Es con verdadera emoción que me
encuentro por segunda vez en México, y ahora no como simple turista, sino para
tomar parte activa en este XXVIII Congreso Nacional de Música Sagrada. Como
“preside” – o director – del Pontificio Istituto di Musica Sacra no pude
rehusar la amable invitación episcopal. El Exc.mo Sr. Obispo Francisco Moreno
Barrón se personó en Roma para formular tal invitación, y aunque fuera para mí
algo complicado dejar el Instituto y la Basílica de Santa María la Mayor
durante tantos días, juzgué que valía la pena hacer un esfuerzo para venir a
México, y por muchas y poderosas razones, a más de la amabilidad que suponía la
invitación y el afecto con el que estábamos más que seguros que seríamos
recibidos, puesto que ya tenía la experiencia del pasado viaje y, además, el
trato con estudiantes y maestros mexicanos es para mí una agradable relidad de
todos los días.
Este es el punto que considero el más importante, o sea las hondas y provechosas relaciones que el PIMS tuvo ya desde su fundación – y está teniendo en nuestros días – con México, con el mundo musical y litúrgica de la Iglesia de México. Las experiencias que voy a vivir – que estoy viviendo – en estos días son para mí muy enriquecedoras, y tal vez la presencia y el trato con el Preside de Música Sacra, junto con el Maestro Parodi, puede ser benéfico para dar un espaldarazo a vuestras fatigas y empeños. No puedo dejar de pensar – in primis – en las escuelas de música sacra de México, especialmente en las que están vinculadas a nosotros por lazos de afiliación. Estos lazos, para que sean efectivos, necesitan del contacto vivo con las personas y las instituciones. Hay que trazar juntos un balance de la situación actual, y juntos mirar cómo podemos avanzar para obtener siempre mejores resultados.
Les ruego, pues, que acepten mi modesta persona como si se tratara de un mensajero de la música sacra. Efectivamente, yo no soy especialista ni en musicología, ni en canto gregoriano, ni en liturgia y tanto menos en historia, sino que yo me defino como un músico práctico, a quien ha tocado sin embargo la responsabilidad, en momentos delicados, de representar de alguna manera la música litúrgica de la Iglesia católica desde una institución académica pontificia. Y les puedo asegurar que, desde hace ya diez años, pongo en ello mi máximo empeño y toda la buena voluntad de qué soy capaz. Que no se busque, pues, en mis intervenciones un rigor científico que no es de mi especialidad, sino la buena voluntad de un mensajero que cree un deber moral hablar también de las cosas que practica. Sólo bajo estas condiciones he aceptado varias invitaciones a hablar en congresos y jornadas de estudio.
Otra premisa que me parece útil es esta: que voy a usar ordinariamente la expresión «música sacra» en el sentido de “música litúrgica”, o sea destinada a la celebración de los sagrados misterios, en el mismo sentido en que viene usada en los documentos de la Iglesia, inclusive el documento de san Pío X. Es importante, ya que la expresión “música sacra” se presta a confusión. Hay, sin duda, música sacra cuyo destino no es la liturgia, sino el concierto. Y aún aquí cabría distinguir: hay música sacra, basada sobre texto litúrgico, que en algunas latitudes es exclusivamente “de concierto”, por sentido común, mientras que en otras se ejecuta en las iglesias como música litúrgica: las misas de Mozart o de Schubert, por ejemplo, son “de concierto” en el mundo latino, mientras que en el mundo anglosajón se ejecutan todavía en celebraciones eucarísticas.
Veremos que el mismo san Pío X deja la puerta abierta a estas posibilidades, con delicado sentido pastoral, y con ciertas condiciones. Las Pasiones y las Cantatas de Bach son música “de concierto” para nosotros, mientras que son música litúrgica para las iglesias reformadas. Un “Requiem alemán” de Brahms (“Ein deutsches Requiem”), aunque se base exclusivamente sobre textos de la Sagrada Escritura, creo que no tiene cabida en ninguna liturgia, ni en rito católico ni protestante; es música pensada por el mismo autor para el concierto. No digo “sala de concierto”, ya que puede haber también concierto en las iglesias, aunque sería mejor llamarlo “elevación espiritual”, acompañada de lecturas.
La misma instrucción de la Sagrada Congregación de Ritos del 1967, relativa al cap. VI de la constitución “Sacrosanctum Concilium” sobre la liturgia, del Vaticano II, exhorta a dar cabida en este tipo de marco espiritual a aquellas músicas, sacras o religiosas, que no pueden razonablemente entrar en la liturgia, empezando por aquellas que eran usuales antes de la reforma conciliar (pienso, por ejemplo, en los responsorios de la Semana Santa de T.L. de Victoria y de otros grandes polifonistas).
Nuestra consideración va a partir de la historia próxima, o sea de los primeros años del siglo XIX. En 1903 se produce un hecho de capital importancia para la música sacra. Es el “motu proprio” de san Pío X; la conmemoración de su centenario, que dió ocasión al quirógrafo de Juan Pablo II, es todavía reciente. Por eso voy a insistir en este capítulo.
Autor: Mons. Valentino Miserachs Grau |
Fuente: Mscperu.org
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