He aquí el
bello aniversario del día en que el Espíritu Santo fue enviado a los santos
discípulos y a todos aquellos que estaban reunidos con ellos, del día en el que
se nos dio el bello tesoro que los engaños del Enemigo y la imperfección humana
nos habían hecho perder en el Paraíso terrestre...
Y esto llegó de una manera increíblemente
externa; en cuanto al misterio escondido y oculto sobre estas maravillas, no
existía razón alguna, ningún pensamiento, ninguna criatura sabía sobre ello, ni
lo concebía, ni sabía cómo nombrarlo. El Espíritu Santo es una inmensidad de
inconmensurable grandeza y tan dulce como todas las grandezas e inmensidades
que la razón misma pueda concebir... nada al lado de esta. Comparado con ella,
el cielo, la tierra, y todo aquello que podamos comprender no es nada... He ahí
por qué el Espíritu Santo debe, él mismo, preparar el lugar donde debe ser
recibido, trabajar él mismo para hacer que el hombre sea capaz de recibirlo...;
es el abismo inexplicable de Dios que debe ser él mismo... su lugar y su
capacidad de recepción.
“La casa se llenó por completo” (Hch.
2,2)... Esta casa simboliza, para empezar, la santa Iglesia, que es la obra de
Dios, pero también simboliza a cada hombre habitado por el Espíritu Santo. Una
casa tiene muchas estancias, habitaciones, y en el hombre existen muchas
facultades, sentidos y energías diferentes: el Espíritu Santo las visita todas,
de una manera especial. Desde que llega, presiona, excita al hombre, despierta
en él ciertas inclinaciones, trabaja con él y lo aclara. Esta visita y estas
acciones interiores no son sentidas de la misma manera por todos los hombres.
El Espíritu Santo está en todas las personas valientes, pero el que quiera
tener conciencia de su acción, sentir y disfrutar de su presencia debe
recogerse en sí mismo... en la calma y el silencio... Cuanto más se entregue a
su propio recogimiento, más conciencia tendrá de esta manifestación interior y
siempre creciente del Espíritu Santo, que siempre se da desde el principio.
P. Juan
Taulero (c 1300-1361), dominico en Estrasburgo. Sermón 26, 2º para Pentecostés
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