De hecho, la vida de los mortales está plagada de lazos de
ofensas y de redes de engaños... Y como quiera que estas redes las había
tendido el enemigo por todas partes y en ellas había envuelto a casi todos, era
necesario que viniese uno que fuera más fuerte y mayor que ellas, para que las
triturase y así dejase expedito el camino para cuantos le sigan. Por esta razón
también el Salvador, antes de unirse con la Iglesia, fue tentado por el diablo...
para vencer las redes y poder mirar por ellas y, a través de ellas, llamar
hacia sí a la Iglesia, con el fin, sin duda alguna, de enseñarla y mostrarle
que no se debe venir a Cristo por el ocio y los placeres, sino a través de
muchas tribulaciones y pruebas.
Por eso no hubo nadie que pudiera vencer semejantes redes, porque, como está escrito, todos pecaron (Rm 3,23)... Por eso únicamente nuestro Señor y Salvador Jesucristo no cometió pecado (1P 2,22)., sin embargo el Padre le hizo pecado por nosotros, para que en la carne semejante a la del pecado y a causa del pecado condenase al pecador.
Vino, pues, a estas redes, pero únicamente él no se vio
envuelto por ellas, antes al contrario él las rompió y las trituró, y dio así a
su Iglesia confianza para atreverse ya a quebrar los lazos, atravesar por las
redes y decir toda animosa: Nuestra alma se escapó cual pájaro del lazo de los
cazadores: el lazo se rompió y nosotros quedamos libres (Sal. 123,7)..
Pero, ¿quién
quebrantó los lazos, sino el único al que ellos no pudieron atrapar?
Efectivamente, aunque él también estuvo sujeto a la muerte,
voluntariamente, que no forzado por el pecado, como nosotros, él fue el único
libre entre los muertos (Sal. 87,6 LXX).. Y porque fue libre entre
los muertos, una vez vencido el que tenía el imperio de la muerte, arrancó la
cautividades que subsistía para la muerte. Y no sólo él mismo se resucitó de
entre los muertos, sino que junto con él resucitó a los que estaban cautivos de
la muerte y junto con él los hizo sentar en los cielos (Ef 2,5s). Por eso,
subiendo a lo alto, llevó cautiva la cautividad (Ef 4,8).
Autor: Orígenes (v.
185-253), sacerdote y teólogo, Comentario al Cantar de los cantares, Tercero
II, 27-33; SC 376
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