jueves, 13 de junio de 2013

¿una maestra regañona?





La templanza es una de las cuatro virtudes maestras. Sin embargo, es la única que parece no entonar con el mundo contemporáneo. Se le desprecia por asociársele con las prohibiciones y el puritanismo. Se le ve como maestra regañona por imperar en la cultura actual el hedonismo, el consumismo, la permisividad y el relativismo. Aun así, la templanza no deja de ser una virtud maestra. No es ni regañona, ni egoísta, ni fea, ni avinagrada. Es la maestra hermosa del autodominio, del buen gusto y de la buena vida. Es una virtud que pueden y deben inculcar los padres a sus hijos.


Desde la antigüedad clásica—podríamos decir desde siempre—, se distinguieron cuatro virtudes maestras: la prudencia, la justicia, la fortaleza (valentía para los griegos) y la templanza.

La prudencia y la justicia se refieren a la toma de decisiones sobre los bienes concretos que nuestra voluntad debe abrazar.

La prudencia nos permite decidir sobre cómo mejor conseguirlos. La justicia nos permite asignar las responsabilidades y los beneficios que corresponden a cada uno a la hora de procurar y de gozar esos bienes.

La fortaleza y la templanza se refieren a la fuerza de voluntad que necesitamos ejercer para conseguir esos bienes. La fortaleza nos da el vigor para caminar hacia los grandes bienes elegidos. La templanza nos da el vigor para no quedarnos a medio camino con bienes menores a los elegidos. La primera conquista lo difícil. La segunda no se conforma con lo fácil.

A estas cuatro virtudes se les dice maestras porque sostienen y hacen posibles todas las demás. De la prudencia sigue, por ejemplo, el ser avisado; de la justicia, el respeto a los demás; de la fortaleza, la perseverancia, y de la templanza, la castidad.

La templanza, ¿una maestra regañona?
Nadie duda sobre la importancia de la prudencia, ¿a quien le gustaría que lo consideren tonto?; nadie, sobre la excelencia de la justicia, ¿a quien le agradaría que lo llamen ladrón?; nadie, sobre el esplendor de la valentía, ¿quién no se avergonzaría de haber sido alguna vez cobarde, de no haberse atrevido al éxito?
De lo que hay dudas es sobre la templanza. Muchos se preguntarían, ¿qué es eso? Es más, de ser varones, una gran mayoría se burlarían del joven que a los 20 años conserve todavía su virginidad.

—¿Quintito, eh? ¿No sufrirás de un problema físico o psicológico?—, le preguntarían.

Tal vez se lo pregunten así porque, entre las grandes maestras, la templanza parece la regañona. Si la fortaleza nos anima con el “tú puedes, tú puedes”, la templanza nos desinfla, desde que somos pequeños, con su interminable lista de “noes”:

—No te hagas pipí en la cama.
—No te atragantes de dulces.
—No juegues con la comida.
—No golpees a tu hermanito.
—No te metas los dedos en la nariz y menos los metas en el enchufe eléctrico.
—No salgas encuerado a la calle, es más, no salgas a la calle.
—No veas tanta televisión.
—No grites, no llores, no te rías, no hables, no respires...
—No te juntes con esos niños malcriados.
—No tortures al gatito con alfileres.
—No llegues tarde a cenar.
—No dejes tirada tu ropa.
—No se anden besando ni tocando.

En fin, además de sonarnos regañona, la templanza se nos presenta con cara de avinagrada, intolerante y envidiosa. No quiere que hagamos justo lo que se nos antoja, nos gusta y podemos en el momento hacer.

—¡Ah!—pensamos—, ahí viene de aguafiestas porque, tal vez señorita todavía, no puede o no ha probado las mieles.

A todo esto hemos de agregar que la templanza tiene unas hermanastras más celosas que ella misma en eso de impedirnos darnos gusto: las prohibiciones. Si la primera nos persuade y nos da fuerza para no ceder ante los antojos, las segundas simplemente nos ponen barreras externas para no alcanzarlos:

—Prohibido que compres y bebas alcohol
—Prohibido circular sin cinturón de seguridad.
—Prohibido tirar la basura.
—Prohibida la prostitución.
—Prohibido besarse en público.

Como algunas prohibiciones absolutas—por ejemplo, la del alcohol—no han funcionado, es más, como han hecho más peligroso el vicio al fomentar la venta de alcohol adulterado, no pocas personas concluyen que ninguna prohibición sirve, y de paso niegan que “la maestra regañona” sirva después de todo para alguna cosa buena.

Esta mala reputación de la templanza se agrava en el contexto de la cultura contemporánea. Nuestro estilo de vida es hedonista, consumista, permisivo y relativista. Nos dice:
—Tú goza el día, quien sabe cómo pinte el mañana—. Y se corrige:

—Tú goza el día, que como quiera pintará bien mañana, pues ya hay edulcorantes y grasa artificiales que no engordan, ya hay anticonceptivos, es más, el látex que reduce el riesgo del sida, ya hay, en fin, en caso de que falle todo, camaradas de avanzada que te aplaudirán si abortas, perdón, si ejerces tu “derecho a decidir”, y hay quienes, moribunda tú de sida en el hospital, te recordarán allá en la calle en su propaganda política, no como promiscua, que lo fuiste, sino como una persona que te atreviste a desafiar “prejuicios”, que te atreviste a vivir a tu manera.
Finalmente, el desprestigio de la templanza toca fondo cuando sus impostores, es decir el puritanismo y el “todo es malo”, se presentan como sus representantes legítimos y pregonan:

—El sexo es sucio; el vino, fatal; los bailes, frívolos; reír, de necios; cantar, de impíos; un tuetanito con sal, antesala de la tumba; comer carne, de asesinos de animales; admirar la belleza de una mujer, de cerdos; fumar un cigarrillo, de suicidas; gozar, en fin, de la vida, cosa del demonio.

La verdad sobre la templanza
La templanza parece tener un rostro muy desagradable, pero, aun cuando así lo fuese, seguiría siendo una de las cuatro virtudes maestras: es la que evita que el hombre malbarate su vida en poquedades.

De hecho, no tiene nada de avinagrada ni de amargada. Santo Tomás de Aquino [i] pide que no confundamos la templanza con ser o volverse insensibles y apocados. El templado no es insensible a la sabrosura de los placeres que pone a un lado, ni es un apocado que tema o se avergüence de simplemente haberlos deseado. El templado reconoce esos placeres, puede incluso desearlos, pero no se distrae con ellos para no perder los bienes que mejor le convienen.

El templado, en vez de insensible, se caracteriza por el buen gusto. Pone a un lado lo bueno por preferir lo mejor. El templado no es tampoco un hombre débil que no se aproxima al placer porque no pueda, sino un hombre fortísimo que, aunque puede gozar de ese placer ordinario, renuncia a él por perseguir un bien aun mayor y más difícil. Renuncia, por ejemplo, a una gran cena de langosta con la alta sociedad. Lo hace no por que no pueda comerla o no pueda codearse con la crèmè de la crèmè, sino porque puede mucho más: reservar su apetito a una cita de tostadas con frijoles que le preparó para esa noche su amada. Así una niña, desde pequeña, renuncia a los muchos dulces y a los muchos pasteles porque sabe que así la mirarán a ella y no al vestido durante la fiesta de los quince años. Un hombre se olvida de las muchas mujeres no porque no pueda revolcarse con todas ellas, sino porque puede algo mejor y más difícil: amar de lleno a la más bella que es su esposa. Y un sacerdote no ha renunciado a casarse por ser un castrado. Al revés, porque tiene muchos pantalones es que se atrevió a dedicarse de lleno a Dios. De alguna manera, así son o deben ser las renuncias de todos nosotros. Nos lo prescribe el mandamiento: “Amarás a Dios sobre todas las cosas”.

Si la templanza vence al mal gusto, debe, pues, tener un rostro amable. Y sí que lo tiene, pues vence además a la inmadurez, a la puerilidad y a la incontinencia, vicios, según santo Tomás, que sólo se toleran a los niños por no aprender ellos todavía a controlar sus esfínteres y sus impulsos.

La madurez es fruto de la templanza, y se manifiesta con el autodominio, con no ser veleta que se mueve según el primer viento que sople. El desenfreno, en cambio, es de bestias que, por carecer de razón, nunca pueden tomar la rienda de sus apetitos.

Así, la belleza, dice santo Tomás, es otro de los frutos de la templanza. Y digo yo: ésta reviste al hombre y a la mujer, aun desnudos, de una gracia y hermosura fundados en el dominio de sí mismos y en el goce de la buena vida y las buenas costumbres. Con el desenfreno el hombre y la mujer se bestializan. Aunque se cubran con un abrigo de esquimales, no pueden ser sino feos. Miran, se encorvan y se mueven según sus impulsos más primitivos. Lucen vulgares por no comportarse mejor que los animales.

Es más, el desenfreno, contrario a la templanza, es peor que la cobardía. Según Aristóteles y santo Tomás de Aquino, la cobardía es al menos un impulso natural que sigue al miedo a la muerte. El desenfreno es un impulso antinatural que busca la muerte, pues despilfarra tu hacienda, enloda tu reputación, te gana enemigos, destruye tu familia, arruina tu cuerpo, extingue tu salud, cava tu tumba y condena tu alma. No otra cosa le siguen a esos abusos, manifestaciones del desenfreno, llamados glotonería, drogadicción, borrachera y lujuria, los cuales la templanza combate con las virtudes de la moderación, abstinencia, sobriedad y castidad.

Si el desenfreno te hace perder tu dinero, la templanza te permite conservarlo. Tanto la fortaleza como la templanza se combinan para mejorar tu economía, la una con la inversión y la otra con el ahorro.

Pero volvamos al desenfreno. No sólo calienta tu vientre, sino peor aun la cabeza. He allí esos brutos que ante la más pequeña contrariedad no pueden detenerse y estallan en la ira. Así desatan odios, atizan pleitos, alimentan rencores, violentan cuerpos y almas, derraman sangre, libran guerras y siembran muerte por donde pasan. ¡Peor aun!, recrudecen la venganza dejándose llevar por un impulso ponzoñoso que ni los animales se permiten: la crueldad. No es sino la templanza que puede venir al rescate. Lo hace a través de tres discípulas: la calma, la mansedumbre y la clemencia.

No es sino la templanza la que permite que las manos no cojan, los ojos no vean, los oídos no escuchen y aun la mente no piense lo que no les corresponde. Es, además, la templanza la que amarra a esa fiera temible, me refiero a la lengua, la cual suelta tiene más filo y hace más daño que una espada. Es, en fin, la templanza el salvavidas que rescata al corazón cuando el torbellino de la tristeza y el aturdimiento del dolor quieren hundirlo en la desesperación. De algún modo, la templanza es así fuente de alegría.

Pero decía que el desenfreno calienta la cabeza. Agrego ahora: también la llena de humo. De abandonarse el hombre al amor desmedido hacia sí mismo, acaba perdiéndose entre las vanidades y la soberbia.

De nuevo es la templanza la que viene al rescate, ahora con la humildad. Si la soberbia es el primero de los pecados y con ella Adán y Eva perdieron el Paraíso, la humildad es la primera de las virtudes, el escalón inicial que nos pone en marcha al Cielo. La templanza solidifica también esa humildad con la sencillez, es más, con la modestia en el vivir, en el actuar, en el hablar, en los gestos y en el vestir.

Sin la templanza, fijémosnos bien, las demás virtudes desfallecen. La prudencia se ciega con las pasiones desbordadas. No puede ya ver lo que es verdaderamente bueno. La valentía se olvida de pelear porque, como Aquiles, se entretiene con los rencores y los bajos apetitos. La justicia ya no da a cada quien lo suyo porque, avarienta, quiere todo para sí.
Es interesante precisar el remedio de santo Tomás de Aquino contra la curiosidad indebida y desaforada. Ésta se templa no con la ignorancia sino procurando el conocimiento de manera ordenada, con la disciplina del estudio. La templanza es madre así de la cultura, de las artes, de la civilización.

Por tanto, no consideremos más a la templanza como una maestra regañona, egoísta, fea y avinagrada. Es la maestra hermosa del autodominio, del buen gusto y de la buena vida.

La dificultad de la templanza
Tanto la fortaleza como la templanza dependen de voluntades poderosas. Para ello, la voluntad debe adquirir el debido vigor con ejercicios que la pongan a prueba y así acrecienten.
Desgraciadamente, dice José Ortega y Gasset, [ii] vivimos en tiempos en que ya no hay retos para ejercitarse, para fortalecerse. Vivimos en una época comodona en que para conseguir algo ya no se tiene que trabajar a fondo. Si queremos iluminar una recámara, ya no hay que prender un fuego, basta mover un switch. Si queremos cubrir nuestros cuerpos, ya no hay que hilar ni tejer, basta ir a la tienda y comprar un vestido.

¡Vamos!, si queremos descubrir el cuerpo de una mujer, ya no hay que casarse con ella, ya no hay tampoco que seducirla engañosamente, ya no hay ni siquiera que pagarle su cuota a una prostituta, basta conectarse a la internet y perderse en sus millones de páginas pornográficas gratuitas. Somos, en términos de fortaleza, una sociedad blandengue porque no nos cuesta ya nada conseguir lo que queremos.

Frente a la abundancia y la facilidad de los bienes pudiera al menos uno fortalecer su voluntad a través de la templanza, renunciando a lo que no es ni conveniente ni necesario. Pero los dictados de nuestra sociedad actual son los de una sociedad hedonista, permisiva y de consumo:

—Atragántate, hártate, empuércate, no de otra manera serás feliz—, nos bombardean los medios masivos en cada segundo de nuestras vidas.

Un paso previo para educar la templanza es, pues, el convencernos de que los medios masivos y la sociedad consumista en general nos mienten. Para ello, echemos una mirada crítica al paradigma de felicidad que nos ofrecen: hombres que triunfan porque tienen con qué satisfacer cualesquiera de sus caprichos. Hollywood en alguna medida identifica el lugar donde encontraríamos las mayores oportunidades para así triunfar: Estados Unidos. Allí cada individuo puede vivir, se nos dice, “a su manera”, y lograr el “sueño americano”. Revisemos este paradigma no por criticar a nuestros vecinos sino para no dejarnos engañar por el modelo hedonista, relativista, consumista y permisivo propuesto.

Si se dice que los estadounidenses son exitosos porque pueden satisfacer mejor sus antojos, tal vez por ello muchos sufren de un alma gorda y blandengue. Tan ensimismados en sus fáciles caprichos, carecen de la suficiente fuerza como para renunciar un poquito a sí mismos y sostener alguna relación permanente y profunda con alguien más. Un americano rompe un promedio de siete veces en su vida con la comunidad la cual se propuso hacer permanente, mudándose, en cada ocasión, a otra a miles de millas de distancia donde tampoco echará raíces. [iii] Es decir, no tiene lazos comunitarios, ni amigos, ni huella en ningún sitio permanentes. Es más, solo un 23% de los adultos permanecen casados, pues sólo la mitad de sus “familias” llegan a fundarlas en el matrimonio y, de ellas, la mitad de sus “familias” las deshacen por el divorcio—“la ropa interior dura más que la mayoría de los matrimonios”, ha aguijoneado un bromista—; es más, entre los divorciados, aquéllos que se vuelven a casar tienen las más altas probabilidades de reincidir en el divorcio. En fin, la cantidad de viviendas con personas solas supera ya al número de viviendas con familias tradicionales. [iv] A estas estadísticas del último censo estadunidense podrían agregárseles los hallazgos de David Blakenhorn, del Institute of American Values: en los programas de educación pública americanos se prefiere ahora la palabra “relación” a la de “matrimonio” [v] a tal punto que las autoridades locales a lo largo del país “no aceptarían de ninguna manera materiales escolares que avalen al matrimonio”. [vi] Algunas escuelas, como la Rodeph Sholem en Manhattan, han prohibido incluso las celebraciones del Día de la Madre para “no ofender los sentimientos” de los niños a quienes deliberadamente se les ha privado de una madre, pues están a cargo de papás siempre solteros o de parejas gay. [vii] La comunidad y la familia no son ya “valores americanos” [viii] porque nuestros vecinos no han sabido ni podido, por blandengues, renunciar a su individualismo. Muchos americanos son hombres que viven en la más triste de las soledades.

Así, aunque consuman hasta el hartazgo, forman una sociedad que sufre un profundo vacío de vida. Y tienen que llenar ese vacío de vida con algo, lo que sea. Así, si en México uno de cada veinte habitantes alguna vez han abusado de alguna droga,[ix] en Estados Unidos lo han hecho uno de cada tres, inclusive sus dos últimos presidentes.[x]

Clinton específicamente estuvo a punto de perder la Presidencia por su relación con la Lewinski. Según nos confiesa en su reciente libro Mi vida,[xi] se enredó con la mujer porque no había obstáculos, porque le fue fácil, porque no tenía ni que esforzarse en conquistarla, es decir, porque él fue un débil. Con la colegiala ya encima, no tuvo la templanza, la fuerza de voluntad, de decir “no”.

De hecho, no sólo con droga, sino con la más degradante pornografía intentan los americanos simular el contento. Producen 800 millones de videos triple XXX al año, un promedio de tres por habitante, más de cinco por adulto.[xii] Para entender la perversidad de esta cifra, hay que visualizarla en casos concretos. Un tailandés, compañero mío de estudios, compartió un dormitorio universitario con un americano por seis meses. Compartió también el teléfono. ¡Qué susto se llevó el tailandés al recibir el primer recibo telefónico! Se había gastado el americano varios miles de dólares en llamadas pornográficas. Le preocupaba al tailandés menos el lograr que el americano pagase los dólares que le correspondían que el pensar que su compañero de cuarto era un degenerado sexual.

Una sociedad blandengue es también una sociedad que no puede contener su ira. Algunos pensarían que la violencia contra la mujer es mayor en Italia y en España, donde sus varones les gusta presumir de muy machos, y cuyas culturas se alimentan aún, dicen algunos, del oscurantismo eclesiástico y medieval.

Pues no. La violencia y aun asesinatos contra la mujer prevalecen en los países más ricos y “progresistas” de Europa, es decir, Finlandia, Dinamarca, Suecia, Alemania y el Reino Unido. Lo que une a estos países es su cultura permisiva, hedonista, relativista, consumista y su riqueza sin límite. Si ceder a tus impulsos, cualesquiera que sean, es aceptable y aun encomiable, entonces también es aceptable y encomiable que golpees a las mujeres: “es que así me nace”. No hay templanza, por tanto, no hay freno contra la violencia hacia la mujer.[xiii]

La educación de la templanza
No nos hagamos tontos, pues, acerca del valor de la templanza. Es una virtud maestra y debemos inculcarla en nuestros hijos. Para ello les ofrezco las siguientes recomendaciones:

1º. No te dé pena ser firme, incansable, constante en repetir la interminable lista de “noes” a tus hijos (“no hagas esto, no hagas lo otro”). Pero no lo hagas con pena, con enojo, con amargura. Que no piensen que la templanza, las renuncias, son propias de una señora regañona, seca y avinagrada. Las renuncias son de una señora hermosa y de buen gusto.

2º. Salvo algunas excepciones, la templanza nos permite renunciar no a cosas feas, sucias o absolutamente malas, sino a cosas buenas en favor de otras mejores. Por tanto, no presentes el sexo como sucio, ni los dulces como feos, ni el vino como el demonio. El día que los prueben tus hijos descubrirán que fuiste un mentiroso. Lo que deben saber, pues, tus hijos es que renuncian a esos bienes para asegurarse otros que más les convienen.

3º. Por tanto, en la medida en que tus hijos vayan teniendo uso de razón, infórmales y recuérdales los bienes mayores que persiguen tras renunciar a los menores con la templanza.

4º. De allí sigue el formarles el buen gusto. Para ello, si les pides que renuncien a los muchos dulces, demuéstrales que la renuncia es sensata, que el platillo por el cual esperan hasta la hora de la comida no sólo alimenta sino además es mucho más sabroso. En consecuencia, preocúpate por cocinar mejor que el vendedor de fritos y refrescos embotellados de la esquina. Preocúpate por demostrarles, con ejemplos de vida, que el amor es más hermoso que una página pornográfica.

Según santo Tomás de Aquino, hay dos tipos de desenfreno. Uno es consecuencia de la impetuosidad: el hombre responde inmediatamente a sus impulsos y se abandona tontamente a ellos sin informarse. Otro desenfreno es consecuencia de la debilidad de carácter: aunque el hombre esté informado, aun así cede a sus bajos apetitos. De esta distinción siguen las siguientes dos recomendaciones para educar la templanza:

5º. Logra que tus hijos, antes de obrar, se acostumbren a informarse. Que aprendan a ser prudentes, que no reaccionen como resorte y ciegamente a sus impulsos. Así vencerán al desenfreno por impetuosidad.

6º. Ahora bien, el desenfreno por debilidad de carácter lo vencen dándole vigor a la voluntad. Educa, pues, la fortaleza de tus hijos. No les des todo en la boca. Según su edad, que cada uno vaya gradualmente encargándose de conseguir sus cosas. “Si quieren azul celeste, que les cueste”. El vigor propio de la fortaleza finalmente es un vigor que redunda a favor de toda la voluntad, es decir, también en favor de la templanza.
Otras formas de vigorizar la templanza son las siguientes:

7º. La templanza se puede fortalecer directamente si empezamos con su hija menor, la modestia. Ésta es tan modesta que no pide ni grandes ni aparatosas renuncias. Las pide pequeñitas. No nos dice “no compres vestidos” sino “ no compres vestidos caros”; no nos dice “no comas pastel” sino “no te comas todo el pastel”; no nos dice “cállate” sino “no hables solamente tú”. De este modo, si ya aprendimos a hacer pequeñas renuncias, nos será más fácil hacer grandes renuncias después.

8º. Pero si les pides renuncias a tus hijos, ponles el ejemplo. Demuéstrales que tú también puedes, y que puedes mucho. Renuncia, por ejemplo, a concretar el más grande negocio de tu vida, a la oportunidad de lograr la paz entre los palestinos y los judíos, a ganar el título mundial “Non Plus Ultra” si así lo exige el tiempo no solo “cualitativo”, sino también cuantitativo que requieren tus hijos. No te conformes con evitar la glotonería y las borracheras, extrémate en la calma, la humildad, la mansedumbre, la alegría, la clemencia, la fidelidad en el matrimonio y aun la castidad, pues la castidad es también para los esposos. Tu esposa no es un objeto de uso, no es un trozo de carne que conseguiste por allí para desfogar tus genitales. Ella es tu amada. Por tanto, respétala, ámala. Sean los dos no únicamente un solo cuerpo sino también una sola alma.

Ahora bien, debes ponerle especialmente el ejemplo a tus hijos al corregirlos en sus destemplanzas. Por tanto, no cedas a la ira. Escoge mejor la mansedumbre y la humildad, frutos de la templanza. La humildad en particular no puede permitirse eso del orgullo herido, eso de “¡Qué bochorno!”, eso de “¡Hijo mío, por qué me haces esto, a mí, tu padre!” La humildad no puede sino solidarizarse con la fragilidad humana.

Por supuesto, lo hace no para aplaudir o abandonarse en la mediocridad, sino para levantarse y salir de ella. Del mismo modo, la mansedumbre no significa permisividad. Significa sólo que la firmeza se expresa no iracunda sino calmada.

9º La templanza además se fortalece y ennoblece dándole directamente un valor positivo a la renuncia. Entonces, que no sea para tus hijos un simple privarse de algo. Que sea mejor un acto de justicia: que den lo que les sobra a los que no tienen. Que sea mejor un acto de generosidad: que den lo que no les sobra a quienes no tienen. Que sea incluso un acto de amor: que se den ellos mismos a los demás.

Dios, que es Amor, resume la razón de la templanza con estas palabras:

—El que quiera conservar para sí mismo su vida, la perderá; pero el que la pierda por mi causa, ése la encontrará.
La templanza nos exige, pues, no sólo pequeñas renuncias. A veces nos las exige grandes, renuncias completas, como el entregar nuestras mismas vidas. De allí que deba adelantarles a ustedes una última recomendación.

10º. Denle vigor a su templanza con la virtud de la religión, ármenla con la fortaleza de Dios, que hay renuncias tan grandes que no podrían sus hijos, ni ustedes, ni nadie cumplir de no sostenernos su Santo Espíritu.

Autor: Arturo Zárate Ruiz | Fuente: arbil.org


Notas

[i] .El tema de la templanza lo desarrolla santo Tomás de Aquino en su Suma de Teología, II–II, cuestiones 141–170.
[ii] .Ver La rebelión de las masas.

[iii] .Uno de cada 15 norteamericanos se muda permanentemente de condado cada año, precisa Robert Putman en “Who Killed Civic America?” Prospect (Londres: Marzo de 1996), y agrega que en las últimas décadas la desintegración de las comunidades se ha agravado por la proliferación de lo que se llama “suburbia”, es decir, zonas rurales urbanizadas en donde los vecinos viven lo suficientemente lejos los unos de los otros como para ignorarse del todo.

[iv] . Ver, por ejemplo, “Menos del 25% en EU vive casado y con hijos. Cada vez son más los estadounidenses que viven solos, reporta el censo”, nota de la agencia REUTERS publicada por El Norte (Monterrey: 16 de mayo del 2001) 23A.
[v] . En México, es muy normal que hablemos ya no de “mi esposa” o “mi esposo” sino de “mi pareja”.

[vi] . Ver David Blakenhorn, “On marriage” Propositions (Invierno del 2000), citado por Richard John Neuhaus, “The Public Square”, First Things 113 (Mayo del 2001).
[vii] .Ver Jonah Goldberg, NRO editor, “My School Bans Mother’s Day”, National Review Online, (8 de mayo del 2001), .
[viii] .Notese que se empezaría a romper el cerco relativista si en lugar de hablar de “valores americanos” se hablase, con razones, simplemente de valores.

[ix] .Ver Encuesta Nacional de Adicciones, DGE, IMP, CONADIC/SSA, 1998.
[x] .Ver Michael D. Lyman y Gary W. Potter, Drugs in Society. Causes, Concepts, and Control, (Cincinnati: Anderson Publishing Co., 1996) 77, quienes citan el reporte nacional del U.S. Bureau of Justice Statististics de 1992.
[xi] .Ver Bill Clinton, My Life, (Knopf, 2004).
[xii] .Ver, por ejemplo, “El cine porno con todo”, www.zonagratuita.com; “El cine porno genera, solo en los EEUU, ventas por valor de 10.000 millones de dólares anuales”, www.noticiasdot.com.


[xiii] .Ver Miguel A. Loma, “Golpe a golpe”, Revista Arbil, Apostando a los valores, 81 (España: junio del 2004) www.iespana.es/revista-arbil/arbi-d81htm.

domingo, 9 de junio de 2013

Voluntad de Dios






La dificultad que muchos de nosotros experimentamos en cuanto al tema no es tanto si cumplimos o no la Voluntad de Dios sino si sabemos cuál es Su Voluntad para nosotros. A pesar de ello, podemos estar seguros que algunas cosas sí son definitivamente parte del Plan de Dios para nosotros, como por ejemplo:

Los Mandamientos – Los diez dados a Moisés,
Los Preceptos de la Iglesia,
Los deberes de nuestro estado de vida, obediencia a la autoridad civil – civil, familiar y eclesial; y
El Mandamiento nuevo dado por Jesús, que nos amemos todos mutuamente.

En las escrituras podemos ver de muchas maneras sencillas, exactamente lo que el Padre espera de nosotros. Todas estas son manifestaciones directas de la Voluntad de Dios en nuestra vida cotidiana. Quizá una lista podría ayudar.

1. "Ama a tus enemigos, haz el bien a aquellos que te odian, bendice a los que te maldicen, ora por los que te tratan mal" (Lc 6,27-35)
2. "Sé compasivo como vuestro Padre es compasivo. No juzgues y no serás juzgado, no condenes y no serás condenado." (Lc 6,36-38)
3. "Les digo solemnemente, si no se hacen como niños no entrarán al Reino de Dios." (Lc 18,17)
4. "Es la Voluntad de mi Padre, que quien ve al Hijo y cree en Él, tendrá vida eterna." (Jn. 6,40)
5. "Aprendan de mí que mi yugo es suave, porque soy humilde de corazón." (Mt. 11,29)

Nuestro problema radica en que miramos a los mandamientos de manera negativa. En nuestras mentes son meras prohibiciones, pero no lo son. No encontramos fallas o errores cuando un inventor nos explica como manejar su invento. ¿Quién mejor para saber como funciona una máquina que el propio inventor? Para la mayoría de nosotros lo lógico es que sea él y aceptamos las indicaciones y la garantía, siempre y cuando las indicaciones sean seguidas adecuadamente.

Esto es exactamente lo que Dios ha hecho al darnos los mandamientos. No son imposiciones, que le hacen hincapié a Su criatura de su posición subordinada. Los mandamientos, dados por el Padre en el Antiguo Testamento y por Jesús en el Nuevo, son solamente indicaciones del Creador que nos dice que los seres humanos, creados por Él, son más felices, saludables y están más contentos cuando siguen las directrices de su Creador.

El Padre sabe en qué condiciones maduran y crecen nuestras almas. Sabe cuáles son las mejores cosas para combatir nuestras debilidades. Sabe también cuáles son los pasos a seguir para evitar los obstáculos que el enemigo pone en nuestro camino. Pero sobre todo, sabe cómo deben ser purificadas y transformadas nuestras almas para que podamos estar en Su presencia un día y no terminen siendo aniquiladas.

Las Escrituras están llenas de revelaciones que nos dicen como el Padre quiere que pensemos y actuemos en toda circunstancia. Nuestro problema está en que, conocer la voluntad de Dios está en las decisiones que tomamos en nuestra vida cotidiana. Primero, debemos decir que los mandamientos son parte de la voluntad de Dios. No hay duda aquí sobre lo que quiere de nosotros. Las pruebas de la vida diaria, el mal, el sufrimiento, etc., son parte de lo que Dios permite como Su voluntad.

La Voluntad de Dios solo quiere lo que es bueno y santo, pero el libre albedrío del hombre y las tentaciones del enemigo producen otros efectos que no son buenos. Estos efectos son los que sufrimos, pero Dios, para quien todo es presente, ve lo bueno en nuestra manera de enfrentarnos al mal y lo permite para obtener un bien mayor. San Pablo trae esto a colación cuando nos recuerda que aquellos que aman a Dios tienden a lo bueno (Rom. 8:28). Nuestro querido Señor se enfrentó a la malicia, al odio y a la crucifixión para cumplir la Voluntad de Dios.

No podemos decir que Dios ordenó a los hombres rechazar y matar a su Hijo, pero al saber de antemano los sentimientos del pueblo elegido cuando apareciese su Hijo en la tierra, permitió la disposición de ese pueblo al mal y por la perfecta obediencia su Hijo logró nuestra redención. Ordenó que el hombre no cayese, pero el orgullo rechazó ese deseo. Ordenó al hombre aceptar a Su Hijo, pero muchos no lo hicieron. Al permitir los efectos del rechazo, el Padre generó un gran bien. El hombre sabría cuánto lo ama Dios, recibiría al Espíritu, la gracia, la filiación divina y finalmente, el Cielo. Todo este bien fue obtenido a partir de la malicia del hombre. Dios lo vio y permitió que Su Hijo sufriera intensamente para terminar con el yugo del demonio sobre el hombre y destruir a la muerte completamente por medio de Su gloriosa Resurrección.

El Padre nos ama de la misma manera y nuestra fe, esperanza y caridad deben brillar cuando nos enfrentamos a las pruebas que permite en nuestras vidas. La confianza es la clave para cumplir la Voluntad de Dios. Debemos confiar en el Padre, cuyos ojos están siempre sobre nosotros. No podemos ver o juzgar dentro de la niebla espesa, pero debemos confiar en el Padre que lo ve todo con claridad.

Al tomar decisiones relativas a nuestro estado de vida, los amigos, el trabajo, los planes futuros, negocios, etc.; debemos utilizar las facultades mentales que Dios nos ha dado y debemos rezar para pedir una guía. No podemos esperar que descienda como una especie de visión de éxtasis que nos diga exactamente qué hacer.

De repente, algunas ideas que pueden servirnos de guía pueden ser: ver si la decisión que tomamos honra y da gloria a Dios, cómo afecta nuestra relación con Él y si estamos en paz con eso. Podremos descansar seguros si tomamos nuestras decisiones de este modo. Así, Dios estará de nuestro lado y obtendremos buenas cosas como resultado de ellas, aunque veamos más tarde que nuestra decisión no fue la más acertada.

El fracaso también es usado por Dios para acercarnos más a Él. Nunca nos ordenó tomar siempre las decisiones correctas –sólo ser santos– y eso genera la confianza que como niños, debemos tener en Él; quien hará que nuestros pasos sean firmes y que nuestras maneras torcidas se enderecen.

Cuando tenemos la ocasión de hacer amigos, ya tenemos un criterio para hacerlo. Jesús nos ha dicho que juzguemos por los frutos (Matt 7, 16). Nuestros amigos deben ser escogidos, no sólo por el fruto de sus propias vidas, sino también por el fruto que obtenemos con ellos. Podríamos llegar a algún concepto sobre la Voluntad de Dios con relación al trabajo, por los talentos que Dios nos ha dado. ¿Qué clase de trabajo es el que mejor se me acomoda y el que me hace feliz? Si no estamos seguros, entonces debemos experimentar con varios tipos de trabajo hasta que lleguemos a cierta “conciencia” de que eso o aquello es lo que mejor hacemos.

Sucede, sin embargo, que en ocasiones vivimos en una determinada situación que se origina por nuestras propias debilidades, errores, decisiones equivocadas y las malas intenciones de quienes nos rodean. ¿Dónde está la Voluntad de Dios en eso? Si hemos rezado y no tenemos una solución a la mano, si hemos tratado de cambiar lo que estaba a nuestro alcance y las cosas sólo se han puesto peor, entonces podemos estar seguros de que el crecimiento en la paciencia es la Voluntad de Dios, al menos por el momento. La oración continua nos dará fortaleza y ésta a su vez perseverancia y ésta, esperanza que no será vana.

San Pablo dijo a los Corintios lo siguiente: ”Tenemos problemas en todos lados, no veo respuesta a nuestros problemas, pero no decaigo”. (2 Cor, 4:8) Incluso un alma especialmente escogida como la de Pablo tuvo momentos en los que la Voluntad de Dios no estaba clara, cuando todo parecía imposible. Esta es la razón por la que un día Pablo le pidió al Señor que lo liberase de la multitud de dificultades que tenía. Comenzó a pensar que la Voluntad de Dios no estaba sólo en las pruebas, debilidades, insultos, persecuciones y en las agonías del Apostolado (2 Cor 12,10). Tres veces solicitó el alivio y la respuesta que recibió es que si eso le estaba pasando, se debía a que la voluntad de Dios obtendría algo bueno de allí. "Mi gracia" le contestó Jesús a Pablo "es suficiente para ti, mi fortaleza se muestra en tu debilidad". (2 Cor. 12,9) Pablo se alegró con esta respuesta. No pudo aplacar sus penas con eso, pero saber que la gracia de Dios estaba con él lo hizo decir “debo estar muy feliz porque mi debilidad permite que la fortaleza de Cristo esté sobre mí”. (2 Cor. 12,10)

Esta es la diferencia entre un pagano y un cristiano. Para un pagano el dolor no tiene sentido. Como resultado vive una vida de soledad y frustración. El cristiano puede experimentar las mismas pruebas que un pagano y nunca perder la alegría. Ve la voluntad de Dios en ellas, ve la oportunidad de ser como Jesús, de darle gloria en el Reino. Las pruebas para el pagano incrementan la desesperanza y alumbran al cristiano que comparte el yugo de Jesús.

Muchos se hacen la pregunta: ¿Cómo sé cuál es la Voluntad de Dios para mí? La respuesta es simple: “Si sucede, es voluntad de Dios. No es relevante si Lo ordena o si Lo permite, nada nos sucede si Él no lo ha visto de antemano, teniendo en cuenta el bien que se obtendrá de ello y esperando Su sello de aprobación.

La Voluntad de Dios para nosotros está en los deberes y experiencias del presente. Sólo tenemos que aceptarlos y tratar de ser como Jesús en ellos. Cuando Jesús no le respondió a Pilatos, Pilatos le dijo "No me hablas, seguramente debes saber que tengo el poder de crucificarte”(Jn. 19,10)

La respuesta de Jesús nos muestra claramente que siempre contemplaba la Voluntad del Padre, justa o injusta. "No tendrías poder sobre Mí, si no te hubiera sido otorgado de lo alto”. (Jn 15,11). Jesús vio al Padre en una debilidad, un juez injusto. ¿Cuántos de nosotros tenemos esa clase de confianza, esa clase de visión?

San Pedro alienta al cristiano de su época para que “acepte la autoridad de toda institución social, al emperador como suprema autoridad entre los gobernadores... Dios quiere que seamos buenos ciudadanos... que respetemos a todos... y que demos honor al emperador”(1 Pedro 2:13-16).

Todos somos conscientes del hecho que Pedro estaba hablando de Nerón, cuya maldad era harto conocida. Sin embargo, sigue adelante sin decir que si la autoridad legal exige el rechazo de Dios o de sus mandamientos, debemos elegir a Dios por encima de todo. Dios no nos ha redimido para colocarnos en una especie de utopía terrena. Nos ha redimido para darnos un reino, para convertirnos en sus hijos adoptivos, para darnos su felicidad eterna, para ser testigos en el mundo de la existencia de otra vida y para probar con nuestra conversión personal que Jesús es el Hijo de Dios.

San Pablo nos asegura que todo el sufrimiento en el mundo es nada comparado con la gloria que está por venir (Rom. 8,18)

Todo momento de la vida es como un sacramento en el que podemos recibir a Dios. Es el canal mediante el cual Dios nos habla, nos forma y se dirige a nosotros. Sólo tenemos que aceptar los deberes del momento presente para encontrar la Voluntad de Dios. Estamos impedidos de respirar este aire sobrenatural por el hecho que vemos personas y circunstancias producto de la malicia o el temperamento de otros. Ellos se convierten en obstáculos en nuestro camino y no nos dejan ver a Dios.

No podemos ver a Dios en las acciones de estas personas porque se oponen a lo que ordena Su Voluntad. A pesar de ello, podemos ver a Dios a través de estas acciones; como cuando vemos a un amigo cercano en medio de una espesa niebla. En esa niebla es posible que nos resbalemos y caigamos, es posible también que lloremos y que nos desesperemos a veces, pero la Imagen que vimos nos lleva a la luz más grande que está al final de la niebla, más allá de todo.

El secreto, entonces, para encontrar la Voluntad de Dios está en verLo en el presente y responder a Su presencia de la manera más amorosa que podamos. Hace falta un poco de esfuerzo para ver a Dios en todo, como Jesús, que lo hizo y con su obediencia nos ganó la salvación.

Hay veces en las que necesitamos decisiones inmediatas —ocasiones en las que difícilmente podemos rezar por el poco tiempo que tenemos. En esas circunstancias podemos estar seguros que si nuestro corazón ha estado con Dios hasta ese momento, tomaremos la decisión correcta. Si fallamos, nuestra esperanza en Su amor, nos asegura que algo bueno se obtendrá de la experiencia vivida.

Dios no quiere que estemos preocupados por el ayer y el mañana. En el evangelio de San Mateo leemos que Jesús dijo "No te preocupes por el mañana, el mañana se preocupará por sí mismo. Cada día hay suficiente para preocuparse” (Mt. 6,33-34). Aquí vemos una llamada de Jesús para que vivamos el presente. Jesús no nos está diciendo que como cristianos debemos estar libres de problemas. Nos está pidiendo que compartamos nuestro yugo con Él y que lo hagamos siempre, minuto a minuto. Si nos ejercitamos en esta forma de vida, podremos ver Su Voluntad y tendremos la fuerza necesaria para cumplirla.

No hay manual ni reglas a seguir para conocer la Voluntad de Dios en nuestras decisiones. El intelecto dado por el Padre y el discernimiento dado por el Espíritu que está en nuestros corazones, nos darán las herramientas necesarias para que nuestras decisiones sean mejores; aunque a veces Su Voluntad permita que fracasemos, para ejercitar nuestra fe, incrementar nuestra esperanza y descubrirlo como nuestro amigo en tiempos de necesidad.

Habrá ocasiones en las que Su Voluntad esté nublada en nuestras mentes y el camino a seguir sea tan incierto que nos veamos forzados a escoger lo que menos dudas nos genera... y esperar que suceda lo mejor. Nuestra paz en estas circunstancias viene de la profunda certeza que vive aun entre nosotros sus hijos que Dios es nuestro padre y que se hará cargo de nosotros.

Dios no es el tirano. Está satisfecho con el esfuerzo sincero de sus hijos para conocer y cumplir Su Voluntad, que será coronado con el éxito aunque todo parezca perdido.

Oración
Señor y Padre, permite que tu Santo Espíritu me llene con la conciencia de tu Voluntad en este momento. Quiero ver Tu Providencia, Tu guía y Tu gracia en mi vida diaria. Perdóname cuando me rebelo por las ocasiones en las que me parece que tu Voluntad me parece difícil de cumplir. Mi vida está plagada de mi propia voluntad y egoísmo. Mi corazón no está listo para el sacrificio y mi mente rechaza lo que no puede comprender. Permite que tu misericordia me rodee y que me llene con tu luz. Permíteme ver con claridad la sapiencia detrás de todo lo que permites y el amor en todo lo que ordenas. Que nuestras voluntades se hagan una sola para que haga en esta vida lo que debo hacer para alcanzar la eternidad, perfectamente unido a Tu voluntad.

Autor: Eternal Word Television Network, Inc. (EWTN)








Señor, ten piedad de nosotros.
Padre celestial, que tu Voluntad se cumpla en la tierra como en el cielo.
Verbo divino, que tu Voluntad se cumpla en la tierra como en el cielo.
Espíritu Santo, que tu Voluntad se cumpla en la tierra como en el cielo.
Adorable Trinidad, que tu Voluntad se cumpla en la tierra como en el cielo.
Voluntad de Dios, infinitamente santo, reina soberanamente sobre nosotros.
Voluntad de Dios infinitamente perfecta, reina soberanamente sobre nosotros.
Voluntad de Dios, infinitamente recta, reina soberanamente sobre nosotros.
Voluntad de Dios, impenetrable en tus decretos, reina soberanamente sobre nosotros.
Voluntad de Dios, infinitamente adorable, reina soberanamente sobre nosotros.
Voluntad de Dios, todopoderosa, reina soberanamente sobre nosotros.
Voluntad de Dios, que haces todo con sabiduría, reina soberanamente sobre nosotros.
Voluntad de Dios, ocupación eterna de los santos, reina soberanamente sobre nosotros.
Volunta de Dios, alimento de todas las almas justas, reina soberanamente sobre nosotros.
Voluntad de Dios, amor de los corazones fieles, reina soberanamente sobre nosotros.
Voluntad de Dios que premias todas las cosas, reina soberanamente sobre nosotros.
Voluntad de Dios, medida del mérito y del premio de nuestras obras, reina soberanamente sobre nosotros.
Voluntad de Dios, alegría y delicia de nuestras almas, reina soberanamente sobre nosotros.
Voluntad de Dios, nuestra fuerza y nuestra seguridad, reina soberanamente sobre nosotros
Voluntad de Dios, nuestra consolación y nuestro reposo, reina soberanamente sobre nosotros.
Voluntad de Dios, remedio a nuestros males y a las penas de esta vida, reina soberanamente sobre nosotros.
Voluntad de Dios, nuestra esperanza y sostén en la muerte, reina soberanamente sobre nosotros.
Voluntad de Dios, cuyo reino es nuestro único fin, nuestra salvación, nuestra fidelidad, reina soberanamente sobre nosotros.

Cordero de Dios, que quitas los pecados del mundo, perdónanos Señor.
Cordero de Dios, que quitas los pecados del mundo, escúchanos Señor.
Cordero de Dios, que quitas los pecados del mundo, ten misericordia de nosotros.

Cristo óyenos.
Cristo escúchanos.

Oremos: Señor Dios Todopoderoso, soberanamente bueno e infinitamente sabio; por el mérito de la perfecta sumisión con la cual Cristo, nuestro Salvador, aceptó el cáliz de su Pasión; por la conformidad de su divina Madre a tu voluntad santa y por la perfecta obediencia de San José a todas tus órdenes: concédenos las gracia de cumplir en todas las cosas, y hasta el momento de nuestra vida, tu santísima, justísima y adorabilísima voluntad, tal como se cumple en el cielo. Amén.


(Compilado por José Gálvez Krüger)



sábado, 8 de junio de 2013

¿Cómo saber en la oración si estoy haciendo la voluntad de Dios?





El signo principal de que estamos haciendo la voluntad de Dios es la paz. Paz que no es una simple tranquilidad psicológica porque todo va bien, sino una paz que es mucho más profunda, mucho más íntima. Esta paz se percibe y se confirma especialmente cuando estoy en presencia de Dios, en la oración. La paz del que hace la voluntad de Dios va acompañada de otros elementos: un sentimiento interior de libertad (incluso cuando la voluntad de Dios puede ser exigente, no se cumple como algo restringido o forzado, sino con una motivación personal y libre), una cierta dilatación del corazón (el corazón se hace grande en el deseo de amar a Dios más y más, en la ternura y bondad hacia el prójimo), una alegría interior.





Dicho esto, el sentimiento de paz y aquello que lo acompaña (libertad, amor, alegría) no siempre se siente intensamente, y esto es por diferentes razones. A veces vivimos tiempos de pruebas, de tentaciones, de preguntas y dudas, incluso tormentas interiores, que son normales en toda vida espiritual y que hacen que, aunque seamos fieles a Dios y hagamos su voluntad, no gocemos sensiblemente de esta paz. Pero estos tiempos de prueba son pasajeros y la paz vuelve después de un tiempo, más profunda que antes.






Hay que saber también que no siempre podemos tener la certeza absoluta de estar haciendo la voluntad de Dios. Habrá de repente tiempos de "tantear" en la vida espiritual, tiempos de búsqueda, de interrogación sobre nuestras decisiones, sin que tengamos siempre una respuesta inmediata. La respuesta llegará algún día si tenemos buena voluntad, pero se necesita tiempo. Por otra parte, Dios quiere que nos mantengamos pobres y pequeños, siempre con deseos de progresar. Si alguien tuviera permanentemente la certeza total de hacer la voluntad de Dios, podría tener el riesgo de caer en un cierto orgullo o presunción, de estar demasiado seguro de sí mismo; a veces es mejor para nosotros vivir en una cierta pobreza e incertidumbre, guardando simplemente la buena voluntad. Dios nos da siempre luz para las decisiones esenciales, pero eso no impide que haya una parte de oscuridad o de interrogación en la comprensión de su voluntad.






Otras veces puede haber razones psicológicas que hacen que, aunque estemos en la voluntad de Dios, el corazón no logre sentir paz: un temperamento escrupuloso o demasiado inquieto, un periodo de depresión o de angustia, etc.

De todo esto se derivan las siguientes consecuencias prácticas:

- Cuando estamos en una paz estable y profunda, en general es signo de que estamos en la voluntad de Dios. Pero hay que cuidar no caer en la presunción; debemos mantenernos humildes y pequeños, sabiendo que no estamos exentos de buscar comprender y cumplir cada vez mejor esta voluntad de Dios. Hay que estar siempre en búsqueda... No con inquietud y tensión, obviamente, sino con confianza y paz, deseando siempre y con fuerza avanzar.

- Si no se tiene esta paz hay que intentar comprender por qué. A veces puede significar que no estoy en la voluntad de Dios. Otras veces quiere decir que tengo demasiados escrúpulos, o que estoy en una fase de prueba o de combate espiritual. Y otras veces es el demonio quien, para inquietarme y desmotivarme, me acusa sin un motivo verdadero (en la Escritura, el demonio se llama "acusador de los hermanos").

- Cuando no logremos ver claro por nosotros mismos, es bueno pedir consejo a un orientador espiritual que pueda ayudarnos en nuestro discernimiento. Cuando nos abrimos a una persona que conoce la vida espiritual, en general es bastante fácil descubrir si la falta de paz viene de una infidelidad a Dios o de otra causa.


Autor: P. Jacques Philippe; Publicado originalmente en   http://www.la-oracion.com

viernes, 7 de junio de 2013

Naím





En aquel tiempo iba Jesús de camino a una ciudad llamada Naím, e iban con él sus discípulos y una gran muchedumbre. Cuando se acercaba a la puerta de la ciudad, sacaban a enterrar a un muerto, hijo único de su madre, que era viuda, a la que acompañaba mucha gente de la ciudad. Al verla el Señor, tuvo compasión de ella, y le dijo: No llores. Y, acercándose, tocó el féretro. Los que lo llevaban se pararon, y él dijo: Joven, a ti te digo: Levántate. El muerto se incorporó y se puso a hablar, y él se lo dio a su madre. El temor se apoderó de todos, y glorificaban a Dios, diciendo: Un gran profeta se ha levantado entre nosotros, y Dios ha visitado a su pueblo. Y lo que se decía de Él, se propagó por toda Judea y por toda la región circunvecina.

Oración introductoria

Dios mío, Tan grande es tu amor que no dejas de compadecerte de mí, a pesar de mis debilidades, porque digo y no hago, ofrezco y no cumplo. ¡Ven a iluminar mi oración! Dame la gracia que me hará crecer en amor y en fidelidad.

Petición

Señor, quiero ser todo para Ti, concédeme olvidarme de mis preocupaciones para poder escucharte.

Meditación del Papa

«Así les habló a los discípulos, expresando con la metáfora del sueño el punto de vista de Dios sobre la muerte física: Dios la considera precisamente como un sueño, del que se puede despertar.
Jesús demostró un poder absoluto sobre esta muerte: se ve cuando devuelve la vida al joven hijo de la viuda de Naím y a la niña de doce años. Precisamente de ella dijo: "La niña no ha muerto; está dormida", provocando la burla de los presentes. Pero, en verdad, es precisamente así: la muerte del cuerpo es un sueño del que Dios nos puede despertar en cualquier momento.
Este señorío sobre la muerte no impidió a Jesús experimentar una sincera compasión por el dolor de la separación. Al ver llorar a Marta y María y a cuantos habían acudido a consolarlas, también Jesús "se conmovió profundamente, se turbó" y, por último, "lloró". El corazón de Cristo es divino-humano: en él Dios y hombre se encontraron perfectamente, sin separación y sin confusión. Él es la imagen, más aún, la encarnación de Dios, que es amor, misericordia, ternura paterna y materna, del Dios que es Vida. Benedicto XVI, 9 de marzo de 2008.

Reflexión

Hay una diferencia abismal entre las demás religiones y el Cristianismo. En las demás, el hombre va en busca de Dios. En el Cristianismo es Dios el que busca al hombre.

Y en la Iglesia Católica, fundada por Cristo, lo vemos todos los días. Este Evangelio es una prueba más del amor de Dios hacia nosotros, que es infinito. Tiene el arrojo y tesón del amor de padre y el candor y profundidad del amor de madre. Cristo al ver a la viuda que se le había muerto todo lo que tenía en el mundo, se compadece de ella. Del Corazón de Cristo brota esa necesidad de consolar a la viuda y le vuelve a entregar a su hijo. Y así como Cristo entregó alegría a esta viuda, hoy día Cristo entrega a muchos padres angustiados su joven hijo que se fue de casa días atrás, ablanda los corazones de los esposos a punto de separarse, inspira a los grandes empresarios a cambiar de actitud hacia sus colaboradores y, en vez de hundirles en deudas estratosféricas, hacen un trato para arreglar cuentas, etc.

Dios sigue obrando milagros para que nosotros podamos ser felices en Él. Es imposible que a Dios le guste vernos tristes, porque nos ama. Pero si lo estamos... ¿acaso será porque no le hemos permitido a Cristo entrar en nuestras vidas? Pidamos hoy esta gracia a Cristo Eucaristía.

Propósito

Hacer una visita al Santísimo Sacramento para escuchar lo que Dios me quiere decir hoy y dejarlo entrar en nuestra vida.

Diálogo con Cristo

Señor, sé, como decía san Agustín, que las aflicciones y tribulaciones que a veces sufrimos nos sirven de advertencia y corrección, y que si tuviera la fe debida, no temería a nada ni a nadie, porque todo pasa para nuestro bien, si sabemos poner todo en tus manos. Pero bien conoces mi debilidad, mi necesidad de sentir tu consuelo y tu presencia, ven a mi corazón, que quiere resucitar contigo, para poder experimentar el amor de Dios.


Autor: P. Clemente González | Fuente: Catholic.net 

Sagrado Corazón






 “Puesto que el Sagrado Corazón es el símbolo y la imagen sensible de la caridad infinita de Jesucristo, caridad que nos impulsa a amarnos los unos a los otros, es natural que nos consagremos a este corazón tan santo. Obrar así es darse y unirse a Jesucristo, pues los homenajes, señales de sumisión y de piedad que uno ofrece al divino Corazón, son referidos realmente y en propiedad a Cristo en persona.

Exhortamos y animamos a todos los fieles a que realicen con fervor este acto de piedad hacia el divino Corazón, al que ya conocen y aman de verdad. (…)
...
Pero, ¿podemos olvidar esa innumerable cantidad de hombres, sobre los que aún no ha aparecido la luz de la verdad cristiana? (…) Los recomendamos con toda nuestra alma y los consagramos, en cuanto depende de nosotros, al Corazón Sacratísimo de Jesús.

De esta manera, el acto de piedad que aconsejamos a todos, será útil a todos. Después de haberlo realizado, los que conocen y aman a Cristo Jesús, sentirán crecer su fe y su amor hacia El. Los que conociéndole, son remisos a seguir su ley y sus preceptos, podrán obtener y avivar en su Sagrado Corazón la llama de la caridad. Finalmente, imploramos a todos, con un esfuerzo unánime, la ayuda celestial hacia los infortunados que están sumergidos en las tinieblas de la superstición. (…) Que puedan honrar a Dios en la práctica de la virtud, tal como conviene, y buscar y obtener la felicidad celeste y eterna.

Una consagración así aporta también a los Estados la esperanza de una situación mejor, pues este acto de piedad puede establecer y fortalecer los lazos que unen naturalmente los asuntos públicos con Dios. En estos últimos tiempos, sobre todo, se ha erigido una especie de muro entre la Iglesia y la sociedad civil. En la constitución y administración de los Estados no se tiene en cuenta para nada la jurisdicción sagrada y divina, y se pretende obtener que la religión no tenga ningún papel en la vida pública. (…)

En la época en que la Iglesia, aún próxima a sus orígenes, estaba oprimida bajo el yugo de los Césares, un joven emperador percibió en el Cielo una cruz que anunciaba y que preparaba una magnífica y próxima victoria. Hoy, tenemos aquí otro emblema bendito y divino que se ofrece a nuestros ojos: Es el Corazón Sacratísimo de Jesús, sobre el que se levanta la cruz, y que brilla con un magnífico resplandor rodeado de llamas. En él debemos poner todas nuestras esperanzas; tenemos que pedirle y esperar de él la salvación de los hombres”.

Autor: S.S. León XIII, carta "Annum Sacrum" sobre la consagración del género humano al Sagrado Corazón de Jesús.

lunes, 3 de junio de 2013

Credo





Las verdades de nuestra religión, de nuestra fe católica se encuentran en la oración del Credo. El Credo es lo que creemos los católicos. Si alguien de otra religión nos pregunta ¿qué es lo que creen ustedes los católicos? podemos contestarle con todo lo que rezamos en el Credo. Podemos decir que es como un resumen de nuestra religión.
El Credo está dividido en tres partes:

La primera parte habla de Dios Padre y de la obra de la Creación.

La segunda parte habla de Dios Hijo y de la Redención de los hombres.

La tercera parte habla de Dios Espíritu Santo y de nuestra santificación.



Estas tres partes contienen doce artículos que abarcan las principales verdades en las que creemos los católicos. Estos doce artículos son:
1. Dios Padre Todopoderoso, Creador del cielo y de la Tierra.

2. Jesucristo, Hijo único de Dios.

3. Jesús fue concebido por obra y gracia del Espíritu Santo y nacido de María la Virgen.

4. Jesús fue crucificado, muerto y sepultado.

5. Jesús descendió a los infiernos y al tercer día resucitó.

6. Jesús subió a los cielos y está sentado a la derecha de Dios Padre.

7. Jesús vendrá a juzgar a vivos muertos.

8. El Espíritu Santo.

9. La Iglesia una, santa, católica y apostólica y la comunión de los santos.

10. El perdón de los pecados.

11. La resurreción de los muertos.

12. La vida eterna.


Si nos fijamos bien en todo lo que creemos nos vamos a dar cuenta de lo importante que es Dios y de como nos amó tanto que nos entregó a su Hijo Jesús para salvarnos. Se quedó con nosotros en la Iglesia, nos perdona y nos promete volver a venir.

Todo lo que creemos lo debemos de vivir. Debemos demostrar con nuestras obras que creemos en Dios. Se debe notar la diferencia entre un niño que no tiene fe y un niño que sí tiene fe. La vida se vive diferente. Por ejemplo, si yo creo que tengo un Padre Todopoderoso que vela por mí, mis acciones deberán demostrar esa seguridad y confianza. Si yo creo en la Iglesia, la voy a ayudar.

El Credo es una forma de profesar nuestra fe. Otra forma de profesar nuestra fe es haciendo la señal de la cruz, que es la señal del cristiano. ¿Qué expresamos cuando nos persignamos? Decimos que creemos en Dios que es uno en tres personas distintas. Esto lo hacemos al decir “En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo”. Al trazar la señal de la cruz en nuestro cuerpo, expresamos que creemos en la Encarnación, Pasión y Muerte y Resurrección de nuestro Señor Jesucristo.

Al rezar el Credo entramos en comunión con Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo y con toda la Iglesia.







Credo de los Apóstoles y Credo Nicea-Constantinopla

El Catecismo de la Iglesia nos explica por qué tenemos un Credo (Rf. 185-197). Desde su origen, la Iglesia apostólica expresó su fe en formulas breves y normativas para todos, quiso recoger lo esencial de su fe en resúmenes orgánicos y articulados, destinados sobre todo a los candidatos al bautismo. Esta síntesis de fe no ha sido hecha según opiniones humanas, sino que se ha tomado de toda la Escritura lo más importante, para dar en su integridad la única enseñanza de la fe. A esta se le llama "profesión de fe", y también se le llama Credo, ya que la primera palabra en ella es "Creo". Se les denomina igualmente "símbolos de la fe".

A lo largo de los siglos, en respuesta a las necesidades de diferentes épocas, se han elaborado numerosos símbolos de nuestra fe, por ejemplo:

Los símbolos de las diferentes Iglesias apostólicas y antiguas.
El llamado símbolo de San Atanasio
La profesión de fe de ciertos Concilios como los de Toledo, Letrán, Lyón, Trento, o de ciertos Papas como la "Fides Damasi" o "El credo del pueblo de Dios, del Papa Pablo VI"

Ninguno de estos símbolos compuestos en diferentes etapas de la vida de la Iglesia puede ser considerado como superado o inútil. Nos ayudan a captar nuestra fe a través de los diversos resúmenes que se han hecho.



Por qué los dos y su diferencia

Entre los símbolos de la fe dos ocupan un lugar muy particular en la vida de la Iglesia, estos son: El símbolo de los Apóstoles y El Símbolo de Nicea-Constantinopla.

El Credo de los Apóstoles o Símbolo de los Apóstoles, es el corto, es llamado de los apóstoles por que es considerado con justicia como el resumen fiel de la fe de los apóstoles. Es el antiguo símbolo bautismal de la Iglesia Romana. Su gran autoridad proviene del hecho de que es el símbolo que guarda la Iglesia Romana, la que fue sede de Pedro, el primero de los apóstoles, y a la cual él llevó a la doctrina común.

El Credo de Nicea-Constantinopla, es más largo por ser mas explícito y lo rezamos todos los domingos en la Misa. Debe su gran autoridad al hecho de que es fruto de los dos primeros Concilios ecuménicos, como su nombre lo indica respectivamente Concilio de Nicea año 325 y el Concilio de Constantinopla año 381. Sigue siendo hoy el símbolo común de todas las Iglesias de Oriente y Occidente.

Recitar con fe el Credo es recordar nuestro Bautismo y entrar en comunión con Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo, es también entrar en comunión con toda la Iglesia que nos transmite la fe y en el seno de la cual creemos.


Autor: Catholic.net

sábado, 1 de junio de 2013

PADRE NUESTRO





1. 'Tú eres mi hijo: / yo te he engendrado hoy' (Sal 2, 7). En el intento de hacer comprender la plena verdad de la paternidad de Dios, que ha sido revelada en Jesucristo, el autor de la Carta a los Hebreos se remite al testimonio del Antiguo Testamento (Cfr. Heb 1, 4-14), citando, entre otras cosas, la expresión que acabamos de leer tomada del Salmo 2, así como una frase parecida del libro de Samuel:

'Yo ser para él un padre / y él será para mí un hijo' (2 Sm 7, 14):

Son palabras proféticas: Dios habla a David de su descendiente. Pero, mientras en el contexto del Antiguo Testamento estas palabras parecían referirse sólo a la filiación adoptiva, por analogía con la paternidad y filiación humana, en el Nuevo Testamento se descubre su significado auténtico y definitivo: hablan del Hijo que es de la misma naturaleza que el Padre, del Hijo verdaderamente engendrado por el Padre. Y por eso hablan también de la paternidad real de Dios, de una paternidad a la que le es propia la generación del Hijo consubstancial al Padre. Hablan de Dios, que es Padre en el sentido más profundo y más auténtico de la palabra. Hablan de Dios, que engendra eternamente al Verbo eterno, al Hijo consubstancial al Padre. Con relación a Él, Dios es Padre en el inefable misterio de su divinidad.

'Tú eres mi hijo: / yo te he engendrado hoy':

El adverbio 'hoy' habla de la eternidad. Es el 'hoy' de la vida íntima de Dios, el 'hoy' de la eternidad, el 'hoy' de la Santísima e inefable Trinidad: Padre, Hijo y Espíritu Santo, que es Amor eterno y eternamente consubstancial al Padre y al Hijo.



2. En el Antiguo Testamento el misterio de la paternidad divina intra-trinitaria no había sido aún explícitamente revelado. Todo el contexto de la Antigua Alianza era rico, en cambio, de alusiones a la verdad de la paternidad de Dios, tomada en sentido moral y analógico. Así, Dios se revela como Padre de su Pueblo Israel, cuando manda a Moisés que pida su liberación de Egipto: 'Así habla el Señor: Israel es mi hijo primogénito. Yo te mando que dejes a mi hijo ir.' (Ex 4, 22-23).

Al basarse en la Alianza, se trata de una paternidad de elección, que radica en el misterio de la creación. Dice Isaías: 'Tú eres nuestro padre, nosotros somos la arcilla, y tú nuestro alfarero, todos somos obra de tus manos' (Is 64, 7; 63, 16).

Esta paternidad no se refiere sólo al pueblo elegido, sino que llega a cada uno de los hombres y supera el vínculo existente con los padres terrenos. He aquí algunos textos: 'Si mi padre y mi madre me abandonan, el Señor me acogerá' (Sal 26, 10). 'Como un padre siente ternura por sus hijos, siente el Señor ternura por sus fieles' (Sal 102, 13). 'El Señor reprende a los que ama, como un padre a su hijo preferido' (Prov 3, 12). En los textos que acabamos de citar está claro el carácter analógico de la paternidad de Dios-Señor, al que se eleva la oración: 'Señor, Padre Soberano de mi vida, no permitas que por ello caiga. Señor, Padre y Dios de mi vida, no me abandones a sus sugestiones' (Sir 23, 1-4). En el mismo sentido dice también: 'Si el justo es hijo de Dios, El lo acogerá y lo librará de sus enemigos' (Sab 2, 18).



3. La paternidad de Dios, con respecto tanto a Israel como a cada uno de los hombres, se manifiesta en el amor misericordioso. Leemos, por ejemplo, en Jeremías: 'Salieron entre llantos, y los guiar con consolaciones. pues yo soy el padre de Israel, y Efraín es mi primogénito' (Jer 31, 9).

Son numerosos los pasajes del Antiguo Testamento que presentan el amor misericordioso del Dios de la Alianza. He aquí algunos: 'Tienes piedad de todos, porque todo lo puedes, y disimulas los pecados de los hombres para traerlos a penitencia. Pero a todos perdonas, porque son tuyos, Señor, amador de las almas' (Sab 11, 24-27). 'Con amor eterno te amé , por eso te he mantenido mi favor' (Jer 31, 3). En Isaías encontramos testimonios conmovedores de cuidado y de cariño:

'Sión decía: el Señor me ha abandonado, y mi Señor se ha olvidado de mí. ¿Puede acaso una mujer olvidarse de su niño, no compadecerse del hijo de sus entrañas.? Aunque ella se olvidare, yo no te olvidaría' (Is 49, 14-15. Cfr. también 54, 10). Es significativo que en los pasajes del Profeta Isaías la paternidad de Dios se enriquece con connotaciones que se inspiran en la maternidad (Cfr. Dives in misericordia, nota 52).



4. En la plenitud de los tiempos mesiánicos Jesús anuncia muchas veces la paternidad de Dios con relación a los hombres remitiéndose a las numerosas expresiones contenidas en el Antiguo Testamento. Así se expresa a propósito de la Providencia Divina para con las criaturas, especialmente con el hombre: ' Vuestro Padre celestial las alimenta.' (Mt 6, 26. Cfr. Lc 12, 24), 'Sabe vuestro Padre celestial que de eso tenéis necesidad' (Mt 6, 32. Cfr. Lc 12, 30). Jesús trata de hacer comprender la misericordia divina presentando como propio de Dios el comportamiento acogedor del padre del hijo pródigo (Cfr. Lc 15, 11-32); y exhorta a los que escuchan su palabra: 'Sed misericordiosos, como vuestro Padre es misericordioso' (Lc 6, 36).

Terminar diciendo que, para Jesús, Dios no es solamente 'El Padre de Israel,  'El Padre de los hombres', sino 'Mi Padre'.


Catequesis sobre DIOS PADRE por el Siervo de Dios S.S. JUAN PABLO II