Dulcísimo
recuerdo de mi vida,
bendice a
los que vamos a partir...
¡Oh Virgen
del Recuerdo dolorida,
recibe tú mi
adiós de despedida,
y acuérdate
de mí.
¡Lejos de
aquestos tutelares muros,
los
compañeros de mi edad feliz
no serán a
tu amor jamás perjuros;
conservarán
sus corazones puros;
se acordarán
de ti!
Mas siento
al alejarme una agonía,
cual no
suele el corazón sentir...
En palabras
de niño, ¿quién confía?
Temo... no
sé qué temo, Madre mía,
por ellos y
por mí...
Dicen que el
mundo es un jardín ameno,
y que
áspides oculta ese jardín...
Que hay
frutos dulces de mortal veneno,
que el mar
del mundo está de escollos lleno...
¿Y por qué
serán así?
Dicen que de
esta vida los abrojos
quieren
trocar en mundanal festín;
que ellos,
ellos motivan tus enojos,
y que ese
llanto de tus dulce ojos
¡lo causan
ellos, sí!
Ellos,
¡ingratos!, de pesar te llenan.
¿Seré yo
también sordo a tu gemir?
¡No! Yo no
quiero frutos que envenenan,
no quiero
goces que a mi Madre apenan.
¡No quiero
ser así!
Y mientras
yo responda a tu reclamo,
mientras me
juzgue con tu amor feliz,
y ardiendo
en este afecto en que me inflamo,
te diga
muchas veces te amo,
¿te
olvidarás de mí?
¡Ah, no,
dulce recuerdo de mi vida!
Siempre que
luche en religiosa lid,
siempre que
llora mi alma dolorida,
al recordar
mi adiós de despedida,
¡te
acordarás de mí!
Y en retorno
de amor y fe sincera
jamás sin tu
recuerdo he de vivir.
Tuya será mi
lágrima postrera...
¡Hasta que
muera, Madre; hasta que muera
me acordaré
de ti!
Tu en pago,
Madre, cuando llegue el plazo
de alzar el
vuelo al celestial confín,
estrechándome
a ti con dulce abrazo,
no me
apartes jamás de tu regazo.
¡No me
apartes de ti!
Autor: P.
Julio Alarcón (1843-1924)
(Estos
versos fueron recogidos en una novela del P. Luis Coloma titulada “Pequeñeces”).
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