No podemos negar que los tiempos actuales, de enormes retos pero también de grandes posibilidades interpelan hoy a la persona consagrada en todos los campos. Sin embargo, hoy como nunca el campo de la educación ha sido quizás el más cuestionado por la vida consagrada. Y no es para menos. La vida consagrada por su carácter profético1 anuncia siempre la vida de Jesús y prevé una ciudad más justa y más fraterna basada en los valores solidales de la cual el evangelio es el precursor y el que nos empuja a ir contracorriente. “Toda la Iglesia está animada por el Espíritu y con El lleva a cabo su acción educativa. Dentro de la Iglesia, no obstante, a las personas consagradas les corresponde una tarea específica en este campo, pues están llamadas a introducir en el horizonte educativo el testimonio radical de los bienes del Reino, propuestos a todo hombre en espera del encuentro definitivo con el Señor de la historia.”2
En el cambio epocal que nos toca vivir, la vida consagrada de alguna forma se encuentra o se debe encontrar en una sana tensión. Si por un lado la persona consagrada es portadora de valores trascendentes y proféticos, por otra parte el mundo ante el cual debe actuar y ante el cual debe dar testimonio, es completamente contrario a esos valores de los que es portador. Se entabla por tanto una tensión en lo que es y lo que ve, lo que predica y la realidad a la cual llega su mensaje. Tensión que no debe asombrar pues ya Jesús fue testimonio de esa tensión entre su mensaje y el pueblo y los jefes del pueblo que vivían una sociedad muy distinta a la Buena nueva que Él venía a anunciar. Por ello no queda otra solución que aceptar siempre el vivir siempre en esta tensión, si se quiere ser fiel al valor profético de la vida consagrada. Esta tensión lleva de alguna manera a vivir siempre con una doble visión: hacia los valores del Reino con los valores inherentes que ella conlleva para la sociedad que se quiere construir y hacia la sociedad en la cual se insertarán los futuros hombres y mujeres formados con esos valores evangélicos. Porque no debemos olvidar que frente a la cada vez más fuerte presión de nuestro mundo líquido que campea por una educación neutra, ajena a todo tipo de valores, las personas consagradas no pueden renunciar a su función de formadores de hombres y mujeres del Reino y no únicamente a hombres y mujeres funcionales en una sociedad que sólo busca la performance en el campo del bienestar económico o el desarrollo tecnológico. Este mundo líquido, como dice el Magisterio de la Iglesia, se caracteriza por “la crisis de valores, que sobre todo en las sociedades ricas y desarrolladas, asume las formas, frecuentemente propaladas por los medios de comunicación social, de difuso subjetivismo, de relativismo moral y de nihilismo.”3 Es necesario por tanto que el docente consagrado enfoque su labor profético primero en un análisis social de la realidad para así darse cuenta como el subjetivismo, el relativismo moral y el nihilismo campean en la sociedad. No se trata de lamentarse eternamente de la situación, sino de analizarla con criterios objetivos, con ojos abiertos a la realidad de forma que este análisis de la realidad sea el que guíe los pasos para descubrir cuáles son los puntos estratégicos que conviene seguir en el momento de trazar las líneas directrices de la educación católica en la sociedad líquida.
El docente consagrado y el laico comprometido analizará con objetividad la forma en que el subjetivismo, el relativismo moral y el nihilismo proponen en la cultura emergente de los alumnos en la escuela en dónde realiza su misión el modelo de hombre o mujer que inconsciente o conscientemente la comunidad educativa está persiguiendo. Como dice Aparecida, “América Latina y el Caribe viven una particular emergencia educativa. En efecto, las reformas educacionales de nuestro continente, impulsadas para adaptarse a las nuevas experiencias que se van creando con el cambio global, aparecen centradas prevalentemente en la adquisición de conocimientos y habilidades, y denotan un claro reduccionismo antropológico, ya que conciben la educación preponderantemente en función de la producción, la competitividad y el mercado.”4
En el cambio epocal que nos toca vivir, la vida consagrada de alguna forma se encuentra o se debe encontrar en una sana tensión. Si por un lado la persona consagrada es portadora de valores trascendentes y proféticos, por otra parte el mundo ante el cual debe actuar y ante el cual debe dar testimonio, es completamente contrario a esos valores de los que es portador. Se entabla por tanto una tensión en lo que es y lo que ve, lo que predica y la realidad a la cual llega su mensaje. Tensión que no debe asombrar pues ya Jesús fue testimonio de esa tensión entre su mensaje y el pueblo y los jefes del pueblo que vivían una sociedad muy distinta a la Buena nueva que Él venía a anunciar. Por ello no queda otra solución que aceptar siempre el vivir siempre en esta tensión, si se quiere ser fiel al valor profético de la vida consagrada. Esta tensión lleva de alguna manera a vivir siempre con una doble visión: hacia los valores del Reino con los valores inherentes que ella conlleva para la sociedad que se quiere construir y hacia la sociedad en la cual se insertarán los futuros hombres y mujeres formados con esos valores evangélicos. Porque no debemos olvidar que frente a la cada vez más fuerte presión de nuestro mundo líquido que campea por una educación neutra, ajena a todo tipo de valores, las personas consagradas no pueden renunciar a su función de formadores de hombres y mujeres del Reino y no únicamente a hombres y mujeres funcionales en una sociedad que sólo busca la performance en el campo del bienestar económico o el desarrollo tecnológico. Este mundo líquido, como dice el Magisterio de la Iglesia, se caracteriza por “la crisis de valores, que sobre todo en las sociedades ricas y desarrolladas, asume las formas, frecuentemente propaladas por los medios de comunicación social, de difuso subjetivismo, de relativismo moral y de nihilismo.”3 Es necesario por tanto que el docente consagrado enfoque su labor profético primero en un análisis social de la realidad para así darse cuenta como el subjetivismo, el relativismo moral y el nihilismo campean en la sociedad. No se trata de lamentarse eternamente de la situación, sino de analizarla con criterios objetivos, con ojos abiertos a la realidad de forma que este análisis de la realidad sea el que guíe los pasos para descubrir cuáles son los puntos estratégicos que conviene seguir en el momento de trazar las líneas directrices de la educación católica en la sociedad líquida.
El docente consagrado y el laico comprometido analizará con objetividad la forma en que el subjetivismo, el relativismo moral y el nihilismo proponen en la cultura emergente de los alumnos en la escuela en dónde realiza su misión el modelo de hombre o mujer que inconsciente o conscientemente la comunidad educativa está persiguiendo. Como dice Aparecida, “América Latina y el Caribe viven una particular emergencia educativa. En efecto, las reformas educacionales de nuestro continente, impulsadas para adaptarse a las nuevas experiencias que se van creando con el cambio global, aparecen centradas prevalentemente en la adquisición de conocimientos y habilidades, y denotan un claro reduccionismo antropológico, ya que conciben la educación preponderantemente en función de la producción, la competitividad y el mercado.”4
Autor: German Sanchez Griese
1 “En la historia de la Iglesia, junto con otros cristianos, no han faltado hombres y mujeres consagrados a Dios que, por un singular don del Espíritu, han ejercido un auténtico ministerio profético, hablando a todos en nombre de Dios, incluso a los Pastores de la Iglesia. La verdadera profecía nace de Dios, de la amistad con El, de la escucha atenta de su Palabra en las diversas circunstancias de la historia” Juan Pablo II, Exhortación apostólica Vita consecrata, 25.3.1996, n. 84.
2 Juan Pablo II, Exhortación apostólica Vita consecrata, 25.3.1996, n. 96.
3 Congregación para la Educación Católica, La escuela católica en los umbrales del tercer milenio”, 28.12.1997, n. 1.
4 V Conferencia General del Episcopado Latinoamericano y de el Caribe, Aparecida, documento final, Ediciones Paulinas, Lima 2007, n. 328.
2 Juan Pablo II, Exhortación apostólica Vita consecrata, 25.3.1996, n. 96.
3 Congregación para la Educación Católica, La escuela católica en los umbrales del tercer milenio”, 28.12.1997, n. 1.
4 V Conferencia General del Episcopado Latinoamericano y de el Caribe, Aparecida, documento final, Ediciones Paulinas, Lima 2007, n. 328.
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