En el léxico común “prudencia”
significa moderación en el actuar. Pero la virtud de la prudencia es
muchísimo más que eso. Tan importante es esta virtud que la Biblia la
cita como necesaria en varias oportunidades, tanto en el Antiguo
Testamento (Prov. 10, 19; 11.12; 13, 16; 16, 21; 16, 23; 17, 27), como en las Cartas de San Pablo (1 Cor. 4, 10; 1 Tim. 3, 2; Tit. 2, 2; 2, 5; 2, 6).
El Libro de los Proverbios nos dice que “el hombre prudente procede con Sabiduría” y nos dice también que “el sabio de corazón es llamado prudente” (Prov. 13, 16 y 16, 21).
De allí que la Primera Lectura de hoy sea tomada del libro de la Sabiduría (Sb. 6, 12-16). Y que se nos diga en ella que “es prudencia consumada darle primacía a la Sabiduría en los pensamientos”.
Y ... ¿qué es la Sabiduría?
La Sabiduría con “S”
mayúscula no es lo que se piensa el comúnmente: saber mucho, acumular
muchos conocimientos, saber aplicarlos, etc.
La verdadera Sabiduría consiste en poder ver las cosas a la luz de Dios; es ver todo como Dios lo ve.
Sabiduría es quitarnos
los lentes turbios que solemos llevar, los cuales nos hacen ver las
cosas de acuerdo a nuestro modo de pensar humano, y ponernos más bien
los lentes claros y brillantes de Dios. Estos lentes imaginarios nos
permiten ver con claridad el camino que hemos de seguir, nos permiten
actuar con la prudencia a la que nos invitan las lecturas de este
domingo.
Sabiduría es saber ver
las circunstancias de nuestra vida y la de otros, los hechos de la vida
cotidiana, los acontecimientos nacionales y mundiales como Dios los
ve.
En resumen: Sabiduría es
ver todo a la luz de Dios. Sabiduría y prudencia van ligadas. Según la
Primera Lectura, ser prudente es ser sabio.
Y es así porque virtud de
la prudencia nos lleva a actuar de acuerdo a la luz de Dios, de
acuerdo al modo como Dios ve las cosas, y no de acuerdo a nuestro modo
humano de pensar.
En la Segunda Lectura (1 Tes. 4, 13-18) San
Pablo nos muestra en qué consiste la muerte para los creyentes; nos
enseña cómo ver la muerte con esa prudencia que el Señor nos pide, a la
luz de la Sabiduría divina.
A la luz de Dios, la muerte no es motivo para “vivir tristes, sino para vivir en esperanza”,
pues la muerte es el paso necesario para el encuentro definitivo con
el Señor –cuando lleguemos al Cielo, una vez purificados- y,
posteriormente, para la resurrección que tendrá lugar al fin de los
tiempos.
De allí que San Pablo nos diga: “a los que murieron en Jesús, Dios los llevará con El”.
Dios nuestro Señor nos llevará a esa meta que El nos ha prometido: el
Reino de los Cielos. Eso sí: siempre y cuando hagamos lo requerido por
El.
No es de extrañar,
entonces, que Jesucristo nos presente la prudencia como un
requerimiento para entrar al Reino de los Cielos, cuando nos cuenta la
famosa parábola de las vírgenes necias, la cual nos trae el Evangelio
de hoy. (Mt. 25, 1-13).
Jesucristo llegará de
improviso a llamar a su Banquete Eterno a toda la humanidad,
representada por las diez jóvenes. Cinco de las jóvenes eran prudentes y
cinco eran imprudentes. Las prudentes tenían suficiente aceite para
mantener las lámparas encendidas; las otras cinco se quedaron sin aceite
y sin poder entrar al Banquete Celestial.
Aunque no nos demos
cuenta, la realidad es que vivimos nuestra vida terrena en espera del
Señor, que puede llegar en cualquier momento para iniciar su Fiesta
Eterna. Pero para poder entrar a esa Fiesta a la que todos somos
invitados, tenemos que estar preparados, con nuestras lámparas llenas
del aceite de las virtudes y de las buenas obras. Esta parábola es un
llamado a ser prudentes. ¿En qué consiste, entonces, la virtud de la
prudencia?
Consiste la prudencia en
saber lo que debemos hacer o dejar de hacer en cada situación que se
nos presente para alcanzar la vida eterna. ¡Nada menos! Es decir: la
prudencia es como la guía que nos lleva al Banquete Celestial.
La prudencia incluye varios aspectos y se manifiesta de varias maneras. Así, la persona prudente:
. sabe aplicar las experiencias del pasado al momento presente.
. puede
decidir en el momento presente lo que es bueno o malo, conveniente o
inconveniente, lícito o ilícito, siempre con miras al fin último, que es
la vida eterna.
. sabe ser humilde y dócil para pedir consejo o aceptar corrección y orientación de personas sabias.
. sabe
decidir “prudentemente” tanto en los casos urgentes, cuando no es
posible detenerse en un largo examen, como en los casos no urgentes
cuando sí puede hacer una reflexión detenida.
.
puede decidir si debe actuar de una u otra manera, considerando todas
las consecuencias que ese acto pueda tener, siempre con miras a la vida
eterna. Por ejemplo: la persona prudente sabe que las humillaciones
aceptadas son fuente de humildad para quien recibe la humillación, pero
si una humillación también afecta a terceros, se da cuenta que puede
ser prudente no aceptar esa humillación.
. sabe
evitar los obstáculos que puedan poner en peligro el fin sobrenatural.
Concretamente la virtud de la prudencia indica cómo evitar el pecado y
cómo evitar también la tentación al pecado.
Lo contrario a la prudencia es el descuido, la imprudencia. Esta también tiene sus manifestaciones:
. actuar por capricho y con precipitación, sin tener en cuenta nuestro fin último.
. también
incluye la inconstancia, que lleva a abandonar fácilmente y por
capricho el fin sobrenatural que nos indica la prudencia.
. el imprudente es también negligente con relación a lo que hay que hacer para obtener la vida eterna.
. la
principal imprudencia, sin embargo, es la de dar una imprudente
sobre-valoración a las cosas terrenas, siendo precavido e
imprudentemente “prudente” para las cosas de este mundo, pero
descuidando las cosas que tienen que ver con la vida eterna.
Los prudentes entrarán al
Banquete Celestial y los imprudentes tendrán que oír la sentencia que
el Señor nos da al final de esta parábola: “No los conozco”. No
conoce el Señor a quienes no dirigen sus decisiones y sus actos de
acuerdo al fin último al que estamos todos invitados: el Banquete
Celestial.
Según esta parábola de
las vírgenes necias, la virtud de la prudencia también incluye la
previsión y la vigilancia. Por eso el Señor cierra su relato con la
siguiente advertencia: “Estén, pues, preparados, porque no saben ni el día ni la hora” (Mt. 25, 13).
Autor: homilia.org
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