martes, 8 de mayo de 2012

Carta sobre la vida solitaria


Al Reverendo..., Guigo, el menor de los siervos de la Cruz que están en Chartreuse: «Vivir y morir por Cristo» (Cf. Fl 1,21).

Uno imagina feliz al otro. A mi forma de ver, aquel que lo es verdaderamente no es el ambicioso que lucha para conseguir honras elevadas en un palacio, mas aquel que escoge llevar una vida simple y pobre en el desierto, que gusta de aplicarse a la sabiduría en el reposo, y desea con ardor permanecer sentado y solitario en silencio (Cf. Lm 3,28).

Porque, brillar en las honras, estar elevado en dignidad, es, a mi ver, cosa poco tranquila, expuesta a peligros, sujeta a cuidados, sospechosa para muchos, y para nadie segura. Alegre en un principio, equívoca en la práctica, es triste en su término. Aplaude a los indignos, indignase contra los buenos, y, la mayoría de las veces, se burla de unos y de otros. Haciendo a muchos infelices, a nadie hace feliz, ni satisfecho.

En compensación, la vida pobre y solitaria, pesada al principio, fácil en su decurso, se torna al fin celestial. Está firme en las pruebas, confiada en las incertidumbres, modesta en la prosperidad. Es frugal en la alimentación, simple en el vestir, reservada en las palabras, casta en las costumbres, y objeto de los mayores deseos porque no desea absolutamente nada. Siente muchas veces el aguijón del arrepentimiento por sus pecados pasados, los evita en el presente y se previene contra ellos para el futuro. Espera en la misericordia, mas no confía en sus méritos. Aspirando vivamente a los bienes celestiales, desprecia los de la tierra. Se esfuerza por adquirir una buena conducta, se mantiene en ella con perseverancia, y la guarda siempre. Se entrega a los ayunos por el hábito de la Cruz, mas acepta alimentos por exigencia del cuerpo. Dispone una y otra cosa con la más perfecta medida; en efecto, domina la gula cuando decide comer, y el orgullo cuando quiere ayunar. Se dedica al estudio, sobretodo de las Escrituras y de obras religiosas, centrándose en su sentido, más que en la vanidad de las palabras. Y, lo que es más sorprendente y más admirable, permanece sin cesar en reposo, y, al mismo tiempo, nunca está ociosa. Multiplica sus ocupaciones, de modo que la mayoría de las veces le falta el tiempo más que las diversas actividades. Y se lamenta más frecuentemente de la falta de tiempo, que del aborrecimiento del trabajo.

Y qué decir más? Es un bello tema aconsejar el reposo, mas semejante exhortación exige un espíritu señor de sí que, celoso con su propio bien, desdeñe de entrometerse en los asuntos públicos o ajenos; un espíritu que sirva a Cristo en la paz, evitando ser simultáneamente soldado de Dios y defensor del mundo, y que sepa perfectamente que no puede gozar aquí con este siglo, y reinar en el otro con el Señor.

Mas estas cosas, y otras semejantes, son muy poca cosa si te acuerdas de lo que bebió sobre el patíbulo Aquel que te convida a reinar con Él. De bueno o mal grado, te importa seguir el ejemplo de Cristo en su pobreza, si quieres tener parte con Cristo en sus riquezas. «Si participamos en sus sufrimientos, dice el Apóstol, reinaremos también con Él» (Rm 8,17), «Si morimos con Cristo, viviremos también con Él» (2Tim 2, 11-12). El propio Mediador respondió a sus dos discípulos que le pedían sentarse uno a su derecha y el otro a su izquierda: «¿Podéis beber el cáliz que Yo he de beber?» (Mt. 20, 21-22). Nos mostraba de este modo que se llega a los festines prometidos a los Patriarcas, y al néctar de las copas celestiales, por los cálices de las amarguras terrestres.

Y porque la amistad ya alimenta la confianza, y que tú, mi apreciado amigo en Cristo, siempre me fuiste muy querido desde el día que te conocí, te exhorto, te animo y te pido, visto que eres prudente, ponderado, sabio y muy hábil, que substraigas al mundo ese poco de tu vida que aún no fue consumido. No tardes en quemarlo para Dios, como un sacrificio vespertino (Ps 140,2), colocándolo sobre el fuego de la caridad (Cf. Lv 1,17), a fin de que, a ejemplo de Cristo, seas tu mismo sacerdote y también «Víctima (en sacrificio de) agradable olor para Dios» (Ef 5,2) y para los hombres.

Mas, a fin de que comprendas mejor a donde quiero llegar con el ardor de este discurso, indico brevemente a tu prudencia cuál es el deseo de mi corazón y, al mismo tiempo, su consejo: como hombre de corazón generoso y noble, abraza nuestro género de vida, teniendo en vista tu salvación eterna, y, hecho nuevo recluta de Cristo, vigilarás, haciendo unacentinela santa en el campo de la milicia celeste, después de haber puesto al cinto tu espada (2Tm 2,11-12), por causa de los temores de la noche (Ct 3,8).

Por tanto, como se trata para ti de una cosa buena en su emprendimiento, fácil en su realización y feliz en su obtención, te pido que pongas en la consecución de un tan justo «negocio» tanta aplicación cuanto para ello te conceda la gracia divina. Dónde y cuándo debes hacerlo, lo dejo a la elección decisiva de tu perspicacia. Mas no creo de ninguna forma que un plazo o demora en eso sea algo ventajoso para ti.

Mas, no quiero alargarme más sobre tal asunto, receloso de que este discurso rudo y sin elegancia te moleste como frecuentador del Palacio y de la Corte. Tenga, pues, esta carta un fin y una medida, cosa que no tendrá nunca mi gran afecto por ti.

Autor: Guigo I

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