El
Señor pensaba en este nuestro tiempo cuando dijo: “Cuando vendrá el Hijo del
hombre ¿encontrará fe en la tierra?” (Lc 18,8). Vemos como se realiza esta
profecía. El temor de Dios, la ley de la justicia, la caridad, las buenas
obras, ya nadie cree en ellas…todo lo que temería nuestra conciencia, si
creyera; no lo teme porque no cree. Porque si creyera, viviría vigilante; y si
vigilara, se salvaría.
Despertémonos, pues, hermanos muy amados,
tanto como seamos capaces. Sacudamos el sueño de nuestra inercia. Estemos
atentos a observar y practicar los preceptos del Señor. Seamos tal como él nos
ha prescrito ser cuando ha dicho: “Permaneced en actitud de servicio y
conservad encendidas vuestras lámparas. Sed como los que esperan la llegada de
su amo a su regreso de bodas para abrirle la puerta en cuanto llegue y llame a
la puerta. Dichosos los siervos que a su llegada, el amo los encontrará en
vela”.
Sí, permanezcamos en actitud de servicio,
por miedo a que cuando venga el día de salida, no nos encuentre preocupados y
enredados. Que nuestra luz brille y resplandezca en buenas obras, que nos
conduzca de la noche del mundo a la luz de la caridad eterna. Esperemos con
solicitud y prudencia la llegada repentina del Señor a fin de que, cuando llame
a la puerta, nuestra fe esté despierta para recibir del Señor la recompensa de
su vigilancia. Si observamos estos mandatos, si conservamos estas advertencias
y estos preceptos, las astucias engañosas del Acusador no nos abatirán durante
nuestro sueño. Sino que, reconocidos como siervos vigilantes, reinaremos con
Cristo triunfante.
San
Cipriano (c. 200-258), obispo de Cartago, mártir. De la unidad, 26-27
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