domingo, 22 de enero de 2012

Laura




La hija que ofreció la vida por salvar a la madre.
Nació en Santiago de Chile, el 5 de abril de 1891 y murió en Argentina el 22 de enero de 1904, a la edad de sólo 13 años. El Papa Juan Pablo II la beatificó el 3 de septiembre de 1988.
Su padre es un alto militar y jefe político de Chile. Una revolución derroca al gobierno y la familia Vicuña tiene que salir huyendo, desterrados a 500 kilómetros de la capital. Allá muere el papá y la familia queda en la miseria. Laura tiene apenas dos años cuando queda huérfana de padre.
La mamá, con sus dos hijas, Laura y Julia, emprende un larguísimo viaje de ocho meses hacia las pampas de Argentina. Allá encuentra un ganadero brutal y matón, y movida por su gran miseria, la pobre Mercedes se va a vivir con él en unión libre. El hombre se llamaba Manuel Mora.
En 1900 Laura es internada en el colegio de las Hermanas Salesianas de María Auxiliadora en el colegio de Junín de los Andes.
Allí, en clase de religión, al oír que la profesora dice que a Dios le disgustan mucho los que viven en unión libre, sin casarse, la niña cae desmayada de espanto. En la próxima clase de religión, cuando la religiosa empieza a hablar otra vez de unión libre, la niña empieza a palidecer. La profesora cambia de tema pero consulta el caso con la hermana directora del colegio: ""¿Por qué será que Laura Vicuña se asusta tanto cuando se habla del pecado que es el vivir en unión libre?"". La superiora le aconseja: ""Vuelva a tratar de ese tema, y si ve que la niña se asusta, cambie de tema"". Así lo hace.
Laurita se ha dado cuenta de un gravísimo mal: su madre, el ser que ella más ama en el mundo, después de Dios y la Virgen, su mamá Mercedes, vive en pecado mortal y está en grave peligro de condenación eterna. ¡Es terrible!
Y Laura hace un plan: ofrecerá su vida a Dios, con tal de que la mamá abandone a ese hombre con el cual vive en pecado. Comunica el plan al confesor, el Padre Crestanello, salesiano. El le dice: ""Mira que eso es muy serio. Dios puede aceptarte tu propuesta y te puede llegar la muerte muy pronto"". Pero la niña está resuelta a salvar el alma de la mamá a cualquier costo, y ofrece su vida al Señor Dios, en sacrificio para salvar el alma de la propia madre.
En el colegio es admirada por las demás alumnas como la mejor compañera, la más amable y servicial. Las superioras se quedan maravilladas de su obediencia y del enorme amor que siente por Jesús Sacramentado y por María Auxiliadora.
El día de su primera comunión ofrece su vida en sacrificio a Jesús, y al ser admitida como ""Hija de María"", consagra su pureza a la Sma. Virgen María.
Va a pasar vacaciones a donde vive su madre. Manuel Mora trata de irrespetarla pero ella no lo permite. Prefiere ser abofeteada y azotada brutalmente por él pero no admite ningún irrespeto a su virtud. Manuel aprende a respetarla.
En una gran inundación que invade el colegio, Laura por salvar la vida de las más pequeñas, pasa largas horas de la noche entre las friísimas aguas sacando niñas en peligro, y adquiere una dolorosa enfermedad en los riñones. Dios empieza a aceptar el sacrificio que le ofreció por salvar el alma de su mamá.
Laura empieza a palidecer y a debilitarse. Siente enorme tristeza al oír de los superiores que no la podrán aceptar como religiosa porque su madre vive en concubinato. Sigue orando por ella. Cae a cama. Dolores intensísimos. Vómitos continuos. Se retuerce del dolor. La vida de Laura se está apagando. ""Señor: que yo sufre todo lo que a Ti te parezca bien, pero que mi madre se convierta y se salve"".
Va a entrar en agonía. La madre se acerca. ""Mamá, desde hace dos años ofrecí mi vida a Dios en sacrificio para obtener que tu no vivas más en unión libre. Que te separes de ese hombre y vivas santamente"". Mamá: ¿antes de morir tendré la alegría de que te arrepientas, y le pidas perdón a Dios y empieces a vivir santamente?.
""¡Ay hija mía! Exclama doña Mercedes llorando, ¿entonces yo soy la causa de tu enfermedad y de tu muerte? Pobre de mí ¡Oh Laurita, qué amor tan grande has tenido hacia mí! Te lo juro ahora mismo. Desde hoy ya nunca volveré a vivir con ese hombre. Dios es testigo de mi promesa. Estoy arrepentida. Desde hoy cambiará mi vida"".
Laura manda llamar al Padre Confesor. ""Padre, mi mamá promete solemnemente a Dios abandonar desde hoy mismo a aquel hombre"". Madre e hija se abrazan llorando.
Desde aquel momento el rostro de Laura se torna sereno y alegre. Siente que ya nada le retiene en esta tierra. La Divina Misericordia ha triunfado en el corazón de su amadísma mamacita. Su misión en este mundo ya está cumplida. Dios la llama al Paraíso.
Recibe la unción de los enfermos y su última comunión. Besa repetidamente el crucifijo. A su amiga que reza junto a su lecho de moribunda le dice: ¡Que contenta se siente el alma a la hora de la muerte, cuando se ama a Jesucristo y a María Santísima!
Lanza una última mirada a la imagen que está frente a su cama y exclama: ""Gracias Jesús, gracias María"", y muere dulcemente. Era el 22 de enero de 1904. Iba a cumplir los 13 años.
La madre tuvo que cambiarse de nombre y salir disfrazada de aquella región para verse libre del hombre que la perseguía. Y el resto de su vida llevó una vida santa.
Laura Vicuña ha hecho muchos milagros a los que le piden que rece por ellos ante Nuestro Señor. Y el Papa Juan Pablo II la declaró Beata en 1988.
Señor Jesús: Tú que concediste a Laura Vicuña la gracia de ofrecer su vida por la salvación del alma de su propia madre, concédenos también a todos nosotros la gracia de obtener buenas obras, la conversión y salvación de muchos pecadores. Amén.

sábado, 21 de enero de 2012

La confianza



La representante de manzana

Los vecinos de aquella colonia de clase media eran sumamente herméticos y celosos de su privacidad. Se saludaban por cortesía cuando coincidían en el momento de guardar sus autos y nada más. Fue un triunfo reunirlos para escoger a una representante de la manzana que los ayudara a obtener de las autoridades la mejoría de los deficientes servicios. La flamante representante se presentó en la casa de una vecina con algún pretexto. La vecina la recibió con educación y la pasó a su sala en donde lucía un bello nacimiento lleno de figuras antiguas y armoniosamente escogidas. Sonó el teléfono y la vecina visitada acudió a otra habitación a contestar la llamada y después regresó a seguir atendiendo a su visita. Cuando la representante de manzana se fue, mientras la vecina visitada arreglaba la sala, inmediatamente notó que faltaban unas figuras de porcelana y los animalitos más bellos del nacimiento. La seguridad de que la ladrona era la representante de manzana se hizo absoluta porque nadie más había entrado a esa casa. La vecina fue a reclamar sus figuras y la ladrona fingió inocencia entre lágrimas e indignación. Aquellos adornos tan queridos se perdieron. Pero también se perdió la confianza en aquella mujer.

No se puede vivir sin confianza

La confianza es esa seguridad que tenemos de la rectitud y de las buenas intenciones de los demás. Lo sano es que en nuestras relaciones con los demás supongamos la buena fe de todos. Esa confianza sostiene nuestra esperanza de recibir de los demás un trato que corresponda al nuestro.
Cuando tenemos la oportunidad de escoger a los amigos que forman nuestro círculo social, esa confianza se ejerce de un modo sano. Cuesta más trabajo mantenerla cuando los que nos rodean no han sido escogidos por nosotros y les damos tan sólo un trato circunstancial.
Si nos conocemos y nos queremos hay mayor confianza.
Vivir rodeados de personas en las que no podemos confiar nos hace herméticos, reservados, temerosos, incapaces de entablar una relación más íntima. Por no tener confianza nos encerramos en nuestra casa y vivimos la vida de otros en las telenovelas porque no tenemos una vida propia.

Si vivimos buscando el mal, encontraremos el mal.

El miedo a las malas intenciones de los demás nos lleva a ser obsesivamente precavidos, de tal modo que sufrimos un verdadero tormento suponiendo que la persona que está junto a nosotros tiene malas intenciones.
Decía un patrón con muchos empleados, que él prefería que lo robaran a estar pensando mal de aquellos que colaboraban con él. Curiosamente aquellos empleados sin vigilancia sabían corresponder a la confianza de su jefe.
También hay que decir que un exceso de confianza nos hace pecar de ingenuos y vale la pena recordar aquí que “en arca abierta, el justo peca” y que no es correcto poner tentaciones que puedan hacer caer al inocente.

Enseñar a confiar

La delincuencia creciente y omnipresente nos hace dar a los niños normas para comportarse ante desconocidos. Pero también tenemos que enseñarles a confiar sanamente en los demás. Y aquí como siempre, los enseñamos a confiar teniendo confianza en ellos. Confiamos en ellos cuando les creemos y les hacemos caso. Pero como están en formación, debemos comprender que cuando fallen, no por eso les retiraremos nuestra confianza.
Ellos también deben confiar en sus padres y en las personas mayores, por eso procuremos no defraudarlos ni prometerles cosas que no cumpliremos, porque a nosotros fácilmente se nos olvidan, pero ellos las recordarán toda su vida.
A veces llegan niños de otras parroquias a pedirme que les firme un librito de asistencias a Misa que les dan sus catequistas para que en ellos se haga realidad eso de ir a misa por obligación. Con ellos mando un mensaje a su catequista pidiéndole que confíe en la palabra del niño, que es digno de crédito y que no necesita llevar una firma para demostrar que sí cumplió. Si no confiamos en ellos, ¿qué les estamos enseñando?

Confianza en Dios

Una de las definiciones de la fe es: confiar en Dios. Ponemos nuestra confianza en la veracidad y en la bondad de Dios. Pero también aquí hay exageraciones, como cuando el diablo tentó a Jesús y le pidió que se arrojara del pináculo del templo y que los ángeles lo sostendrían para que no se hiciera daño. Jesús le recordó a Satanás que no hay que tentar a Dios. (Mt 4, 7) Tentar a Dios es exponernos imprudentemente a un mal o a un peligro confiando en que Dios nos salvará. Eso es abuso de confianza.

Un buen propósito:

Ser nosotros mismos personas dignas de confianza por la rectitud de nuestra vida y por el buen desempeño de nuestras obligaciones. 




Autor: Pbro. Sergio G. Román | Fuente: Desde la fe 

viernes, 20 de enero de 2012

Cuando Dios escoge... escoge



Cuando Dios escoge... escoge. Eso lo han sabido muchos santos. Pero nadie lo supo mejor que Jonás, ese interesante y pintoresco personaje del Antiguo Testamento que según nos cuenta el libro que lleva su nombre, pasó tres días dentro de una ballena.
¿Podrá ser verdad esto? Cuesta pensar en algo así. Pero lo desconcertante es que el mismo Jesús se refiere a la estadía forzada de Jonás dentro de una ballena para tratar algo tan trascendental como su futura Resurrección. ¿Iba el Hijo de Dios a citar un mito, y con el sentido y la precisión que lo hizo?

“Estos hombres de hoy son gente mala; piden una señal, pero no la tendrán. Solamente se les dará la señal de Jonás. Porque así como Jonás fue una señal para los habitantes de Nínive, así lo será el Hijo del Hombre para esta generación” (Lc 11, 29-30).
¿Sin embargo, de Jonás lo más importante no fue si realmente pasó o no tres días dentro de una ballena, sino que no quería hacer lo que Dios le pedía. Dios lo escogió para que se convirtiera él y para que -por la escogencia que Dios hizo de él- muchos también se convirtieran.

El Señor escogió a Jonás y a este profeta no le valió de nada escapar en un barco para huir de Dios. El barco se vio metido dentro de una tormenta. Jonás es lanzado al agua al conocerse que la causa de la tormenta es la huída de Jonás. Y luego de ser tragado por una ballena, es lanzado por el animal cerca de las costas de Asia Menor para que de allí fuera a la ciudad de Nínive a predicar lo que el Señor le pedía. El Señor buscaba que la gran ciudad de Nínive se convirtiera de sus vicios y pecados. (Para dar una idea del tamaño de esta ciudad, baste con el dato que nos da la Escritura: se requerían 3 días para recorrerla a pie).

Jonás predicó lo que el Señor le indicó: “Dentro de cuarenta días Nínive será destruida”. Sin embargo, sorprendentemente, los habitantes de Nínive se convirtieron y creyeron en Dios, e hicieron penitencia todos. Dios, entonces, no destruyó la ciudad.

Otros elegidos de Dios son más dóciles que Jonás. Tal es el caso de los primeros discípulos escogidos por Jesús. Nos cuenta el Evangelio de San Marcos (Mc. 1, 14-20) que cuando Jesús, viendo a Andrés y a su hermano Pedro echando las redes de pescar en el lago de Galilea, les llamó para hacerlos “pescadores de hombres, ...y ellos dejaron las redes y lo siguieron.” Respuesta inmediata y obediente a la escogencia del Señor.

Los escogidos de Dios son instrumentos suyos para la conversión que Dios desea realizar en medio de su pueblo, es decir, en cada uno de nosotros. Y la conversión siempre exige un cambio de vida: incluye, primero que todo, dejar el pecado. Pero no basta esto. Es necesario pasar a una segunda fase: “creer en el Evangelio”. Y creer en el Evangelio significa vivir según el Evangelio. No basta conocer la teoría del Evangelio: es necesario vivirlo en la práctica.

Es necesario cambiar la mentalidad terrena que nos vende el mundo, esa mentalidad a la que estamos muy acostumbrados. ¿Cuál es la mentalidad del mundo? Aquélla que nos lleva a quedarnos en lo temporal y a olvidarnos de lo eterno, a preferir lo terrenal y olvidarnos de lo celestial, a conformarnos con lo humano y a descartar lo divino, a creer en el mundo y a olvidarnos del Evangelio.

Sin embargo, el Señor nos dice: “El Reino de Dios ya está cerca. Arrepiéntanse y crean en el Evangelio”. Ciertamente el Reino de Dios está cerca, pero sólo será una realidad cuando, arrepentidos y convertidos, creamos y vivamos según el Evangelio. Será una realidad cuando vivamos según la Voluntad Divina, cuando -como rezamos en el Salmo (#24)- el Señor “nos descubra sus caminos”. Y, una vez descubiertos los caminos del Señor, podamos seguirlos con docilidad.

San Pablo nos recuerda en la Segunda Lectura (1 Cor. 7, 29-31) que “este mundo que vemos es pasajero”, yque “la vida es corta”. Y nos aconseja cómo conviene que vivamos desapegados de este mundo pasajero y de esta vida corta: “los que sufren, como si no sufrieran; los que están alegres, como si no se alegraran; los que compran como si no compraran; los casados, como si no lo estuvieran”. Es decir: “estar en el mundo sin ser del mundo” (cfr. Jn. 17, 14-15).

Y cuando el Señor nos llame, no hay que seguir el ejemplo de Jonás: duro para responder. Hay que imitar a otros: a Pedro, Andrés, Santiago, Juan…. Ellos, sin pensarlo mucho, dijeron sí enseguida y siguieron al Señor.

Autor: homilia.org

jueves, 19 de enero de 2012

Fortaleza




En la Sagrada Escritura se emplean diversos términos para expresar el concepto de fortaleza. En griego: dynamis, isjis, krátos; en latín: fortitudo, virtus, vis. La diferencia fundamental entre la fortaleza bíblica y la fortaleza de la filosofía antigua es el carácter religioso y teocéntrico de la primera. La fortaleza en la filosofía griega se entiende como fuerza de ánimo frente a las adversidades de la vida, como desprecio del peligro en la batalla (andreía); como dominio de las pasiones para ser dueño de uno mismo (kartería); como virtud con la que el hombre se impone por su grandeza (megalopsychía). En todo caso, se considera que el hombre sólo posee sus propias fuerzas para librarse de los males y del destino.

Antiguo Testamento

En el Antiguo Testamento, la fortaleza aparece como una perfección o atributo divino. Dios manifiesta su fuerza liberando a su pueblo de la esclavitud de Egipto. Después del paso del mar Rojo, los israelitas entonan un canto triunfal en el que atribuyen a Yahvéh la victoria: «Tu diestra, Yahvéh, relumbra por su fuerza; tu diestra, Yahvéh, aplasta al enemigo» (Ex 15, 6). En los Salmos, son muchos los lugares en los que se canta la fortaleza de Dios (Sal 21, 2; 21, 14; 93, 1; 118, 14; 147, 5). De la fortaleza divina participa el pueblo de Israel y cada uno de sus miembros en la lucha por alcanzar la tierra prometida y cumplir la Ley, de modo que la fortaleza se considera como un don de Dios: «Yahvéh, mi roca, mi baluarte, mi liberador, mi Dios, la peña en que me amparo, mi escudo y cuerno de mi salvación, mi altura inexpugnable y mi refugio, mi salvador que me salva de la violencia» (2 Sam 22, 2-3); «En Dios sólo el descanso de mi alma, de él viene mi salvación; sólo él mi roca, mi salvación, mi ciudadela, no he de vacilar» (Sal 62, 2-3); «A los que esperan en Yahvéh él les renovará el vigor, subirán con alas como de águilas, correrán sin fatigarse y andarán sin cansarse» (Is 40, 31). Es Dios el que da la fuerza al pueblo (cfr Dt 8, 17; Jue 6, 12) y combate por él (2 Re 19, 35; 2 Crón 20, 5). El hombre no debe fiarse de su propia fortaleza: «No queda a salvo el rey por su gran ejército, ni el bravo inmune por su enorme fuerza. Vana cosa el caballo para la victoria, ni con todo su vigor puede salvar» (Sal 33, 16-17). El Señor pone en guardia contra la exaltación de la propia fuerza: «Así dice Yahvéh: No se alabe el sabio por su sabiduría, ni se alabe el valiente por su valentía» (Jer 9, 22).

La fortaleza es don de Dios, y Dios la da al hombre que confiesa su propia debilidad y le invoca con confianza: «Pon tu suerte en Yahvéh, confía en él, que él obrará» (Sal 37, 5). Da la fuerza a David, que se presenta frente a Goliat en nombre de Yahvéh (cfr 1 Sam 17, 45). En cambio, cuando el hombre presume de ser independiente de Dios e intenta conseguir la felicidad y la grandeza por sus propias fuerzas, el pecado y los ídolos lo esclavizan, y él, a su vez, trata de esclavizar a sus semejantes (cfr Gén 11).
Nuevo Testamento

También el Nuevo Testamento enseña que la fortaleza es un atributo divino. Pero sobre todo nos la muestra como residiendo plenamente en Cristo, que manifiesta su poder obrando milagros, manifestación tangible de la potencia divina presente en Él. Poder que concede a los apóstoles ya desde su primera misión (cfr Lc 9, 1). El modelo de fortaleza es Cristo. Por una parte, asume y experimenta la debilidad humana a lo largo de su vida en la tierra. De modo especial se manifiesta su condición humana en la oración en el huerto de Getsemaní (cfr Mt 26, 38 ss). Pero, por otra parte, Cristo se mantiene firme en el cumplimiento de la voluntad del Padre y se identifica con ella. Demuestra el grado supremo de fortaleza en el martirio, en el sacrificio de la cruz, confirmando en su propia carne lo que había aconsejado a sus discípulos: «No tengáis miedo a los que matan el cuerpo pero no pueden matar el alma; temed ante todo al que puede hacer perder alma y cuerpo en el infierno» (Mt 10, 28). El discípulo de Cristo, que sabe que «el Reino de los Cielos padece violencia, y los esforzados lo conquistan» (Mt 11, 12), que ha de seguir a su Maestro llevando la cruz, que tiene que esforzarse por entrar por la puerta angosta, permanecer firme en la verdad y afrontar con paciencia los peligros que proceden del enemigo, necesita la virtud de la fortaleza. Pero se trata de una fortaleza sobrenatural. No basta con las fuerzas humanas para alcanzar la meta a la que está destinado. Es el mismo Cristo quien comunica gratuitamente esta virtud al cristiano: «Todo lo puedo en aquél que me conforta» (Fil 4, 13); «Por lo demás, reconfortaos en el Señor y en la fuerza de su poder, revestíos con la armadura de Dios para que podáis resistir las insidias del diablo, porque no es nuestra lucha contra la sangre o la carne, sino contra los principados, las potestades, las dominaciones de este mundo de tinieblas, y contra los espíritus malignos que están en los aires. Por eso, poneos la armadura de Dios para que podáis resistir en el día malo y, tras vencer en todo, permanezcáis firmes» (Ef 6, 10-13).

Autor: Tomás Trigo, Profesor de Teología Moral, Facultad de Teología, Universidad de Navarra

miércoles, 18 de enero de 2012

Perseverar



 Corresponde a la fidelidad del hombre cumplir aquello que prometió (SANTO TOMÁS, Suma Teológica, 2-2, q. 110, a. 3). La experiencia de nuestra debilidad y de nuestros fallos, la desedificación que puede producir el espectáculo doloroso de la pequeñez e incluso de la mezquindad de algunos que se llaman cristianos, el aparente fracaso o la desorientación de algunas empresas apostólicas, todo eso —el comprobar la realidad del pecado y de las limitaciones humanas— puede sin embargo constituir una prueba para nuestra fe, y hacer que se insinúen la tentación y la duda: ¿dónde están la fuerza y el poder de Dios? Es el momento de reaccionar, de practicar de manera más pura y más recia nuestra esperanza y, por tanto, de procurar que sea más firme nuestra fidelidad (S. JOSEMARÍA ESCRIVÁ, Es Cristo que pasa, 128).

Y no os quedéis en el camino, sino pelead como fuertes hasta morir en la demanda, pues no estáis aquí para otra cosa sino para pelear (SANTA TERESA, Camino de perfección, 20, 2). Toda fidelidad debe pasar por la prueba más exigente: la duración [...]. Es fácil ser coherente por un día o algunos días. Difícil e importante es ser coherente toda la vida. ES fácil ser coherente en la hora de la exaltación, difícil serlo en la hora de la tribulación. Y sólo puede llamarse fidelidad una coherencia que dura a lo largo de toda la vida (JUAN PABLO II, Hom. México, 27-1-79). No deseéis las persecuciones para probar vuestra fidelidad; vale más esperar las que Dios permita que desear otras. Vuestra fidelidad tiene mil maneras de manifestarse en otra forma: en la humildad, en la dulzura, en la caridad (SAN FRANCISCO DE SALES, Epistolario, fragm. 100, 1. c., p. 734). Que nadie mire hacia atrás, como la esposa de Lot, máxime cuando el Señor ha dicho: Nadie que pone la mano en el arado y mira hacia atrás es apto para el Reino de Dios (Lc 9, 62). Mirar hacia atrás no es sino tener pesares y volver a tomarle gusto a las cosas del mundo (SAN ATANASIO, Vida de San Antonio).

Perseverar, recomenzando muchas veces

Ahora, tornando a los que quieren ir por él (por el camino de la santidad) y no parar hasta el fin —que es llegar a beber de esta agua de vida—, cómo han de comenzar digo que importa mucho y el todo una grande y muy determinada determinación de no parar hasta llegar a ella, venga lo que viniere, suceda lo que sucediere, trabájese lo que se trabajare, murmure quien murmurare, siquiera llegue allá, siquiera se muera en el camino, siquiera no tenga devoción para los trabajos que hay en él, siquiera se hunda el mundo (SANTA TERESA, Camino de perfección, 21, 2).

Autor: Tomás Trigo, Profesor de Teología Moral, Facultad de Teología, Universidad de Navarra

martes, 17 de enero de 2012

Comunicación




Comunicación es un principio universal de interrelación a múltiples niveles: biológico, psicológico, sociológico, etc. Es una de las necesidades básicas del ser humano por ser este un ser inminentemente social. 

Con frecuencia se considera que hablar es sinónimo de comunicación, sin embargo, el mero hecho de pronunciar palabras y transmitir sonidos no cumple con el verdadero propósito de la comunicación, que se centra en: establecer un lazo entre el que envía un mensaje y aquel que lo recibe. 

Comunicación y Relaciones Interpersonales.

La comunicación constituye un elemento clave para el desarrollo de una relación, tanto en lo que se dice con palabras como en lo que se transmite a través de comportamientos actitudes y gestos. 
La comunicación es esencial en el matrimonio, ya que constituye un medio insustituible para entrar en contacto con el otro, conocer sus ideas y captar sus intereses, preocupaciones y sentimientos. 

El matrimonio, debido al ambiente de intimidad y confianza y a los lazos emocionales y psicológicos que se logran desarrollar entre los eposos, se convierte en un medio natural para que satisfagan su necesidad de comunicación, que a la vez satisface otras más profundas y complejas como son las necesidades emocionales y afectivas. 

Cuando las personas reciben mensajes que les hacen sentirse valiosas, importantes, respetadas y apreciadas, tienden a tomar una actitud receptiva y abierta, facilitando la integración y el desarrollo de la relación. 

Una relación crece cuando los mensajes que se transmiten entre las personas que la viven manifiestan aprecio, respeto y reconocimiento. Y en contrapartida, la relación se deteriora cuando se transmite desinterés, sarcasmo, cinismo o desprecio. 

Cuando la comunicación se enfoca en forma constructiva, constituye un poderoso medio para lograr el desarrollo de relaciones positivas, facilitar la comprensión y el apoyo mutuos y un poderoso mecanismo para prevenir o desactivar conflictos. 

Sin embargo, con frecuencia se hace mal uso de ella, ya que se utiliza para agredir, ofender y lastimar, provocando que en lugar de ser un medio de acercamiento y conocimiento mutuos, sea causa de distanciamiento, separación y ruptura. 

Autor: P. Pedro Castañera L.P. | Fuente: Catholic.net 

lunes, 16 de enero de 2012

Hacer




La familia ofrece a todos sus miembros algo que necesitan para desarrollarse: la oportunidad de aportar, de “construir” la casa con sus esfuerzos, de aprender a auto-dominarse. Ello supone el uso de las facultades específicamente humanas: la inteligencia y la voluntad. 

Necesitamos todos un pequeño cambio, porque a veces no tratamos a los hijos o alumnos como seres capaces de darse a los demás, como personas que pueden aportar algo, sino como seres de necesidades, proporcionándoles muchos bienes materiales que no siempre les hacen falta y privándolos de ayudar y de comunicar sus iniciativas.

Por eso es importante que la participación de los hijos ponga a prueba dichas facultades, por medio del pensamiento y de la puesta en práctica de sus ideas.

Como dice un amigo: “No basta hacer hacer. Es necesario, también, hacer pensar”. 

Y una manera sencilla de hacer pensar a niños y mayores es explicarles a cada una y a cada uno, personalmente, las consecuencias que podría tener no cumplir con su respectivo encargo: Si tú no dejas a secar las toallas por la mañana..., si tú no abres el buzón de las cartas..., si tú no preparas el desayuno…, si tú no dejas el abrigo en su sitio…, si tú no vas a comprar el pan a primera hora de la mañana,… 

En todo caso, comprobaremos como, poco a poco, ganan en ver mejor lo que necesitan los demás, en saber qué pueden hacer para ayudar a ser más felices a los otros y hacerlo efectivamente, en la medida de sus posibilidades pero sin temer el qué dirán.

Así, todos encontramos en las pequeñas tareas familiares un gran medio de afirmación propia y de autoestima. Entonces, se ve el “sitio” claro de cada uno en el hogar, se saben valorados, necesarios y muy queridos. Estará clarísimo que, sobre ese “asunto”, la casa depende de ese hijo o hija y los demás se han de fiar y evitar interferencias o pequeñas invasiones de “territorio”. 

¿Qué y cuándo? 

Decíamos que según las peculiaridades de cada hijo buscaremos unos u otros encargos. Antes de pasar a relacionar una larga lista de ellos, vale la pena recordar que, incluso cuando ya son adolescentes, hay un tipo de actividades o tareas que podemos denominar “de autonomía personal” en las que todos han de poner un pequeño esfuerzo diario. 

Desde peinarse por la mañana o atarse bien los zapatos, hasta lavarse los dientes antes de ir a descansar o dejar en lugar fijo sus carpetas de trabajo. 

Eso, como también hacer lo que toca sin distraer ni molestar a los demás, facilitará la organización familiar y el buen ambiente de convivencia. Habrá tiempo para el descanso y tiempo para el trabajo. Y todo con mucha paz; será la tranquilidad y la seguridad que da el saber que no estamos solos en el esfuerzo, somos un equipo y en caso de debilidad tenemos a alguien de la familia siempre cerca nuestro. 

TAREAS QUE PUEDEN HACER LOS HIJOS, SIEMPRE Y TODOS LOS DÍAS 

- Hacer su cama.
- Ordenar su habitación y el baño.
- Ordenar sus juguetes, ropa y escritorio.
- Avisar de los desperfectos de su ropa y material de trabajo; pedir ayuda para arreglarlos (coser un botón, comprar lápices o libretas,…).
- Apagar las luces que no son necesarias.
- Dejar en su lugar el DVD que vio, el disco que escuchó, o el diario que leyó.
- Colocar en el lugar previsto las carpetas y mochilas de la escuela.
- Dejar la habitación o el salón bien ordenados después de jugar.
- Ir a comprar el pan o el diario.
- Ayudar en las tareas de cocinar.
- Contestar el teléfono.
- Poner o quitar la mesa.
- Vaciar el lavavajillas cuando haya terminado.
- Sacar la basura.
- Cepillar zapatos de todos. 
- Preparar el desayuno a sus hermanos.
- Despertar a sus hermanos pequeños.
- Acostar a los peques, o cuidar de ellos, cuando los padres están fuera.
- Barrer el comedor o la terraza. 
- Hacer las camas de los pequeños. 
- Retirar el correo del buzón y dejarlo en casa.
- Tender la ropa, o bien ponerla en la secadora.
- Cuidar y alimentar al perro, gato o canario.
- Abrir y cerrar ventanas y persianas cuando sea necesario.
- Bendecir la mesa en las comidas.
- Repartir la ropa limpia a sus hermanas y hermanos.
- Dirigir y acompañar en los juegos a otros hermanos más pequeños.

PARA HACER CADA SEMANA, O EN EL TIEMPO QUE SE CONCRETE 

- Pequeñas tareas en la cocina como preparar y aliñar las ensaladas, batir huevos, rayar zanahorias, etc.
- Ayudar a confeccionar el menú de comidas y cenas, semanal.
- Administrar el antivirus y las actualizaciones del ordenador familiar.
- Ordenar el armario de juguetes.
- Ordenar los murales de horarios, anotaciones, dibujos, etc.
- Regar las plantas y/o el jardín.
- Explicar matemáticas o inglés a un hermano pequeño.
- Ordenar las estanterías de los libros.
- Hacer compañía a la abuelita.
- Hacer algún arreglo sencillo en la casa. 
- Ayudar a limpiar el coche. 
- Poner la lavadora. 
- Enseñar a utilizar el ordenador, a otros hermanos. 
- Planchar o doblar la ropa. 
- Orden y revisión de la despensa.
- Preparar lista de la compra. 
- Acompañar a papá y mamá a comprar y a hacer gestiones diversas. 

En fin, seguro que se os ocurren muchos encargos más. Pero, ¿no os parece que una buena organización familiar y una buena distribución de tareas es, sobre todo, un medio de amor, de mejora personal y unidad familiar? 

Como dice un buen amigo, el amor es como los idiomas, que si no los cultivas cada día, se olvidan. Pues actualicemos el amor en detalles, concretos y cotidianos.

¡Que en eso estemos todos! 

Autor: Emilio Avilés Cutillas Director de de www.esferaeducativa.com