Si hay
aquí alguno que esté esclavizado por el pecado, que se disponga por la fe a la
regeneración que nos hace hijos adoptivos y libres; y así, libertado de la
pésima esclavitud del pecado y sometido a la dichosa esclavitud del Señor, será
digno de poseer la herencia celestial. Despojaos, por la confesión de vuestros
pecados, del hombre viejo, viciado por las concupiscencias engañosas, y vestíos
del hombre nuevo que se va renovando según el conocimiento de su creador.
Adquirid, mediante vuestra fe, las arras del Espíritu Santo, para que podáis
ser recibidos en la mansión eterna. Acercaos a recibir el sello
sacramental, para que podáis ser reconocidos favorablemente por aquel que es
vuestro dueño. Agregaos al santo y racional rebaño de Cristo, para que un día,
separados a su derecha, poseáis en herencia la vida que os está preparada.
Porque
los que conserven adherida la aspereza del pecado, a manera de una piel velluda,
serán colocados a la izquierda, por no haberse querido beneficiar de la gracia
de os, que se obtiene por Cristo a través del baño de regeneración. Me refiero
no a una regeneración corporal, sino al nuevo nacimiento del alma. Los cuerpos,
en efecto, son engendrados por nuestros padres terrenos, pero las almas son
regeneradas por la fe, porque el Espíritu sopla donde quiere. Y así
entonces, si te has hecho digno de ello, podrás escuchar aquella voz: Muy
bien. Eres un empleado fiel y cumplidor, a saber, si tu conciencia es
hallada limpia y sin falsedad.
Pues, si
alguno de los aquí presentes tiene la pretensión de poner a prueba la gracia de
Dios, se engaña a sí mismo e ignora la realidad de las cosas. Procura, oh
hombre, tener un alma sincera y sin engaño, porque Dios penetra en el interior
del hombre.
El tiempo
presente es tiempo de reconocer nuestros pecados. Reconoce el mal que has
hecho, de palabra o de obra, de día o de noche. Reconócelo ahora que es el
tiempo propicio, y en el día de la salvación recibirás el tesoro celeste.
Limpia tu
recipiente, para que sea capaz de una gracia más abundante, porque el perdón de
los pecados se da a todos por igual, pero el don del Espíritu Santo se concede
a proporción de la fe de cada uno. Si te esfuerzas poco, recibirás poco, si
trabajas mucho, mucha será tu recompensa. Corres en provecho propio, mira,
pues, tu conveniencia.
Si tienes
algo contra alguien, perdónalo. Vienes para alcanzar el perdón de los pecados:
es necesario que tú también perdones al que te ha ofendido.
Autor: San Cirilo de Jerusalén, padre de la Iglesia, siglo IV. 1,2-3. 5-6: PG 33, 371, 375-378)
Oración
a san Cirilo de Jerusalén
Padre
misericordioso, que por medio del obispo san Cirilo de Jerusalén diste a tu
Iglesia un conocimiento más profundo de los misterios de salvación, permítenos
conocer de tal manera a tu Hijo que podamos participar abundantemente de su
vida divina. Que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo, y es
Dios, por los siglos de los siglos.
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