Puesto que
la debilidad de los hombres no sabe mantener un camino firme en este mundo
resbaladizo, el buen médico de enseña los remedios contra el extravío, y el
juez misericordioso de ninguna manera rechaza la esperanza del perdón. Es por
este motivo que san Lucas ha propuesto las tres parábolas siguientes: la oveja
que se había extraviado y que fue hallada, la moneda de plata que se había
perdido y se encontró, el hijo que se daba por muerto y recobró la vida. Todo
ellos es para que este triple remedio nos impulse a curar nuestras heridas… La
oveja cansada es devuelta al redil por el pastor; la moneda extraviada es
hallada; el hijo pisa de nuevo el camino y regresa a su padre arrepentido de su
extravío…
Alegrémonos, pues, de que esta oveja que se extravió en Adán, sea levantada por Cristo. Las espaldas de Cristo son los brazos de la cruz; Las espaldas de Cristo son los brazos de la cruz; Las espaldas de Cristo son los brazos de la cruz; es en ella donde he dejado mis pecados, es sobre esta horca que he encontrado mi descanso. Esta oveja es única en su naturaleza, pero no en sus personas, porque nosotros todos formamos un solo cuerpo, pero somos muchos miembros. Por esto está escrito: “Sois el cuerpo de Cristo y miembros de sus miembros” (1C 2,27). “El Hijo del hombre ha venido para salvar lo que estaba perdido” (Lc 19,10), es decir, a todos los hombres puesto que “si por Adán murieron todos, por Cristo todos volverán a la vida” (1C 15,22)…
Tampoco es sin relevancia que esta mujer se alegre de haber encontrado la moneda: pues no es poca cosa que en esta moneda figure el rostro de un príncipe. De la misma manera el rostro del Rey es el bien de la Iglesia. Nosotros somos ovejas: pidamos las praderas: Somos la moneda: conservemos nuestro valor. Somos los hijos: corramos hacia el Padre.
Alegrémonos, pues, de que esta oveja que se extravió en Adán, sea levantada por Cristo. Las espaldas de Cristo son los brazos de la cruz; Las espaldas de Cristo son los brazos de la cruz; Las espaldas de Cristo son los brazos de la cruz; es en ella donde he dejado mis pecados, es sobre esta horca que he encontrado mi descanso. Esta oveja es única en su naturaleza, pero no en sus personas, porque nosotros todos formamos un solo cuerpo, pero somos muchos miembros. Por esto está escrito: “Sois el cuerpo de Cristo y miembros de sus miembros” (1C 2,27). “El Hijo del hombre ha venido para salvar lo que estaba perdido” (Lc 19,10), es decir, a todos los hombres puesto que “si por Adán murieron todos, por Cristo todos volverán a la vida” (1C 15,22)…
Tampoco es sin relevancia que esta mujer se alegre de haber encontrado la moneda: pues no es poca cosa que en esta moneda figure el rostro de un príncipe. De la misma manera el rostro del Rey es el bien de la Iglesia. Nosotros somos ovejas: pidamos las praderas: Somos la moneda: conservemos nuestro valor. Somos los hijos: corramos hacia el Padre.
San Ambrosio
(c 340-397), obispo de Milán y maestro de San Agustín, doctor de la Iglesia. Sobre
el evangelio de san Lucas, 7, 207
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