a) El
seguimiento de Jesús pasa por la cruz: “Si alguien quiere seguirme, niéguese a
sí mismo, tome su cruz de cada día y sígame” (Lc 9,23).
b) No le fue
fácil a Jesús enfrentar la realidad de la Cruz. En el momento culminante de su
vida:
+ Pidió a sus amigos más cercanos que lo acompañaran:
“Entonces fue Jesús con sus discípulos a un huerto llamado Getsemaní, y les
dijo: Siéntense aquí mientras voy a orar un poco más allá. Llevó consigo a
Pedro y a los dos hijos de Zebedeo; comenzó a sentir tristeza y angustia, y les
dijo: Me muero de tristeza, quédense aquí y velen conmigo” (Mt 26,36-38).
+ Rogó al Padre que le evitara sufrir esa prueba: “Padre
mío, si no es posible evitar que yo beba este cáliz de amargura, hágase tu
voluntad” (Mt 26, 42).
+ Se sintió defraudado por la traición de sus discípulos:
“Jesús le dijo: Judas, ¿con un beso entregas al hijo del hombre” (Lc 22,48).
+ Prohibió a Pedro usar la violencia para defenderlo:
“Entonces Simón Pedro, que tenía una espada, la desenvainó e hirió con ella a
un siervo del sumo sacerdote, cortándole la oreja derecha. (Este siervo se
llamaba Malco.) Pero Jesús dijo a Pedro: “Guarda tu espada. ¿Es que no debo
beber este caliz de amargura que el Padre me ha preparado?” (Jn 18,10-11).
+ Llegó al Calvario casi solo, acompañado únicamente por
Juan, su madre y algunas mujeres (Jn19,25-26).
+ Pero aún así tuvo el valor y coraje para aceptar con
serenidad la voluntad del Padre: “No se haga como yo quiero, sino como quieres
Tú” (Mc 14,36).
c) Tampoco
fue fácil para los discípulos aceptar la Cruz de Cristo. Pese a haber estado
tres años junto a Jesús, no pudieron entender lo que estaba sucediendo. Con la
vida por delante parecían caer muchos de sus proyectos y esperanzas.
d) Aceptar la
Cruz de Cristo no es fácil, “hubo un período -que aún no se ha superado del
todo- en el que se rechazaba el cristianismo precisamente a causa de la Cruz.
La Cruz habla de sacrificio -se decía-; la Cruz es signo de negación de la
vida. En cambio, nosotros queremos la vida entera, sin restricciones y sin
renuncias. Queremos vivir, sólo vivir. No nos dejamos limitar por mandamientos
y prohibiciones; queremos riqueza y plenitud; así se decía y se sigue diciendo
todavía. Todo esto parece convincente y atractivo; es el lenguaje de la
serpiente, que nos dice: “¡No tengáis miedo! ¡Comed tranquilamente de todos los
árboles del jardín!”. Sin embargo, el domingo de Ramos nos dice que el
auténtico gran “sí” es precisamente la Cruz; que precisamente la Cruz es el
verdadero árbol de la vida. No hallamos la vida apropiándonos de ella, sino
donándola. El amor es entregarse a sí mismo, y por eso es el camino de la
verdadera vida, simbolizada por la Cruz.” (Juan Pablo II, Mensaje con ocasión
de la XIX Jornada Mundial de la Juventud 2004).
e) La Cruz de
Cristo revela plenamente el amor de Dios: “En la Cruz, Jesús muere por cada uno
y cada una de nosotros. Por eso, la Cruz es el signo más grande y elocuente de
su amor misericordioso, el único signo de salvación para todas las generaciones
y para la humanidad entera”. (Juan Pablo II, XIX Jornada Mundial de la
Juventud, Homilia).
f) La
manifestación del amor divino es total y perfecta en la Cruz, como afirma san
Pablo: “La prueba de que Dios nos ama es que Cristo, siendo nosotros todavía
pecadores, murió por nosotros” (Rm 5,8). Por tanto, cada uno de nosotros, puede
decir sin equivocarse: “Cristo me amó y se entregó por mí” (cf. Ef 5,2).
Redimida por su sangre, ninguna vida humana es inútil o de poco valor, porque
todos somos amados personalmente por Él con un amor apasionado y fiel, con un
amor sin límites. La Cruz, locura para el mundo, escándalo para muchos
creyentes, es en cambio “sabiduría de Dios” para los que se dejan tocar en lo
más profundo del propio ser, “pues lo necio de Dios es más sabio que los
hombres; y lo débil de Dios es más fuerte que los hombres” (1 Co 1,24-25). Más
aún, el Crucificado, que después de la resurrección lleva para siempre los
signos de la propia pasión, pone de relieve las “falsificaciones” y mentiras sobre
Dios que hay tras la violencia, la venganza y la exclusión. Cristo es el
Cordero de Dios, que carga con el pecado del mundo y extirpa el odio del
corazón del hombre. Ésta es su verdadera “revolución”: el amor. (Benedicto XVI, Mensaje para la XXII Jornada
Mundial de la Juventud 2007).
g) Con la
Cruz, Jesús ha abierto de par en par la puerta de Dios, la puerta entre Dios y
los hombres. Ahora ya está abierta. Pero también desde el otro lado, el Señor
llama con su Cruz: llama a las puertas del mundo, a las puertas de nuestro
corazón, que con tanta frecuencia y en tan gran número están cerradas para
Dios. Y nos dice más o menos lo siguiente: si las pruebas que Dios te da de su
existencia en la creación no logran abrirte a Él; si la palabra de la Escritura
y el mensaje de la Iglesia te dejan indiferente, entonces mírame a mí, al Dios
que sufre por ti, que personalmente padece contigo; mira que sufro por amor a
ti y ábrete a mí, tu Señor y tu Dios. (Benedicto XVI, Mensaje para la XXII
Jornada Mundial de la Juventud 2007).
h) “El amor
crucificado, no acaba en el escándalo del Viernes santo, sino que culmina en la
alegría ía de la Resurrección y la Ascensión al cielo, y en el don del Espíritu
Santo, Espíritu de amor por medio del cual, también esta tarde, se perdonarán
los pecados y se concederán el perdón y la paz.” (Benedicto XVI, Mensaje para
la XXII Jornada Mundial de la Juventud 2007).
i) “La
nueva arma, que Jesús pone en nuestras manos, es la cruz, signo de
reconciliación, de perdón, signo del amor que es más fuerte que la muerte. Cada
vez que hacemos la señal de la cruz debemos acordarnos de no responder a la
injusticia con otra injusticia, a la violencia con otra violencia; debemos
recordar que sólo podemos vencer al mal con el bien, y jamás devolviendo mal
por mal.” (Benedicto XVI, Homilía XXI Jornada Mundial de la Juventud, 2006).
j) “En la
Cruz, el Hijo puede derramar su sufrimiento en el corazón de la Madre. Todo
hijo que sufre siente esta necesidad. También vosotros, queridos jóvenes, os
enfrentáis al sufrimiento: la soledad, los fracasos y las desilusiones en
vuestra vida personal; las dificultades para adaptarse al mundo de los adultos
y a la vida profesional; las separaciones y los lutos en vuestras familias; la
violencia de las guerras y la muerte de los inocentes. Pero sabed que en los
momentos difíciles, que no faltan en la vida de cada uno, no estáis solos: como
a Juan al pie de la Cruz, Jesús os entrega también a vosotros su Madre, para
que os conforte con su ternura.” (Juan Pablo II, Mensaje para la XVIII Jornada
Mundial de la Juventud).
Autor: Arquidiócesis
de Monterrey
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