Por tanto, la santa Iglesia, aunque
tiene como misión principal santificar las almas y hacerlas partícipes de los
bienes sobrenaturales, se preocupa, sin embargo, de las necesidades que la vida
diaria plantea a los hombres, no sólo de las que afectan a su decoroso
sustento, sino de las relativas a su interés y prosperidad, sin exceptuar bien
alguno y a lo largo de las diferentes épocas.
Al realizar esta misión, la Iglesia cumple el mandato de su fundador, Cristo, quien, si bien atendió principalmente a la salvación eterna del hombre, cuando dijo en una ocasión: Yo soy el camino, la verdad y la vida; y en otra: Yo soy la luz del mundo , al contemplar la multitud hambrienta, exclamó conmovido: Siento compasión de esta muchedumbre , demostrando que se preocupaba también de las necesidades materiales de los pueblos.
El Redentor manifestó este cuidado no sólo con palabras, sino con hechos, y así, para calmar el hambre de las multitudes, multiplicó más de una vez el pan milagrosamente.
Con este pan dado como alimento del cuerpo, quiso significar de antemano aquel alimento celestial de las almas que había de entregar a los hombres en la víspera de su pasión.
Nada, pues, tiene de extraño que la Iglesia católica, siguiendo el ejemplo y cumpliendo el mandato de Cristo, haya mantenido constantemente en alto la antorcha de la caridad durante dos milenios, es decir, desde la institución del antiguo diaconado hasta nuestros días, así con la enseñanza de sus preceptos como con sus ejemplos innumerables; caridad qué, uniendo armoniosamente las enseñanzas y la práctica del mutuo amor, realiza de modo admirable el mandato de ese doble dar que compendia por entero la doctrina y la acción social de la Iglesia.
Al realizar esta misión, la Iglesia cumple el mandato de su fundador, Cristo, quien, si bien atendió principalmente a la salvación eterna del hombre, cuando dijo en una ocasión: Yo soy el camino, la verdad y la vida; y en otra: Yo soy la luz del mundo , al contemplar la multitud hambrienta, exclamó conmovido: Siento compasión de esta muchedumbre , demostrando que se preocupaba también de las necesidades materiales de los pueblos.
El Redentor manifestó este cuidado no sólo con palabras, sino con hechos, y así, para calmar el hambre de las multitudes, multiplicó más de una vez el pan milagrosamente.
Con este pan dado como alimento del cuerpo, quiso significar de antemano aquel alimento celestial de las almas que había de entregar a los hombres en la víspera de su pasión.
Nada, pues, tiene de extraño que la Iglesia católica, siguiendo el ejemplo y cumpliendo el mandato de Cristo, haya mantenido constantemente en alto la antorcha de la caridad durante dos milenios, es decir, desde la institución del antiguo diaconado hasta nuestros días, así con la enseñanza de sus preceptos como con sus ejemplos innumerables; caridad qué, uniendo armoniosamente las enseñanzas y la práctica del mutuo amor, realiza de modo admirable el mandato de ese doble dar que compendia por entero la doctrina y la acción social de la Iglesia.
Ahora bien, el testimonio más insigne
de esta doctrina y acción social, desarrolladas por la Iglesia a lo largo de
los siglos, ha sido y es, sin duda, la luminosa encíclica Rerum novarum ,
promulgada hace setenta años por nuestro predecesor de inmortal memoria León
XIII para definir los principios que habían de resolver el problema de la
situación de los trabajadores en armonía con las normas de la doctrina
cristiana.
Pocas veces la palabra de un Pontífice ha obtenido como entonces resonancia tan universal por el peso y alcance de su argumentación y la fuerza expresiva de sus afirmaciones. En realidad, las normas y llamamientos de León XIII adquirieron tanta importancia que de ningûn modo podrán olvidarse ya en los sucesivo.
Se abrió con ellos un camino más amplio a la acción de la Iglesia católica, cuyo Pastor supremo, sintiendo como propioslos daños, los dolores y las aspiraciones de los humildes y de los oprimidos, se consagró entonces completamente a vindicar y rehabilitar sus derechos.
No obstante el largo período transcurrido desde la publicación de la admirable encíclica Rerum novarum , su influencia se mantiene vigorosa aun en nuestros días. Primero,. en los documentos de los Sumos Pontífices que han sucedido a León XIII, todos los cuales, cuando abordan materias económicas y sociales, toman siempre algo de la encíclica leoniana para aclarar su verdadero significado o para añadir nuevo estímulo a la voluntad de los católicos.
Pero, además, la Rerum novarum mantiene su influjo en la organización pûblica de no pocas naciones. Tales hechos constituyen evidente prueba de que tanto los principios cuidadosamente analizados como las normas prácticas y las advertencias dadas con paternal cariño en la gran encíclica de nuestro predecesor conservan también en nuestros días su primitiva autoridad.
Más aûn, pueden proporcionar a los hombres de nuestra época
nuevos y saludables criterios para comprender realmente las proporciones concretas de la cuestión social, como hoy se presenta, y para decidirlos a asumir las responsabilidades necesarias.
Pocas veces la palabra de un Pontífice ha obtenido como entonces resonancia tan universal por el peso y alcance de su argumentación y la fuerza expresiva de sus afirmaciones. En realidad, las normas y llamamientos de León XIII adquirieron tanta importancia que de ningûn modo podrán olvidarse ya en los sucesivo.
Se abrió con ellos un camino más amplio a la acción de la Iglesia católica, cuyo Pastor supremo, sintiendo como propioslos daños, los dolores y las aspiraciones de los humildes y de los oprimidos, se consagró entonces completamente a vindicar y rehabilitar sus derechos.
No obstante el largo período transcurrido desde la publicación de la admirable encíclica Rerum novarum , su influencia se mantiene vigorosa aun en nuestros días. Primero,. en los documentos de los Sumos Pontífices que han sucedido a León XIII, todos los cuales, cuando abordan materias económicas y sociales, toman siempre algo de la encíclica leoniana para aclarar su verdadero significado o para añadir nuevo estímulo a la voluntad de los católicos.
Pero, además, la Rerum novarum mantiene su influjo en la organización pûblica de no pocas naciones. Tales hechos constituyen evidente prueba de que tanto los principios cuidadosamente analizados como las normas prácticas y las advertencias dadas con paternal cariño en la gran encíclica de nuestro predecesor conservan también en nuestros días su primitiva autoridad.
Más aûn, pueden proporcionar a los hombres de nuestra época
nuevos y saludables criterios para comprender realmente las proporciones concretas de la cuestión social, como hoy se presenta, y para decidirlos a asumir las responsabilidades necesarias.
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