jueves, 22 de marzo de 2012

El más suave y santo de los nombres



"Y su nombre será: Consejero Admirable, Dios Fuerte, Padre Eterno, Príncipe de la Paz" (Is 9, 5).

Sí, cómo es maravilloso, rico y simbólico este nombre que, según el Profeta Isaías, significa ¡"Dios con nosotros"! Cómo el Arcángel Gabriel debe haber encantado a la Santísima Virgen María - que ponderaba todas las cosas en su corazón - con estas palabras en el momento de la Anunciación: ¡"Y le pondrás el nombre de Jesús"! (Lc 1,31).

Fecunda fuente de inspiración

Esta frase, que quedó indeleblemente grabada en el Inmaculado Corazón de María, llega a los oídos de los fieles de todos los tiempos, en el orbe terrestre entero, fecundando los buenos afectos de todo hombre bautizado. A lo largo de los siglos, diversas almas monásticas y contemplativas fueron inspiradas por ella a tal punto que innúmeras composiciones de canto gregoriano versan sobre el suave nombre del Hijo de Dios.

Hay una misteriosa e insondable relación entre el nombre de Jesús y el Verbo Encarnado, no siendo posible concebir otro que le sea más apropiado.

Es el más suave y santo de los nombres. Él es un símbolo sacratísimo del Hijo de Dios, y sumamente eficaz para atraer sobre nosotros las gracias y favores celestiales. El propio Nuestro Señor prometió: "Cualquier cosa que pidáis a mi Padre en mi nombre, Él os concederá" (Jn 14,13). ¡Qué magnífica invitación para repetirlo sin cesar y con ilimitada confianza!

¡Invoque este nombre poderosísimo!

La Santa Iglesia, madre próvida y solícita, concede indulgencias a quien lo invoque con reverencia, inclusive pone a disposición de sus hijos la Letanía del Santísimo Nombre de Jesús, incentivándolos a rezarla con frecuencia.

En el siglo XIII, el Papa Gregorio X exhortó a los obispos del mundo y sus sacerdotes a pronunciar muchas veces el nombre de Jesús e incentivar al pueblo a colocar toda su confianza en este nombre todo poderoso, como un remedio contra los males que amenazaban la sociedad de entonces. El Papa confió particularmente a los dominicos la tarea de predicar las maravillas del Santo Nombre, obra que ellos realizaron con celo, obteniendo grandes éxitos y victorias para la Santa Iglesia.

Un vigoroso ejemplo de la eficacia del Santo Nombre de Jesús se verificó por ocasión de una epidemia devastadora surgida en Lisboa en 1432. Todos los que podían, huían aterrorizados de la ciudad, llevando así la enfermedad a todos los rincones de Portugal.

Millares de personas murieron. Entre los heroicos miembros del clero que daban asistencia a los agonizantes estaba un venerable obispo dominico, Mons. André Dias, el cual incentivaba a la población a invocar el Santo Nombre de Jesús.

Él recorría incansablemente el país, recomendando a todos, inclusive a los que todavía no habían sido afectados por la terrible enfermedad, a repetir: ¡Jesús, Jesús! "Escriban este nombre en cartones, mantengan estos cartones sobre sus cuerpos; colóquenlos, a la noche, bajo la almohada; cuélguenlos en sus puertas; pero, por encima de todo, constantemente invoquen con sus labios y en sus corazones este nombre poderosísimo".

¡Maravilla! En un plazo increíblemente corto el país entero fue liberado de la epidemia, y las personas agradecidas continuaron confiando con amor en el Santo Nombre de nuestro Salvador. Desde Portugal, esa confianza se esparció a España, Francia y el resto del mundo.

Una retribución agradable a Dios

El ardiente San Pablo es el apóstol por excelencia del Santo Nombre de Jesús. Dice él que éste es "el nombre por encima de todos los nombres", y alaba su poder con estas palabras: "Al nombre de Jesús se doblen todas las rodillas en los cielos, en la tierra y en los infiernos" (Fil 2,10).

San Bernardo era tomado de inefable alegría y consuelo al repetir el nombre de Jesús. Él sentía como si tuviese miel en su boca, y una deliciosa paz en su corazón. San Francisco de Sales no duda en decir que quien tiene la costumbre de repetir con frecuencia el nombre de Jesús, puede estar seguro de obtener la gracia de una muerte santa y feliz. ¡Otro inmenso favor!

¿Pero este gran don no nos pide alguna retribución?

Sí. Además de mucha confianza y gratitud, el deseo sincero de vivir en entera consonancia con las infinitas bellezas contenidas en el santísimo Nombre de Jesús. Y también - a ejemplo del venerable obispo portugués Mons. André Dias - el empeño en divulgarlo a los cuatro vientos. Digna de honra y alabanza es la madre verdaderamente católica, que enseña a sus hijos a pronunciar los dulces nombres de Jesús y de María incluso antes de decir mamá y papá, así como a pautar su vida por la de esos dos modelos divinos.

Autor: la Hermana Elizabeth MacDonald, EP.

miércoles, 21 de marzo de 2012

El hombre debe tener razones para vivir y para morir




"El hombre debe tener razones para vivir y para morir, y no será la ciencia quien se los dará", afirmó el premio Nobel para Medicina, François Jacob. [1]

Está en la misión de la Iglesia es ofrecer un compromiso ético a los modernos científicos para el bien de la humanidad. Es una cuestión de dignidad y respeto para la existencia humana.

La cristiandad -y especialmente la Fe católica- es la religión que da el verdadero significado al mundo material porque es la religión que está basada en la creación y en la encarnación, en la cual el mundo es entendido como fruto de un Dios inteligente y personal. "Aquel que conserve la vida para sí ha de perderla; aquel que pierde su vida por causa de mí ha de salvarla" (Mt 10, 39). Perder la vida en la búsqueda de Dios significa el abandono a la Verdad. La Revelación cristiana, aunque sobrenatural, no paraliza al creyente, sino lo alienta a la búsqueda por la Verdad, por el uso de la razón iluminada por la Fe. La misión de la teología es mantener el espacio de lo transcendente abierto en un mundo cada vez más pragmático y materialista. La peor cosa que podría suceder sería que el cientificismo cierre la posibilidad de lo trascendente y la reducción de la realidad a apenas a lo que puede ser mensurado y observado.

La teología debe promover el diálogo con la ciencia a fin de no perder su lugar en la conquista por el entendimiento. La revolución científica es insuficiente para mostrar el significado de la vida e instilar una esperanza concreta. Después del oscurecer de la consciencia, el hombre necesita entender su lugar en la creación para no caer en la desesperación. La teología y la Fe pueden providenciar una realista y razonable explicación para el lugar del hombre en la tierra. Porque hay una realidad en la vida del hombre que no es sujeto a ser medido o verificado: el mundo de las ideas, afectos, amistad y amor.

Muchos años atrás, San Anselmo (†1109) describió la pesquisa teológica como fides quaerens intellectum, [2] la Fe intentando entender. Creyendo en Dios, nosotros profundizamos nuestro correcto entendimiento de la realidad tal como nos es presentada. La experiencia es realidad, y ambas, Fe y ciencia, pueden trabajar juntas para mejorar el entendimiento, pero solo si saben respetarse mutuamente.
Autor: P. François Bandet, EP

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1 Cf. Apud B. Matteucci, Scienza, Fede e Ideologie, in Scienza e Fede, 1983, n. 9. 39.
2 St. Anselm of Canterbury, Proslogion, Prooemium, in ALAMEDA, J., ed., Obras completas de San Anselmo.
Madrid: Biblioteca de Autores Cristianos, 1952. 82.

martes, 20 de marzo de 2012

La envidia, “caries de los huesos”




¿En qué consiste ese vicio? En la tristeza por causa del bien ajeno. Tanquerey, en su Compendio de Teología Ascética y Mística, resalta que el despecho causado por la envidia está acompañado de una constricción del corazón, que disminuye su actividad y produce un sentimiento de angustia. El envidioso siente el bien de otra persona "como si fuese un golpe vibrado a su superioridad". No es difícil percibir como ese vicio nace de la soberbia, la cual, como explica el famoso teólogo Fray Royo Marín, O.P., "es el apetito desordenado de la excelencia propia". La envidia "es uno de los pecados más viles y repugnantes que se pueda cometer", hece hincapié el dominicano.

De la envidia nacen diversos pecados, como el odio, la intriga, la murmuración, la difamación, la calumnia y el placer en las adversidades del prójimo. Ella está en la raíz de muchas divisiones y crímenes, hasta incluso en el seno de las familias (basta recordar la historia de José de Egipto). Dice la Escritura: "Por envidia del diablo, entró la muerte al mundo"(Sb 2, 24). Aquí está la raíz de todos los males de nuestra tierra de exilio. El primer homicidio de la Historia tuvo ese vicio como causa: "... y el Señor miró con agrado a Abel y para su oblación, pero no miró a Caín, ni para sus dones. Caín se quedó extremamente irritado con eso, y su semblante se tornó abatido"(Gn 4, 4-5).

Ese vicio comporta grados. Cuando tiene por objeto bienes terrenales (belleza, fuerza, poder, riqueza, etc.), tendrá gravedad mayor o menor, dependiendo de las circunstancias. Pero si dice respecto a dones y gracias concedidas por Dios a un hermano, constituirá uno de los más graves pecados contra el Espíritu Santo: la envidia de la gracia fraterna.

"La envidia del provecho espiritual del prójimo es uno de los pecados más satánicos que se puede cometer, porque con él no solo se tiene envidia y tristeza del bien del hermano, sino también de la gracia de Dios, que crece en el mundo", comenta Fray Royo Marín.

Todas esas consideraciones deben grabarse a fondo en nuestros corazones, haciéndonos huir de ese vicio como de una peste mortal. Alegrémonos con el bien de nuestros hermanos, y alabemos a Dios por su liberalidad y bondad. Quien actúe así notará, en poco tiempo, cómo el corazón estará tranquilo, la vida en paz, y la mente libre para navegar por horizontes más elevados y bellos. Más aún: se tornará él mismo el blanco del cariño y de la predilección de nuestro Padre Celestial.

Autor: Monseñor João S. Clá Dias, EP.

lunes, 19 de marzo de 2012

La firma de Dios



Nabucodonosor, rey de Babilonia, en cierta ocasión, mandó erigir una enorme estatua de oro con el objetivo de instituir una nueva divinidad, como si ya no bastasen las muchas que eran adoradas en el país. Promulgó en seguida un decreto que obligaba a todos sus súbditos a postrarse en un acto de adoración, cada vez que las trompetas y otros instrumentos musicales sonasen. Para los que no obedeciesen, el castigo era la muerte: serían inmediatamente arrojados a una hoguera ardiente. (cfr. Dan. 3. 1-7, Biblia Sagrada, 1964, p. 1213).

Babilonia en esa época era también habitada por judíos cautivos. De estos, un cierto número se negó a obedecer a tal ley impía; entre esos estaban tres jóvenes: Ananías, Azarías y Misael.

Como eran altos funcionarios del rey, fueron llamados por el soberano e interrogados por él, confirmaron que, de hecho, no adorarían y no cumplirían el edicto real, pues eran servidores del Dios verdadero, único a quien se debe adoración.
Fuera de sí, el rey ordenó que fuesen lanzados inmediatamente al horno que fue, para ese efecto, calentado siete veces más como habitualmente lo era. Fueron amarrados y lanzados al fuego conforme el rey determinara. Dios, sin embargo, intervino y nada malo les sucedió a los tres jóvenes, que tranquilamente paseaban entre las llamas entonando alabanzas a la misericordia divina. [Ver Dan. 3, 57-89]

Sabedor del hecho, Nabucodonor, lleno de admiración, alabó también al Dios de Ananías, Azarías y Misael y ordenándoles que saliesen de la hoguera, los restableció con honor en los puestos que antes ocupaban.

El canto de los tres jóvenes es para nosotros un mensaje lleno de poesía y verdad, pero no es ésta la razón fundamental de su magnífico valor.

¿Cuál es el principal contenido de ese mensaje? Él nos muestra, nos revela, que todas las cosas existen para alabar y glorificar a Dios. Todo fue creado por Él, existe en función de Él, sustentado por Él, según leyes establecidas por Él para su propia gloria y alabanza. De un modo o de otro, Él está reflejado en todo lo que creó; en función de eso, el conjunto de la creación constituye un inmenso libro en el cual el hombre que no sea un analfabeto espiritual, podrá conocer y amar a Dios Nuestro Señor.

El orden que rige todas las cosas, el orden del Universo - es verdaderamente la firma de Dios.

Por el Padre Edwaldo Marques, EP.

domingo, 18 de marzo de 2012

La Castidad de la inteligencia





La virtud de la Fe nos facilita penetrar más allá de los umbrales de nuestra tímida naturaleza, y tomar consciencia de las profundidades de los vínculos que unen el universo a Dios. El Creador le transciende infinitamente y, por tanto, no hay menor confusión entre Él y la creación. Sin embargo, es Dios quien mantiene a las criaturas en el ser, como también cada uno de sus elementos constitutivos, e incluso, es la causa eficiente de la santidad que pueda existir en cada una de ellas. De ahí nos es necesario el apoyo de las Sagradas Letras para mejorar en nosotros el sentido de Dios. En ellas encontraremos las verdades claramente expuestas con extremo fervor por Cristo Jesús, sobre la vida íntima de Dios, los atributos del Padre y el Espíritu Santo, etc.

Así, la presencia de Dios y la propia acción divina, tanto la permanente como la actual, sobre todas las criaturas, serán discernidas -aunque muchas veces en medio de una cierta penumbra- por una Fe robusta y viva. Y esto consistirá, de cierto modo, en alguna participación en el conocimiento que Dios posee sobre Sí mismo y sobre el universo. Será la más elevada vida intelectual, en la cual la intensidad de esa virtud teologal determinará mayor o menor penetración (y dominio) de ésta, en aquella.

La Fe, por tanto, no constituye un estorbo para la cultura como erróneamente podría parecer a espíritus menos avisados. Muy al contrario, determinación, certeza y substancia son conferidas a la inteligencia que en ella se fundamenta. Ella diviniza las cualidades humanas, y jamás las perjudica. Y nuestra inteligencia, así divinizada, pasa a comprender todo bajo el prisma de Dios. Ahí estará alojada la castidad de nuestra inteligencia que consistirá en una íntegra lealtad de cara a las realidades objetivas y del propio Dios, todo analizado con una esplendorosa clareza debido a una mayor o menor participación en el conocimiento increado. Ella es un precioso fruto de la plena donación de nuestra inteligencia a Dios, fruto, a su vez, de la iniciativa de Él en escogernos y de nosotros tomar posesión: "No fuiste vos que me escogiste sino, fui yo que os escogí" (Jn 15, 16).

Autor: Mons. João S. Clá Dias, EP

sábado, 17 de marzo de 2012

La Familia debe ser una escuela de oración






“La Sagrada Familia es icono de la Iglesia doméstica, llamada a rezar unida. La familia es Iglesia doméstica y debe ser la primera escuela de oración”, señala Benedicto XVI

La oración siempre ha sido y será una necesidad del corazón humano. Especialmente en momentos de particular apuro, todos los hombres, incluso los que están inmersos en las tinieblas del pecado y apartados de la amistad con Dios, se sienten empujados a volverse hacia el Creador implorando aquello de lo que carecen y a esperar confiados la obtención de un bien imposible de conseguir sin un sobrenatural auxilio.

La humanidad está atravesando en la actualidad por tormentas y dramas de todo tipo. La sociedad cristiana -que debería estar ordenada a la manera de una maravillosa sinfonía de vínculos entre superiores e inferiores, en un clima de auténtica caridad- se encuentra devastada por el ateísmo, por el pragmatismo y por una creciente inmoralidad. La familia, lazo fundamental y natural de esa armonía, lo está sufriendo duramente. ¿En dónde encontraremos un remedio eficaz para hacer resurgir la santidad en los hogares?

Eso es precisamente lo que el Papa Benedicto XVI explica en la Audiencia General del 28 de diciembre pasado. Continuando la catequesis sobre la oración e invitando a todos los fieles a que hicieran una reflexión sobre la vida de la Sagrada Familia, incentiva a que cada hogar se transforme en una nueva Casa de Nazaret, es decir, en una "escuela de oración".

"La Sagrada Familia es icono de la Iglesia doméstica -acentúa el Pontífice-, llamada a rezar unida. La familia es Iglesia doméstica y debe ser la primera escuela de oración. En la familia, los niños, desde la más temprana edad, pueden aprender a percibir el sentido de Dios, gracias a la enseñanza y el ejemplo de sus padres: vivir en un clima marcado por la presencia de Dios".

Reunida por la noche tras las arduas tareas cotidianas, deseosa de algunos momentos de intimidad y descanso, la familia no podrá hacer nada mejor que darle a Dios el lugar que le corresponde, a través de la oración en común, implorando la protección y la bendición del Señor para los que viven bajo el mismo techo.
Porque es innegable una cosa: el triste cortejo de las miserias, dificultades, angustias y problemas que afligen al mundo en la actualidad, recibiría un lenitivo insuperable si reinase en la familia -la "Iglesia doméstica"- el verdadero espíritu de oración.

En vista de esto, así se entiende la insistencia del Papa: "Si no se aprende a rezar en la familia, luego será difícil colmar ese vacío. Y, por lo tanto, quiero dirigiros la invitación a redescubrir la belleza de rezar juntos como familia en la escuela de la Sagrada Familia de Nazaret. Y así llegar a ser realmente un solo corazón y una sola alma, una verdadera familia".

Poner en práctica diariamente con fervor y perseverancia este homenaje conjunto a Dios tan vivamente recomendado por el Santo Padre es un medio excelente de conferirle vigor y durabilidad a la unión familiar. Y el efectivo cumplimiento de los pedidos así formulados alimentará la confianza de sus miembros y les hará indispensable recurrir a la amorosa Providencia Divina, por intercesión de María Santísima, proclamada Reina de la Familia por el Beato Juan Pablo II.

Autor : Gaudium Press

viernes, 16 de marzo de 2012

El Dios que nos salva



"Tened entre vosotros los mismos sentimientos de Cristo: el cual, siendo de condición divina, no hizo alarde de su categoría de Dios, al contrario, se despojo de su rango y tomó la condición de esclavo, haciéndose semejante a los hombres. Y así, reconocido como hombre por su presencia, se humilló a sí mismo, obedeciendo hasta la muerte, y una muerte de cruz. Por eso Dios lo exaltó sobre todo y le concedió el nombre sobre todo nombre" (Fl 2,5-9)... Este texto extraordinariamente rico, se refiere claramente a la primera caída...

        Jesucristo vuelve sobre los pasos de Adán. Al contrario que Adán, verdaderamente es "como Dios" (cf Gn 3,5). Pero ser como Dios, ser igual a Dios, es «ser Hijo" y pues totalmente relación: "el Hijo no puede hacer nada por sí mismo"(Jn 5,19). Por eso el que es verdaderamente igual a Dios no se aferra a su autonomía, al carácter ilimitado de su poder y de su voluntad. Porque para recorrer el camino inverso, se hace el muy-dependiente, se hace el servidor. Porque no toma el camino del poder, sino el del amor, puede descender hasta la mentira de Adán, hasta la muerte, y allí, erigir la verdad, dar vida.

        Así, Cristo se hace el nuevo Adán por el que la vida humana toma un nuevo origen... La cruz, lugar de su obediencia, se convierte en el verdadero árbol de la vida. Cristo llega a ser la imagen opuesta a la serpiente, como dicho Juan en su evangelio. De este árbol no viene la palabra de la tentación, sino la palabra del amor salvador, la palabra de la obediencia, por la cual Dios mismo se hizo obediente, y nos ofrece así su obediencia como espacio de la libertad. La cruz es el árbol de la vida de nuevo accesible. En su Pasión, Cristo, por decirlo así, apartó la espada fulgurante (Gn 3,24), atravesó el fuego y levantó la cruz como eje verdadero del mundo, sobre el cual se sostiene el mundo. Por eso la Eucaristía, como presencia de la cruz, es el árbol de la vida que permanece siempre entre nosotros y nos invita a recibir los frutos de la vida verdadera.

Autor: Cardenal Ratzinger [Papa Benedicto XVI], Sermón  Cuaresma  1981