Reflexionemos brevemente sobre las
anteriores palabras de Jesús. Él tiene el control absoluto de nuestra vida
hasta en los más mínimos detalles, pues tiene contados hasta los cabellos de
nuestra cabeza. Esto es una manera de decirnos que nada de nuestra vida es
insignificante para Él. Que somos tan importantes que se preocupa de todo lo
que nos pasa; si estamos alegres o tristes, sanos o enfermos… Todo lo nuestro
es importante para Él, porque somos sus hijos. Él vela como un buen padre por
nuestro bienestar material y espiritual. No sólo de lo espiritual, que es
ciertamente lo más importante, sino también de las cosas materiales de cada
día. Pero lo que no quiere es que estemos angustiados, como si estuviéramos
abandonados, sin padre ni madre, en un mundo adverso, donde sólo pueden vivir
los más sagaces y violentos. No, Él está pendiente de si nos falta comida o
bebida o vestido. Sin embargo, Él quiere que nosotros colaboremos con nuestro
esfuerzo, pues nos ha dado la libertad para que pongamos de nuestra parte, ya
que Él no quiere hacer milagros sin necesidad.
Por consiguiente, si no tenemos comida, quiere que la busquemos o la pidamos, pues Él puede dárnosla a través de medios normales, por intermedio de otros hermanos. Y, si estamos enfermos, quiere que vayamos al médico y tomemos las medicinas. Y, si necesitamos trabajo para vivir, Él quiere que lo busquemos y que trabajemos, y no vayamos por el camino fácil del préstamo o de la limosna; pues, si pudiendo trabajar, no queremos trabajar, Dios no nos podrá ayudar.
Pero, si ponemos todo lo posible de nuestra parte, Dios no nos puede pedir más y, aun en el caso de que muriéramos de hambre, podríamos morir tranquilos y Dios nos recibiría contento en su cielo. Si tenemos fe y confiamos en Él, será capaz de hacer hasta milagros espectaculares para demostrarnos su amor. Por ejemplo, el profeta Elías estaba huyendo de la reina Jezabel y, yendo por el desierto, no tenía nada para comer… Y Dios mandó un ángel para darle una torta cocida y una vasija de agua (1 Re 19,6). Y, cuando huía de Ajab, y estaba junto al torrente Querit, los cuervos le llevaban pan por la mañana y carne por la tarde y bebía del agua del torrente (1 Re 17). Y, cuando Elías fue a Sarepta de Sidón, multiplicó la harina y el aceite de una mujer viuda, que le daba de comer. Y le dijo: He aquí lo que dice Yahvé: No faltará harina en la tinaja ni disminuirá el aceite en la vasija hasta el día en que Yahvé haga caer la lluvia sobre la tierra(1 Re 17). También el profeta Eliseo multiplicó el pan para dar de comer a cien personas y multiplicó el aceite a una mujer de Sunam (2 Re 4).
Si tenemos fe, Dios no se dejará ganar en generosidad y siempre estará atento a nuestras necesidades para ayudarnos, especialmente, en casos difíciles, cuando la ayuda humana sea imposible. Y esto, no solamente en necesidades de comida, sino en toda clase de necesidades y problemas de la vida. Dios hizo muchos milagros por medio de los apóstoles, de modo que hasta la sombra de Pedro sanaba a los enfermos (Hech 5,15).
San Pablo, en la isla de Malta, sanó a muchos enfermos. Para los malteses fue providencial que san Pablo estuviera allí después de haber sido librado del naufragio del barco con toda la tripulación. Dios salvó a Pablo de la picadura de la serpiente y así pudo predicarles la palabra de Dios con eficacia (Hech 28).
En el Evangelio vemos cómo Jesús da de comer en dos oportunidades a miles de personas con la multiplicación de los panes y los peces. Y bendice a aquella viuda pobre, que echa unos centavitos en la alcancía del templo (Lc 21,4). Podemos creer que Dios le proporcionó la comida a esta viuda, que confió en el Señor, dándole lo poco que tenía para vivir.
Por eso, podemos creer lo que dice san Pablo: Dios proveerá a todas vuestras necesidades según sus riquezas en Cristo Jesús (Fil 4,19). Además, el mismo Jesús nos ha dicho y nos ha prometido: Dad y se os dará (Lc 6,38). Y todo el que dejare hermanos o hermanas, o padre o madre, o hijos o campos por amor de mi nombre, recibirá cien veces más en esta vida y después la vida eterna (Mt 19,29). Y, sobre todo, nos ha dicho: Buscad primero el reino de Dios y su justicia que todo lo demás se os dará por añadidura (Lc 12,31).
HOMBRES SIN FE
¡Qué triste es ver a muchos hombres sin fe que, al no creer en el amor de Dios, van buscando seguridad en adivinos para que les lean el futuro o les hagan su carta astral para poder así controlar el futuro y poder defenderse de las fuerzas del mal! Sin embargo, no creen en el poder de Dios ni el poder de la oración y sus vidas van cada día más a la deriva, como barcos sin rumbo en medio de las tormentas y dificultades de la vida.
Es lamentable ver cómo proliferan en las grandes ciudades modernas, especialmente del primer mundo, los adivinos, los brujos y toda clase de sectas filosóficas, orientales o de cualquier otro tipo, que tratan de vender la idea de la felicidad a tantos millones de hombres, que están vacíos por dentro. Al no tener fe, quizás tienen una vaga idea de Dios, caminan a oscuras y, cuando tienen problemas, tratan de solucionarlos con amuletos o leyendo los horóscopos.
Incluso, cuando tienen enfermedades, van buscando igualmente mediums o curanderos, que los convencen de sus bondades y, de esta manera, los convierten en clientes fijos. Pero su corazón, alejado de Dios, no puede disfrutar de la auténtica felicidad, que sólo Dios puede dar. Muchos de nuestros contemporáneos ya no creen en milagros ni quieren oír hablar de la providencia de Dios. Para ellos creer en la providencia sería creer que Dios, un ser tan importante, se rebajara para estar pendiente de nuestros pequeños asuntos de cada día, pues creen que tiene cosas más importantes en qué pensar. Ellos no pueden entender que un Dios tan omnipotente e infinito pueda tener tiempo para cuidar de los pajaritos y de las flores del campo. Ellos creen que es suficiente con que este Dios, tan grande y majestuoso, se preocupe del cuidado de los astros y del ir y venir de los planetas y de las estrellas.
Para ellos todo lo que sucede en nuestro mundo se debe a las causas segundas, como dicen los filósofos, es decir, simplemente, a la relación de causa-efecto de las fuerzas naturales. No pueden creer que este Dios pueda ser tan humano y cariñoso como para cuidar de los mínimos detalles de sus hijos. Ellos no pueden entender ni podrán entender nunca a un Dios humano como Jesús, que amaba a los niños y curaba a los enfermos. Nunca podrán entender que Dios se rebaje hasta el punto de cuidar nuestra vida y guiarnos, personalmente, hacia el bien y la felicidad.
Por eso, nosotros debemos hacer un acto de fe en el amor de Dios y en su providencia. Dios no sólo cuida de los pajaritos, sino también de los más pequeños de los seres humanos. Como dice Jesús: Mirad de no despreciar a ninguno de estos pequeñitos, porque, en verdad, os digo que sus ángeles ven de continuo en el cielo el rostro de mi Padre celestial... La voluntad de vuestro Padre, que está en los cielos, es que no se pierda ninguno de estos pequeñitos (Mt 18, 10-14). No temas, rebañito mío, porque vuestro Padre se ha complacido en daros el reino (Lc 12,32). Hasta los cabellos de vuestra cabeza los tiene contados (Lc 12,7). Sí, existe la providencia de Dios, porque Dios nos ama.
LA PROVIDENCIA DE DIOS
La providencia de Dios es el cuidado y solicitud que Dios tiene sobre todas sus criaturas, procurándoles todo lo que necesitan. El Catecismo de la Iglesia Católica dice que la solicitud de la divina providencia… tiene cuidado de todo, desde las cosas más pequeñas hasta los más grandes acontecimientos del mundo y de la historia (Cat 303). Pero Dios no da solamente a sus criaturas la existencia, les da también la dignidad de actuar por sí mismas, de ser causas y principios unas de otras y de cooperar así a la realización de su designio. (Cat 306). Los hombres, cooperadores a menudo inconscientes de la voluntad divina, pueden entrar libremente en el plan divino no sólo por sus acciones y oraciones, sino también por sus sufrimientos. Entonces, llegan a ser plenamente colaboradores de Dios y de su Reino (Cat 307). Especialmente, la oración cristiana es cooperación con su providencia y su designio de amor hacia los hombres (Cat 2738).
La providencia de Dios es el amor de Dios en acción. Por eso, lo que ocurre en nuestra vida no es fatalismo determinado por el curso de los astros o de las estrellas como dice la astrología. La vida del hombre no depende de un destino ciego o de la casualidad. No estamos abandonados a nuestra suerte por un creador que se ha olvidado de nosotros; sino todo lo contrario, nos guía con amor en cada uno de nuestros pasos, como un Padre, que vigila los pasos vacilantes de su hijo pequeño.
Felizmente para nosotros, el amor y la misericordia de Dios es más grande que nuestros errores y pecados, y siempre nos da la oportunidad de rectificar el camino. Pero debemos entender que Dios no es un dictador despiadado, que nos obliga a seguir su camino a buenas o a malas. Dios quiere el amor de sus criaturas y el amor sólo es válido, cuando se ama en libertad. Ciertamente, Dios es omnipotente, pero su omnipotencia no es para destruir y matar, sino para construir, amar y hacer felices a los hombres. Su omnipotencia es omnipotencia de amor y sólo puede hacer lo que le inspire su amor hacia los hombres.
Hablar, pues, de la providencia de Dios significa hablar del amor de Dios. Creer en su amor significa creer que tiene el control de todos los detalles que nos suceden y de todo lo que pasa en el universo entero. Sí, Dios rige los astros del firmamento, guía el curso de los planetas y controla la rotación de la tierra. Vela sobre la hormiga que trabaja en su granero, cuida a los insectos que pululan por el aire y sobre cada gota de agua del océano. Ninguna hoja de árbol se agita sin su permiso, ni una brizna de hierba muere sin Él saberlo, ni los granos de arena movidos por el viento. Vela con solicitud sobre las aves y los lirios del campo. En una palabra, creer en su amor providente significa creer que Él cuida de los pasos de cada estrella, de cada ser humano, de cada átomo…, porque su amor omnipotente mueve y da vida a todo lo que existe.
Por eso mismo, hablar de providencia es hablar de seguridad y de tranquilidad existencial, sabiendo que alguien todopoderoso vela sobre nosotros. Y que, por tanto, ningún enemigo, por poderoso que sea, y ninguna fuerza maligna puede hacernos daño, porque nuestro Padre Dios está siempre vigilante. Y, si permite que nos sucedan cosas negativas y que nos toque alguna fuerza del mal, lo hace por nuestro bien.
Santa Teresita del Niño Jesús habla de la providencia de Dios con relación a las distintas vocaciones y dice: Durante mucho tiempo estuve preguntándome a mí misma por qué Dios tenía preferencias, por qué no todas las almas recibían las gracias con igual medida... Me preguntaba por qué los pobres salvajes, por ejemplo, morían en gran número sin haber oído siquiera pronunciar el nombre de Dios... Jesús se dignó instruirme acerca de este misterio. Puso ante mis ojos el libro de la naturaleza y comprendí que todas las flores creadas por él son bellas, que el brillo de la rosa y la blancura de la azucena no le quitan a la diminuta violeta su aroma ni a la margarita su encantadora sencillez... Comprendí que, si todas las flores pequeñas quisieran ser rosas, la naturaleza perdería su gala primaveral, los campos ya no estarían esmaltados de florecillas... Lo mismo acontece en el mundo de las almas, que es el jardín de Jesús. Él ha querido crear santos grandes, que pueden compararse a las azucenas y a las rosas; pero ha creado también otros más pequeños, y éstos han de contentarse con ser margaritas o violetas, destinadas a recrearle los ojos a Dios, cuando mira al suelo. La perfección consiste en hacer su voluntad, en ser lo que Él quiere que seamos.
La providencia de Dios se ocupa de cada flor del campo y de cada alma en particular, como si no hubiera nadie más en el universo. Todo su amor es para cada uno y vela por cada uno en particular. Podríamos decir que la providencia de Dios dirige a todos y cada uno hacia el amor. Somos flores de jardín de Dios, luces de su divino resplandor, hijos de su gran familia, herederos de su reino, y nos ama a cada uno con todo su infinito amor.
Por consiguiente, si no tenemos comida, quiere que la busquemos o la pidamos, pues Él puede dárnosla a través de medios normales, por intermedio de otros hermanos. Y, si estamos enfermos, quiere que vayamos al médico y tomemos las medicinas. Y, si necesitamos trabajo para vivir, Él quiere que lo busquemos y que trabajemos, y no vayamos por el camino fácil del préstamo o de la limosna; pues, si pudiendo trabajar, no queremos trabajar, Dios no nos podrá ayudar.
Pero, si ponemos todo lo posible de nuestra parte, Dios no nos puede pedir más y, aun en el caso de que muriéramos de hambre, podríamos morir tranquilos y Dios nos recibiría contento en su cielo. Si tenemos fe y confiamos en Él, será capaz de hacer hasta milagros espectaculares para demostrarnos su amor. Por ejemplo, el profeta Elías estaba huyendo de la reina Jezabel y, yendo por el desierto, no tenía nada para comer… Y Dios mandó un ángel para darle una torta cocida y una vasija de agua (1 Re 19,6). Y, cuando huía de Ajab, y estaba junto al torrente Querit, los cuervos le llevaban pan por la mañana y carne por la tarde y bebía del agua del torrente (1 Re 17). Y, cuando Elías fue a Sarepta de Sidón, multiplicó la harina y el aceite de una mujer viuda, que le daba de comer. Y le dijo: He aquí lo que dice Yahvé: No faltará harina en la tinaja ni disminuirá el aceite en la vasija hasta el día en que Yahvé haga caer la lluvia sobre la tierra(1 Re 17). También el profeta Eliseo multiplicó el pan para dar de comer a cien personas y multiplicó el aceite a una mujer de Sunam (2 Re 4).
Si tenemos fe, Dios no se dejará ganar en generosidad y siempre estará atento a nuestras necesidades para ayudarnos, especialmente, en casos difíciles, cuando la ayuda humana sea imposible. Y esto, no solamente en necesidades de comida, sino en toda clase de necesidades y problemas de la vida. Dios hizo muchos milagros por medio de los apóstoles, de modo que hasta la sombra de Pedro sanaba a los enfermos (Hech 5,15).
San Pablo, en la isla de Malta, sanó a muchos enfermos. Para los malteses fue providencial que san Pablo estuviera allí después de haber sido librado del naufragio del barco con toda la tripulación. Dios salvó a Pablo de la picadura de la serpiente y así pudo predicarles la palabra de Dios con eficacia (Hech 28).
En el Evangelio vemos cómo Jesús da de comer en dos oportunidades a miles de personas con la multiplicación de los panes y los peces. Y bendice a aquella viuda pobre, que echa unos centavitos en la alcancía del templo (Lc 21,4). Podemos creer que Dios le proporcionó la comida a esta viuda, que confió en el Señor, dándole lo poco que tenía para vivir.
Por eso, podemos creer lo que dice san Pablo: Dios proveerá a todas vuestras necesidades según sus riquezas en Cristo Jesús (Fil 4,19). Además, el mismo Jesús nos ha dicho y nos ha prometido: Dad y se os dará (Lc 6,38). Y todo el que dejare hermanos o hermanas, o padre o madre, o hijos o campos por amor de mi nombre, recibirá cien veces más en esta vida y después la vida eterna (Mt 19,29). Y, sobre todo, nos ha dicho: Buscad primero el reino de Dios y su justicia que todo lo demás se os dará por añadidura (Lc 12,31).
HOMBRES SIN FE
¡Qué triste es ver a muchos hombres sin fe que, al no creer en el amor de Dios, van buscando seguridad en adivinos para que les lean el futuro o les hagan su carta astral para poder así controlar el futuro y poder defenderse de las fuerzas del mal! Sin embargo, no creen en el poder de Dios ni el poder de la oración y sus vidas van cada día más a la deriva, como barcos sin rumbo en medio de las tormentas y dificultades de la vida.
Es lamentable ver cómo proliferan en las grandes ciudades modernas, especialmente del primer mundo, los adivinos, los brujos y toda clase de sectas filosóficas, orientales o de cualquier otro tipo, que tratan de vender la idea de la felicidad a tantos millones de hombres, que están vacíos por dentro. Al no tener fe, quizás tienen una vaga idea de Dios, caminan a oscuras y, cuando tienen problemas, tratan de solucionarlos con amuletos o leyendo los horóscopos.
Incluso, cuando tienen enfermedades, van buscando igualmente mediums o curanderos, que los convencen de sus bondades y, de esta manera, los convierten en clientes fijos. Pero su corazón, alejado de Dios, no puede disfrutar de la auténtica felicidad, que sólo Dios puede dar. Muchos de nuestros contemporáneos ya no creen en milagros ni quieren oír hablar de la providencia de Dios. Para ellos creer en la providencia sería creer que Dios, un ser tan importante, se rebajara para estar pendiente de nuestros pequeños asuntos de cada día, pues creen que tiene cosas más importantes en qué pensar. Ellos no pueden entender que un Dios tan omnipotente e infinito pueda tener tiempo para cuidar de los pajaritos y de las flores del campo. Ellos creen que es suficiente con que este Dios, tan grande y majestuoso, se preocupe del cuidado de los astros y del ir y venir de los planetas y de las estrellas.
Para ellos todo lo que sucede en nuestro mundo se debe a las causas segundas, como dicen los filósofos, es decir, simplemente, a la relación de causa-efecto de las fuerzas naturales. No pueden creer que este Dios pueda ser tan humano y cariñoso como para cuidar de los mínimos detalles de sus hijos. Ellos no pueden entender ni podrán entender nunca a un Dios humano como Jesús, que amaba a los niños y curaba a los enfermos. Nunca podrán entender que Dios se rebaje hasta el punto de cuidar nuestra vida y guiarnos, personalmente, hacia el bien y la felicidad.
Por eso, nosotros debemos hacer un acto de fe en el amor de Dios y en su providencia. Dios no sólo cuida de los pajaritos, sino también de los más pequeños de los seres humanos. Como dice Jesús: Mirad de no despreciar a ninguno de estos pequeñitos, porque, en verdad, os digo que sus ángeles ven de continuo en el cielo el rostro de mi Padre celestial... La voluntad de vuestro Padre, que está en los cielos, es que no se pierda ninguno de estos pequeñitos (Mt 18, 10-14). No temas, rebañito mío, porque vuestro Padre se ha complacido en daros el reino (Lc 12,32). Hasta los cabellos de vuestra cabeza los tiene contados (Lc 12,7). Sí, existe la providencia de Dios, porque Dios nos ama.
LA PROVIDENCIA DE DIOS
La providencia de Dios es el cuidado y solicitud que Dios tiene sobre todas sus criaturas, procurándoles todo lo que necesitan. El Catecismo de la Iglesia Católica dice que la solicitud de la divina providencia… tiene cuidado de todo, desde las cosas más pequeñas hasta los más grandes acontecimientos del mundo y de la historia (Cat 303). Pero Dios no da solamente a sus criaturas la existencia, les da también la dignidad de actuar por sí mismas, de ser causas y principios unas de otras y de cooperar así a la realización de su designio. (Cat 306). Los hombres, cooperadores a menudo inconscientes de la voluntad divina, pueden entrar libremente en el plan divino no sólo por sus acciones y oraciones, sino también por sus sufrimientos. Entonces, llegan a ser plenamente colaboradores de Dios y de su Reino (Cat 307). Especialmente, la oración cristiana es cooperación con su providencia y su designio de amor hacia los hombres (Cat 2738).
La providencia de Dios es el amor de Dios en acción. Por eso, lo que ocurre en nuestra vida no es fatalismo determinado por el curso de los astros o de las estrellas como dice la astrología. La vida del hombre no depende de un destino ciego o de la casualidad. No estamos abandonados a nuestra suerte por un creador que se ha olvidado de nosotros; sino todo lo contrario, nos guía con amor en cada uno de nuestros pasos, como un Padre, que vigila los pasos vacilantes de su hijo pequeño.
Felizmente para nosotros, el amor y la misericordia de Dios es más grande que nuestros errores y pecados, y siempre nos da la oportunidad de rectificar el camino. Pero debemos entender que Dios no es un dictador despiadado, que nos obliga a seguir su camino a buenas o a malas. Dios quiere el amor de sus criaturas y el amor sólo es válido, cuando se ama en libertad. Ciertamente, Dios es omnipotente, pero su omnipotencia no es para destruir y matar, sino para construir, amar y hacer felices a los hombres. Su omnipotencia es omnipotencia de amor y sólo puede hacer lo que le inspire su amor hacia los hombres.
Hablar, pues, de la providencia de Dios significa hablar del amor de Dios. Creer en su amor significa creer que tiene el control de todos los detalles que nos suceden y de todo lo que pasa en el universo entero. Sí, Dios rige los astros del firmamento, guía el curso de los planetas y controla la rotación de la tierra. Vela sobre la hormiga que trabaja en su granero, cuida a los insectos que pululan por el aire y sobre cada gota de agua del océano. Ninguna hoja de árbol se agita sin su permiso, ni una brizna de hierba muere sin Él saberlo, ni los granos de arena movidos por el viento. Vela con solicitud sobre las aves y los lirios del campo. En una palabra, creer en su amor providente significa creer que Él cuida de los pasos de cada estrella, de cada ser humano, de cada átomo…, porque su amor omnipotente mueve y da vida a todo lo que existe.
Por eso mismo, hablar de providencia es hablar de seguridad y de tranquilidad existencial, sabiendo que alguien todopoderoso vela sobre nosotros. Y que, por tanto, ningún enemigo, por poderoso que sea, y ninguna fuerza maligna puede hacernos daño, porque nuestro Padre Dios está siempre vigilante. Y, si permite que nos sucedan cosas negativas y que nos toque alguna fuerza del mal, lo hace por nuestro bien.
Santa Teresita del Niño Jesús habla de la providencia de Dios con relación a las distintas vocaciones y dice: Durante mucho tiempo estuve preguntándome a mí misma por qué Dios tenía preferencias, por qué no todas las almas recibían las gracias con igual medida... Me preguntaba por qué los pobres salvajes, por ejemplo, morían en gran número sin haber oído siquiera pronunciar el nombre de Dios... Jesús se dignó instruirme acerca de este misterio. Puso ante mis ojos el libro de la naturaleza y comprendí que todas las flores creadas por él son bellas, que el brillo de la rosa y la blancura de la azucena no le quitan a la diminuta violeta su aroma ni a la margarita su encantadora sencillez... Comprendí que, si todas las flores pequeñas quisieran ser rosas, la naturaleza perdería su gala primaveral, los campos ya no estarían esmaltados de florecillas... Lo mismo acontece en el mundo de las almas, que es el jardín de Jesús. Él ha querido crear santos grandes, que pueden compararse a las azucenas y a las rosas; pero ha creado también otros más pequeños, y éstos han de contentarse con ser margaritas o violetas, destinadas a recrearle los ojos a Dios, cuando mira al suelo. La perfección consiste en hacer su voluntad, en ser lo que Él quiere que seamos.
La providencia de Dios se ocupa de cada flor del campo y de cada alma en particular, como si no hubiera nadie más en el universo. Todo su amor es para cada uno y vela por cada uno en particular. Podríamos decir que la providencia de Dios dirige a todos y cada uno hacia el amor. Somos flores de jardín de Dios, luces de su divino resplandor, hijos de su gran familia, herederos de su reino, y nos ama a cada uno con todo su infinito amor.
Autor: P. Angel Peña O.A.R.
No hay comentarios:
Publicar un comentario