viernes, 8 de junio de 2012

Corpus & CUMPLA LA VOLUNTAD DE MI PADRE



«Esta es mi sangre, derramada por vosotros»
 
        Los amantes de este mundo demuestran su generosidad dando dinero, vestidos, regalos diversos; nadie da su sangre. Cristo, la da; demuestra así la ternura que nos tiene y el ardor de su amor. Bajo la antigua Ley... Dios aceptaba recibir la sangre de los sacrificios, pero era para impedir que su pueblo la ofreciera a los ídolos, y ya era prueba de un amor muy grande. Pero Cristo cambió este rito; la víctima no es la misma: es él mismo el que se ofrece en sacrificio.

        "¿El pan que partimos, no es la comunión con el cuerpo del Cristo?" (1Co 10,16)... ¿Qué es este pan? El cuerpo de Cristo. ¿En qué se convierten los que comulgan? En el cuerpo de Cristo: no una multitud de cuerpos sino un cuerpo único. Lo mismo que el pan, compuesto de tantos granos de trigo, es un solo pan donde los granos desaparecen y lo mismo que los granos subsisten allí pero es imposible distinguirlos en la masa tan bien unida, así nosotros todos, unidos con Cristo, no somos más que uno... ¿Ahora, si todos nosotros participamos del mismo pan, y si todos estamos unidos entre nosotros con Cristo, por qué no mostramos el mismo amor? ¿Por qué no nos hacemos uno en esto también?

        Así era al principio: "la multitud de los creyentes tenían un sólo corazón y una sola alma" (Hch. 4, 32)... Cristo vino a buscarte, tú que estabas lejos de él, para unirse a ti; ¿y tú, no quieres ser uno con tu hermano?... ¡Te separas violentamente de él, después de haber conseguido del Señor una gran prueba de amor - y la vida! En efecto, no sólo dio su cuerpo, sino que como nuestra carne, arrastrada por tierra, había perdido la vida y había muerto por el pecado, introdujo en ella, por así decirlo, otra sustancia, como un fermento: su propia carne, su carne de la misma naturaleza que la nuestra pero exenta de pecado y llena de vida. Y nos la dio a todos, con el fin de que, alimentados en este banquete con esta nueva carne... pudiéramos entrar en la vida inmortal.

Autor: San Juan Crisóstomo (v. 345-407), sacerdote en Antioquía, después obispo de Constantinopla, doctor de la Iglesia. Homilía 24 sobre la 1ª carta a los Corintios, 2; PG 61, 199



Calificaciones contradictorias. Es impresionante el manoseo a que es sometido el mismo Señor, incluso por sus parientes y allegados. “Es un exaltado”, afirman unos. “Está endemoniado”, dicen otros. Cuando sufrimos en carne propia tales calificaciones percibimos el dolor, aveces atroz, de la injusticia y de cierta impunidad. Las leyes nos protegen, con relativa seguridad, de las agresiones físicas; no tanto de las que afectan nuestro buen nombre y fama. Con una facilidad asombrosa cualquiera dice lo que se le ocurre de cualquiera. La lengua, utilizada como arma mortífera, logra herir a las personas hasta el punto de privarlas de su vida moral y cívica. Lo comprobamos a diario. Nos hemos acostumbrado al manoseo selvático que no se detiene ante lo considerado más sagrado. Dios se anonada, dirá San Pablo, en el misterio de la Encarnación. Se acerca de tal modo a nosotros que podemos tocarlo, y hasta ultrajarlo.

No oculta la verdad. Quizás sea desmedida la expresión, pero responde a una realidad dolorosa. Hay un mundo insolente que se exhibe sin pudor en las circunstancias más solemnes de la vida. Un mundo que no respeta valores y personas, como los niños faltos de razón, sin capacidad de reconocer la dignidad de nadie. Jesús padece la incomprensión de quienes convivieron con él y no llegaron a conocerlo. Advierte que nadie es profeta en su tierra y decide no manifestarse, con sus signos propios, entre los suyos. Sufre el rechazo y el desconocimiento de su pueblo amado, y no disimula su disgusto. No actúa ocultando su verdad cuando debe manifestarla, pero se ampara en un silencio cerrado cuando la frivolidad de Herodes pretende curiosear en el misterio de su verdadera misión. Es preciso conocer su verdadero perfil. Se deberá proceder desde una mirada respetuosa que indague en su intimidad inefable, accesible, únicamente, a quienes lo buscan con sincera honestidad.

El aprecio por los mejores no es unánime. Los discípulos que presencian esas consternantes escenas van sorbiendo la enseñanza. El amor al Maestro los impulsa a rechazar las calificaciones de exaltado y endemoniado. Han podido comprobar cuánta sabiduría contiene la personalidad del Señor y Amigo. Las pruebas posteriores evidenciarán que las actitudes descalificatorias no están inspiradas en la verdad. Se nos ha dado experimentar, con mucha frecuencia, que las contradicciones sostenidas como verdad por algunas personas, proceden de ópticas e intereses increíblemente opuestos.

Mons. Domingo Salvador Castagna
Arzobispo de la Arquidiócesis de Corrientes, Argentina

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