En
castellano se cuenta con dos vocablos para designar la relación consciente y
coloquial del hombre con Dios: plegaria y oración. La palabra “plegaria”
proviene del verbo latino precor, que significa rogar, acudir a alguien
solicitando un beneficio. El término “oración” proviene del substantivo latino
oratio, que significa habla, discurso, lenguaje.
Las
definiciones que se dan de la oración, suelen reflejar estas diferencias de
matiz que acabamos de encontrar al aludir a la terminología. Por ejemplo, San Juan
Damasceno, la considera como «la elevación del alma a Dios y la petición de
bienes convenientes»; mientras que para San Juan Clímaco se trata más bien de
una «conversación familiar y unión del hombre con Dios».
La oración
es absolutamente necesaria para la vida espiritual. Es como la respiración que
permite que la vida del espíritu se desarrolle. En la oración se actualiza la
fe en la presencia de Dios y de su amor. Se fomenta la esperanza que lleva a
orientar la vida hacia Él y a confiar en su providencia. Y se agranda el
corazón al responder con el propio amor al Amor divino.
En la
oración, el alma, conducida por el Espíritu Santo desde lo más hondo de sí
misma (cfr. Catecismo, 2562), se une a Cristo, maestro, modelo y camino de toda
oración cristiana (cfr. Catecismo, 2599 ss.), y con Cristo, por Cristo y en
Cristo, se dirige a Dios Padre, participando de la riqueza del vivir trinitario
(cfr. Catecismo, 2559-2564). De ahí la importancia que en la vida de oración
tiene la Liturgia y, en su centro, la Eucaristía.
Autor: José
Luis Illanes | Fuente: www.opusdei.es
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