Composición
de Lugar: apenas la
Virgen supo del milagro de fecundidad operado en Isabel, su prima, se dirigió a
visitarla. Era primavera, cercana, quizá, la Pascua. La aldea, situada hacia el
Sur, en la montaña de Judea, se supone ser, probablemente, la actual Ain-Karim.
Había, desde Nazaret, varios días de camino –tres o cuatro-, y cae dentro de lo
probable que María los hiciera con alguna de las caravanas que se dirigían a
Jerusalén, confundida entre la gente, a solas con su gozoso secreto. Debió de
ser para Ella un viaje maravilloso. Te acompaño, María. Déjame ir en tu
compañía, pues quiero aprender de ti la caridad.
Petición: Señor, ensancha mi corazón para que pueda
desvivirme en caridad por mi hermano, a ejemplo de María con su prima Isabel,
olvidándome de mí mismo.
Fruto: Vivir mi jornada animado por el espíritu
de caridad activa y servicial, porque en servir está la verdadera libertad y
alegría.
Puntos: Veamos los detalles de caridad de María
en la Visitación a su prima Isabel.
1.Ponerse en
camino, ¡qué incomodidad!
Con lo bien que estaba en su casita de Nazaret, y poder disfrutar a solas de
esa noticia tan maravillosa: "estoy embarazada de Dios". Ponerse en
camino implica desinstalarse, salir de uno mismo, exponerse a las sorpresas del
camino y a la inclemencia del clima, a perder mucho tiempo. La caridad siempre
me exige un salir de mí mismo y de mi comodidad para ir al otro, que me necesita,
que me interpela, que me espera. ¿Cuáles son las cadenas que me impedirían
ponerme en camino? El egoísmo ciego, la tibia comodidad, los propios intereses
mezquinos. ¿Qué efectos produce en mi alma el ponerme en camino? Una grande
alegría interior, una liberación de mi egoísmo, un dilatación de mi corazón.
Ahí vemos a María, feliz, radiante, yendo a Ain Karim para servir a su prima
Isabel que está embarazada de Juan Bautista. ¿En algo puedo ayudarte, Isabel?
Señor, dame alas en mi alma para ponerme en camino donde tantos de mis hermanos
me esperan para que les eche una mano o las dos.
2. Se fue de
prisa a la montaña, ¡qué
urgencia! La caridad no puede esperar, tiene prisa. Ir de prisa significa que
no tenemos que contemplar nuestros quehaceres –por muy importantes que sean-
pues nos atarían a la pata de nuestra mesa egoísta. Y, ¿quién te desata? A la
caridad tienen que salirle las alas del alma para ir de prisa a socorrer al
otro, al prójimo que está más necesitado que tú. La caridad no puede ser
perezosa. No hay que reflexionar mucho al hacer la caridad, porque encontrarás
siempre motivos para no moverte y hacer esa caridad. Dice el Kempis en su libro
Imitación de Cristo: "Quien ama, corre, vuela; vive alegre, está libre y
nada le entorpece. A quien ama, nada le pesa, nada le cuesta, emprende más de
lo que puede. El amor está siempre vigilante e incluso no duerme…Sólo quien
ama, puede comprender la voz del amor" (Libro III, capítulo 5). María ama
y por eso escuchó la voz del amor que le pedía ayudar a su prima Isabel. El
amor nos abre las alas del alma para volar y ayudar a los demás. Quien no ama
no pasa de ser un pobre ave de corral que sólo picotea su granito para llenar
su propio buche, y nunca vuela, porque no tiene alas desplegadas, fuertes y
consistentes…y está siempre peleándose con las demás aves del corral por un
ridículo granito de maíz.
3. Entró en
casa de Zacarías, ¡qué
intimidad! La casa del otro está de ordinario cerrada a los demás por miedo a
los ladrones, a los fisgones, a los intrusos. Nadie abre la propia puerta de su
casa a cualquiera. Un mínimo de intimidad se requiere. La caridad crea lazos de
intimidad con el otro. Y aquí María creó lazos con su prima, porque entre ellas
estaba la gran noticia que incumbía a las dos: el nacimiento del Salvador, que
exigía la presencia del precursor, Juan. Cuando el Evangelio todavía no es
palabra pública dirigida a todos los hombres, ya es mensaje acogido por María y
hecho carne en ella. Está encerrado en su seno, es la debilidad de un niño.
Pero ya está operante en su vida y desde ella obra la santificación de una
familia, transformándose en Buena Noticia para todos sus miembros. En lenguaje
cristiano "entrar en la casa de alguien" significa llevar la buena
nueva, transformarse en apóstol. En esa intimidad esas dos mujeres se encendían
con el amor de Dios y provocaron una enorme hoguera de fe, humildad y gratitud:
"Feliz tú que has creído... ¿Cómo es que viene a mí la Madre de mi Señor?
Mi alma glorifica al Señor". Así deberíamos ser cada uno de nosotros cuando
visitamos a alguien: provocar el gozo de Dios en lo profundo de las almas.
4. Y saludó a
Isabel, ¡qué delicadeza!
Detrás del saludo se esconde ese deseo de salud física y espiritual. El saludo
implica unión de corazones. El saludo verdadero es portador de gozo y energía
al otro. El saludo despierta en el otro un deseo de entrar en esa misma
corriente de expansión y amor. El saludo a su prima –seguramente lleno de amor
cálido- es ya transmisión de la gracia, y con su sola presencia es instrumento de
santificación para el hogar de Zacarías. Y con el saludo María lleva los bienes
mesiánicos: la alegría y la acción del Espíritu Santo. Hay clima de fiesta en
el encuentro, sorpresa por la visita y admiración por las grandezas divinas.
María e Isabel están todavía bajo los efectos de las visitas de Dios en sus
vidas; y uno de esos efectos es precisamente el gozo ante la misericordia y la
fidelidad del Dios de la alianza. Isabel, impulsada por el mismo Espíritu que
había obrado en María la Encarnación, alaba y reconoce en su prima a la Madre
de su Señor, el Redentor de su pueblo. Su gozo es tan intenso ante este nuevo
don, que se comunica al hijo que lleva en su seno, el futuro precursor de aquel
que está en el seno de María. El Espíritu no encuentra barreras en estas
mujeres llenas de fe y obra con plenitud en ellas, santificando también la
experiencia más hermosa de sus vidas: la maternidad.
5. Exclamó,
"Mi alma glorifica al Señor". La reacción de María ante las maravillas obradas
por Dios en su vida es un cántico de alabanza y gratitud. ¡Qué humildad! María
no viene a creerse más importante que Isabel, pues la caridad no puede
pavonearse ni ser vanidosa. La vanidad mancha la caridad y la pudre de raíz.
María viene a reconocer que todo lo bueno que ella tiene viene de Dios, es de
Dios, y que nada es mérito suyo. Ella es la Virgen evangelizadora de la buena
nueva. Es la portadora de Cristo a sus semejantes. Ella no permanece pasiva en
Nazaret; se siente urgida a transmitir los dones recibidos. María no los retiene
para sí, los comunica con generosidad. Lo contemplado en el encuentro personal
e íntimo con su Dios se vuelve en ella mensaje fecundo e irradiación
espontánea. Nuestra caridad hecha mensaje para los demás tiene que estar
amasada de humildad, pues no somos nosotros los que movemos el corazón; es Dios
a través de nosotros quien llena a los demás del gozo íntimo. Dios es la fuente
de la alegría. María se sabe y siente en posesión de Dios, por eso exulta su
corazón. Dios es grande, Ella es pequeña. Dios es la alegría, Ella es el
recipiente de esa alegría de Dios, y lo comparte con nosotros.
6. Y María se
quedó con Isabel unos tres meses, ¡qué abnegación! ¿Haciendo qué? Cocinando, limpiando pisos, yendo de
compras, charlando de corazón a corazón, sudando y cansándose. Pero ella estaba
feliz, pues la caridad que cuesta provoca felicidad interior, nos desprende de
esa costra de egoísmo que tanta paz nos roba y desfigura la belleza de nuestra
alma. María aquí es la Virgen servicial, la que no duda en abrirse a los demás
para compartir sus alegrías y dolores. La servidora del Señor se hace servidora
de sus semejantes. No podía ser de otra manera, porque no hay separación entre
entrega a Dios y compromiso con los hombres. El primer mandamiento de Jesús
encuentra en María una encarnación preclara: el amor a Dios es fuente del amor
al prójimo, y éste es consecuencia y sello de autenticidad de aquél. Su
servicio mayor –la aceptación de la misión maternal- impulsa a María a esta
otra forma de maternidad: el servicio desinteresado a los demás. El misterio de
la Anunciación tiene su prolongación y complemente en el de la Visitación. ¿Soy
capaz, no digo de permanecer tres meses, sino tres minutos, tres horas, tres
días…con alguien que necesita de mi caridad?
Preguntas para
reflexionar:
· ¿Qué me
impide el servir a mis hermanos: el egoísmo, la comodidad, la soberbia?
· Cuando hago
algún gesto con mi hermano, ¿es por caridad desinteresada o porque busco alguna
compensación?
· Al entrar en
contacto con mi hermano, ¿llevo la alegría de Dios que provoca en el otro el
gozo íntimo? ¿O me llevo a mí mismo y mis problemas y reclamos?
· ¿Estaría
dispuesto, como María, a servir a mi prójimo durante tres meses, tres semanas,
tres días, tres horas ayudando y dando mi tiempo, mis haberes y mi cansancio?
Autor: P.
Antonio Rivero LC | Fuente: Catholic.net
|
No hay comentarios:
Publicar un comentario