Dios mismo es justicia por excelencia. Todas sus obras
son justas, ordenadas desde toda la eternidad por su gran potencia, sabiduría y
bondad. De la misma manera que lo ajustó todo lo mejor posible, trabaja sin
cesar y conduce cada cosa a su fin... La misericordia es la obra de la bondad
de Dios; continuará actuando tanto tiempo como se le permita al pecado
atormentar a las almas justas. Cuando este permiso sea retirado... todo se
establecerá en la justicia, para quedar establecido allí eternamente. Dios permite
que caigamos. Pero con su poder y su sabiduría, nos guarda. Por su misericordia
y su gracia, nos eleva a una alegría infinitamente más grande. Así quiere ser
conocido y amado en la justicia y en la misericordia, ahora y para siempre...
Yo, no haré
nada más que pecar. Pero mi pecado no impedirá a Dios obrar. La contemplación
de su obra, es alegría celeste para el alma temerosa, que desea siempre cumplir
amorosamente la voluntad de Dios con la ayuda de la gracia. Esta obra comenzará
aquí abajo. Será gloriosa para Dios y de gran ventaja para todos aquellos que
le aman en la tierra. Cuando lleguemos al cielo, seremos testigos de una
alegría maravillosa.
Esta obra perdurará hasta el último día. La gloria y la
santidad que emanarán de esto subsistirán en el cielo, delante de Dios y todos
sus santos, para siempre... Esta será la mayor alegría: ver que Dios mismo es
el autor.
El hombre, él, no es más que pecador. Me parecía que
nuestro Señor me decía: "¡Ve pues! ¿No tienes allí ocasión para humillarte?
¿No tienes allí ocasión para amar? ¿No tienes allí ocasión para conocerte a ti
mismo? ¿No tienes allí ocasión para regocijarte en mí? Entonces, por amor a mí,
regocíjate en mí. Nada puede gustarme más".
Autor: Juliana de Norwich
No hay comentarios:
Publicar un comentario