¿Cuántos
moralistas modernos o lectores podrían decir que es la eutrapelia? La
eutrapelia, con todo, es la virtud que nos ubica en
el justo medio entre el espíritu de relajación lúdica y el exceso en la
seriedad. Propia del espíritu aristocrático, la eutrapelia es una nota
típíca del equilibro y madurez del cristianismo, tras haber sido mal
comprendida durante siglos.
Fue Aristóteles quien inició el tratamiento de esta virtud. Posteriormente pasó casi al olvido, quizás porque la palabra "eutrapelia" se confundió con la disipación y el espíritu payasesco. San Pablo empleó el vocablo en ese sentido peyorativo cuando en su carta a los efesios (5,4) los exhortaba a evitar "las conversaciones tontas o la bufonería (eutrapelia)", término que la Vulgata traduce por "scurrilitas". Los Padres de la Iglesia primitiva mantuvieron, por lo general, dicha tesitura, condenando la falta de seriedad, la propensión a la broma incesante. Es decir que en los primeros siglos del cristianismo se tendió a confundir la eutrapelia con lo que Aristóteles había fustigado como un exceso del espíritu lúdico.
Fue Santo Tomás quien al redescubrir a Aristóteles retomó, también aquí, la enseñanza del Estagirita, elaborando una doctrina de la eutrapelia plenamente integrada en la ética cristiana. Aristóteles había tratado el asunto principalmente en su Ética a Nicómaco, que el Aquinate comentó con gran penetración, desarrollando luego ese análisis en distintos lugares de la Summa Teológica, pero sobre todo en una cuestión dedicada toda ella al estudio de dicha virtud. Es principalmente en este último lugar donde nos ha dejado un análisis admirable que proporciona los grandes principios de lo que podría denominarse "la filosofía y teología del juego y de las diversiones". En la arquitectura de la moral tomista, la virtud de la eutrapelia encuentra su lugar como parte de la virtud de la modestia, y ésta, a su vez, como parte potencial de la virtud de la templanza (1). Expongamos, pues, la enseñanza aristotélico-tomista.
1. El reposo del trabajo
En la Ética a Nicómaco comienza Aristóteles su inquisición preguntándose si al hombre culto y perteneciente a una civilización refinada le es lícito buscar descanso en la broma placentera y el juego. Y responde, sin dudar, por la afirmativa. Santo Tomás reforma su razonamiento: "Tiene el juego cierta razón de bien, en cuanto que es útil a la vida humana. Porque así como el hombre necesita a veces descansar de los trabajos corporales desistiendo de ellos, así también se necesita a veces que el alma del hombre descanse de la tensión del alma, con la que el hombre encara las cosas serias, lo que se hace por el juego" (2).
Tal sería su primera aproximación a la materia. El hombre tiene la experiencia del cansancio, sintiendo la necesidad de reposo, de distracción. El descanso del cuerpo lo obtiene suspendiendo el ejercicio corporal; la mente, en cambio, encuentra su solaz en la "diversión" (di-versio = apartamiento) de la atención hacia otros objetos agradables, distintos de los que integran su trabajo habitual.
En la Summa vuelve sobre lo mismo: "Así como la fatiga corporal se repone por el descanso orgánico, también la fatiga espiritual se restaura por el reposo espiritual. Sabiendo, pues, que el reposo del espíritu se halla en el placer, como hemos visto anteriormente, debemos buscar un placer apropiado que alivie la fatiga espiritual procurando una interrupción en la tensión del espíritu". Y trae aquí a cuento un relato que se conserva en la llamada "Colación de los Padres". Habiéndose escandalizado algunos de sorprender al evangelista San Juan jugando con sus discípulos, mandó éste a uno de ellos que arrojara una flecha. Lo hizo una vez, otra vez... "¿Podrías hacerlo continuamente?". "No, le respondió, porque se rompería el arco". "Eso mismo sucede al alma si se mantiene siempre en la misma tensión", concluyó San Juan. Y agrega Santo Tomás: "Esos dichos o hechos en que no se busca sino el placer del espíritu se denominan juegos y fiestas, y es preciso usarlos para descanso del alma" (3).
2. La elegancia del espíritu
Aristóteles nos ofrece una aproximación al "hombre eutrapélico": "Los que tienen gusto por el humor, moderado (moderate ludentes) se llaman eutrapelos, es decir, bien orientados (bene vertentes)". Básase el Estagirita en el origen semántico de la palabra eutrapelia, que significa bueno, pero también – y en nuestro caso – con facilidad, bien, convenientemente; trapelia se traduce movilidad, agilidad, sustantivo que proviene de dar vuelta y giro. Tras las huellas de Aristóteles, Santo Tomás se refiere tanto a la virtud como al que la encarna en los siguientes términos: "Todas estas cosas (los descansos, las diversiones, el juego) han de estar ponderadas por la razón. Y como todo hábito que obra en conformidad con la razón es virtud, síguese que acerca del juego puede darse también virtud, que el Filósofo llama "eutrapelia". Y al hombre que tiene la gracia de convertir en motivo de solaz las palabras y obras, le llaman "eutrapélico", palabra que viene de "buen giro" (bona versio)" (4).
Porque así como el cuerpo se vuelve hacia acá o hacia allá, según las necesidades, también el alma se comporta de manera semejante, orientándose en una u otra dirección. Muchas veces juzgamos a un hombre por los movimientos de su cuerpo, escribe Aristóteles; de manera análoga los movimientos del alma revelan la calidad de su espíritu. Santo Tomás retoma esa idea diciendo que las diversas actitudes que alguien puede tomar cuando está en un grupo – al inducir a la risa en exceso, o con defecto, o de manera moderada – son indicio de su disposición interior. "Porque así como por los movimientos corporales se disciernen las disposiciones interiores de los cuerpos, así por las obras exteriores se conocen las costumbres interiores".
La eutrapelia es, pues, la virtud del que "gira bien", del que sabe ubicarse como conviene al momento, una virtud aristocrática, propia de quien posee agilidad espiritual, por la que es capaz de "volverse" fácilmente a las cosas bellas, joviales y recreativas, sin lastimar por ello la elegancia espiritual del movimiento, sin perder la debida seriedad y su rectitud moral.
3. La gracia del hombre liberal
No nos referimos, por cierto, a lo que los políticos llaman "liberales", que por lo general suelen tener bastante poca gracia. Usamos este calificativo, tras Aristóteles y Santo Tomás, para designar al hombre desprendido, desapegado de los bienes materiales, a tal punto que se vuelve capaz de ser generoso, dadivoso..., liberal. Y así Aristóteles, luego de decir que la virtud de la eutrapelia consiste en un medio entre dos extremos viciosos, aquel que peca por exceso y aquel que falla por defecto, agrega: "El medio propio (de la eutrapelia) es el de la distinción. Es propio de la distinción decir y oír lo que conviene a un hombre liberal. Hay ciertas cosas que un hombre de bien puede decir y oír en el campo lúdico. El juego liberal (liberalis ludus) se diferencia del servil, como el disciplinado del indisciplinado" (5).
Santo Tomás interpreta este texto del Filósofo diciendo que hay un juego que conviene al hombre liberal, o sea, a aquel cuyo ánimo está libre de pasiones serviles: "El juego del hombre liberal, es decir, del que por propia voluntad intenta obrar bien, difiere del juego del hombre servil, que se ocupa de las cosas serviles. Y el juego del hombre disciplinado, es decir, del que está instruido de cómo deba jugar, difiere del juego del hombre indisciplinado, al que ninguna disciplina refrena en el juego" (6).
4. El juego y la felicidad
Por noble que sea el juego cuando se lo entiende como corresponde, sin embargo no parece que pueda ser considerado como el summum de la vida humana. Preguntándose Aristóteles si no será en el juego donde se encuentra la felicidad, responde: "La felicidad no consiste en el juego. Sería un absurdo que la diversión fuera el fin de la vida... Según Anacarsis parece recto divertirse para dedicarse después a asuntos serios. La diversión es una especie de reposo, y como no se puede trabajar sin descanso, el ocio es una necesidad. Pero este ocio, ciertamente, no es el fin de la vida, porque sólo tiene lugar en razón de la futura operación. La vida dichosa es la vida conforme a la virtud; ésta va con el gozo, pero no con el gozo del juego. Las cosas serias son mejores que las que mueven a risa y a chanza, y el acto de la mejor parte del hombre, o de lo mejor del hombre, se considera siempre como el acto más serio" (7).
Santo Tomás coincide con el Estagirita en su afirmación de que la felicidad radica en la vida virtuosa, no en el juego. Si el juego fuera la felicidad, sería el fin de toda la vida humana, de modo que el hombre trabajaría y haría todas las demás cosas sólo para jugar. Juzga, por consiguiente, acertado lo que afirmaba Anacarsis: "Los hombres, como no pueden trabajar continuamente, necesitan de descanso. Por donde se ve que el juego o el descanso no es el fin; porque el descanso es para el trabajo, es decir, para que después el hombre trabaje con más intensidad. Por lo que se ve que la felicidad no consiste en el juego" (8). ¿No se contrapone esto a lo que anteriormente dijimos, es a saber, que el juego se caracteriza por ser de alguna manera "inútil", no ordenado a ningún fin práctico? Nos parece que no, ya que si bien el juego no tiene en sí mismo finalidad alguna, con todo, la razón por la cual se lo lleva a cabo lo ordena de hecho extrínsecamente a un fin determinado, que es, en este caso, la recuperación de las fuerzas del alma y el ulterior trabajo.
Concluye Santo Tomás: "Algunos ponen la felicidad en el juego, por el deleite que hay en el juego. La felicidad tiene, es verdad, cierto deleite, porque es operación según la virtud, que existe con gozo. Pero no, sin embargo, con el gozo del juego. Porque siendo la felicidad el bien sumo del hombre, es preciso que consista en las cosas óptimas. Pues bien, decimos mejores a las cosas virtuosas, que se obran con seriedad, que a las risueñas, que se hacen con juego. Y esto es claro: porque la operación que es de la mejor parte del alma, y que es propia del hombre, es más virtuosa. Es claro que la operación que es de la mejor parte, es mejor, y por consiguiente más feliz" (9).
Tal es la doctrina aristotélico-tomista acerca de la virtud de la eutrapelia. No será el juego lo más elevado del hombre; con todo "el juego es necesario para el desarrollo de la vida humana" (10).
La virtud de aquellos que, al decir de Aristóteles, saben "desenvolverse bien", comportarse adecuadamente cuando están en grupo, ocupó un lugar importante en el sistema de virtudes del hombre culto tradicional. Fue en ese clima de eutrapelia donde se formó un alto ideal griego del hombre alegre y serio a la vez (11).
La eutrapelia, en última instancia, fue para el pensamiento antiguo la virtud que rige las relaciones de la amistad y la afabilidad (12).
Al asumir la enseñanza de Aristóteles e impregnarla con el espíritu del Evangelio, luego de siglos en que los autores se habían inclinado a confundir la eutrapelia con la bufonería, el Doctor Angélico puso las cosas en su punto. La ética cristiana heredó así el ideal del humanismo griego y lo llevó a su plenitud, cosa que sólo el cristiano era capaz de realizar perfectamente, porque sólo él tiene conciencia exacta de su situación entre el cielo y la tierra, entre Dios y el mundo, entre el espíritu y la carne, entre la esperanza y la desesperación. Sólo el cristiano que vive en gracia puede ser de manera plenaria un homo ludens; fundado en Dios, puede "orientarse" como corresponde, ser eutrapelos. Doctrina grandiosa, comenta Hugo Rahner; entonces el cristiano puede jugar y divertirse, entonces el sonreír y el reír pueden ser una virtud. "Acá se abren las puertas para la teología medieval del cristiano gozoso, capaz de percibir en todas las cosas creadas sus límites e insuficiencias, y por eso justamente puede reírse de todo, porque sabe de la santa seriedad de lo divino. El que no comprende esto pertenece al grupo para los cuales Santo Tomás acuñó la exquisita expresión de ´non molliuntur delectatione ludi´ (no se ablandan con el placer del juego)" (13).
De hecho, la doctrina tomista de la eutrapelia penetró el tejido social de la Edad Media, tan erróneamente considerada como una época triste y aburrida. Las llamadas risa paschalia; las escenas burlescas representadas en los bajorrelieves de numerosos templos y catedrales, como por ejemplo en la iglesia de Vézelay (14); las denominadas "fiestas de los locos", en que se festejaba una suerte de superación o abolición de la razón, en un espíritu semejante al que caracteriza a "los locos por Dios" del mundo eslavo; la "fiesta de los asnos", con sus rebuznos lanzados contra altos "dignatarios" no siempre tan dignos; la llamada "fiesta de los obispillos", donde un grupo de chicos se disfrazaban de obispos, tomando en chacota a las jerarquías locales; son otras tantas expresiones del humor medieval, libre y ocurrente (15).
Como dijimos al comienzo, la enseñanza moral de los últimos siglos fue olvidando más y más la doctrina del Angélico y el espíritu lúdico medieval. La virtud de la eutrapelia entró en un cono de sombra, no subsistiendo de ella sino una breve y seca definición en los manuales de teología moral. Quizás fue Kierkegaard el primer cristiano moderno que llamó la atención sobre la importancia del humor no sólo para la cultura del hombre sino también para el progreso mismo de su vida religiosa.
Fue Aristóteles quien inició el tratamiento de esta virtud. Posteriormente pasó casi al olvido, quizás porque la palabra "eutrapelia" se confundió con la disipación y el espíritu payasesco. San Pablo empleó el vocablo en ese sentido peyorativo cuando en su carta a los efesios (5,4) los exhortaba a evitar "las conversaciones tontas o la bufonería (eutrapelia)", término que la Vulgata traduce por "scurrilitas". Los Padres de la Iglesia primitiva mantuvieron, por lo general, dicha tesitura, condenando la falta de seriedad, la propensión a la broma incesante. Es decir que en los primeros siglos del cristianismo se tendió a confundir la eutrapelia con lo que Aristóteles había fustigado como un exceso del espíritu lúdico.
Fue Santo Tomás quien al redescubrir a Aristóteles retomó, también aquí, la enseñanza del Estagirita, elaborando una doctrina de la eutrapelia plenamente integrada en la ética cristiana. Aristóteles había tratado el asunto principalmente en su Ética a Nicómaco, que el Aquinate comentó con gran penetración, desarrollando luego ese análisis en distintos lugares de la Summa Teológica, pero sobre todo en una cuestión dedicada toda ella al estudio de dicha virtud. Es principalmente en este último lugar donde nos ha dejado un análisis admirable que proporciona los grandes principios de lo que podría denominarse "la filosofía y teología del juego y de las diversiones". En la arquitectura de la moral tomista, la virtud de la eutrapelia encuentra su lugar como parte de la virtud de la modestia, y ésta, a su vez, como parte potencial de la virtud de la templanza (1). Expongamos, pues, la enseñanza aristotélico-tomista.
1. El reposo del trabajo
En la Ética a Nicómaco comienza Aristóteles su inquisición preguntándose si al hombre culto y perteneciente a una civilización refinada le es lícito buscar descanso en la broma placentera y el juego. Y responde, sin dudar, por la afirmativa. Santo Tomás reforma su razonamiento: "Tiene el juego cierta razón de bien, en cuanto que es útil a la vida humana. Porque así como el hombre necesita a veces descansar de los trabajos corporales desistiendo de ellos, así también se necesita a veces que el alma del hombre descanse de la tensión del alma, con la que el hombre encara las cosas serias, lo que se hace por el juego" (2).
Tal sería su primera aproximación a la materia. El hombre tiene la experiencia del cansancio, sintiendo la necesidad de reposo, de distracción. El descanso del cuerpo lo obtiene suspendiendo el ejercicio corporal; la mente, en cambio, encuentra su solaz en la "diversión" (di-versio = apartamiento) de la atención hacia otros objetos agradables, distintos de los que integran su trabajo habitual.
En la Summa vuelve sobre lo mismo: "Así como la fatiga corporal se repone por el descanso orgánico, también la fatiga espiritual se restaura por el reposo espiritual. Sabiendo, pues, que el reposo del espíritu se halla en el placer, como hemos visto anteriormente, debemos buscar un placer apropiado que alivie la fatiga espiritual procurando una interrupción en la tensión del espíritu". Y trae aquí a cuento un relato que se conserva en la llamada "Colación de los Padres". Habiéndose escandalizado algunos de sorprender al evangelista San Juan jugando con sus discípulos, mandó éste a uno de ellos que arrojara una flecha. Lo hizo una vez, otra vez... "¿Podrías hacerlo continuamente?". "No, le respondió, porque se rompería el arco". "Eso mismo sucede al alma si se mantiene siempre en la misma tensión", concluyó San Juan. Y agrega Santo Tomás: "Esos dichos o hechos en que no se busca sino el placer del espíritu se denominan juegos y fiestas, y es preciso usarlos para descanso del alma" (3).
2. La elegancia del espíritu
Aristóteles nos ofrece una aproximación al "hombre eutrapélico": "Los que tienen gusto por el humor, moderado (moderate ludentes) se llaman eutrapelos, es decir, bien orientados (bene vertentes)". Básase el Estagirita en el origen semántico de la palabra eutrapelia, que significa bueno, pero también – y en nuestro caso – con facilidad, bien, convenientemente; trapelia se traduce movilidad, agilidad, sustantivo que proviene de dar vuelta y giro. Tras las huellas de Aristóteles, Santo Tomás se refiere tanto a la virtud como al que la encarna en los siguientes términos: "Todas estas cosas (los descansos, las diversiones, el juego) han de estar ponderadas por la razón. Y como todo hábito que obra en conformidad con la razón es virtud, síguese que acerca del juego puede darse también virtud, que el Filósofo llama "eutrapelia". Y al hombre que tiene la gracia de convertir en motivo de solaz las palabras y obras, le llaman "eutrapélico", palabra que viene de "buen giro" (bona versio)" (4).
Porque así como el cuerpo se vuelve hacia acá o hacia allá, según las necesidades, también el alma se comporta de manera semejante, orientándose en una u otra dirección. Muchas veces juzgamos a un hombre por los movimientos de su cuerpo, escribe Aristóteles; de manera análoga los movimientos del alma revelan la calidad de su espíritu. Santo Tomás retoma esa idea diciendo que las diversas actitudes que alguien puede tomar cuando está en un grupo – al inducir a la risa en exceso, o con defecto, o de manera moderada – son indicio de su disposición interior. "Porque así como por los movimientos corporales se disciernen las disposiciones interiores de los cuerpos, así por las obras exteriores se conocen las costumbres interiores".
La eutrapelia es, pues, la virtud del que "gira bien", del que sabe ubicarse como conviene al momento, una virtud aristocrática, propia de quien posee agilidad espiritual, por la que es capaz de "volverse" fácilmente a las cosas bellas, joviales y recreativas, sin lastimar por ello la elegancia espiritual del movimiento, sin perder la debida seriedad y su rectitud moral.
3. La gracia del hombre liberal
No nos referimos, por cierto, a lo que los políticos llaman "liberales", que por lo general suelen tener bastante poca gracia. Usamos este calificativo, tras Aristóteles y Santo Tomás, para designar al hombre desprendido, desapegado de los bienes materiales, a tal punto que se vuelve capaz de ser generoso, dadivoso..., liberal. Y así Aristóteles, luego de decir que la virtud de la eutrapelia consiste en un medio entre dos extremos viciosos, aquel que peca por exceso y aquel que falla por defecto, agrega: "El medio propio (de la eutrapelia) es el de la distinción. Es propio de la distinción decir y oír lo que conviene a un hombre liberal. Hay ciertas cosas que un hombre de bien puede decir y oír en el campo lúdico. El juego liberal (liberalis ludus) se diferencia del servil, como el disciplinado del indisciplinado" (5).
Santo Tomás interpreta este texto del Filósofo diciendo que hay un juego que conviene al hombre liberal, o sea, a aquel cuyo ánimo está libre de pasiones serviles: "El juego del hombre liberal, es decir, del que por propia voluntad intenta obrar bien, difiere del juego del hombre servil, que se ocupa de las cosas serviles. Y el juego del hombre disciplinado, es decir, del que está instruido de cómo deba jugar, difiere del juego del hombre indisciplinado, al que ninguna disciplina refrena en el juego" (6).
4. El juego y la felicidad
Por noble que sea el juego cuando se lo entiende como corresponde, sin embargo no parece que pueda ser considerado como el summum de la vida humana. Preguntándose Aristóteles si no será en el juego donde se encuentra la felicidad, responde: "La felicidad no consiste en el juego. Sería un absurdo que la diversión fuera el fin de la vida... Según Anacarsis parece recto divertirse para dedicarse después a asuntos serios. La diversión es una especie de reposo, y como no se puede trabajar sin descanso, el ocio es una necesidad. Pero este ocio, ciertamente, no es el fin de la vida, porque sólo tiene lugar en razón de la futura operación. La vida dichosa es la vida conforme a la virtud; ésta va con el gozo, pero no con el gozo del juego. Las cosas serias son mejores que las que mueven a risa y a chanza, y el acto de la mejor parte del hombre, o de lo mejor del hombre, se considera siempre como el acto más serio" (7).
Santo Tomás coincide con el Estagirita en su afirmación de que la felicidad radica en la vida virtuosa, no en el juego. Si el juego fuera la felicidad, sería el fin de toda la vida humana, de modo que el hombre trabajaría y haría todas las demás cosas sólo para jugar. Juzga, por consiguiente, acertado lo que afirmaba Anacarsis: "Los hombres, como no pueden trabajar continuamente, necesitan de descanso. Por donde se ve que el juego o el descanso no es el fin; porque el descanso es para el trabajo, es decir, para que después el hombre trabaje con más intensidad. Por lo que se ve que la felicidad no consiste en el juego" (8). ¿No se contrapone esto a lo que anteriormente dijimos, es a saber, que el juego se caracteriza por ser de alguna manera "inútil", no ordenado a ningún fin práctico? Nos parece que no, ya que si bien el juego no tiene en sí mismo finalidad alguna, con todo, la razón por la cual se lo lleva a cabo lo ordena de hecho extrínsecamente a un fin determinado, que es, en este caso, la recuperación de las fuerzas del alma y el ulterior trabajo.
Concluye Santo Tomás: "Algunos ponen la felicidad en el juego, por el deleite que hay en el juego. La felicidad tiene, es verdad, cierto deleite, porque es operación según la virtud, que existe con gozo. Pero no, sin embargo, con el gozo del juego. Porque siendo la felicidad el bien sumo del hombre, es preciso que consista en las cosas óptimas. Pues bien, decimos mejores a las cosas virtuosas, que se obran con seriedad, que a las risueñas, que se hacen con juego. Y esto es claro: porque la operación que es de la mejor parte del alma, y que es propia del hombre, es más virtuosa. Es claro que la operación que es de la mejor parte, es mejor, y por consiguiente más feliz" (9).
Tal es la doctrina aristotélico-tomista acerca de la virtud de la eutrapelia. No será el juego lo más elevado del hombre; con todo "el juego es necesario para el desarrollo de la vida humana" (10).
La virtud de aquellos que, al decir de Aristóteles, saben "desenvolverse bien", comportarse adecuadamente cuando están en grupo, ocupó un lugar importante en el sistema de virtudes del hombre culto tradicional. Fue en ese clima de eutrapelia donde se formó un alto ideal griego del hombre alegre y serio a la vez (11).
La eutrapelia, en última instancia, fue para el pensamiento antiguo la virtud que rige las relaciones de la amistad y la afabilidad (12).
Al asumir la enseñanza de Aristóteles e impregnarla con el espíritu del Evangelio, luego de siglos en que los autores se habían inclinado a confundir la eutrapelia con la bufonería, el Doctor Angélico puso las cosas en su punto. La ética cristiana heredó así el ideal del humanismo griego y lo llevó a su plenitud, cosa que sólo el cristiano era capaz de realizar perfectamente, porque sólo él tiene conciencia exacta de su situación entre el cielo y la tierra, entre Dios y el mundo, entre el espíritu y la carne, entre la esperanza y la desesperación. Sólo el cristiano que vive en gracia puede ser de manera plenaria un homo ludens; fundado en Dios, puede "orientarse" como corresponde, ser eutrapelos. Doctrina grandiosa, comenta Hugo Rahner; entonces el cristiano puede jugar y divertirse, entonces el sonreír y el reír pueden ser una virtud. "Acá se abren las puertas para la teología medieval del cristiano gozoso, capaz de percibir en todas las cosas creadas sus límites e insuficiencias, y por eso justamente puede reírse de todo, porque sabe de la santa seriedad de lo divino. El que no comprende esto pertenece al grupo para los cuales Santo Tomás acuñó la exquisita expresión de ´non molliuntur delectatione ludi´ (no se ablandan con el placer del juego)" (13).
De hecho, la doctrina tomista de la eutrapelia penetró el tejido social de la Edad Media, tan erróneamente considerada como una época triste y aburrida. Las llamadas risa paschalia; las escenas burlescas representadas en los bajorrelieves de numerosos templos y catedrales, como por ejemplo en la iglesia de Vézelay (14); las denominadas "fiestas de los locos", en que se festejaba una suerte de superación o abolición de la razón, en un espíritu semejante al que caracteriza a "los locos por Dios" del mundo eslavo; la "fiesta de los asnos", con sus rebuznos lanzados contra altos "dignatarios" no siempre tan dignos; la llamada "fiesta de los obispillos", donde un grupo de chicos se disfrazaban de obispos, tomando en chacota a las jerarquías locales; son otras tantas expresiones del humor medieval, libre y ocurrente (15).
Como dijimos al comienzo, la enseñanza moral de los últimos siglos fue olvidando más y más la doctrina del Angélico y el espíritu lúdico medieval. La virtud de la eutrapelia entró en un cono de sombra, no subsistiendo de ella sino una breve y seca definición en los manuales de teología moral. Quizás fue Kierkegaard el primer cristiano moderno que llamó la atención sobre la importancia del humor no sólo para la cultura del hombre sino también para el progreso mismo de su vida religiosa.
Autor: cristiandad.org
* * * * *
1. Cuando se afirma que la modestia es una parte potencial de la virtud de la templanza, se quiere decir que es una de estas virtudes que pertenecen al ámbito de la templanza, pero que moderan las cosas que son más fáciles de moderar. A la modestia pertenecen distintas virtudes, entre las cuales se encuentra nuestra querida eutrapelia.
2. Comm. in Eth. Nic., lib. IV, lect. 16, n. 851.
3. Summa Theol. II-II, 168, 2, c.
4. Íbid.
5. Ética a Nicómaco, lib. IV, cap. 14.
6. Comm. in Eth. Nic., lib. IV, lect. XVI, nn. 857-858.
7. Ética a Nicómaco, lib. X, cap. 6.
8. Comm. in Eth. Nic., lib. X, lect. IX.
9. Íbid.
10. Santo Tomás, Summa Theol. II-II, 168, 3, ad. 2.
11. Cf. Platón, Leyes, I, 647d.
12. Cf. art. "Eutrapélie", de H. Rahner, en Dict. Sp., col. 1726-1727.
13. "Eutrapelie, eine vergessene Tugend", en Geist und Leben t. 27 (1954), 350.
14. Tales escenas, y otras posteriores, han suscitado curiosas reacciones e interpretaciones en diversas personalidades y especialistas de arte: "¡Qué irreverencia, qué diluvio de fábulas sobre la Virgen, los santos y el mismo Dios!", exclamaba Renan; Viollet-le Duc intentaría introducir la explicación del imaginero laico, antierreligioso y librepensador, y algunos españoles prefirieron culpar a algún erasmista infiltrado o a presuntos imagineros tocados de luteranismo...
15. Cf. J. Lozano, "Humor y cristianismo", en Razón y Fe 187 (1973) 440-442. Para comprender mejor cómo la Edad Media valoró la eutrapelia, cf. asimismo las detalladas recomendaciones que se daban a los Reyes en orden a vencer la tristeza en Siete Partidas II, V, XX; y los diversos consejos contra la acedia en Glosa castellana al Regimiento de Príncipes, de Egidio Romano, Libro del Caballero Zifer y Libro del caballero et del escudero, de Don Juan Manuel.
* * * * *
1. Cuando se afirma que la modestia es una parte potencial de la virtud de la templanza, se quiere decir que es una de estas virtudes que pertenecen al ámbito de la templanza, pero que moderan las cosas que son más fáciles de moderar. A la modestia pertenecen distintas virtudes, entre las cuales se encuentra nuestra querida eutrapelia.
2. Comm. in Eth. Nic., lib. IV, lect. 16, n. 851.
3. Summa Theol. II-II, 168, 2, c.
4. Íbid.
5. Ética a Nicómaco, lib. IV, cap. 14.
6. Comm. in Eth. Nic., lib. IV, lect. XVI, nn. 857-858.
7. Ética a Nicómaco, lib. X, cap. 6.
8. Comm. in Eth. Nic., lib. X, lect. IX.
9. Íbid.
10. Santo Tomás, Summa Theol. II-II, 168, 3, ad. 2.
11. Cf. Platón, Leyes, I, 647d.
12. Cf. art. "Eutrapélie", de H. Rahner, en Dict. Sp., col. 1726-1727.
13. "Eutrapelie, eine vergessene Tugend", en Geist und Leben t. 27 (1954), 350.
14. Tales escenas, y otras posteriores, han suscitado curiosas reacciones e interpretaciones en diversas personalidades y especialistas de arte: "¡Qué irreverencia, qué diluvio de fábulas sobre la Virgen, los santos y el mismo Dios!", exclamaba Renan; Viollet-le Duc intentaría introducir la explicación del imaginero laico, antierreligioso y librepensador, y algunos españoles prefirieron culpar a algún erasmista infiltrado o a presuntos imagineros tocados de luteranismo...
15. Cf. J. Lozano, "Humor y cristianismo", en Razón y Fe 187 (1973) 440-442. Para comprender mejor cómo la Edad Media valoró la eutrapelia, cf. asimismo las detalladas recomendaciones que se daban a los Reyes en orden a vencer la tristeza en Siete Partidas II, V, XX; y los diversos consejos contra la acedia en Glosa castellana al Regimiento de Príncipes, de Egidio Romano, Libro del Caballero Zifer y Libro del caballero et del escudero, de Don Juan Manuel.
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