La
palabra ha sido siempre la referencia de lo humano. La Orden, ya vieja, se
funda en un momento de crisis de crecimiento. La sociedad europea comienza a
transformarse, pero tiene retos difíciles: la cultura es escasa, el acceso a la
lectura más y los estudios no están al alcance de cualquiera.
Acceder
a la Palabra de Dios era muy difícil para la gente corriente que carecía de los
instrumentos necesarios para conocerla y amarla. Por eso, Santo Domingo crea
una Orden que se dedicará a Predicar, a poner al alcance de todas las personas
la Palabra de Dios.
Pero
uno de los lemas de esa Orden es «Contemplar y dar lo contemplado» seguramente
porque entonces, como ahora, había muchos charlatanes que hablaban sin parar.
Somos sumamente hábiles para hablar, pero muchas veces, sin transmitir nada.
Contar historias impersonales, que no afectan ni a nada ni a nadie, ni siquiera
a nosotros mismo. También ahora nos pasa un poco lo mismo. Hablamos pero esa
conversación o ese discurso no influye para nada en nuestro modo de ver las
cosas o la realidad.
Predicar,
decir, explicar, tiene que nacer de la experiencia de mirar alrededor: mirar a
los demás, mirar al mundo, mirar la historia, mirar a Dios. Contemplar,
fundamentalmente, también hacer propia la experiencia de lo que te rodea.
Contemplar es transformarse, es que lo que observas pasa a ser parte de ti
mismo.
Porque
no es una invitación a la evasión, al relax, cansado de los agobios diarios.
Contemplamos para algo, para poder transmitirlo, para poder explicarlo, para
profundizar en nuestra propia vida y en Dios y decirlo a grandes voces a
nuestro mundo. Dios no está lejos, sino cerca de nosotros. Dios no es nuestro
enemigo sino nuestro amigo y compañero. De su mano podemos poner manos a la
obra para transformar el mundo y las injusticias que encierra y construir.
Predicar
es traducir la encarnación, la Palabra hecha carne, misterio fundamental de la
experiencia cristiana.
A
lo largo de los siglos ha habido estilos de dominicos y sus vidas han abordado
todas las realidades humanas y divinas, pero todos ellos han sido
contempladores de Dios y de la historia. De otro modo su vida habría sido un
fracaso.
Contemplar
lleva aparejado escuchar, deseo de aprender y, sobre todo, apertura a que la
conversación transforme nuestra propia idea.
Últimamente
hablamos solo para explicar lo que queremos decir, para convencer, pero no nos
dejamos cambiar por las ideas de los demás. Parece que todos nos sentimos
autosuficientes, sabemos de todo y entendemos de todo. Y no apreciamos las
opiniones o las ideas de los demás.
¿Como
podemos entender a Dios o explicar a Dios si no sabemos escuchar a los
cercanos? ¿Qué podemos esperar de Dios si no nos dejamos transformar por él?
¿Cómo podemos hablar de Dios si no lo entendemos o solo explicamos lo que
creemos saber, partiendo muchas veces de nuestras propias ideas e intereses?
El
predicar, el hombre, la mujer que no contempla que no se admira, que no se deja
enseñar o transformar por lo que le rodea o por Dios difícilmente puede estar
más allá de un nuevo charlatán que habla de memoria o de lo leído, a sabiendo
que solo es parcial.
Autor:
Fr. Francisco Sánchez Hermosilla Peña
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