domingo, 5 de agosto de 2012
La Imaginación como factor de progreso
En la obra publicada en 1980, del ya fallecido J.J. Servan-Schreiber, El Desafío Mundial, en uno de sus capítulos comenta el fenómeno de la explosión económica del Japón en la década de los 60, señalando que una de las causas que contribuyeron a este desarrollo tan considerable en un país escaso de materias primas, se debió en gran parte, a que diversos dirigentes de las grandes empresas japonesas procedían de una generación que había convivido con sus abuelos durante la infancia. El autor aprovecha esta eventualidad para decirnos que: “todos estos abuelos tenían la afición de contarles historias, lo cual es un factor insustituible de estímulo de la imaginación y la creatividad de los jóvenes” (1).
Este alusión de Servan-Schreiber, pone de relieve la importancia y la influencia que tiene la imaginación en nuestras vidas y sus efectos en la conducta, circunstancia que nos lleva a mirar con simpatía a estos abuelos japoneses, o los de cualquier otro lugar del planeta, que han poseído la vieja sabiduría de narrar historias y cuentos a sus nietos, contribuyendo a estimular de forma positiva su imaginación. Pero también puede constituir un estímulo para el desarrollo de nuestra imaginación, toda una serie de situaciones existenciales que acompañan el curso de nuestra vida: el tipo de educación recibida, la amplitud de nuestras amistades, la calidad de las relaciones sociales, la cordial asunción de los recuerdos de infancia, la intercomunicación de nuestros saberes, los nuevos lugares conocidos, la estima por los simbolismos y las metáforas, la apertura y admiración por las cosas del entorno, la sensibilidad por el arte, las lecturas de los grandes escritores y novelistas, etc.
Polo ha señalado la importancia individual y social de educar adecuadamente la imaginación: “Un hombre aislado, un Robinson, se encontraría con una imaginación “atrofiada”, y no podría lograr el desarrollo de una imaginación educada. Sin una tradición, sin una acumulación de noticias que pueden, a su vez, ser integradas como especies retentas por los sujetos de un grupo social, la imaginación se reduce prácticamente a cero. Es clara la importancia de este asunto para los educadores y psicólogos”(2).
La imaginación es una facultad natural de nuestra sensibilidad interna que conserva y reproduce (3) mentalmente las sensaciones externas recibidas a través de la percepción, incluso en ausencia de éstas, cumpliendo con ello, una gradualidad de esenciales funciones cognoscitivas (4). Si nuestra imaginación estuviera atrofiada o fuera muy escasa, teniendo presente que el lenguaje es una articulación de imágenes y conceptos, la construcción sintáctica y las referencias semánticas de las proposiciones quedarían notablemente empobrecidas y limitadas, lo que conllevaría que nuestras relaciones comunicativas fueran rudimentarias y poco gratificantes. Por otra lado, nuestra actividad pensante y nuestro desarrollo intelectual podrían quedar negativamente afectados, dado que la amplitud y riqueza de nuestros raciocinios y reflexiones, dependen, en gran parte, de las imágenes que recibe el intelecto.
Sin una imaginación convenientemente educada, la posibilidad de “revivir” la memoria de nuestras experiencias pasadas y conectarlas con las vivencias del presente, para enriquecerlas significativamente, serían casi nulas e inexistentes, y la comprensión racional de las cosas del entorno se encontraría empíricamente “aprisionada” por la directa imposición de los estímulos sensitivos, lo que nos impediría ascender con facilidad a superiores niveles cognoscitivos. Si nuestras percepciones no se habituaran a acceder al nivel imaginativo, nuestra vida psíquica se desintegraría en términos de conocimiento, y se reduciría a unos ámbitos existenciales notablemente indigentes, inestables y fragmentarios, con referencias de sentido confusas y opacas respecto de la misma realidad.
Autor: Lluis Pifarré | Fuente: arvo
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