El Señor dijo: “Mis ovejas escuchan la voz, y yo los
conozco; ellas me siguen y yo les doy vida eterna”. Sobre el mismo tema, Él
dijo un poco más adelante: “Yo soy la puerta; si uno entra por mí, estará a
salvo; entrará y saldrá y encontrará pasto” (Juan 10,9). Entrará por la fe, Él
saldrá pasando de la fe hacia la visión cara a cara, de la creencia a la
contemplación, y encontrará un pasto a su llegada al festín eterno.
Las ovejas del
Buen Pastor encuentran por tanto el pasto, pues todos los que le siguen con un
corazón humilde, son alimentados con el pasto de las praderas eternamente
verdes. ¿Y cuál es el pasto de esas ovejas, sino las alegrías interiores de un
paraíso eternamente verde? El pasto de los elegidos, es el rostro de Dios,
siempre presente: y cuando lo contemplamos sin interrupción, el alma se sacia
sin fin de un alimento de vida...
Busquemos pues, hermanos queridos, este pasto en el que
encontraremos nuestra alegría, fruto de esa fiesta que se celebra en el cielo
por tantos de nuestros ciudadanos. Que su júbilo nos estimule... ¡Despertemos
nuestras almas, hermanos míos! Que nuestra fe, sienta el calor de aquello en lo
que creemos, que los bienes de lo Alto enciendan nuestros deseos. Amar así ya
es estar en camino. No dejemos que ninguna prueba nos desvíe de la felicidad de
esta fiesta interior, porque si deseamos llegar a la meta que nos hemos fijado,
ninguna dificultad puede disuadir ese deseo. No dejemos que nos seduzcan falsas
victorias. Sería estúpido el viajero que deslumbrado por el espectáculo del
maravilloso paisaje, olvide a mitad de camino el destino de su viaje.
San Gregorio Magno ( c.540-604), papa y doctor de la Iglesia.
Homilías sobre el Evangelio, n°14 (trad. cf breviario 4º domingo de Pascua)
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