Cuál es la necesidad más radical del ser
humano? El deseo más básico y elemental para ser feliz? Sentirse amado, para
siempre. Es decir, vivir una vida en plenitud enfocada hacia la vida eterna, e
ir con las personas que se aman. Hay momentos importantes en la vida que
descubrimos eso, vemos que sí, que “eso es ´vida´ de verdad, la felicidad, que
es lo que queremos para siempre”. De eso trata Benedicto XVI en las dos
Encíclicas, la que escribió sobre el amor y ahora sobre la esperanza.
El corazón de Dios se vuelca en nosotros como hijos suyos, más allá de la realidad concreta de nuestras obras buenas o malas. El otra día un niño, enfadado con su padre, le decía: “¡ya no te quiero!” y el padre le contestaba: “pues yo sí, te seguiré queriendo siempre”. Así hace Dios... Cuantas angustias se han causado, por no explicar bien como es Dios, mostrandolo como "justiciero"... toda justicia divina hay que entenderla desde esta misericordia.
Dicen de un niño que era un desastre, la maestra en lugar de reñirlo se le acercó, él esperaba ya una bofetada, pero ella le dio un beso, y le ayudó. Al cabo de los años, el chico, ya bien situado a la vida, le escribió a la maestra que no había tenido experiencia de los padres, vivía con unos tios, y “el beso de aquel día fue el primero que recuerda de su vida”, que a partir de aquel momento cambió. Eso el que hace el amor, nos lleva a la salvación, en una sociedad inmersa dentro del remolino de mejorar el bienestar temporal: nos ayuda a verlo todo -el hombre y la creación entera- desde la felicidad última, no solo lo que somos sino sobre todo lo que estamos llamados a ser. Ante la pregunta: ¿Por qué nada del mundo constituye por nosotros un fin que nos satisfaga?, la esperanza nos lleva siempre más allá de las actuales conquistas, es una sed de infinitud que no puede ser satisfecha dentro del horizonte de este mundo, y el corazón del hombre se acoge a un deseo que nos dirige más allá, hacia el final de los tiempo. “Solo cuando el futuro es cierto como realidad positiva se hace llevadero también el presente... la puerta oscura del tiempo, del futuro, se ha abierto de par en par. Quien tiene esperanza vive de otro manera; se le ha dado una vida nueva”, nos dice el Papa; como descubrió la africana Bakhita en su conversión: “yo soy definitivamente amada, pase lo que pase; este gran Amor me espera. Por eso mi vida es bella... ya no se sentia esclava, sino hija libre de Dios”.
Y eso cambia la sociedad desde dentro, “los cristianos reconocen que la sociedad actual no es su ideal; ellos pertenecen a una sociedad nueva, hacia la que son en camino y que es anticipada en su peregrinación”. Como en los tiempo de los romanos, hoy “el mito ha perdido su credibilidad” y se va hacia una “religión política”, esclerotizada y reducida a ceremonial: “el racionalismo filosófico había relegado a los dioses al ámbito del irreal”, cuando el esoterismo toma cuerpo la órbita que da Jesús nos libera de las leyes de la materia y de la evolución, para vivir a la órbita del Amor, ya no somos esclavos del universo: somos libres. Jesús es el filósofo en el sentido pleno de la palabra: “el que enseña el arte esencial: el arte de ser hombre de manera recta, el arte de vivir y morir... que sabe indicar verdaderamente el camino de la vida... Él vence la muerte; el Evangelio lleva a la verdad que los filósofos ambulantes buscaban en vano...” Jesús “nos dice quien es en verdad el hombre y qué hacer para ser verdaderamente hombre. Él nos indica el camino y este camino es la verdad. Él mismo es las dos cosas, y por eso también la vida que todos anhelamos. Él indica también el camino más allá de la muerte... ‘el Señor es mi pastor, nada me falta...´ incluso en el camino de la última soledad, en el que nadie me puede acompañar, va conmigo guiandome para atravesarlo: Él mismo ha recorrido este camino...”
Se relativiza entonces toda posesión, ya que se comienza ahora a poseer en le esperanza la vida prometida. Es lo que piden los padres en el bautizo de su hijo: la fe, donde está la clave de la vida eterna. La Virgen María es la estrella de Adviento, que nos guía por este camino seguro, nuestra esperanza de la posesión de la Vida plena.
El corazón de Dios se vuelca en nosotros como hijos suyos, más allá de la realidad concreta de nuestras obras buenas o malas. El otra día un niño, enfadado con su padre, le decía: “¡ya no te quiero!” y el padre le contestaba: “pues yo sí, te seguiré queriendo siempre”. Así hace Dios... Cuantas angustias se han causado, por no explicar bien como es Dios, mostrandolo como "justiciero"... toda justicia divina hay que entenderla desde esta misericordia.
Dicen de un niño que era un desastre, la maestra en lugar de reñirlo se le acercó, él esperaba ya una bofetada, pero ella le dio un beso, y le ayudó. Al cabo de los años, el chico, ya bien situado a la vida, le escribió a la maestra que no había tenido experiencia de los padres, vivía con unos tios, y “el beso de aquel día fue el primero que recuerda de su vida”, que a partir de aquel momento cambió. Eso el que hace el amor, nos lleva a la salvación, en una sociedad inmersa dentro del remolino de mejorar el bienestar temporal: nos ayuda a verlo todo -el hombre y la creación entera- desde la felicidad última, no solo lo que somos sino sobre todo lo que estamos llamados a ser. Ante la pregunta: ¿Por qué nada del mundo constituye por nosotros un fin que nos satisfaga?, la esperanza nos lleva siempre más allá de las actuales conquistas, es una sed de infinitud que no puede ser satisfecha dentro del horizonte de este mundo, y el corazón del hombre se acoge a un deseo que nos dirige más allá, hacia el final de los tiempo. “Solo cuando el futuro es cierto como realidad positiva se hace llevadero también el presente... la puerta oscura del tiempo, del futuro, se ha abierto de par en par. Quien tiene esperanza vive de otro manera; se le ha dado una vida nueva”, nos dice el Papa; como descubrió la africana Bakhita en su conversión: “yo soy definitivamente amada, pase lo que pase; este gran Amor me espera. Por eso mi vida es bella... ya no se sentia esclava, sino hija libre de Dios”.
Y eso cambia la sociedad desde dentro, “los cristianos reconocen que la sociedad actual no es su ideal; ellos pertenecen a una sociedad nueva, hacia la que son en camino y que es anticipada en su peregrinación”. Como en los tiempo de los romanos, hoy “el mito ha perdido su credibilidad” y se va hacia una “religión política”, esclerotizada y reducida a ceremonial: “el racionalismo filosófico había relegado a los dioses al ámbito del irreal”, cuando el esoterismo toma cuerpo la órbita que da Jesús nos libera de las leyes de la materia y de la evolución, para vivir a la órbita del Amor, ya no somos esclavos del universo: somos libres. Jesús es el filósofo en el sentido pleno de la palabra: “el que enseña el arte esencial: el arte de ser hombre de manera recta, el arte de vivir y morir... que sabe indicar verdaderamente el camino de la vida... Él vence la muerte; el Evangelio lleva a la verdad que los filósofos ambulantes buscaban en vano...” Jesús “nos dice quien es en verdad el hombre y qué hacer para ser verdaderamente hombre. Él nos indica el camino y este camino es la verdad. Él mismo es las dos cosas, y por eso también la vida que todos anhelamos. Él indica también el camino más allá de la muerte... ‘el Señor es mi pastor, nada me falta...´ incluso en el camino de la última soledad, en el que nadie me puede acompañar, va conmigo guiandome para atravesarlo: Él mismo ha recorrido este camino...”
Se relativiza entonces toda posesión, ya que se comienza ahora a poseer en le esperanza la vida prometida. Es lo que piden los padres en el bautizo de su hijo: la fe, donde está la clave de la vida eterna. La Virgen María es la estrella de Adviento, que nos guía por este camino seguro, nuestra esperanza de la posesión de la Vida plena.
Autor: Llucià Pou Sabaté
No hay comentarios:
Publicar un comentario