¿Qué era Emaús?
Emaús estaba a unos 11
kilómetros de Jerusalén. Estaba cerca y lejos. Cerca, para volver por cualquier
noticia; lejos, para estar seguros de cualquier persecución. Era el lugar
ideal: ni con Cristo, ni contra Él.
Es el estado típico de
muchos cristianos de hoy: ni con Cristo, ni contra Él. ¡Cuántas veces vivimos
nosotros así! Estamos con Cristo, pero sólo hasta donde nosotros le permitimos,
ni un paso más; pero también refleja el estado de muchos de nosotros que seguimos
a Cristo sin reconocerlo como tal; muchos de nosotros, como los de Emaús, con
el Cristo de una esperanza muerta.
¿Por qué fueron a Emaús?
Estos discípulos habrán
visto muchos milagros de Jesús, quizá convivieron con Él durante mucho tiempo;
“lo conocían”, o al menos creían conocerlo; supusieron cosas y se equivocaron.
En nuestras vidas suponemos muchas cosas y esto nos lleva a equivocarnos.
¿Por qué se fueron a Emaús?
Ellos mismo nos lo dicen: “Lo de Jesús el Nazareno, que fue un profeta poderoso
en obras y palabras delante de Dios y de todo el pueblo”.
Llevaban muchos años con Él
y aún no lo reconocían como el Mesías. Era sólo un profeta, poderoso sí, pero
no el Mesías, su mesías, el salvador de sus vidas; el salvador en sus vidas.
Y esto quizá se dé también
en nuestras vidas. Reconocemos que Jesús es alguien grande, poderoso, pero no
el Mesías: mi Salvador. Y no supongamos esto, porque nos equivocaríamos. Cristo
es Dios, Rey. ¿Es el rey de tu corazón?
No sigas a un profeta; a un
filósofo; sigue a Jesús y Él es Dios. Lo puede todo en tu vida, Todo.
Camino de Emaús, Jesús les
sale a su paso y no le reconocen
Dice el Evangelio: “Ellos se
pararon con aire entristecido”. El camino a Emaús es un camino triste. Seguir a
un profeta no nos llena, más bien, nos llena pero de tristeza. Y ¿por qué?
Porque estamos hechos para Dios, somos unos buscadores de Dios. En palabras de
nuestro Beato Juan Pablo II: “En realidad, es a Jesús a quien buscáis cuando
soñáis la felicidad; es Él quien os espera cuando no os satisface nada de lo
que encontráis; es Él la belleza que tanto os atrae; es Él quien os provoca con
esa sed de radicalidad que no os permite caer en el conformismo...Es Él quien
suscita en vosotros el deseo de hacer de vuestra vida algo grande..., la valentía
de comprometeros para mejoraros a vosotros mismos y a la sociedad.” (Juan Pablo
II a los jóvenes en Tor Vergata, 19 de agosto del 2000).
Si en nuestras vidas brilla
la tristeza, quizá sea porque nos falta hacer la experiencia de un Dios vivo:
hablarle como tal, seguirlo como tal.
Y vean detalle: Jesús les
sale a su paso, así, tristes, Él va y los busca; Jesús se hace el encontradizo
y les comienza a explicar las Escrituras. ¡Claro que les comenzó a arder el
corazón! Si Jesús está muerto, las Escrituras son letra muerta o poco más. Las
Escrituras adquieren su verdadero sentido cuando Cristo está vivo, rompen el
molde frío de las letras y se convierten en dardos que se van insertando en
nuestro corazón.
Y no le reconocen; creo que
hay muchas razones, yo les propongo una: no le reconocen porque para ellos
Jesús está muerto. En nuestras vidas nos pasa igual: si no reconocemos a Jesús,
es porque buscamos mal, buscamos entre los muertos, y este es nuestro gran
error. A Jesús hay que buscarlo entre los vivos, Cristo vive, y esto no es una
poesía; estamos tocando el corazón de nuestra fe.
Al partir el pan se les
abrieron los ojos
Y la máxima expresión del
ser vivo de Jesús es la Eucaristía. Estos dos de Emaús descubrieron al amigo
precisamente al partir el pan: en la Eucaristía.
Ojalá nosotros nos enseñemos
a reconocerle en la Eucaristía. Es la presencia viva de Jesús. Ojalá la Eucaristía
nos vaya abriendo los ojos para que encontremos a Dios en nuestras vidas, a un
Dios vivo, cercano, que está a nuestro lado.
Ojalá que al final de cada
Misa inventemos un pretexto para pedirle que se quede con nosotros, como lo
hicieron los de Emaús: «Quédate con nosotros, porque atardece y el día ya ha
declinado».
Y Jesús entró y se quedó con
ellos. Esta es la oportunidad de nuestra vida, que hoy Él se quede con nosotros
y nos haga ver la luz que brilla junto a la Esperanza de la presencia de Cristo
que nunca falta.
NO DIGAS PADRE...
No digas Padre, si cada día
no te portas como su hijo.
No digas Nuestro, si vives
aislado en tu egoísmo.
No digas que estás en los
cielos, si sólo piensas en las cosas terrenales.
No digas santificado sea tu
nombre, si no lo honras.
No digas venga a nosotros tu
Reino, si lo confundes con el éxito material.
No digas hágase tu voluntad,
si no estás dispuesto a aceptarla aun cuando sea dolorosa.
No digas el pan nuestro de
cada día danos hoy, si teniendo, no te preocupas por el hambriento.
No digas perdona nuestras
ofensas, si le guardas rencor a tu prójimo.
No digas no nos dejes caer
en la tentación, si tienes intención de seguir pecando.
No digas líbranos del mal,
si no tomas parte activa contra el mal.
No digas Amén, si no has
tomado en serio la palabra del Padre Nuestro.
Autor: P. Dennis Doren L.C. Fuente: churchforum.org
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