sábado, 29 de octubre de 2011
La Sencillez (I DREAMED A DREAM - 25TH YEAR ANN.)
La sencillez es la virtud que “cuida de que el comportamiento habitual en el hablar, en el vestir, en el actuar, este en concordancia con sus intenciones íntimas, de tal modo que los demás, puedan conocerle claramente, tal como es”. (1)
Dicho en otras palabras, la sencillez es la virtud de la inteligencia, que nos hace rechazar todo lo que sea complejo y complicado innecesariamente. Es el arte de saber reducir lo complicado a lo escueto y sustancial. Aunque la vida es compleja, su conocimiento, el fin para el cual hemos sido creados y el camino a seguir es sencillo.
La persona sencilla carecerá de artificios y complicaciones desde su interior, sus pensamientos y sus razonamientos serán simples y profundos, no tendrá doblez, ni engaños. Sencillez es transparencia, limpieza interior, soltura, espontaneidad, ausencia de cálculo y de especulaciones en nuestros actos. La sencillez dará lugar a la naturalidad, que es esa vertiente aristocrática de la conducta, que se entreteje con la llaneza, la sinceridad, la franqueza, la falta de doblez y de artificios.
“La naturalidad y la sencillez son dos maravillosas virtudes humanas, que hacen al hombre capaz de recibir el mensaje de Cristo. Y, al contrario, todo lo enmarañado, lo complicado, las vueltas y revueltas en torno a uno mismo, construyen un muro que impide con frecuencia oír la voz del Señor”. (2)
Es la virtud característica de los niños, que se presentan sin especulaciones y tal como son, diciendo lo que sienten con la naturalidad propia de la inocencia, de la buena fe y del candor, de quien no ha sido corrompido todavía.
En los niños no han aparecido los mecanismos complejos que se cierran a aceptar la Verdad. Sirva como ejemplo a lo que digo:
En una oportunidad una catequista les pidió a los niños que le escribieran una carta a Dios. Entre las cartas de esos pequeños filósofos había una que decía: “Dios, mañana me toca disfrazarme de diablo. ¿No te importa. No?...”
Atrás de esta aparente sencillez hay mucha teología... Los niños con su catecismo bien aprendido habían comprendido que Satanás es el enemigo de Dios y su preocupación era que al Señor pudiera dolerle o mortificarlo que uno fuese cómplice de el, o minimice el enfrentamiento y el gran daño que el diablo produce en las almas.
De ahí la importancia de enseñar el catecismo a los niños, porque sus corazones y mentes inocentes y sencillas les permiten mejor aceptar sin problemas las enseñanzas de Dios. Es por eso que no les costará nada a los niños aceptar por ejemplo el dogma de la Santísima Trinidad, cuando se les explica que son Tres Personas distintas en un solo Dios verdadero, de la misma manera que tres fósforos juntos pueden fundirse en una sola llama. Sirva para entender lo que digo este relato que me consta verídico. En una oportunidad, a una joven madre a días de enterrar a su bebe de cinco meses, (nacido vivo por medio de una cesárea), su hija de siete años le preguntó:
“Mamá, cuántos hijos tenés? Ella le contestó: “Tres”. Su hijita la corrigió y le dijo: “No mamá, tenés cuatro”.
“Bueno” - le contestó la madre - “uno muerto y tres vivos”. Su hijita de siete años volvió a corregirla por segunda vez y le dijo: “No mamá, tenés cuatro. Sólo que uno vive con Jesús y los otros tres vivimos con vos.”...
A esta sencillez de los niños, tan abierta y tan dócil a las grandes verdades es a la que se refirió Nuestro Señor cuando dijo que hasta que no nos hiciésemos como niños no entraríamos en el Reino de los cielos. Más tarde, esta virtud que es tan genuina y permeable en la niñez y que les permite aceptar las verdades reveladas sin resistencias, será la que nos permitirá afrontar mejor los avatares de la vida, asumir los sufrimientos y las dificultades como permitidas desde lo alto, y nos ayudará a sanar y curar mejor las heridas del corazón y de la mente.
La sencillez es también la virtud de los sabios, de los que conocen lo esencial de las cosas y se limitan a ello. De ahí que fueran los pastores, (hombre sencillos), y los Reyes Magos, (los sabios de Oriente), quienes encontraron al Niño Dios. La sencillez tiene sabiduría, y los sabios son sencillos porque conocen sus limitaciones de criaturas y la buscan de lo alto.
Es por eso que una persona sencilla aceptará más fácilmente el plan de Dios sin regateos, sin cerrarle la puerta de su corazón con tacañerías, y responderá ante las situaciones con la simpleza de la Santísima Virgen: “Hágase en mí Tu voluntad” o, como en las bodas de Caná: “No tienen vino”. Aceptará a sus padres y superiores como los son, con sus virtudes y defectos, y llamará al pan, pan, y al vino, vino.
El alma sencilla no es el incauto que es fácil de engañar, el ingenuo en el trato, que dice lo que siente sin filtro ni prudencia alguna. Esta será una persona indiscreta, ingenua e imprudente. Casualmente, uno de los motivos por los cuales es necesaria la sencillez es para “no hacer el ridículo”. Una persona que quiere aparentar lo que no es, siempre estará fuera de lugar y generará menosprecio en los demás. “ Dime de que presumes y te diré de qué careces”, dice el refrán.
La importancia de la sencillez en nuestras vidas está bien explicada en las “Cartas del diablo a su sobrino” cuando el diablo viejo Escrutopo adoctrina a su inexperto sobrino Orugario en el arte de perder a las almas y le dice: “Muchas son las conclusiones que saca de su estudio; y hay una en la que insiste con frecuencia: lo natural, lo sencillo estorba en sus planes infernales. Al demonio le ayuda todo lo que es rebuscado y artificial. En cambio, algo tan simple como un paseo por el campo puede inspirar en el hombre el deseo de pensar mas profundamente y sustraerlo así al influjo diabólico”. (3)
“Si su conciencia se resiste atúrdele!”. (4)
El alma sencilla simplemente será en su exterior como en su interior. Si escribe, su lenguaje será sencillo y comprensible de manera que su lectura será amena y nos permitirá comprender lo que nos quiere decir. Cuando hable su vocabulario en general será rico pero no artificioso, rebuscado y complejo. Nos permitirá entender su conversación y las ideas que nos quiera transmitir. Será lo contrario de lo que aconseja el diablo a su sobrino para perder a las almas: “Mantén sus ideas vagas y confusas, y tendrás toda la eternidad para divertirte”. (5)
En toda su apariencia carecerá de adornos superfluos, excesivos y ostentosos que la hagan aparecer más rica, más joven, más moderna, mas divertida, más grande de lo que es. La sencillez no complica innecesariamente sino que, simplifica todos los aspectos de la vida cotidiana. Va a lo esencial.
Esto lo constatamos en la tranquila vida de los pueblos donde las personas viven todavía en esa felicidad serena que da una vida sana, y el trabajo produce lo que podríamos llamar las alegrías comunes y sencillas de una mesa bien puesta, de un mantel limpio, de una comida sabrosa, de compartir un mate o unas tortas fritas recién hechas en un día de lluvia, del placer indescriptible de ver ponerse serenamente el sol en el horizonte encendido como un fuego... De la crianza sana y despreocupada que provee estabilidad emocional de por vida en los niños que viven alrededor de sus madres en un mundo de cariño y ternura, difícil de comprender para esta sociedad moderna donde al primer problema se recurre al psicoanalista para que nos solucione los problemas que el hogar tan lastimado y convulsionado de nuestro tiempo ha gestado y no puede resolver.
Quienes hemos tenido la experiencia de conocer la vida sencilla de los pueblos y ciudades pequeñas del interior hemos constatado que los niños se criaban sanos y fuertes al aire y al sol en contacto diario con la naturaleza. Y si habían cometido alguna travesura no dejaban de recibir una buena llamada de atención o castigo en la zona justa para llamarlos a la realidad. Los juguetes eran en su mayoría caseros y su belleza consistía más en la imaginación que en la realidad. Una sola muñeca podía acompañar durante años inolvidables de la infancia. Un palo podía ser un caballo, un sable, una lanza para luchar contra los indios imaginarios. Varios palitos podían servir a su vez, para armar un barrilete.
La casa de la persona sencilla tenderá a ser sencilla, con todas las cosas necesarias para vivir, (por más que tenga objetos de calidad según su condición social y cultural), y lo mismo llevará, (dentro de lo posible y de su condición), una vida sencilla, sin ostentación, sin artificios, ni grandes complicaciones que sólo implican un lastre para vivir diariamente, y a nada llevan. Sabemos que no es lo mismo ser Embajador de un país que el portero de la embajada. Pero ambos, cada cual en su nivel y situación pueden ser sencillos y no vivir agobiados por lo innecesario. Cada uno tendrá que tener el orden de prioridades de lo superfluo y de lo que necesita según su función en la vida.
La persona sencilla será sencilla aún en sus conversaciones, sin tratar de aparentar ser más inteligente, más culta que los demás, (nombrando distintos autores y hablando en difícil), o más divertida de lo que en realidad es. Simplificará aún su modo de actuar. No pretenderá mostrarse tremendamente ocupada en cosas muy importantes, no tratará de hacer creer que ha leído de todo, que sabe de todo, que está al tanto de todo, cuando nada de eso hace falta en realidad para vivir bien.
Será sencilla hasta en sus diversiones (no necesitará ni programas exóticos, ni rebuscados innecesariamente para distraerse, ni dar la vuelta al mundo para sentir que se tomó sus merecidas vacaciones). En sus actitudes, en su vestimenta, hasta en la elección de sus comidas, disfrutará de lo poco, de lo simple, de lo esencial, de lo que no genere un trabajo y un desgaste desproporcionado y estéril. Hay quien dijo sabiamente: “Necesitamos vivir simplemente para que otros puedan simplemente vivir”.
El vicio contrario a la sencillez es lo complicado. El alma que no es sencilla siempre estará complicándose, torciendo todas las situaciones y planteos, llenándose de angustias sin sentido, viendo problemas donde no los hay, pidiendo explicaciones de todo y por todo, vivirá llena de susceptibilidades que harán muy dificultoso tratarla. Se ofenderá continuamente por pequeñeces. Por eso aconseja el diablo viejo a su inexperto sobrino: : “Todo ha de ser retorcido para que nos sirva de algo a nosotros. Luchamos en cruel desventaja: nada está naturalmente de nuestra parte” (6) y más adelante agrega: “Acentúa la más sutil de las características humanas, el horror a lo obvio y su tendencia a descuidarlo”. (7)
A veces, lo obvio puede ser que mi amiga no pudo llegar al velorio de mi padre porque no había tiempo material de hacerlo, o porque contaba con los medios justos y probablemente en ese momento no tendría dinero para el pasaje, o no se lo autorizaron en el trabajo. Esto puede ser lo “obvio”. Lo obvio es lo que es claro ante nuestros ojos, que no tenemos dificultad en comprender. Antes de prejuzgar y ofenderse porque no vino, (aunque me llamó por teléfono varias veces desde larga distancia y me avisó que pidió una misa por el alma de mi padre), debo tratar de comprender sus razones.
Una persona que no es sencilla, que es complicada, también cruzará toda la ciudad para ir a buscar los tomates que le gustan, que venden únicamente en tal o cual verdulería especial que abre a una hora determinada. Llevará en auto veinte cuadras a la modista un pantalón para que le levante un ruedo, porque considerará que únicamente esa persona que vive en la otra punta de la ciudad y atiende sólo dos veces por semana, sabrá hacerlo. Vestirá a su hijita de dos años a la última moda, con camperas con siete bolsillos, con recortes, llenas de ojales, botones, cintas, recortes y pespuntes y todo lo que complique para lavar, planchar y eventualmente coser cuando se descosa. Habrá en sus actitudes y elecciones una continua desproporción entre el esfuerzo a realizar y el objetivo.
Para ir al colegio y aprender a leer y escribir hace falta una cartuchera con sus lápices, pero no ayuda a la sencillez el pararse en una librería frente a la posibilidad de elegir entre docenas de modelos distintos de cartucheras según nos quieren imponer con cada personaje de moda nuevo que aparece. Para hacer deporte nos hacen falta unas zapatillas. Si son buenas, mejor. Pero el poder elegir entre docenas y docenas de opciones genera mas inquietud que seguridad, porque nunca estaremos conformes con la opción elegida y siempre aparecerá otra que nos parecerá mejor y nos hará dudar si habremos comprado bien. Si tenemos sed, un vaso de agua fresca nos la saciará, pero el poder elegir entre docenas de góndolas de un supermercado una bebida no colabora a la sencillez de simplemente saciar la sed.
La sociedad moderna, con su consumismo exacerbado por la multiplicidad de propuestas en todos los órdenes, arrasa también con esta virtud de la sencillez.
Notas:
(1) “La educación de las virtudes humanas”. David Isaac. Editorial Eunsa. Pág. 379.
(2) “La educación de las virtudes humanas”. David Isaac. Editorial Eunsa. Pag. 384.
(3) “Cartas del diablo a su sobrino” C.Lewis. Editorial Andrés Bello. Pág. 7.
(4) “Cartas del diablo a su sobrino” C.Lewis. Editorial Andrés Bello. Pág. 137.
(5) “Cartas del diablo a su sobrino” C.Lewis. Editorial Andrés Bello. Pág. 30.
(6) “Cartas del diablo a su sobrino” C.Lewis. Editorial Andrés Bello. Pág. 109
(7) “Cartas del diablo a su sobrino” C.Lewis. Editorial Andrés Bello. Pág. 33.
Autor: Marta Arrechea Harriet de Olivero
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