¿Es la pobreza una virtud? Si así es, ¡cuántos miles de
seres humanos vagan por el mundo viviéndola sin saberse virtuosos! No, no es
esa pobreza la que hace, sin más, a las personas virtuosas. Y esta afirmación
¿no es ir contra de aquellas palabras del Maestro: “Bienaventurados los pobres,
porque vuestro es el Reino de los Cielos” (Lc 6, 20)?
Escribir sobre la pobreza puede parecer como una falta de
respeto a los pobres y pecar de doblez. Con qué facilidad nos quejamos de ella
–pues hasta llegamos a pensar que la vivimos radicalmente– cuando para millones
de hombres, mujer y niños nuestra “pobreza heroica” es el hecho normal de todos
los días y de toda su vida. ¡Cuántas veces eso que nosotros tenemos por menos
sería para ellos el mayor lujo! ¡Cuántas veces una jornada de pan y agua podría
significar para nosotros la máxima austeridad mientras que para millones sería
una especia de sueño con el que tendrían asegurada la existencia!
Sólo puede entender la virtud de la pobreza quien la ha
abrazado voluntariamente y ha hecho suyas todas las radicales consecuencias que
de ella se desprenden. Consecuencias que van más allá del mero desprendimiento
material. Consecuencias que abarcan gustos, aficiones, deseos, lícitos
quereres…
Jesús no canonizó la pobreza a secas. San Mateo especifica
mejor la bienaventuranza evangélica de Jesús cuando dice: “Bienaventurados los
pobres de espíritu, porque de ellos es el Reino de los cielos” (Mt 5, 3). La
pobreza de que se habla nunca es un simple fenómeno material. La pobreza puramente
material no salva, aun cuando sea cierto que los más perjudicados de este mundo
pueden contar de un modo especial con la bondad de Dios. Pero la pobreza
tampoco es una actitud espiritual.
Nos encontramos así con dos matices de pobreza: la material
y la espiritual. Dentro de cada una de éstas hay dos tipos de pobrezas más, una
mala y una buena.
La pobreza material negativa deshumaniza y debe ser
combatida. Es la pobreza ante la que muchos preferimos no voltear, ante la que
se calla, ante la que se enmudece cuando se mira de frente. ¡Cuántos se han
hecho santos de Dios al entrar en contacto con ella! Sabemos que existe,
conocemos en dónde, su rostro nos es del todo familiar… Pero hasta que uno no
se pone en la realidad más absoluta del otro la pobreza se sigue mirando con
indiferencia.
La pobreza material positiva libera y eleva; es el ideal
evangélico que debemos cultivar. Es el querer vivir desprendido para que nada
me ate y sea efectivamente libre. Y aquí entra el desapego de cosas, personas y
pensamientos. No es minusvalorar ni una especie de frigidez del corazón, no. Es
un ensanchamiento del mismo donde todos tienen recta cabida a partir de la
jerarquía encabezada por Dios y del cual proviene el orden.
La pobreza espiritual negativa es ausencia de los bienes del
espíritu y de los valores humanos: es la pobreza de los ricos. Nada más
grotesco, nada más burdo que una pobreza de este tipo. La sensibilidad no
existe, los valores y las virtudes se han extinguido; no hay amor, ni
esperanza, ni fe; no hay un horizonte, la vida no importa, la existencia es
oscura, el hombre -¿quién es?-, no han sido amados ni saben amar: Dios no
existe.
La pobreza espiritual positiva está hecha de humildad y fe
en Dios que son los frutos más bellos nacidos del árbol frondoso de la pobreza
bíblica: es la riqueza de los pobres. Es la pobreza de los hombres que se saben
pobres también en su interior, personan que aman, que aceptan con sencillez lo
que Dios les da, y precisamente por eso viven en íntima conformidad con la
esencia y la palabra de Dios.
***
No hay pobreza más grande que la de aquel a quien le falta
Dios. Al hombre que a Él tiene podrá derrumbársele el mundo pero permanecerá
impasible porque sabe a Quién tiene a su lado, Quién es su compañía.
Autor: Jorge Enrique Mújica, LC | Fuente: GAMA - Virtudes y
valores
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