martes, 8 de mayo de 2012

Carta sobre la vida solitaria


Al Reverendo..., Guigo, el menor de los siervos de la Cruz que están en Chartreuse: «Vivir y morir por Cristo» (Cf. Fl 1,21).

Uno imagina feliz al otro. A mi forma de ver, aquel que lo es verdaderamente no es el ambicioso que lucha para conseguir honras elevadas en un palacio, mas aquel que escoge llevar una vida simple y pobre en el desierto, que gusta de aplicarse a la sabiduría en el reposo, y desea con ardor permanecer sentado y solitario en silencio (Cf. Lm 3,28).

Porque, brillar en las honras, estar elevado en dignidad, es, a mi ver, cosa poco tranquila, expuesta a peligros, sujeta a cuidados, sospechosa para muchos, y para nadie segura. Alegre en un principio, equívoca en la práctica, es triste en su término. Aplaude a los indignos, indignase contra los buenos, y, la mayoría de las veces, se burla de unos y de otros. Haciendo a muchos infelices, a nadie hace feliz, ni satisfecho.

En compensación, la vida pobre y solitaria, pesada al principio, fácil en su decurso, se torna al fin celestial. Está firme en las pruebas, confiada en las incertidumbres, modesta en la prosperidad. Es frugal en la alimentación, simple en el vestir, reservada en las palabras, casta en las costumbres, y objeto de los mayores deseos porque no desea absolutamente nada. Siente muchas veces el aguijón del arrepentimiento por sus pecados pasados, los evita en el presente y se previene contra ellos para el futuro. Espera en la misericordia, mas no confía en sus méritos. Aspirando vivamente a los bienes celestiales, desprecia los de la tierra. Se esfuerza por adquirir una buena conducta, se mantiene en ella con perseverancia, y la guarda siempre. Se entrega a los ayunos por el hábito de la Cruz, mas acepta alimentos por exigencia del cuerpo. Dispone una y otra cosa con la más perfecta medida; en efecto, domina la gula cuando decide comer, y el orgullo cuando quiere ayunar. Se dedica al estudio, sobretodo de las Escrituras y de obras religiosas, centrándose en su sentido, más que en la vanidad de las palabras. Y, lo que es más sorprendente y más admirable, permanece sin cesar en reposo, y, al mismo tiempo, nunca está ociosa. Multiplica sus ocupaciones, de modo que la mayoría de las veces le falta el tiempo más que las diversas actividades. Y se lamenta más frecuentemente de la falta de tiempo, que del aborrecimiento del trabajo.

Y qué decir más? Es un bello tema aconsejar el reposo, mas semejante exhortación exige un espíritu señor de sí que, celoso con su propio bien, desdeñe de entrometerse en los asuntos públicos o ajenos; un espíritu que sirva a Cristo en la paz, evitando ser simultáneamente soldado de Dios y defensor del mundo, y que sepa perfectamente que no puede gozar aquí con este siglo, y reinar en el otro con el Señor.

Mas estas cosas, y otras semejantes, son muy poca cosa si te acuerdas de lo que bebió sobre el patíbulo Aquel que te convida a reinar con Él. De bueno o mal grado, te importa seguir el ejemplo de Cristo en su pobreza, si quieres tener parte con Cristo en sus riquezas. «Si participamos en sus sufrimientos, dice el Apóstol, reinaremos también con Él» (Rm 8,17), «Si morimos con Cristo, viviremos también con Él» (2Tim 2, 11-12). El propio Mediador respondió a sus dos discípulos que le pedían sentarse uno a su derecha y el otro a su izquierda: «¿Podéis beber el cáliz que Yo he de beber?» (Mt. 20, 21-22). Nos mostraba de este modo que se llega a los festines prometidos a los Patriarcas, y al néctar de las copas celestiales, por los cálices de las amarguras terrestres.

Y porque la amistad ya alimenta la confianza, y que tú, mi apreciado amigo en Cristo, siempre me fuiste muy querido desde el día que te conocí, te exhorto, te animo y te pido, visto que eres prudente, ponderado, sabio y muy hábil, que substraigas al mundo ese poco de tu vida que aún no fue consumido. No tardes en quemarlo para Dios, como un sacrificio vespertino (Ps 140,2), colocándolo sobre el fuego de la caridad (Cf. Lv 1,17), a fin de que, a ejemplo de Cristo, seas tu mismo sacerdote y también «Víctima (en sacrificio de) agradable olor para Dios» (Ef 5,2) y para los hombres.

Mas, a fin de que comprendas mejor a donde quiero llegar con el ardor de este discurso, indico brevemente a tu prudencia cuál es el deseo de mi corazón y, al mismo tiempo, su consejo: como hombre de corazón generoso y noble, abraza nuestro género de vida, teniendo en vista tu salvación eterna, y, hecho nuevo recluta de Cristo, vigilarás, haciendo unacentinela santa en el campo de la milicia celeste, después de haber puesto al cinto tu espada (2Tm 2,11-12), por causa de los temores de la noche (Ct 3,8).

Por tanto, como se trata para ti de una cosa buena en su emprendimiento, fácil en su realización y feliz en su obtención, te pido que pongas en la consecución de un tan justo «negocio» tanta aplicación cuanto para ello te conceda la gracia divina. Dónde y cuándo debes hacerlo, lo dejo a la elección decisiva de tu perspicacia. Mas no creo de ninguna forma que un plazo o demora en eso sea algo ventajoso para ti.

Mas, no quiero alargarme más sobre tal asunto, receloso de que este discurso rudo y sin elegancia te moleste como frecuentador del Palacio y de la Corte. Tenga, pues, esta carta un fin y una medida, cosa que no tendrá nunca mi gran afecto por ti.

Autor: Guigo I

domingo, 6 de mayo de 2012

LLAMADO AL SILENCIO



La soledad y el silencio son necesa­rios al hombre para su trato con Dios y su crecimiento espiritual. Son como el cimiento y la levadura de la vida acti­va. El mismo Jesús nos da ejemplo de ora­ción y abandono del mundo en los cua­renta días en el desierto; pasaba las noches retirado en oración. San Bruno, que vive entre los años 1035 y 1101, en medio de un siglo de vitalidad, de creación y de reforma, se santificó en el silencio. Ahuyentado el fantasma del fin del mundo del año 1000, los hombres se habían lanzado al desenfreno, a la frivolidad, a la violencia y codicia. Dios suscitó voces que se alzaron, enfervorizadas por el amor a Cristo, clamando por la reforma de costumbres, por la dig­nidad eclesiástica y por la libertad de la Iglesia.

El fundador de los car­tujos nació en Colonia hacia 1032, de familia acomoda­da. Poseía una brillante inteligencia. A la edad de quince años pasó a estudiar a Reims y después a París. Pronto se le vio como canónigo y profesor de la Universidad de Reims. Un hom­bre de malas costumbres, a tono con la época, había sido nombrado arzobispo de aquella ciudad, y Bruno denuncia valientemente sus vicios ante el Papa. El Obispo no obe­dece al Pontífice, sigue en su puesto y Bruno soporta con fortaleza sus represalias.

Murió un famoso doctor con fama de sabio y santo. Los funerales se celebraron en París, y allí el muerto alzó la voz repetidas veces, declarando que por justo juicio de Dios estaba condenado. Este hecho impresionó tanto a Bruno que decidió dejar el mundo. Confió su plan a al­gunos amigos, y seis de ellos se decidieron a seguirle. Hastiados de los abusos, de las vanidades del mundo, e impelidos por el temor de los inapelables juicios de Dios, dan sus bienes a los pobres y abandonan Reims. El pequeño grupo hizo sus primeros ensayos de vida religiosa en Molesmes, con San Roberto. Deseando una mayor soledad y un retiro total del mundo, se pusieron en camino encontrando un lugar ade­cuado: Grenoble.

Es el año 1084. San Hugo. Obispo de aquella ciudad, los recibe calurosamen­te, los apoya y los acompaña hasta unos bosques y montes rocosos llama­dos “ La Cartuja”. Allí levantaron unas celditas y una capilla en honor de la Virgen María. Mezcla de anacoretas y cenobitas, hacen renacer en esos mon­tes la vida solitaria y austera de los an­tiguos padres del desierto de la Tebaida. Los envuelve un silencio ma­ravilloso, y viven entre sacrificios y aus­teridades increíbles: Tres días a la semana ayunaban a pan y agua. Sólo para el rezo del oficio divino reuníanse en el oratorio, y los domingos también se juntaban en la mesa, pero en silencio. El saludo, cuando se encontraban, era: Me­mento mori.  Vestidos de hábi­to blanco, símbolo de la pureza de sus almas, alternan el trabajo manual e in­telectual con las más altas contemplaciones: “el espíritu del hombre, semejante a un arco, ha de estar tirante con discreción, para que cumpla su oficio y no afloje”. Las celdas, divididas en taller, dormitorio y oratorio, permi­ten al monje vivir como un ermitaño todo el día, pero sin quitarle las garantías materiales y espirituales de la vida común.

El Santo allí rebosa de una santa alegría que le hace repe­tir “¡Oh Bondad de Dios...!” Como el amor a Dios y al pró­jimo son dos ramas del mismo tronco, San Bruno practica, junto con la contemplación, un alto grado de caridad con el prójimo. Se da a todos, su trato es dulce y apacible, mode­lo de olvido de sí y de amor a los demás.

Aquella dulce paz contemplativa fue interrumpida por el llamamiento de Urbano II a fines de 1089, que quería junto a sí a Bruno, quien llegó a Roma en 1090. Lo hace su con­sejero y lo nombra Obispo de Reggio. Bruno obedece y presta una gran ayuda al Papa en un tiempo tan difícil. Pero la vida de la corte en la Ciudad Eterna lo desazona. Permanece allí por obediencia, hasta que rechazada humildemente la mitra, el Papa le permite volver con sus discípulos a unos terrenos yermos que se llamaban la Torre, cerca de Esquilache (1091), donde murió el 6 de octubre de 1101.

La propagación de la orden cartujana fue lenta al principio. En 1300 los monasterios cartujanos eran 63, pero en los cien años siguientes, tan turbu­lentos, se fundaron muchos más, uno por año. Después van disminuyendo poco a poco. Desde 1147 hay también cartujas para mujeres.

La Cartuja es aún hoy día, tal como era en el inicio, conforme al plan primitivo de su fundador. De todas las órdenes medievales es la única que nunca ha necesitado reforma. Ya en 1688 el papa Inocencio XI dio la razón de ello: La Cartuja nunca reformada, porque nunca deformada.

Autor: Unión Lumen Dei

sábado, 5 de mayo de 2012

El sacerdote, hombre de Dios





Los hombres buscan en el sacerdote a un amigo, a un confidente en el que encuentren comprensión y acogida; esperan encontrar en él a un hombre prudente y bien preparado, capaz de ofrecerles orientación certera en sus luchas y en las noches de su fe. Pero ante todo, desean que el sacerdote sea un hombre de Dios. El sacerdote, «puesto en favor de los hombres en lo que se refiere a Dios» (Hb 5,1), y por lo tanto mediador entre ambos, prolongación del único Mediador, ha de ser un hombre de Dios en lo más profundo de su ser, de sus sentimientos, de sus pensamientos, de sus intenciones y de sus acciones. 

Es hombre de Dios quien se ha dejado poseer por Dios: «Me has seducido, Yahvéh, y me dejé seducir; me has agarrado y me has podido» (Jr 20,7) y en virtud de esta posesión se acerca a las realidades humanas imbuido del pensamiento y del querer divinos. Los que lo escuchan y ven actuar palpan la presencia de Dios, que habla y obra a través de él. Como auténtico profeta y pastor, muestra nítidamente a los hombres el camino hacia el Padre, enseña y recuerda lo que Dios espera de ellos y lo que en justicia se le debe. Es auténtica luz para sus conciencias y maestro de oración. Suscita y alimenta en sus corazones la nostalgia de Dios y les muestra que su ciudadanía definitiva está en el cielo.

La transformación en el hombre de Dios supone para el seminarista un proceso gradual y dinámico en el que Dios va penetrando poco a poco todas sus facultades, sus sentimientos, su actuación, elevándolas con la gracia en la medida en que el alma se presta y colabora con su acción. No cabe duda que el camino primordial será el de la oración entendida como contacto fecundo y renovador con Dios. Oración que pide y, a la vez, alimenta, la generosa correspondencia en la práctica de las virtudes; la ascesis, positiva y amorosa, necesaria para ir purificando la propia persona del pecado y de sus efectos; y la docilidad a las inspiraciones del Espíritu Santo.



Autor: Instituto Sacerdos

viernes, 4 de mayo de 2012

Alrededor de tu mesa brota la alegría

(Hch 9,26-31) "Saulo les contó cómo había visto al Señor en el camino"
(1 Jn 3,18-24) "Quien guarda sus mandamientos permanece en Dios, y Dios en él"
(Jn 15,1-8) "El que permanece en mí y yo en él, ése da fruto abundante"


--- Misterio pascual

“El que permanece en mí y yo en él, ése da fruto abundante” (Jn 15,5).
Estas palabras del Evangelio de la liturgia de hoy nos introducen una vez más en el misterio pascual de Jesucristo. La Iglesia medita constantemente este misterio; sin embargo, lo hace de modo especial durante los cincuenta días que median entre la Pascua y Pentecostés, cuando la Iglesia naciente recibió en plenitud la fuerza del Espíritu de vida, que fue enviado a los discípulos de parte de Jesús resucitado, sentado a la diestra del Padre.

La resurrección de Cristo es la revelación de la Vida que no conoce los límites de la muerte (tal como sucede para la vida humana y para toda vida en la tierra).

La vida que se revela en la resurrección de Cristo es la vida divina. Al mismo tiempo es vida para nosotros: para el hombre, para la humanidad. La resurrección del Señor es, en efecto, el punto culminante de toda la economía de la salvación. Precisamente la liturgia de este domingo pone de relieve de modo particular esta verdad, sobre todo, mediante la alegoría de la verdadera vid y los sarmientos.

Yo soy la vid, vosotros los sarmientos (Jn 15,5), dice Cristo a los Apóstoles en el marco del gran discurso de despedida en el Cenáculo.

Por estas palabras del Señor vemos cuán estrecha e íntima debe ser la relación entre Él y sus discípulos, casi formando un único ser viviente, una única vida. Sin embargo inmediatamente después, Jesús precisa nuestra relación de total dependencia respecto a Él: “Sin mí no podéis hacer nada” (Jn 15,5). Hubiera podido decir igualmente: “Sin mí no podéis ni siquiera vivir, ni siquiera existir”. Efectivamente, todo nuestro ser es de Dios. Él es nuestro creador. El hombre que intente prescindir de Dios, es como el sarmiento separado de la vid: “se seca; luego lo recogen y lo echan al fuego y arde” (Jn 15,6).

Unidos a Cristo, vivimos de su misma vida divina y obtenemos lo que pidamos; separados de Él, nuestra existencia se hace estéril y carente de sentido.

--- Purificación

Este vínculo orgánico entre Cristo y los discípulos tiene, a la vez, su referencia al Padre. “Yo soy la verdadera vid y mi Padre es el labrador” (Jn 15,1).

En la alegoría, Cristo coloca esta referencia al Padre en el primer lugar, porque toda la unión orgánica vivificante de los sarmientos con la vid tiene su primer principio y su último fin en la relación con el Padre: Él es el labrador. Cristo es principio de vida, en cuanto que Él mismo ha salido del Padre (cfr. Jn 8,42), el cual tiene en sí mismo la vida (Jn 5,26). En definitiva es el Padre quien se preocupa de los sarmientos, dándoles un trato diverso, según que den o no den fruto, es decir, según que estén vitalmente insertados, o no, en la vid que es Cristo.

Si queremos dar fruto para nuestra salvación y para la de los demás, si queremos ser fecundos en obras buenas con miras al reino, tenemos que aceptar ser podados por el Padre, es decir, ser purificados, y, por lo mismo, robustecidos. Dios permite a veces que los buenos sufran más, precisamente porque sabe que puede contar con ellos, para hacerlos todavía más ricos de buenos frutos. Lo importante es huir de la pretensión de dar fruto por nosotros solos. Lo que hace falta es mantener, más que nunca, en el momento de la prueba, nuestra unión orgánica con Jesús-Vid.

--- Mandamientos y conciencia

La lectura de la primera Carta de San Juan manifiesta este vínculo vivificante del sarmiento con la vid, por parte de las obras, del comportamiento, de la conciencia... por parte del corazón.

Quien guarda sus mandamientos permanece en Dios y Dios en él (1 Jn 3,24). Estos mandamientos se resumen en el deber de amar con obras según verdad (1 Jn 3,18), es decir, según esa verdad que nos da el creer en el nombre de su Hijo Jesucristo.

Si nos comprometemos en este sentido quedaremos insertados en la vid y tranquilizaremos nuestra conciencia ante Él, en el caso de que nuestra conciencia nos condene (1 Jn 3,20). Conseguimos la paz de la conciencia, cuando nos reconciliamos con Dios y con los hermanos “no de palabra ni de boca, sino con obras y según verdad” (1 Jn 3,18).

Esta paz es un don de Dios, de su misericordia que nos perdona. “Él es mayor que nuestra conciencia y conoce todo” (1 Jn 3,20): Dios tiene en sí una fuente de vida mucho más potente que la de nuestro corazón: si somos sarmientos en peligro de separarnos, sólo Él puede insertarnos de nuevo en la vid. Si hemos roto la relación con Él a causa del pecado, sólo Él puede reconciliarnos consigo, con tal de que, naturalmente, nosotros lo queramos.

La alegoría de la vid y los sarmientos tiene en la liturgia de hoy, una rica elocuencia pascual. Esta elocuencia es fundamental para cada uno de nosotros que somos discípulos de Cristo. Sólo de Cristo-Vid nace la vitalidad. Los sarmientos, sin un vínculo orgánico con Él, no tienen vida.

La siembra de la Palabra de Dios dará frutos abundantes, en la medida en que ella suponga ese “vínculo orgánico” con Cristo, del que he hablado repetidamente, y una ferviente devoción a la Madre de Dios.

Particular -particularísimo- es este vínculo que existe entre Cristo-Vid y su Madre. También María Santísima es -de manera semejante a Cristo- “vid fecunda” (cfr. Sal 127/128,3), que engendra al “Autor de la vida” (Hch 3,15). Entre todas las criaturas, María es la que da más fruto, porque es el sarmiento más alimentado por Jesús-Vid. Entre María y Jesús se da, pues, un “mirabile commercium”, un maravilloso intercambio, un recíproco, único e incomparable flujo de vida y de fecundidad, que irradia al infinito sobre toda la humanidad sus maravillosos efectos de vida y fecundidad.

La Bienaventurada Virgen es el ejemplo más alto de la criatura que “permanece en Dios” y en la que Dios “permanece”, habita como en un templo. Ella, pues, más que nadie, realiza las palabras del Señor: “Permaneced en mí y yo en vosotros” (Jn 15,4).

A Ella, que está más íntimamente unida al Hijo resucitado, a su Madre, confío esta exhortación. “El que permanece en mí -dice el Redentor- da mucho fruto” (Jn 15,5).

Autor: S.S. Juan Pablo II, En la parroquia de Santa María de “Setteville” (5-V-1985)

jueves, 3 de mayo de 2012

Oración a los Sagrados Corazones




Jesús de los encuentros, en Ti nos encontramos.
Jesús de las opciones, sólo en tus opciones somos liberados.
Jesús de los abrazos en tu mayor abrazo crucificado,
traspasado, nos traspasas; tus heridas repararon los dolores.
En tu corazón nos cobijas, Tú que derramas corazón a cada instante.
Danos a tu Madre.
Modelada a tu imagen, será nuestro modelo.
Danos a la predecesora y madre, a la misionera y amiga de los pobres.
Que Ella nos descubra el camino, el con quién y el modo.
Jesús traspasado, en Ti, en Ti sólo queremos encontrarlo todo.

miércoles, 2 de mayo de 2012

Nuestra Oración




En nuestra vida también la oración se da de distintas maneras:
La oración es una de las experiencias más personales del creyente. Es la experiencia del encuentro íntimo con Jesús. Y en el mismo proceso de este encuentro con Él, frente a Él, un reencuentro en un nuevo nivel de profundidad con toda nuestra vida — con su honda realidad — y un encuentro con los demás. La oración es el espacio en el cual vamos cristianizando todas las dimensiones de nuestra vida. Por lo mismo, la oración será muy diversa en cada persona y en cada momento de la vida. No se trata de imitar a otros, sino de ir adquiriendo cada vez más un estilo propio de oración, aprendiendo de otros, a veces dejándonos guiar, pero para llegar a una síntesis personal, única e intransferible. Dado que la persona no es estática, nuestra oración debe estar en permanente proceso de desarrollo. Nuestra oración no puede quedársenos rígidamente instalada en una forma concreta, sino que debe irse adecuando a los diversos momentos de desarrollo de nuestra vida. De otro modo se nos queda atrás y se nos transforma en rutina, en obligación. Es importante no abandonar nunca la búsqueda de formas y honduras nuevas. Hay que tener creatividad personal en la oración, porque la rutina mata el amor. Creatividad que no significa necesariamente estar cambiando con fre-cuencia las formas exteriores o no ceñirse por principio a las fórmulas oficiales. La creatividad en la oración la entiendo como esa capacidad de ir gestando un estilo dinámico de oración, que responda a la experiencia de Dios que está en cada uno de nosotros.

La oración es ante todo un regalo de Dios. No una obligación, un deber, un mandato. La oración es la gratuita, inmerecida y gozosa posibilidad que tenemos de ir revisando nuestra vida con Dios, junto a Él. Haciéndole presente nuestras necesidades y las de los demás; y recorrer con Él nuestra vida para entenderla y asumirla mejor. Con Jesús también vamos aprendiendo a mirar con ojos nuevos a las personas que están cerca nuestro. En el NT la oración nunca aparece como obligación impuesta, sino como un don gozoso, como una maravillosa posibilidad que estamos invitados a acoger, porque es una tontería desperdiciarla. En el NT también se nos señala que es el ES quien nos enseña a orar, porque nos da la confianza necesaria para llamar a Dios Abba (cf. Romanos 8,15; Gálatas 4,6), y la vez es el que nos enseña a pedir lo que nos conviene (cf. Romanos 8,26-27). La oración no la hacemos solos, sino que es la fuerza de Dios la que se mete dentro nuestro y nos ayuda a orar. Es algo así como una buena conversación con un amigo, que nos ayuda a sacar de nuestro interior lo más personal.

Algunas características y dimensiones de la oración. Nuestra oración se puede dar de diferentes formas y maneras que no se excluyen mutuamente, sino que se complementan y enriquecen. Vamos a señalar características de la oración que, a veces, oponemos, porque son polaridades, pero que tenemos que ver como dos dimensiones que se complementan:

1) “estado de oración” y “oración explícita”:

Una oración que empapa toda la vida: todo lo que hacemos lo referimos a Dios; vivimos en un cierto estado de oración.
Una oración, “sensu estricto”, de algunos momentos explícitos. Se entra en diálogo con el Señor para escucharlo.

2) Oración personal y comunitaria:

La oración personal: soy yo quien me encuentro con Jesús desde mi propia intimidad, desde mi propia verdad (mi secreto).

La oración comunitaria: nos apoyamos y motivamos los unos a los otros para nuestro encuentro con el Señor como comunidad.

3) Oración en momentos de paz y en momentos de prueba:

La oración en los momentos de paz: es la ocasión de alimentar la confianza y el amor al Señor; es la “vigilancia del corazón”; es la oración en la vida, alimentada por la vida de oración.
La oración en la prueba: es el tiempo de la crisis o de la tentación: es la ocasión de reafirmar los compromisos, volver a decir sí al señor.

4) En el silencio y en el tumulto:

La oración en el silencio: en el tiempo y el lugar propicio, buscado especialmente para ella.
La oración en el tumulto: cuando no puedo conseguir el tiempo y el lugar adecuados (viajes, trabajos, ruidos y bulla ambiental, etc.). Exige de un esfuerzo particular de la voluntad y de mucha experiencia de oración.

Distintos tipos de oración. Podemos señalar un sin-número de formas o tipos de oración. Quizás convenga hacerlo para poder recurrir a ellas en los momentos más difíciles o de menos motivación: alabanza, adoración (reconocer el señorío de Dios), de petición, de escucha, de ofrecimiento, de perdón, de vigilancia (revisión de la vida), de intercesión, de lamentación y súplica, de confianza, oración con los rezos, etc., etc.

Siempre la oración será un camino. Se trata de un proceso que estará muy en consonancia con nuestra sensibilidad, nuestra edad, los procesos personales que estemos viviendo, las búsqueda personales que realizamos, etc., etc. Por eso mismo, nunca “estacionamos” en el camino de la oración; nunca nos aferramos a experiencias que pueden ser transitorias. De ahí la necesidad de cultivar la oración especialmente en el silencio para escuchar de verdad a Dios.
Autor: Congregación de los Sagrados Corazones

martes, 1 de mayo de 2012

Mayo: Mes de María




Mayo: Mes de María

La Iglesia otorga este mes a María para conocerla y amarla más

Mayo es el mes de las flores, de la primavera. Muchas familias esperan este mes para celebrar la fiesta por la recepción de algún sacramento de un familiar. También, Mayo es el mes en el que todos recuerdan a su mamá (el famoso 10 de Mayo) y las flores son el regalo más frecuente de los hijos para agasajar a quien les dio la vida.

Por otro lado, todos saben que este mes es el ideal para estar al aire libre, rodeado de la belleza natural de nuestros campos. Precisamente por esto, porque todo lo que nos rodea nos debe recordar a nuestro Creador, este mes se lo dedicamos a la más delicada de todas sus creaturas: la santísima Virgen María, alma delicada que ofreció su vida al cuidado y servicio de Jesucristo, nuestro redentor.

Celebremos, invitando a nuestras fiestas a María, nuestra dulce madre del Cielo.

¿Qué se acostumbra hacer este mes?

·         Ofrecimiento de flores a la Virgen.

Este es el mejor regalo que podemos hacerle a la Virgen. Regalar flores es una manera que tenemos las personas para decirle a alguien que la queremos mucho. A la Virgen le gusta que le llevemos flores y, también, si se puede, le podemos cantar sus canciones preferidas como las que te sugerimos más adelante, en la página........
Para dar mayor solemnidad al Ofrecimiento, los niños pueden ir vestidos de blanco, símbolo de pureza.

·         Reflexionar en los principales misterios de la vida de María.

Reflexionar implica hacer un esfuerzo con la mente, la imaginación y, también, con el corazón, para profundizar en las virtudes que la Virgen vivió a lo largo de su vida. Podemos meditar en cómo María se comportó, por ejemplo, durante:

-la Anunciación
-la Visita a su prima Isabel
-el Nacimiento de Cristo
-la Presentación del Niño Jesús en el templo
-el Niño Jesús perdido y hallado en el templo
-las Bodas de Caná
-María al pie de la cruz.

·         Recordar las apariciones de la Virgen.

En Fátima, Portugal; en Lourdes, Francia y en el Tepeyac, México (La Guadalupe) la Virgen entrega diversos mensajes, todos relacionados con el amor que Ella nos tiene a nosotros, sus hijos.

·         Meditar en los cuatro dogmas acerca de la Virgen María que son:

1. Su inmaculada concepción: A la única mujer que Dios le permitió ser concebida y nacer sin pecado original fue a la Virgen María porque iba a ser madre de Cristo.

2. Su maternidad divina: La Virgen María es verdadera madre humana de Jesucristo, el hijo de Dios.

3. Su perpetua virginidad: María concibió por obra del Espíritu Santo, por lo que siempre permaneció virgen.

4. Su asunción a los cielos: La Virgen María, al final de su vida, fue subida en cuerpo y alma al Cielo.

·         Recordar y honrar a María como Madre de todos los hombres.

María nos cuida siempre y nos ayuda en todo lo que necesitemos. Ella nos ayuda a vencer la tentación y conservar el estado de gracia y la amistad con Dios para poder llegar al Cielo. María es la Madre de la Iglesia.

·         Reflexionar en las principales virtudes de la Virgen María.

María era una mujer de profunda vida de oración, vivía siempre cerca de Dios. Era una mujer humilde, es decir, sencilla; era generosa, se olvidaba de sí misma para darse a los demás; tenía gran caridad, amaba y ayudaba a todos por igual; era servicial, atendía a José y a Jesús con amor; vivía con alegría; era paciente con su familia; sabía aceptar la voluntad de Dios en su vida.

·         Vivir una devoción real y verdadera a María.

Se trata de que nos esforcemos por vivir como hijos suyos. Esto significa:
a.    Mirar a María como a una madre: Platicarle todo lo que nos pasa: lo bueno y lo malo. Saber acudir a ella en todo momento.
b.    Demostrarle nuestro cariño: Hacer lo que ella espera de nosotros y recordarla a lo largo del día.
c.    Confiar plenamente en ella: Todas las gracias que Jesús nos da, pasan por las manos de María, y es ella quien intercede ante su Hijo por nuestras dificultades.
d.    Imitar sus virtudes: Esta es la mejor manera de demostrarle nuestro amor.

·         Rezar en familia las oraciones especialmente dedicadas a María.

La Iglesia nos ofrece bellas oraciones como la del Ángelus (que se acostumbra a rezar a mediodía), el Regina Caelila Consagración a María y el Rosario.
Varias oraciones Marianas

Que nos ayudan a recordar el inmenso amor de nuestra madre a nosotros, sus hijos


Autor: Tere Fernández | Fuente: Catholic.net