miércoles, 10 de abril de 2013

Emaús, ni lejos ni cerca





¿Qué era Emaús?

Emaús estaba a unos 11 kilómetros de Jerusalén. Estaba cerca y lejos. Cerca, para volver por cualquier noticia; lejos, para estar seguros de cualquier persecución. Era el lugar ideal: ni con Cristo, ni contra Él.

Es el estado típico de muchos cristianos de hoy: ni con Cristo, ni contra Él. ¡Cuántas veces vivimos nosotros así! Estamos con Cristo, pero sólo hasta donde nosotros le permitimos, ni un paso más; pero también refleja el estado de muchos de nosotros que seguimos a Cristo sin reconocerlo como tal; muchos de nosotros, como los de Emaús, con el Cristo de una esperanza muerta.

¿Por qué fueron a Emaús?

Estos discípulos habrán visto muchos milagros de Jesús, quizá convivieron con Él durante mucho tiempo; “lo conocían”, o al menos creían conocerlo; supusieron cosas y se equivocaron. En nuestras vidas suponemos muchas cosas y esto nos lleva a equivocarnos.

¿Por qué se fueron a Emaús? Ellos mismo nos lo dicen: “Lo de Jesús el Nazareno, que fue un profeta poderoso en obras y palabras delante de Dios y de todo el pueblo”.

Llevaban muchos años con Él y aún no lo reconocían como el Mesías. Era sólo un profeta, poderoso sí, pero no el Mesías, su mesías, el salvador de sus vidas; el salvador en sus vidas.

Y esto quizá se dé también en nuestras vidas. Reconocemos que Jesús es alguien grande, poderoso, pero no el Mesías: mi Salvador. Y no supongamos esto, porque nos equivocaríamos. Cristo es Dios, Rey. ¿Es el rey de tu corazón?

No sigas a un profeta; a un filósofo; sigue a Jesús y Él es Dios. Lo puede todo en tu vida, Todo.

Camino de Emaús, Jesús les sale a su paso y no le reconocen

Dice el Evangelio: “Ellos se pararon con aire entristecido”. El camino a Emaús es un camino triste. Seguir a un profeta no nos llena, más bien, nos llena pero de tristeza. Y ¿por qué? Porque estamos hechos para Dios, somos unos buscadores de Dios. En palabras de nuestro Beato Juan Pablo II: “En realidad, es a Jesús a quien buscáis cuando soñáis la felicidad; es Él quien os espera cuando no os satisface nada de lo que encontráis; es Él la belleza que tanto os atrae; es Él quien os provoca con esa sed de radicalidad que no os permite caer en el conformismo...Es Él quien suscita en vosotros el deseo de hacer de vuestra vida algo grande..., la valentía de comprometeros para mejoraros a vosotros mismos y a la sociedad.” (Juan Pablo II a los jóvenes en Tor Vergata, 19 de agosto del 2000).

Si en nuestras vidas brilla la tristeza, quizá sea porque nos falta hacer la experiencia de un Dios vivo: hablarle como tal, seguirlo como tal.

Y vean detalle: Jesús les sale a su paso, así, tristes, Él va y los busca; Jesús se hace el encontradizo y les comienza a explicar las Escrituras. ¡Claro que les comenzó a arder el corazón! Si Jesús está muerto, las Escrituras son letra muerta o poco más. Las Escrituras adquieren su verdadero sentido cuando Cristo está vivo, rompen el molde frío de las letras y se convierten en dardos que se van insertando en nuestro corazón.

Y no le reconocen; creo que hay muchas razones, yo les propongo una: no le reconocen porque para ellos Jesús está muerto. En nuestras vidas nos pasa igual: si no reconocemos a Jesús, es porque buscamos mal, buscamos entre los muertos, y este es nuestro gran error. A Jesús hay que buscarlo entre los vivos, Cristo vive, y esto no es una poesía; estamos tocando el corazón de nuestra fe.

Al partir el pan se les abrieron los ojos

Y la máxima expresión del ser vivo de Jesús es la Eucaristía. Estos dos de Emaús descubrieron al amigo precisamente al partir el pan: en la Eucaristía.

Ojalá nosotros nos enseñemos a reconocerle en la Eucaristía. Es la presencia viva de Jesús. Ojalá la Eucaristía nos vaya abriendo los ojos para que encontremos a Dios en nuestras vidas, a un Dios vivo, cercano, que está a nuestro lado.

Ojalá que al final de cada Misa inventemos un pretexto para pedirle que se quede con nosotros, como lo hicieron los de Emaús: «Quédate con nosotros, porque atardece y el día ya ha declinado».

Y Jesús entró y se quedó con ellos. Esta es la oportunidad de nuestra vida, que hoy Él se quede con nosotros y nos haga ver la luz que brilla junto a la Esperanza de la presencia de Cristo que nunca falta.

NO DIGAS PADRE...

No digas Padre, si cada día no te portas como su hijo.

No digas Nuestro, si vives aislado en tu egoísmo.

No digas que estás en los cielos, si sólo piensas en las cosas terrenales.

No digas santificado sea tu nombre, si no lo honras.

No digas venga a nosotros tu Reino, si lo confundes con el éxito material.

No digas hágase tu voluntad, si no estás dispuesto a aceptarla aun cuando sea dolorosa.

No digas el pan nuestro de cada día danos hoy, si teniendo, no te preocupas por el hambriento.

No digas perdona nuestras ofensas, si le guardas rencor a tu prójimo.

No digas no nos dejes caer en la tentación, si tienes intención de seguir pecando.

No digas líbranos del mal, si no tomas parte activa contra el mal.

No digas Amén, si no has tomado en serio la palabra del Padre Nuestro.

Autor:  P. Dennis Doren L.C. Fuente: churchforum.org

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