas: el crecer juntos en la vida de fe
por la ‘sumisión’ a Dios, a su espíritu, con mucha ‘discreción’ en los dos
sentidos de la palabra: no proselitismo, sino escucha de lo que Dios dice y
pide”.
En 1999,
el P. Jean Pierre Flachaire fue elegido prior por seis años, y en
enero de 2005, reelegido por un período “indeterminado”. En este tiempo se ha
esforzado por acondicionar los edificios para conseguir un monasterio funcional
adaptado a la pequeña comunidad y a la acogida de peregrinos. “Estamos
convencidos de que esta comunidad tiene su lugar en la pequeña Iglesia del
país; ella nos ha marcado con su afecto y cuenta con nosotros”.
El 10 de
enero de 2009, se reunió por primera vez en Roma la comisión de historiadores
para la causa de los mártires de Argelia, en la que se incluyen los siete
trapenses de Tibhirine.
Autor: Cristian H Andrade
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