miércoles, 15 de agosto de 2012

Renuncia





Renuncia

Quien ama a Dios, huye de todo lo terrenal; se dirige a Dios con todo su corazón y se aleja de las concupiscencias que lo tientan a la inmoderación: el persevera en el ejercicio que conduce a las virtudes.

Una tal renuncia comienza con el abandono de las cosas externa: propiedad, gloria falsa, costumbres humanas y apego a todas las cosas necesarias... Quien sinceramente desea ir detrás de Cristo, no puede preocuparse por las cosas que son necesarias para esta vida. No puede pensar en el amor de sus padres y parientes, cuando ellos son impedimentos al amor de Dios... Cristo muy claramente hablo sobre esto que no deja espacio a cualquier justificación o duda...

Además, es imposible, para quien quiere cumplir como corresponde sus obligaciones, cuando su pensamiento esta ocupado con toda las preocupaciones, como dijo Cristo: "Nadie puede servir a dos señores, porque aborrecerá a uno y amara al otro, o bien, se interesara por el primero y menospreciara al segundo. No se puede servir a Dios y al Dinero" (Mt. 6:24).

Nosotros tenemos que elegir solo una cosa: el tesoro celestial, sobre el cual nosotros ponemos todo nuestro corazón, porque: "Allí donde este tu tesoro, estará también tu corazón" (Mt. 6:21). Por eso quien de nosotros se preocupa por la posesión personal de alguna riqueza temporal, allí nuestro entendimiento sin querer se entierra en eso, como en un pozo; y nuestra alma no puede elevarse a la vida divina. Tal alma permanece insensible a las aspiraciones de la riqueza eterna y al prometido premio en el cielo. Y a estas riquezas es imposible abandonarlas de otra manera, sino con el continuo e insistente deseo de abandonarlas, y de liberarnos de todas las preocupaciones. Entonces la renuncia es cortar todas las ataduras de la persona con cosas materiales y su actual forma de vida, es liberación de todas las obligaciones familiares. Eso nos permite mas fácilmente caminar por ese camino que lleva a Dios y sin condición, obligación para obtener la riquisima esposa (Sal. 18:11) En una palabra, la renuncia al mundo es la transformación del corazón humano en la forma de vida celestial, según las palabras del Apóstol: "En cambio, nosotros somos ciudadanos del cielo, y esperamos ardientemente que venga de allí como Salvador el Señor Jesucristo" (Flp. 3:20). Lo mas importante, es el comienzo de la imitación y semejanza a Cristo, que: "Ya conocen la generosidad de nuestro Señor Jesucristo, que siendo rico, se hizo pobre por nosotros, a fin de enriquecernos con su pobreza" (2 Co. 8:9). Sin una tal renuncia, es imposible para nosotros llegar a aquella forma de vida, que se conformaría al Evangelio de Cristo. Porque entre riquezas y preocupaciones humanas, entre ataduras al mundo y costumbres humanas no se puede conseguir un corazón compungido, humilde, libre de iras, de tristezas, de preocupaciones y en general de todos los peligros y agitaciones del alma.

La pobreza evangélica

Según las palabras del Señor, no es conveniente ser rico, sino pobre: no juntar riquezas en la tierra sino en el cielo. Indiferente y sana actitud hacia la riqueza es servirse de ella conforme a los mandamientos: esto para nosotros es útil en muchos casos, ante todo para purificar el alma de los pecados.

Nuestra mayor suerte ni es pues, la abundancia en cosas temporales, sino que nosotros somos llamados a coparticipar en los verdaderos y eternos bienes.

Los ascetas primeramente acumulan los bienes del reino prometido, porque con todas sus virtudes, con su forma de vida y su unión, ellos representan fielmente el reflejo de la forma de vida en el cielo, ellos viven sin nada propio, no tienen nada propio, todo es en común.

Por cosa propia no se tenga en consideración: ni vestido, ni cosas de la cocina, ni alguna otra necesaria para la vida. Sean pues todas estas cosas al servicio de la necesidad. Tener algo como propietario, contradice a las afirmaciones de los Hechos de los Apóstoles, conde esta escrito: "La multitud de los creyentes tenia un solo corazón y una sola alma. Nadie consideraba sus bienes como propios, sino que todo era común entre ellos" (Hch. 4:32). Pues, cuando llama a algo suyo, se aleja de la Iglesia de Dios y del amor de Cristo quien nos enseño con la palabra y con el ejemplo dar su vida por sus amigos (Jn. 15:13). Pues, cuando la vida hay que dar por los demás, entonces, cuanto mas los cosas presentes.

Autor: San Damian el Grande

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