«A Dios nadie lo ha visto» (Jn 1, 18)…
La promesa de ver a Dios sobrepasa toda bienaventuranza. En la
Escritura, ver es poseer. Aquél que ve a Dios ha obtenido todos los
bienes que se pueden concebir.
Pero,
¿cómo purificar tu corazón para ver a Dios? Puedes aprenderlo en la
doctrina del Evangelio. Si recorres todas sus enseñanzas, encontrarás
allí el remedio cierto que purifica el corazón…
Oh,
hombres, en quienes se encuentra una avidez de contemplar el Bien:
cuando escuchéis decir que la divina Majestad y la inefable Belleza no
se pueden percibir, no desesperéis, como si fuera imposible ver lo que
deseáis. Existe en ti un modo de contemplar a Dios: pues Aquél que te ha
formado ha, por así decir, incorporado y hecho consubstancial a tu
naturaleza ese Bien. En tu constitución, Dios ha impreso semejanzas e
imitaciones de Su propia naturaleza, como se imprime sobre la cera un
sello grabado. Como le ocurre al fierro cuando se le ha quitado la
herrumbre afinándolo contra la piedra y, negro un instante antes, brilla
de cara al sol y reproduce sobre sí mismo resplandores y chispas, así
es el hombre interior, al que el Señor llama «el corazón». Cuando haya
expulsado la capa de herrumbre que se había acumulado sobre su forma por
un moho malo, retomará la semejanza con su arquetipo y será bueno. Pues
evidentemente, lo que es semejante al Bueno es bueno.
Entonces,
aquél que se ve a sí mismo, ve en sí a quien desea, y así «el corazón
puro» se vuelve bienaventurado: pues contemplando su propia pureza, él
ve el arquetipo en la imagen.
En
efecto, como aquellos que ven el sol en un espejo sin dirigir sus
miradas hacia el cielo, ven el sol en la luz del espejo tanto como los
que miran directamente el mismo disco del sol, así será para vosotros,
dice el Señor: sin duda, vosotros sois impotentes para mirar a la cara
la Luz; pero si volvéis a esa gracia de la Imagen que fue depositada en
vosotros al comienzo, poseéis en vosotros lo que buscáis; pues la
pureza, la paz del alma (apatheia), el alejamiento de todo mal son propias de Dios. Entonces, si esas cosas están en ti, Dios está en ti.
Cuando
tu razón esté pura de todo mal, libre de las pasiones, y enteramente
extraña a toda mancha, serás bienaventurado: pues lo que es invisible a
los impuros, una vez purificado, tú lo comprenderás. Una vez apartada la
niebla carnal de los ojos del alma, tú verás claramente en la atmósfera
serena del corazón el espectáculo beatificante. ¿Pero cuál es ese
espectáculo? Pureza, santidad, simplicidad, todos esos fulgores de la
naturaleza divina a través de los cuales se ve a Dios.
bellisima reflexión, gracias por compartir esta enseñanza de San Gregorio de Nisa.
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