Yo también
alguna vez allá en el mundo, corría por las carreteras de España, ilusionado de
poner el marcador del automóvil a 120 km por hora... ¡Qué estupidez! Cuando me
di cuenta de que el horizonte se me acababa, sufrí la decepción del que goza la
libertad de la tierra... pues la tierra es pequeña y, además, se acaba con
rapidez. Horizontes pequeños y limitados rodean al hombre, y para el que tiene
un alma sedienta de horizontes infinitos... los de la tierra no le bastan... le
ahogan. No hay mundo bastante para él, y sólo encuentra lo que busca en la
grandeza e inmensidad de Dios. ¡Hombres libres que recorréis el
planeta! No os envidio vuestra vida sobre el mundo. Encerrado en un
convento, y a los pies de un crucifijo, tengo libertad infinita, tengo un
cielo..., tengo a Dios. ¡Qué suerte tan grande es tener un corazón enamorado de
El!...
¡Pobre hermano Rafael!... Sigue esperando... sigue esperando con esa dulce serenidad que da la esperanza cierta. Sigue quieto, clavado, prisionero de tu Dios, a los pies de su Sagrario. Escucha el lejano alboroto que hacen los hombres al gozar breves días su libertad por el mundo. Escucha de lejos sus voces, sus risas, sus llantos, sus guerras... Escucha y medita un momento. Medita en un Dios infinito... en el Dios que hizo la tierra y los hombres, el dueño absoluto de cielos y tierras, de ríos y mares; el que en un instante, con sólo quererlo, con sólo pensarlo, creó de la nada todo cuanto existe.
Medita un momento en la vida de Cristo y verás que en ella no hay libertades, ni ruido, ni voces... Verás al Hijo de Dios, sometido al hombre. Verás a Jesús obediente, sumiso, y que con serena paz, sólo tiene por ley de su vida cumplir la voluntad de su Padre. Y, por último, contempla a Cristo clavado en Cruz... ¡Á qué hablar de libertades!
¡Pobre hermano Rafael!... Sigue esperando... sigue esperando con esa dulce serenidad que da la esperanza cierta. Sigue quieto, clavado, prisionero de tu Dios, a los pies de su Sagrario. Escucha el lejano alboroto que hacen los hombres al gozar breves días su libertad por el mundo. Escucha de lejos sus voces, sus risas, sus llantos, sus guerras... Escucha y medita un momento. Medita en un Dios infinito... en el Dios que hizo la tierra y los hombres, el dueño absoluto de cielos y tierras, de ríos y mares; el que en un instante, con sólo quererlo, con sólo pensarlo, creó de la nada todo cuanto existe.
Medita un momento en la vida de Cristo y verás que en ella no hay libertades, ni ruido, ni voces... Verás al Hijo de Dios, sometido al hombre. Verás a Jesús obediente, sumiso, y que con serena paz, sólo tiene por ley de su vida cumplir la voluntad de su Padre. Y, por último, contempla a Cristo clavado en Cruz... ¡Á qué hablar de libertades!
Autor: San
Rafael Arnáiz Barón (1911-1938), monje trapense español. Escritos
Espirituales, 15/12/1936 Fuente: evangeliodeldia.org
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