Es sabido que pequeñas variaciones en
las condiciones iniciales de un sistema dinámico pueden producir
grandes modificaciones en su comportamiento a largo plazo. La realidad no es
mecánica, no es lineal, existen secuencias de acontecimientos aparentemente aleatorios.
El hombre no es capaz de predecir exactamente y menos aun controlar la realidad
macrocósmica. De ahí la «teoría del caos». Parece ser que el
meteorólogo Edward Lorenz fue el primero en analizar este concepto en
un trabajo para la Academia de Ciencias de Nueva
York (de 1963). Lorenz tratando de predecir el clima a través
de formulas matemáticas que relacionaban variables como tiempo y humedad,
lograba prever el tiempo atmosférico del día siguiente. Al estudiar más
advirtió que haciendo pequeñísimos cambios se lograban resultados del todo
diferentes. Esto sucede porque las variables meteorológicas están todas
relacionadas. Es famosa la sentencia: El aleteo de una mariposa en Hong
Kong puede desatar una tormenta en Nueva York: En China se dice que «el
aleteo de las alas de una mariposa se puede sentir al otro lado del mundo». Es
el llamado «fenómeno mariposa».
Existe un orden esppléndido en el
cosmos («cosmos», en griego, significa «orden»). Es terrible cuando se producen
catástrofes, maremotos y cosas así. Pero habitualmente es maravilloso. Nos
habla de un sabiduría magnífica y trascendente. También en ese microcosmos que
es el hombre, un pequeño fenómeno, como el despliegue –o contracción- de
mínimos músculos del rostro puede producir resultados tremendos en un corazón
que lo capte. Puede hacerle feliz o desgraciado, acaso para siempre. Los efectos
mariposa son constantes entre las gentes y las más de las veces ni
pensamos en que nuestros pequeños gestos siempre tienen consecuencias enormes.
Asociación de ideas en un 8 de
septiembre.
Estas ideas vienen a la mente un 8 de
septiembre. Poco importa que se trate de una celebración en fecha convencional.
Se conmemora el nacimiento de una niña que nadie sospechó el efecto que una
palabra suya, un monosílabo, tendría para la Humanidad entera, desde Adán al
último de los mortales. Si en el orden natural un pequeño evento produce
efectos colosales -¡la fisión de un minúsculo átomo!-, no es de maravillar que
en el orden sobrenatural donde existe una estrecha comunión delo santoentretodos
los santos –desde Jesucristo al último bautizado-, sucedan maravillas
superiores a todo lo imaginable.
No parece que nada extraordinario
sucediera aquel día, hace unos dos mil años, en Nazaret. El alborozo natural en
una familia santa. - ¡Es una niña! se oyó por fin en la casa de Nazaret. El eco
lleno la aldea. -¡Mirad qué ojos, son los de su padre...! - Y la barbilla, de
su madre... Cosas así. La Niña encantaba nada más verla. Le pondrían por nombre
María, y llegaría a ser -a la sazón nadie lo hubiera dicho- Madre de Dios y
Madre nuestra.
Todos los padres se equivocan cuando
les parece que el hijo que les nace o ven crecer a su lado es la criatura más
graciosa del universo. Pero Joaquín y Ana no se equivocaban, porque lo confirmó
el Ángel el día de la Anunciación: «¡Alégrate!, Llena de gracia, el Señor
es contigo» (Lc 1, 28).
Llena de gracia
Un poco de exégesis bíblica, de buena
mano, nunca viene mal: «Llena de gracia»: esta palabra
dirigida a María se presenta como una calificación propia de la mujer destinada
a convertirse en la madre de Jesús. […]. El hecho de que el mensajero celestial
la llame así confiere al saludo angélico un valor más alto: es manifestación
del misterioso plan salvífico de Dios con relación a María. La plenitud de
gracia indica la dádiva sobrenatural, de la que se beneficia María al haber
sido elegida y destinada a ser Madre de Cristo. Llena de gracia es
el nombre que María tiene a los ojos de Dios. El ángel lo usa incluso antes de
pronunciar el nombre de María, poniendo así de relieve el
aspecto principal que el Señor ve en la personalidad de la Virgen de Nazaret.
La expresión «llena de gracia» traduce la palabra griega "kexaritomene", la
cual es un participio pasivo. Para expresar con más exactitud el matiz del
término griego, no se debería decir simplementellena de gracia,sino «hechallena
de gracia» o «colmadade gracia», lo cual indicaría claramente que se
trata de un don hecho por Dios a la Virgen. El término, en la forma de
participio perfecto, expresa la imagen de una gracia perfecta y duradera que
implica plenitud.»[1].
Hay sinergia entre las tres palabras
del saludo angélico que viene de parte de Dios. «Alégrate» es una palabra que
suena a amor. Benedicto XVI dice «María es llamada la 'llena de gracia' (charis).
La palabra griega que significa «gracia» (charis) procede de la misma
raíz verbal que las palabras 'alegría', 'alegrarse' (chara, charein).
Así, aquí se hace más visible [que] la alegría proviene de la gracia. Quien
está en la gracia puede alegrarse con la alegría que llega a lo más profundo y
permanece. Y al revés: la gracia es la alegría»[2].
Además, Kexaritomene indica un hacer, un transformar por la
«gracia», que en el fondo es amor de Dios colmando… «El Señor es contigo»,
es una fórmula que prácticamente sólo se utiliza cuando se trata de un
mandato difícil de cumplir [3].
La propuesta a María excede, por
supuesto, a cualquier poder creado. El poder del Espíritu va a obrar en Ella un
gran milagro, un misterio enormísimo. La niña nacía, como dice
Cervantes expresando genialmente esa grandeza, en «el mismo aposento y estancia
donde se relató la más alta embajada y de más importancia que vieron y no
entendieron todos los cielos, y todos los ángeles y todos los moradores de las
moradas sempiternas»[4].
Es la Aurora que anuncia el gran
Día, es Nuestra Señora de la Alborada, «la luz que anuncia la
proximidad del Sol a punto de nacer, Cristo. Donde está María, aparecerá pronto
Jesús. […]» ([6]). «¿Quién es ésta
que avanza cual aurora, bella como la luna, distinguida como el sol?» (Cant.
6, 10). ¿Quién es ésta? Nunca llegaremos a dar una respuesta cabal. No es otra
sino la gran señal que apareció en el cielo: «Una mujer revestida de sol, con
la luna bajo sus pies y una corona de doce estrellas sobre la cabeza» (Αpοc.
12, 1)»[7],
vencedora del dragón infernal.
De nuevo Cervantes canta con teología impecable:
Niña de Dios, por nuestro bien
nacida;
tierna, pero tan fuerte que la
frente,
en soberbia maldad endurecida,
quebrantasteis de la infernal
serpiente.
Brinco de Dios, de nuestra muerte
vida,
pues vos fuistes el medio
conveniente,
que redujo a pacífica concordia
de Dios y el hombre la mortal
discordia.
La justicia y la paz hoy se han
juntado
en vos, Virgen santísima, y con gusto
el dulce beso de la paz se han dado,
arra y señal del venidero Augusto
Del claro amanecer, del sol sagrado,
sois la primera aurora; sois del
justo
gloria; del pecador, firme esperanza;
de la borrasca antigua, la bonanza
Sois la paloma que, ab aeterno,
fuisteis
llamada desde el cielo; sois la
esposa
que al sacro Verbo limpia carne
distes,
por quien de Adán la culpa fue
dichosa….[8]
Ab aeterno, desde la eternidad,
antes de la creación del mundo ya estaba laInmaculada, Llena de Gracia,
destinada a ser la que en el Espíritu Santo concebiría a Cristo, el cual a su
vez, por el mismo decreto divino, sería Emmanuel, Dios con
nosotros, verdadero Dios y verdadero hombre: por el mismo decretopredestinados
Hijo y Madre; la Madre por el Hijo, como enseña la Bula dogmática Ineffabilis
Deus[9]. Nadie se daba
cuenta, pero la Niña poseía tal gracia y santidad que «nadie puede concebirla
mayor bajo Dios o imaginarla fuera de Dios» [10].
Conviene pararse a pensar en esto. En Ella se escondía toda la gloria
de la gracia.«Con un don de gracia eximia, antecede con mucho todas las
criaturas celestiales y terrestres»[11].
La primera Aurora es también la Primogénita
del Padre. Cristo, el Unigénito, es llamado Primogénito, porque en Él
«todas las cosas fueron hechas» (Jn 1, 3), por tanto «visto todo en Él, Verbo
eterno y futuro Cristo… por el cual es también el primero de todas las personas
y cosas creadas […] con anterioridad a cualquier otra persona o cosa creada,
viene María, su Madre»[12]. De intento, la
Iglesia le aplica reiteradamente las palabras del libro de los Proverbios: «El
Señor me proveyó en el principio de sus caminos, antes de que crease cosa
alguna. Desde la eternidad fui ordenada, desde el comienzo, antes de los
orígenes del mundo… Cuando creaba los cielos, estaba yo presente…» (Prv 8,
22-30). Y del Siracida: «Yo salí de la boca del Altísimo, primogénita con
anterioridad a todas las criaturas» (Sir 24, 3). Cierto que todos hemos sido
«pre-destinados» antes de la creación del mundo, creadosparaalcanzar la
plenitud de la filiación divina. Ella es la Primogénita, la Eximia… Engendraría
a alguien que era Dios, en cuanto a su naturaleza humana asumida. Hija de Dios,
Madre de Dios, Señora de su Señor. Su dignidad es «singularísima, sublime y
casi divina»[13],
roza lo infinito [14].
Pero nació con naturalidad, un día
corriente, no tan lejano, tras haber llovido mucho desde el pecado de los
orígenes que dejó como descabezada a la estirpe humana. Misterios del
entreveramiento eternidad - tiempo. Un «sí» de María cambió el
rumbo de la Historia. El hecho de que el Verbo de Dios se hiciera hombre
produjo un cambio fundamental en la condición misma del tiempo. Podemos decir
con Juan Pablo II que, en Cristo, el tiempo humano se colmó de
eternidad. La eternidad nos abraza. Es una transformación que afecta al
destino de toda la humanidad, ya que «el Hijo de Dios, con su encarnación, se
ha unido, en cierto modo, con todo hombre» [15].Era
necesario «re-capitular» (cf Ef 1, 6), poner nueva cabeza a la Humanidad, digna
de los hijos de Dios: un nuevo Adán y… una Nueva Eva.
La primera Eva fue causa de
ruina, madre de los mortales. El Sí de la Anunciación inauguró la Nueva
Alianza, marcó el comienzo de la plenitud de los tiempos. María es
la Madre de losvivientes. Según la simbología bíblica la primera Eva
procede de Adán (de su «flanco»); según la realidad de la Historia de la
Salvación, el nuevo Adán procede del seno de la Nueva Eva: «concebirás en tu
seno», le dice el Ángel. ¿Por qué lo dice precisamente así, «en tu seno»,
cuando es el único sitio dónde se puede concebir y la única vez que en la
Biblia se usa esa expresión? La exégesis actual dice: porque el Ángel está
diciéndole a María que sólo la delicadeza infinita del Espíritu Santo tocará
con su «sombra» su seno inmaculado y Ella será madre permaneciendo virgen para
siempre, como era su deseo profundo.
Todas las palabras del Ángel guardan
una estrecha conexión, porque el Hijo que María va a concebir no será primero hombre y
después Dios, sino verdadero hombre y verdadero Dios (encarnado en Ella) desde
el momento de la concepción. Concebirá a una Persona que es Dios. Por eso su
mismo cuerpo -el de María- había de estar predispuesto, transformado, elevado,
por la gracia:kexaritomene;había de estar, de algún modo que no sabemos
decir, asumido por la Trinidad. Con su sí -se diría- se incoa en la tierra
ciertaasunción de María entera en Dios. Para poder concebir en y
por el Espíritu Santo. Tal asunción alcanzó la plenitud en el misterio de
la Asunción en cuerpo y alma a los Cielos. Por eso a algunos
teólogos les parece ver en el fiat de María (momento de la
Encarnación) ya virtualmente su Asunción celestial. Tal vez anden en lo cierto
y me parece que algo de cierto ha de haber en ello. ¿Quién lo hubiera dicho al
verla en la cuna, como una niña más?
Nunca se sabe
¡Nunca se sabe!. ¿Quién puede
predecir lo que será una criatura recién nacida? Lo cierto es que un sí o un no
a Dios siempre tiene alas de mariposa, efectos desmesurados, maravillosos,
increíbles. Más aún el de María, criatura purísima, Hija, Madre y Esposa de
Dios. Desde su concepción, sin apariencia alguna, era ya una nueva
creación, inmaculada, la primera redimida por quien de Ella
había de nacer [16],
pues la Eternidad domina sobradamente el tiempo y la Trinidad quiso hacerle, y
hacernos, ese don inmenso de hacerla tal como es: pura transparencia creada del
Amor.
¡Nunca se sabe! Sólo Dios lo conoce.
Quizá por eso, porque nunca se sospecha que algo más grande que el universo
sucede cuando una persona –niña o niño- llega a la existencia. El nihilista no
se entera. El egoísta tampoco. Los que impiden o eliminan por cualquier razón
vidas humanas, grandes o pequeñas, ancianas o embrionarias, acaso ni se atreven
a pensarlo. Lo deben de hacer con los ojos cegados por algún diabólico hechizo.
¿Y los tristes? Se les hunde el ánimo
- el alma - porque hay sufrimientos en la tierra. No saben que la vida de este
mundo es, cuando peor, «una mala noche en una mala posada» (Teresa de Jesús).
Sólo ven el rostro malo de la historia sin pensar o sin saber que hay
eternidad, resurrección de la carne, aquellos «cielos nuevos y nueva tierra» de
que habla la Escritura, donde Dios mismo «enjugará toda lágrima de nuestros ojos,
y ya no habrá muerte ni llanto, ni gritos de fatiga, porque el mundo viejo ya
habrá pasado» [Apc 21, 4]. No son utópicos, puesto que ya existen de algún
modo: Cristo ha resucitado y María está en cuerpo y alma en los Cielos.
Cuando Dios crea a un ser humano se
compromete a acabar la obra buena que comenzó. Reclama, es natural, el concurso
de nuestra libertad; no quiere esclavos ni robots, sino hijos. «Quien resucitó
al Señor Jesús, también nos resucitará con Jesús y nos presentará ante él» [2
Cor 4, 14]. Los que ahora padecen hambre –o cualquier otro sufrimiento -, serán
hartos, estarán satisfechos de haber sufrido [Cfr. Lc 6, 21]. «Los sufrimientos
del tiempo presente no son comparables con la gloria que se ha de manifestar en
nosotros» [Rom 8, 18]. Creer en esto es saber que vale la pena pasar mil años
de sufrimientos, hambre, frío, calor, enfermedad, por llegar un día a gozar de
la inefable contemplación de la Esencia divina. Por eso, y por muchas otras
razones, siempre –siempre, siempre, siempre- el nacimiento de un ser humano es
una gran fiesta.
Grandeza de la vida corriente
Qué asombro si por milagro los padres
de la Niña recién nacida hubiesen visto la eficacia de aquel corazón diminuto
que comenzaba a latir por cuenta propia entre sus brazos. Dios, por primera vez
desde el pecado de origen, sonreía abiertamente ante una pureza inmaculada.
Aunque a otra escala, también es inconmensurable la eficacia del paso por la
tierra de cada criatura humana, el efecto de un gesto, de una mirada, de un detalle
de cariño, de una oración. Una oración es como el vuelo de una mariposa.
Desencadena una grandiosa tormenta de amor en el corazón de Dios.
Una de las homilías publicadas de san
Josemaría lleva por título La grandeza de la vida corriente:
«Convenceos –dice - de que ordinariamente no encontraréis lugar para hazañas
deslumbrantes, entre otras razones, porque no suelen presentarse. En cambio, no
os faltan ocasiones de demostrar a través de lo pequeño, de lo normal, el amor
que tenéis a Jesucristo. También en lo diminuto, comenta San
Jerónimo, se muestra la grandeza del alma. Al Creador no le admiramos sólo en
el cielo y en la tierra, en el sol y en el océano, en los elefantes, camellos,
bueyes, caballos, leopardos, osos y leones; sino también en los animales
minúsculos, como la hormiga, mosquitos, moscas, gusanillos y demás animales de
este jaez, que distinguimos mejor por sus cuerpos que por sus nombres: tanto en
los grandes como en los pequeños admiramos la misma maestría. Así, el alma que
se da a Dios pone en las cosas menores el mismo fervor que en las mayores»[17].
¡Cuánto puede hacerse en un breve
espacio vivido cara a la eternidad! Porque «eres, entre los tuyos -alma de
apóstol-, la piedra caída en el lago. Produce, con tu ejemplo y tu palabra, un
primer círculo..., y éste, otro..., y otro, y otro... Cada vez más ancho.
¿Comprendes ahora la grandeza de tu misión?» [18].
¿Qué puedo hacer yo para tener la eficacia de esa piedra? La Virgen alumbra el
misterio de nuestra vida personal, quizá oscura, corriente, y sin duda oculta
en lo más valioso a la superficial curiosidad de las gentes. Puede tener una
eficacia colosal si la vivimos a su modo, con unsí-¡hágase!- permanente
en el corazón. Poco importa lo que somos delante de los demás. La verdad es lo
que somos ante de Dios.
El valor de una vida
La Virgen enseña el valor inmenso de
una sola vida humana. Madre del Verbo de Dios, Asiento de la Sabiduría divina.
Por ser más madre que todas las madres juntas, sabe que un hijo, entre
millones, permanece siempre único y vale tanto como todos los demás juntos.
Como solía decir el ilustre escritor André Frossard, «Dios sólo sabe contar
hasta uno». Y esa sabiduría divina la posee como nadie la Madre de Dios, porque
en cada hijo ve el Rostro de su Unigénito y tiene siempre presente su parto
singular, más que en Belén, en el Calvario.
¡Lo que vale una persona humana! ¡Lo
que vale traer al mundo una persona más o una persona menos! ¡Lo que vale
cuidarla hasta el último aliento de su vida natural! Dios hubiera creado el
universo por una sola, por un instante de una sola vida humana, porque luego es
inmortal. Dios se hubiera hecho hombre por una sola. El Hijo de Dios encarnado
ha derramado por cada una –por tanto, «por cada una, sola»- toda su Sangre,
Sangre que procede entera de María Santísima. Ella bien lo sabe.
¡Felicidades, Madre de Dios!
¡Felicidades, Madre Nuestra! En esta época de pensamiento débil y,
en consecuencia, de voluntades débiles, y de vínculos débiles, de vidas leves,
descafeinadas, insípidas, que no satisfacen, que no valen la pena; ayúdanos a
vivir un pensamiento profundo, con voluntad fuerte y vínculos inquebrantables,
una vida intensa, plena, con dimensión y vibración de eternidad.
En esta fiesta de la Natividad, de
efectos desmesurados, dan ganas de escribirte un poema. Y si uno no es capaz de
crearlo, ¿qué hacer si no robarlo? Si hemos comenzado hablando de mariposas,
acaso valga el siguiente:
Mariposa del aire,
qué hermosa eres,
mariposa del aire
dorada y verde.
mariposa del aire,
¡quédate ahí, ahí, ahí!...
No te quieres parar,
pararte no quieres.
Mariposa del aire
dorada y verde.
Luz de candil,
mariposa del aire,
¡quédate ahí, ahí, ahí!...
¡Quédate ahí!
Mariposa,
¿estás ahí? [19]
La respuesta solo puede ser «sí». Si
Dios no sabe contar más que hasta uno, la Reina del Cielo y de la
tierra, vestida de sol, dorada y azul, la luna a sus pies, la que vuela por
todas partes y en todas partes se queda, hermosea cuanto mira y cuanto toca,
solo conoce una palabra: «sí». Mariposa del aire, ¿estás ahí?... ¡Sí!
Autor: Antonio Orozco-Delclós en Arvo Net, 05.09.2006
[1] Juan Pablo II; cfr. RM, 7 y 8. «Redimida
de modo eminente» (Pio IX, Ineffabilis Deus; cfr. LG 53).
[2] Joseph Ratzinger (Benedicto XVI), María, Iglesia naciente, Ediciones Encuentro, 4ª ed. Madrid 1999, pp. 50-51.
[2] Joseph Ratzinger (Benedicto XVI), María, Iglesia naciente, Ediciones Encuentro, 4ª ed. Madrid 1999, pp. 50-51.
[3] Cfr.
I. de la Poterie, María en el misterio de la Alianza, BAC, Madrid 1993,
50. Todo el libro es de gran interés; Juan Pablo II; cfr. RM, 7 y 8.
«Redimida de modo eminente» (Pio IX, Ineffabilis Deus; cfr. LG 53); Joseph
Ratzinger–Hans Urs von Balthasar, María, Iglesia naciente, Ediciones Encuentro,
4ª ed. Madrid 1999, pp. 50-51.
[4] Miguel de Cervantes, en El Licenciado
Vidriera, lo dice de la Santa Casa de Loreto.
[5] De un himno de la Liturgia de las Horas
[6] Paulo VI, Marialis cultus, 25
[7]J uan Pablo II, Homilía en El Santuario de
Nuestra Señora de la Alborada, Guayaquil, jueves 31 de enero de
1985.
[8]Miguel de Cervantes, Persiles, L. III.,
cap. V. "Brinco de Dios", expresión de origen portugués, que
significa joya preciosa que las damas solían ponerse en las tocas.
[9] Pio IX, Bula Ineffabilis Deus, p.
6.
[10] Cfr. Pio IX, Bula Ineffabilis Deus, p. 6.
[11] Juan Pablo II, Enc. Redemptoris
Mater 9.
[12]Joaquín Ferrer, La Mediación materna de la
Inmaculada, Ed. Arca de la Alianza, 2006, p. 24.
[13] Pio XII, Enc.
Ad Coeli Reginam, 11-X- 1954.
[14] Cfr. Sto. Tomás
de A., S. Th. I, 25, 6, 4.
[15] Conc. Vaticano II,
Gaudium et spes, 22.
[16] «Efectivamente, la preservación de
María del pecado original, desde el primer instante de su ser, representa el
primero y radical efecto de la obra redentora de Cristo y vincula ala Virgen,
con un lazo íntimo e indisoluble, ala encarnación del Hijo, que, antes de nacer
de Ella, la redime del modo más sublime» (Juan Pablo II, Alocución en la
oración del «Angelus», 8-XII-1983).
[17] San Josemaría
Escrivá, Amigos de Dios, 9.
[18] Id., n. 831.
[19] Federico García Lorca, Mariposa.
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