viernes, 19 de octubre de 2012

Servir













¿Quién es Flash Gordon? A lo mejor los jóvenes no lo conocen.  Aun los adultos no lo recuerdan bien.  Pero los mayores sí, lo reconocen como el héroe de un serial de cine cuando eran niños.  En ese época todo el mundo fue al cine cada sábado para ver el cine principal y un serial destacando un héroe como Flash Gordon.  Podemos ver los evangelios de la misa dominical por estas últimas semanas como un serial destacando, por supuesto, al Señor Jesús.

Entre el final del evangelio del domingo pasado y el principio de la lectura evangélica hoy, quedan tres versículos que dan el contexto de la historia.  Dicen que Jesús ha emprendido la subida a Jerusalén.  Quiere ir allá porque queda en Jerusalén el Templo, el sitio del encuentro del judío con Dios.  Jesús sabe que va a sufrir en sus entornos, pero también se da cuenta de que su destino es entregarse a sí mismo por el pueblo. Sus discípulos lo siguen a Jerusalén pensando en otra cosa.  Creyendo en Jesús como el Mesías, ellos anticipan que él tome posesión allá del trono de David.  Nosotros nos integramos en su compañía, no porque tengamos la fantasía de los discípulos a este momento, sino porque Jerusalén nos representa el cielo que anhelamos.

Sin embargo como para un Cristóbal Colón en su viaje a América hay diferentes vientos que pueden desviarnos de la meta.  Son el placer, la plata, y el prestigio que nunca parecen desvanecer.  Como si fuera un serial, los evangelios de los últimos domingos examinan cada uno de estos vicios universales.  Hace dos semanas escuchamos cómo los fariseos prueban a Jesús con la pregunta sobre el divorcio.  En su respuesta Jesús expone el propósito de la intimidad sexual; eso es, unir a un hombre con una mujer para que formen familia hasta la muerte.  Las relaciones íntimas fuera del matrimonio para el placer o cualquier otro motivo traicionan este plan del Creador. 

El domingo pasado Jesús advierte que las riquezas a menudo perjudican la búsqueda de la vida eterna.  Reta al rico que viene en búsqueda de la vida eterna a dar su dinero a los pobres y seguirlo.  Algunos limitarían este consejo al hombre que se le acude a Jesús en el pasaje evangélico.  Sin embargo, a lo mejor Jesús tiene en cuenta a todas personas con recursos disponibles.  Pues, añade: “¡qué difícil es para los que confían en las riquezas entrar el Reino!”  Quiere que utilicemos al menos parte de nuestros recursos por el bien de los pobres en lugar de comprar televisores de un metro de ancho para cada cuarto de la casa.

Hoy Jesús trata de otro viento contrario a nuestro destino.  Aunque parece como pecadillo, tal vez el prestigio sea la tentación más perniciosa de todas porque toca el espíritu que no se corrige fácilmente.  Puede llevar a la persona a un desdén para los humildes y un desamor para todos.  Cuando Santiago y Juan piden a Jesús que les ponga a su mano derecha y su mano izquierda, Jesús tiene dirigirse a la raíz del vicio.  Les instruye que como él, los discípulos son para servir y no ser servidos.  Podemos mirar a los papas como ejemplos.  En el siglo VI el papa san Gregorio Magno se identificó a sí mismo como “el Siervo de los siervos de Dios”.  Ciertamente los papas Juan Pablo II y Benedicto XVI han dado testimonio a este título.  Pues, en su vejez cuando muchos de sus contemporáneos están contentos en el jubileo, ellos han seguido trotando por el mundo llevando la gracia de Cristo.

Que miremos un poco adelante al evangelio del domingo próximo para concluir el serial.  Vamos a ver a Jesús curando al mendigo ciego Bartimeo.  En lugar de desviarse un centímetro para ver cualquier atracción, Bartimeo se pone a sí mismo inmediatamente en las huellas de Jesús.  Jesús nos indicará el motivo de esta muestra de discipulado cuando le dice: “Tu fe te ha salvado”.  También para nosotros es la fe en Jesús que nos capacita a seguirlo a pesar de las seducciones de placer, plata, y prestigio.

Hoy es domingo mundial de las misiones.  Que miremos un poco a los miles de misioneros trotando por el mundo llevando la gracia de Cristo.  Han dejado placer, plata, y prestigio para darse a sí mismos, en muchos casos, al bien de los pobres.  Sirven a nosotros también como ejemplos del discipulado de Cristo.  Sí, los misioneros nos sirven como ejemplos del discipulado.

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