Una espiritualidad apostólica exige de nosotros
una atención permanente y especial a las señales de la presencia de Dios.
Supone un ejercicio constante para escudriñar los pasos de Dios en el caminar
de la historia. Dios se deja encontrar y se revela en todas las situaciones: de
vida y de muerte, de pobreza y riqueza, de fe y de incertidumbre. En el
transcurso de un día podemos experimentar las manifestaciones de su presencia
misteriosa y amorosa.
“Señor, Tú me sondeas
y me conoces.., todos mis caminos te son familiares. Si subo hasta los cielos,
allí estás Tú; si me acuesto en abismo, allí te encuentro” (Sal 139, 2b.8)
Así lo hizo con Champagnat.
Él se sabía amado por Dios y nuestro Marcelino podía encontrarlo tanto en el
silencio de los bosques del Hermitage, como en el ruido de las calles de París.
La presencia de Dios es cuestión estar en sintonía con el amado.
Algunas actitudes son imprescindibles si queremos
realizar un encuentro con Dios a lo largo de un día de nuestra vida. Esas
actitudes podemos cultivarlas a partir de un deseo de apertura y acogida, de búsqueda
de una respuesta obediente y amorosa.
Autor: Vanderlei Soela, FMS
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