A vosotros se os ha dado
vivir la vocación contemplativa en este oasis de paz y de oración, al
que ya san Bruno, escribiendo a su amigo Raúl le Verd, describía así: ʺVivo
en un desierto de Calabria, bastante alejado por todas partes de todo
poblado... ¿Como describirte dignamente la amenidad del lugar, lo
templado y sano de sus aires, sus anchas y graciosas llanuras, que se
extienden a lo largo entre los montes, con verdes praderas y floridos
pastos? ¿O la vista de las colinas que se elevan en suaves pendientes
por todas partes, y el retiro de los umbrosos valles con su encantadora
abundancia de ríos, arroyos y fuentes?ʺ (S. Bruno, Carta a Raúl, ʺCartas de los primeros Cartujos «Sources chrétiennes», París 1962, pág. 63).
Es
necesario que vosotros, actuales seguidores de ese gran hombre de Dios,
recojáis sus ejemplos, comprometiéndoos a poner en práctica su espíritu
de amor a Dios en la soledad, en el silencio y en la oración, como
quienes ʺesperan la vuelta de su señor para que, apenas llame, en seguida le abranʺ (Lc 12,36).
Efectivamente,
vosotros estáis llamados a vivir como con anticipación esa vida divina
que san Pablo describe en la primera Carta a los Corintios, cuando
observa: ʺAhora vemos en un espejo, confusamente. Entonces veremos
cara a cara. Ahora conozco de un modo imperfecto, pero entonces conoceré
como soy conocidoʺ (13,12).
El
Fundador os invita a reflexionar sobre el sentido profundo de la vida
contemplativa, a la que llama Dios en toda época de la historia a almas
generosas. El espíritu de la Cartuja es para hombres fuertes; ya san
Bruno advertía que el compromiso contemplativo estaba reservado a pocos
(ʺlos hijos de la contemplación son menos numerosos que los de la acciónʺ (S. Bruno, Carta a Raúl, «Lettres des premiers Chartreuxʺ, Sources chrétiennes,
París, 1962, pág. 70, 72). Pero estos pocos están llamados a formar una
especie de ʺcentinela avanzadaʺ en la Iglesia. El trabajo lento y
continuo sobre el carácter, la apertura a la gracia divina, la oración
asidua, todo sirve para forjar en el cartujo un espíritu nuevo, templado
en la soledad a fin de vivir para Dios en actitud de disponibilidad
total. En la Cartuja se compromete uno a conseguir la plena superación
de sí mismo y a cultivar los gérmenes de toda virtud, alimentándose
copiosamente de los frutos celestes. Hay en todo esto un programa de
vida interior, al que alude san Bruno cuando escribe: ʺAquí se
adquiere aquel ojo limpio, cuya serena mirada hiere de amores al Esposo y
cuya limpieza y puridad permite, ver a Dios. Aquí se vive un ocio
activo, se reposa en una sosegada actividadʺ (ib, pág. 70).
El hombre contemplativo tiende constantemente hacia Dios y, con toda razón, puede expresar el anhelo del Salmista: ʺ¿Cuándo podré ir a ver la faz de Dios?ʺ (Sal. 41, 5;). Ve el mundo y sus realidades de modo muy diverso de quien vive en él: la ʺquiesʺ
sólo se busca en Dios y san Bruno invita repetidas veces a sus
discípulos a huir de ʺlas molestias y miseriasʺ de este mundo y a
trasladarse ʺdel tempestuoso mar de este mundo para entrar en el reposo tranquilo y seguro del puertoʺ, (ib.
pág. 74). En la paz y en el silencio del monasterio se encuentra la
alegría de alabar a Dios, de vivir en Él, de Él y para Él. San Bruno,
que vivió en este monasterio cerca de diez años, escribiendo a sus
hermanos de la comunidad de Chartreuse, abre su corazón desbordante de
alegría y sin retórica alguna los impulsa a gozar de su estado
contemplativo: ʺAlegraos, mis hermanos carísimos ‐escribe‐ por
vuestra feliz suerte y por las abundantes gracias que la mano del Señor
ha derramado sobre vosotros. Alegraos de haber escapado de los muchos
peligros y naufragios del tempestuoso mar del siglo. Alegraos de haber
alcanzado el reposo tranquilo y seguro del más resguardado puerto». (ib. p. 82).
Sin
embargo, esta específica y heroica vocación vuestra no os sitúa al
margen de la Iglesia; más bien os coloca en el corazón mismo de ella.
Vuestra presencia es una llamada constante a la oración, que es el
presupuesto de todo auténtico apostolado. Como tuve oportunidad de
escribiros, el ʺsacrificio de alabanza cuenta con vuestra fervorosa y
plena ejercitación, pues que día y noche ʹperseveráis en las divinas
centinelasʹ (cf. S. Bruno)ʺ. La Iglesia os estima, cuenta
mucho con vuestro testimonio, confía en vuestras oraciones, también yo
os encomiendo mi ministerio apostólico de Pastor de la Iglesia
universal.
Dad con
la vida testimonio de vuestro amor a Dios. El mundo os mira y, acaso
inconscientemente, espera mucho de vuestra vida contemplativa. Continuad
poniendo ante sus ojos la ʺprovocaciónʺ de un modo de vivir que, aun
cuando esté amasado de sufrimientos, soledad y silencio, hace desbordar
en vosotros la fuente de una alegría siempre nueva. ¿Acaso no escribió
vuestro Fundador: ʺcuánta utilidad y gozo divino traen consigo la
soledad y el silencio del desierto a quien lo ama, sólo lo conocen
quienes lo han experimentadoʺ? (ib. p.70). Que ésta es
también vuestra experiencia, se puede deducir del entusiasmo con que
perseveráis en el camino emprendido. En vuestros rostros se ve cómo Dios
da la paz y la alegría del Espíritu como merced a quien ha abandonado
todo para vivir de Él y cantar eternamente sus alabanzas.
La
actualidad de vuestro carisma está ante la Iglesia y deseo que muchas
almas generosas os sigan en la vida contemplativa. Vuestro camino es un
camino evangélico de seguimiento a Cristo. Exige la donación total con
la segregación del mundo, como consecuencia de una opción valiente, que
tiene en su origen únicamente la llamada de Jesús. Él es quien os ha
hecho esta invitación de amistad y de amor para seguirlo al monte, para
permanecer con Él.
Mi
deseo es que desde este lugar parta un mensaje al mundo y llegue
especialmente a los jóvenes, abriendo ante sus ojos la perspectiva de la
vocación contemplativa como don de Dios. Los jóvenes, hoy, están
animados por grandes ideales y, si ven hombres coherentes, testigos del
Evangelio, los siguen con entusiasmo. Proponer al mundo de hoy practicar
ʺla vida escondida con Cristoʺ (Col 3,3) significa
reafirmar el valor de la humildad, de la pobreza, de la libertad
interior. El mundo, que en el fondo está sediento de estas virtudes,
quiere ver hombres rectos que la practiquen con heroísmo cotidiano,
movidos por la conciencia de amar y servir con este testimonio a los
hermanos.
Vosotros,
desde este monasterio, estáis llamados a ser lámparas que iluminan la
senda por la que caminan muchos hermanos y hermanas esparcidos por el
mundo: sabed ayudar siempre a quien tenga necesidad de vuestra oración y
de vuestra serenidad. Aun con la feliz condición de haber elegido, con
la hermana de Marta, María, ʺla mejor parte..., que no le será quitadaʺ (Lc 10,42),
no estáis colocados al margen de las situaciones de los hermanos, que
llaman a vuestro lugar de soledad. Os traen sus problemas, sus
sufrimientos, las dificultades que acompañan esta vida: vosotros ‐dentro
del respeto a las exigencias de vuestra vida contemplativa‐ les dais la
alegría de Dios, asegurándoles que oraréis por ellos, que ofreceréis
vuestra ascesis a fin de que también ellos saquen fuerza y valor de la
fuente de la vida, que es Cristo. Ellos os ofrecen la inquietud de la
humanidad; vosotros les hacéis descubrir que Dios es la fuente de la
verdadera paz. Efectivamente, para utilizar de nuevo una expresión de
san Bruno: ʺY ¿qué mayor bien que Dios? Más aun, ¿existe algún otro bien fuera de Dios?ʺ(Ib. pág. 78).
Autor: Papa Juan Pablo II a los cartujos de Calabria, 1984
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