“Quiero hacerte leer en el libro de la vida,
donde está contenida la ciencia del amor”. ¡La ciencia del amor! ¡Sí, estas
palabras resuenan dulcemente en los oídos de mi alma! No deseo otra ciencia.
Después de haber dado por ella todas mis riquezas, me parece, como a la esposa
del Cantar de los Cantares, que no he dado nada todavía (Ct 8,7). Comprendo tan
bien que, fuera del amor, no hay nada que pueda hacernos gratos a Dios, que ese
amor es el único bien que ambiciono.
Jesús se complace en mostrarme el único camino
que conduce a esa hoguera divina; ese camino es el abandono del niñito que se
duerme sin miedo en brazos de su padre. “El que sea pequeñito, que venga a mí”
dijo el Espíritu Santo por boca de Salomón (Pr 9,4) y ese mismo Espíritu de
amor dijo también que “a los pequeños se les compadece y perdona” (Sab 6,6). Y,
en su nombre, el profeta Isaías nos revela que en el último día “El Señor
apacentará como un pastor a su rebaño, reunirá a los corderitos y los
estrechará contra su pecho” (Is 40,11)...
Si todas las almas débiles e imperfectas
sintieran lo que siente la más pequeña de todas las almas, el alma de tu
Teresita, ni una sola perdería la esperanza de llegar a la cima de la montaña
del amor, pues Jesús no pide grandes hazañas, sino únicamente abandono y
gratitud, como dijo en el salmo 49: “No aceptaré un becerro de tu casa ni un
cabrito de tus rebaños, pues las fieras de la selva son mías y hay miles de
bestias en mis montes... Ofrece a Dios sacrificios de alabanza y de acción de
gracias”. He aquí, pues, todo lo que Jesús exige de nosotros. No tiene
necesidad de nuestras obras, sino sólo de nuestro amor. Porque ese mismo Dios
que declara que no tiene necesidad de decirnos si tiene hambre, (Sl 49) no
vacila en mendigar un poco de agua a la Samaritana (Jn 4,7). Tenía sed... Tenía
sed de amor. Sí, me doy cuenta, más que nunca, de que Jesús está sediento,
entre los discípulos del mundo sólo encuentra ingratos e indiferentes, y entre
sus propios discípulos ¡qué pocos corazones encuentra que se entreguen a él sin
reservas, que comprendan toda la ternura de su amor infinito!
Santa Teresa del Niño Jesús (1873-1897),
carmelita descalza y doctor de la Iglesia. Manuscritos autobiográficos B,1
r°-v°
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