La grandeza de María proviene justamente de su humildad. Y era humilde porque pertenecía a Dios por completo, estaba en disponibilidad para lo que él quisiera pedirle.
Ella, que estaba colmada de gracias, siguió siendo la esclava del Señor. Se mantuvo con firmeza junto a la cruz de su Hijo, y ni siquiera viéndolo morir dejó de confiar en Dios.
Pidámosle a la Virgen que nos ayude a ser como ella, a realizar con humildad y sin vanagloria el trabajo que se nos ha asignado, y que llevemos a los demás a Jesús con el mismo espíritu con que ella lo llevó en su seno.
Hay que cuidarse del orgullo, porque el orgullo envilece cualquier cosa.
Dios no va a preguntarle a aquella hermana cuántos libros ha leído, cuántos milagros ha realizado; lo que le preguntar es si ha hecho de lo suyo lo mejor por amor del mismo Dios.
"Hice lo mío de la mejor forma". Aunque aquello que he podido hacer, no sea más que un fracaso, eso deberá ser lo mejor que hemos podido y sabido hacer; debe tener nuestro máximo empeño.
Ningún fracaso las desanimará, mientras tengan clara conciencia de haber hecho aquello que estaba a su alcance. Hablando humanamente, si una hermana tuviera un fracaso en su tarea, procuremos atribuirlo a cualquier factor de debilidad humana, que no fue inteligente, o no supo hacer mejor las cosas, etc. A pesar de todo, a los ojos de Dios no ha fallado si ha hecho todo lo que era capaz de hacer. Y ella debiera sentirse, pese a todo, colaboradora suya.
Nunca debemos creernos indispensables Dios tiene sus caminos y sus maneras... Él puede permitir que todo marche al revés aun en manos de la hermana más bien dotada. Dios no mira más que su amor. Bien ustedes pueden trabajar hasta el agotamiento, incluso matarse trabajando, pero si su trabajo no está tejido por el amor resulta inútil. ¡Dios no tiene ninguna necesidad de sus obras!
Si todo lo he recibido, ¿qué mérito nos cabe? Si estamos bien convencidos de esto, nunca alzaremos altaneramente la cabeza.
Autor: Madre Teresa de Calcuta
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