La oración es entrar en la presencia de Jesús y dejar que Él
se descalce para entrar en nuestro corazón. Acercarse a él por medio de nuestro
corazón humano, con actos de fe, esperanza y caridad. Con la humildad de quien
se sabe necesitado y deseoso de ser perdonado, levantado y restaurado en su
dignidad original.
«Un fariseo le rogó que comiera con él, y, entrando en la
casa del fariseo, se puso a la mesa. Había en la ciudad una mujer pecadora
pública, quien al saber que estaba comiendo en casa del fariseo, llevó un
frasco de alabastro de perfume, y poniéndose detrás, a los pies de él, comenzó
a llorar, y con sus lágrimas le mojaba los pies y con los cabellos de su cabeza
se los secaba; besaba sus pies y los ungía con el perfume. Y volviéndose hacia
la mujer, dijo a Simón: «¿Ves a esta mujer? Entré en tu casa y no me diste agua
para los pies. Ella, en cambio, ha mojado mis pies con lágrimas, y los ha
secado con sus cabellos. No me diste el beso. Ella, desde que entró, no ha
dejado de besarme los pies. No ungiste mi cabeza con aceite. Ella ha ungido mis
pies con perfume. Por eso te digo que quedan perdonados sus muchos pecados,
porque ha mostrado mucho amor. A quien poco se le perdona, poco amor muestra».
Y le dijo a ella: «Tus pecados quedan perdonados». Los comensales empezaron a
decirse para sí: «¿Quién es éste que hasta perdona los pecados?» Pero él dijo a
la mujer: «Tu fe te ha salvado. Vete en paz». (Lc 7,36-38; 44;-50)
La fe me pone a sus pies en adoración
Esta mujer pecadora había escuchado hablar a Jesús y sus
palabras llegaron profundamente a su corazón. Buscaba la oportunidad de tener
un encuentro con Él. En su corazón daba vueltas a lo que le diría, cómo
justificaría su presencia, qué le pediría…. Un día, aprovechó que el Señor iría
a comer con un fariseo para presentarse ante Él.
Cargaba a cuestas muchos pecados y la soledad era su única
compañera. Abandonada, señalada por todos, indigna se acercó en silencio hasta
ponerse detrás de Jesús, sentada a su sus pies.
El primer paso para entrar en la oración y ponernos a los
pies de Jesús es “escuchar”. Escuchar quizás hablar de Él, interesarse, dejarse
interpelar por su nombre y avanzar hacia Aquél que siempre está “pasando” a
nuestro lado. Descubrir tantas invitaciones que nos hace cada día. Así, poco a
poco, ante su presencia real y amorosa, no tendremos miedo de acercarnos como
somos. Cargando nuestra historia, nuestros pecados, miserias, pero también y
sobre todo, nuestras esperanzas, deseos, anhelos de auténtica felicidad, paz y
amor.
Tener fe en el Maestro es hacer silencio a nuestro
alrededor, a lo que otros dicen, piensan, incluso a lo que yo mismo pienso o
digo de mí. Es presentarme a quien me conoce mejor de lo que yo me conozco para
que Él me diga quién soy yo, y qué tengo que hacer con mi vida. Es dejar que
sus pies caminen por mi alma, que el Camino se haga peregrino en mi corazón,
que sea viajero en mi interior, Pastor de mis esperanzas, temores, deseos,
heridas.
A los pies de Jesús esta mujer se siente libre porque se
siente respetada, protegida y querida. Jesús la mira y se deja amar. Qué
hermosa definición de lo que es nuestro encuentro con Cristo. Ser mirados y
dejarnos amar por Él, dejarnos “hacer” de nuevo, ser creados por su amor,
modelados, acariciados, renovados en esa imagen que Él tiene de nosotros en su
corazón.
La esperanza riega sus pies con mis lágrimas
Su mirada esta fija en los pies de Jesús. No se atreve de
momento a levantar sus ojos, quiere comenzar esta obra de conversión con un
gesto humilde, de servicio, de cariño. Los pies de Jesús están llenos del polvo
del camino. Un polvo que es una imagen de las historias de hombres y mujeres de
su época que ha conocido, visitado y redimido. Es el polvo del hombre que se
pega en los pies del peregrino por excelencia. ¡Benditos pies! «Qué hermosos
son sobre los montes los pies del mensajero que anuncia la paz, que trae buenas
nuevas, que anuncia salvación, que dice a Sión: «Ya reina tu Dios!» (Is 52,7)
Los ojos se llenan de lágrimas que son como perlas que se
ofrecen al Rey de su alma. Arrepentimiento, conversión, dolor, contrición. Cada
una de esas lágrimas son un canto de amor y de adoración. La alegría
superficial de una vida de pecado se transforma en una alegría profunda que se
expresa con el agua que también nace del corazón de esta mujer y que transforma
su mirada. Estas lágrimas son como un colirio que le ayudan a ver mejor a Dios.
Colirio de fe y esperanza. Su vida ahora sí tiene sentido, todavía hay
posibilidad de redención cuando hay arrepentimiento y esperanza. Ha aprendido a
no esperar nada de los hombres y esperar en el Hombre-Dios.
Estar a los pies de Jesús es descubrir un nuevo paisaje
lleno de esperanza. Esperar en Jesús no es esperar de Él, sino esperarle a Él.
Y decirle en silencio estas palabras:
“Descálzate oh Jesús porque estás pisando tierra sagrada.
Sí, como pediste a Moisés que se descalzase ante la zarza ardiente, hoy te digo
que mi corazón es esa zarza ardiente. Descálzate porque mi vida quiere ser
tierra redimida, tierra virgen, tierra que dé fruto. Déjame regarla con las
lágrimas de mi arrepentimiento para que así mi corazón arda siempre ante tu
presencia”
El amor derrama el perfume de mi corazón
El amor que expresa el corazón arrepentido es motivado por
el deseo de conversión, de transformar una vida para vivir de verdad, vivir
para el Amor y en el Amor. Así, lo que antes podría ser un arma para atraer al
pecado, su cabello, ahora lo utiliza para enjugar las lágrimas, para secar los
pies de Jesús. Todo tiene un sentido diverso, el amor buscar expresarse en
modos nuevos y más profundos, llenos de libertad y de seguridad. No teme este
gesto, porque sabe que está segura junto al Maestro.
El amor no se queda ahí, tiene que transformar su vida y su
exterior. Derrama el perfume de su corazón ahora ya sanado. Es el perfume que
“salta” hasta la vida eterna, que da vida, que redime, santifica y convierte.
El amor del Maestro es silencioso en este momento. Se deja
amar y así, también está amando. Su silencio no es rechazo, es aprobación. Su
silencio se convierte en diálogo para que sólo hablen los corazones.
En tu vida también tienes que derramar en la oración el
perfume de tu corazón, también tienes que hacer gestos concretos en tu
interior. Vivir para Él significa abrir puertas, descubrir heridas, limpiar
rencores, ser libre para recibir la libertad que sólo Dios puede dar.
Ahora sí, cuando nuestro amor ha adorado, se ha postrado
ante el Maestro, ha derramado lágrimas de arrepentimiento y ha desprendido el
perfume del corazón, podemos decir que estamos en la presencia del Señor.
Escúchalo y verás que te dice: Porque has amado mucho, se te
ha perdonado mucho. Tu fe te ha salvado. Vete en paz.
Autor: P. Guillermo Serra, LC | Fuente: la-oración.com
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