Colmado de gracias del Espíritu Santo, el bienaventurado
Francisco predijo a sus hermanos lo que tenía que pasar. En el bosque cercano a
la capilla de Santa María de la Porciúncula, donde tenían costumbre los
hermanos de retirarse para la oración, reunió a los seis hermanos que le
seguían entonces y les dijo: “Queridos hermanos, entendamos bien nuestra
vocación. En su misericordia, Dios no nos ha llamado solamente para nuestro
provecho propio sino también para el servicio y la salvación de muchos otros. Vayamos
pues, por el mundo, exhortando y mostrando a los hombres y las mujeres, por
nuestra palabra y nuestro ejemplo, la penitencia de sus pecados y a acordarse
de los preceptos de Dios que habían quedado en el olvido.”
Luego añadió: “No
tengáis miedo, pequeño rebaño!” (Lc 12,32) tened confianza en el Señor. No os
preguntéis el uno al otro: ¿Cómo vamos a predicar nosotros, ignorantes e
iletrados?” Acordaos, más bien, de las palabras del Señor a sus discípulos: “Yo
os digo: no seréis vosotros los que hablaréis sino que el Espíritu Santo
hablará por vosotros.” (Mt 10,20) Es pues, el Señor mismo quien os comunicará
su Espíritu y su sabiduría para exhortar y predicar a los hombres y mujeres la
senda y la práctica de sus mandamientos.
Tomado de: Vida de San Francisco de Asís. “Anónimo de
Perusa” (siglo XIII,) § 18
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