En el relato de las Bodas de
Caná, en el Evangelio según San Juan (2, 1-12), está contenido misteriosamente
el secreto para alcanzar la más elevada santidad y vida mística, que es la
verdadera devoción a la Santísima Virgen María rezándole el rosario todos los
días. Iremos explicando este misterio comentando los versículos del pasaje
evangélico:
«Tres días después se celebraron unas bodas en Caná de Galilea, y la madre de Jesús estaba allí. Jesús también fue invitado con sus discípulos.» (vv 1-2)
«Tres días después se celebraron unas bodas en Caná de Galilea, y la madre de Jesús estaba allí. Jesús también fue invitado con sus discípulos.» (vv 1-2)
Primero viene María, para que
venga Jesús del modo más pleno. Donde mejor hallamos a Jesús, es con María,
junto a María, es en María. Por eso el texto sagrado primero menciona a María
en las bodas, y luego al Dios-Hombre, a quien es Todo. Ella es pequeña, a su
lado no es nada, Él es el Infinito. Y así y todo, en el Evangelio se la
menciona primero a Ella en esta fiesta, antes que al Señor, porque para que
venga Jesús a nosotros del modo más perfecto y junto a todos los santos («sus
discípulos»), debemos invitar primero a María. Aquí comienza a vislumbrarse
el misterio de María: porque Dios, que quiso hacerse el Emanuel, el
Dios-con-nosotros, y quiso hacerlo sólo viniendo a través de María, no quiere
que vayamos a Él sino a través de María, invitándola primero a Ella a nuestras
bodas místicas con Él, para que venga Él de la manera más hermosa. Rezando con
fidelidad el rosario cada día a la Virgen, la estamos invitando a nuestras
bodas con el Cordero, y si perseveramos, Ella misma preparará nuestro
desposorio místico con su Hijo, el más ardiente deseo de María: que su Hijo
Divino reciba cada vez más y más almas, por su mediación maternal, como sus
esposas místicas.
Y esto lo afirmo con
contundencia: no hay otra vía para alcanzar el más alto grado de santidad, el
matrimonio espiritual con Cristo, que no sea siendo verdadero devoto de su
Madre Santísima rezando el rosario diario. ¿Alguna duda? Vayamos al testimonio
de los santos, que antes de dejar de rezar el rosario un solo día, preferirían
morir, porque por la sabiduría de Dios han comprendido que en esta oración está
cifrada su santificación y eterna salvación.
«Y como faltaba vino, la madre de Jesús le dijo: “No tienen vino”.» (v.3)
«Y como faltaba vino, la madre de Jesús le dijo: “No tienen vino”.» (v.3)
Aquí comienza la intercesión
omnipotente de María. Ella, como nuestra Madre, nos conoce enteramente. Sabe
nuestra necesidad: queremos ser santos, ¡pero no lo somos! El vino es signo de
la alegría por la sobrebundancia y plenitud de la gracia divina, de la
santidad, del amor de Dios. María nos mira y ve que no tenemos vino, que no
somos santos, que nuestro amor es pobre. Esa es la única preocupación de María:
hacernos santos como Ella lo es, y así formar perfectas esposas místicas para
el Santo de los Santos, su Señor y Salvador, su propio Hijo, para amarlo como
Ella lo ama. Por eso las primeras palabras de la Virgen en la fiesta de nuestra
unión con Jesús, dan cuenta de nuestra indigencia. Si no la tuviéramos a María,
si no fuéramos devotos de Ella, si no recurriéramos a su mediación, ¿quién
abogaría por nosotros? ¿Quién tendría la claridad para ver nuestra verdadera
necesidad? ¿Quién lo haría con la premura de Ella? Nadie, y mucho menos
nosotros mismos. Rezando el rosario cada día a María, abandonándonos en sus
brazos como niñitos pequeños, como el niñito Jesús, Ella inmediatamente clamará
a su Hijo: «¡No tienen vino!»
«Jesús le respondió: “Mujer, ¿qué tenemos que ver nosotros? Mi hora no ha llegado todavía”.» (v. 4)
«Jesús le respondió: “Mujer, ¿qué tenemos que ver nosotros? Mi hora no ha llegado todavía”.» (v. 4)
Pareciera que Jesús la detiene.
Claro, a los ojos que no ven en profundidad la intención del Salvador. Pero
aquí sucede todo lo contrario de un freno, de un obstáculo. Aquí, justamente,
¡todo lo contrario!, Jesús nos muestra el poder maravilloso, la omnipotencia
suplicante, la eficacia arrasadora de la oración intercesora de María. Porque
aún no era la hora de la manifestación de Jesús mediante el milagro que Ella
pedía, pero...
«Pero su madre dijo a los sirvientes: «Hagan todo lo que él les diga». (v.5)
«Pero su madre dijo a los sirvientes: «Hagan todo lo que él les diga». (v.5)
María inmediatamente vio en
profundidad, como decíamos, la intención de Jesús. Jesús no quiso frenarla,
¡todo lo contrario!, le reveló el poder de su mediación maternal. Por eso la
Virgen no le respondió nada a Jesús, entendió la grandeza de su vocación como
Madre de todos, por lo que sin demora se dirigió a los sirvientes, se dirige a
nosotros, exhortándonos a obedecer en todo a su Hijo, para hacernos sus esposas
místicas. Y nosotros sabemos que conocemos todo lo que Jesús nos dice,
escuchando su voz santa en cada rosario diario, porque contemplando la belleza
de su rostro en cada decena, oímos su palabra, oímos lo que nos dice, lo que
quiere, lo oímos a Él.
He aquí el secreto para
alcanzar la santidad: siendo sus verdaderos devotos, María acelerará y
asegurará que lleguemos a la unión mística con Dios cuando aún no es la hora,
cuando quizá jamás llegara a ser la hora, pero llegará a serlo, y muy pronto,
tan pronto que quedaremos eternamente pasmados, porque María, si se lo
permitimos rezándole el rosario cada día, se lo suplicará a Jesús, como lo hizo
aquella vez en Caná.
El texto sigue con una gran doctrina mística:
El texto sigue con una gran doctrina mística:
«Había allí seis tinajas de
piedra destinadas a los ritos de purificación de los judíos, que contenían unos
cien litros cada una. Jesús dijo a los sirvientes: “Llenen de agua estas
tinajas”. Y las llenaron hasta el borde. “Saquen ahora, agregó Jesús, y lleven
al encargado del banquete”. Así lo hicieron. El encargado probó el agua
cambiada en vino y como ignoraba su origen, aunque lo sabían los sirvientes que
habían sacado el agua, llamó al esposo y les dijo: “Siempre se sirve primero el
buen vino y cuando todos han bebido bien, se trae el de inferior calidad. Tú,
en cambio, has guardado el buen vino hasta este momento”. » (vv 6-10)
Tras la exhortación de la
Virgen, comienza el Verbo Encarnado a decirnos qué hacer. Comienza el Hijo a
indicarnos cómo proceder. Comienzan los signos que mediante las realidades
sensibles significan las espirituales, la obra de la gracia divina. En estos
versículos está contenida la necesidad de la vida ascética para alcanzar la
vida mística. Es decir, que antes de alcanzar la unión mística con Dios,
debemos esforzarnos y ejercitarnos para alcanzar la virtud, progresar en ella y
perfeccionarla, mediante la oración, la meditación, la mortificación y la
negación de nosotros mismos. Esto último está simbolizado en el agua, que es signo
de purificación. Y una vez que alcanzamos la virtud perfecta por gracia de
Dios, el contenido ascético de nuestro interior, de nosotros que somos
recipientes de la vida de Dios, es transformado en vino, que es símbolo de la
alegría de la unión esponsalicia con Cristo, es transformado en contenido
místico, y somos conducidos a la subida contemplación que nos lleva la Virgen
siendo verdaderos devotos de Ella, esforzándonos en perseverar meditando su
rosario cada día hasta el día en que comienza a tornarlo en dulce fruición de
Dios.
Y quienes nos rodeen, no
entenderán lo que ha sucedido en nosotros por nuestra unión con María; dirán,
como el encargado, que es extraño que sirvamos el mejor vino para lo último,
queriendo significar que nadie comprenderá la obra sublime que habrá hecho en
nosotros María, que todo se lo debemos a Ella, que todo se lo debemos a su
rosario diario. Con su juicio humano, no entenderán a María, la necesidad de la
verdadera devoción a Ella.
Y he aquí un gran misterio:
María guarda lo mejor para lo último. Los más grandes santos, formados por
Ella, formados por su rosario diario, están reservados para el fin de los
tiempos, para preparar la Venida definitiva de su Hijo.
«Este fue el primero de los signos de Jesús, y lo hizo en Caná de Galilea. Así manifestó su gloria, y sus discípulos creyeron en él. Después de esto, descendió a Cafarnaúm con su madre, sus hermanos y sus discípulos, y permanecieron allí unos pocos días.» (vv. 11-12)
«Este fue el primero de los signos de Jesús, y lo hizo en Caná de Galilea. Así manifestó su gloria, y sus discípulos creyeron en él. Después de esto, descendió a Cafarnaúm con su madre, sus hermanos y sus discípulos, y permanecieron allí unos pocos días.» (vv. 11-12)
Dejemos a Jesús manifestar su
gloria en nosotros permitiéndole que nos lleve al desposorio místico con Él.
Obedeciendo a María, Ella nos presentará como dignas esposas a su Hijo. Rezando
el rosario cada día, María pedirá el vino de la santidad a Jesús por nosotros,
y maravillosamente acelerará y asegurará el proceso de nuestra transformación
interior para llevarnos hasta la unión mística con su Hijo.
Autor:
Leandro Coccioli
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