El avión que nos transporta por el cielo, la nave que nos
lleva por el mar, el coche en la carretera, alguna vez, atraviesa por en medio
de la borrasca. Nadie se extraña.
También en el camino del alma. “Muchas son las olas, el
pavoroso huracán arrecia”. (San Juan Crisóstomo) Quizás también en nuestra
mente están previstas estas contradicciones, pero, cuando llegan, nos
encuentran impreparados. Nos sorprenden.
¡Misterio el dolor humano! Claro cuando lo vemos en otros,
ciertamente incomprensibles cuando se adentra por nuestros pasillos.....
¿Qué haré en la hora de la prueba” ¿Cómo resolver mi
incertidumbre? ¿Cómo hacer luz en la oscuridad y paz en la terrible angustia?
¿Cómo abrazarme a la doliente “voluntad de Dios” y “ofrecerme”?
El momento del dolor es una experiencia cumbre en la vida
del hombre. Sus efectos le revelan lo más profundo de sí mismo, el alma parece
poder tocarse con la mano; allí aparece más desgarradora que nunca la soledad
fundamental de la persona, la sensación de su completa impotencia ante las
cosas.
Es imposible enumerar todas las futuras experiencias
dolorosas de la vida, porque imposible es enumerar sus posibles tragedias. Pero
sea grande o sea pequeña en sí misma la cruz que nos toca llevar, es cierto,
siempre, que en cada caso hiere terriblemente las espaldas.
Cuando alguien me lo ha preguntado, le he respondido
fácilmente. Le he dicho: “¡Ten confianza en Dios!” Ahora que a mí me sucede:
¡qué poco me dice esto!
Sin embargo, eso es exactamente lo que necesito: echar a
andar los recursos de mi fe cristiana. “Efectivamente, el dolor y la muerte
pesan sobre el espíritu humano y son un enigma para aquellos que no creen en
Dios. Pero en la fe nosotros sabemos que serán superados, que han sido vencidos
en la muerte y resurrección de Jesucristo nuestro Redentor”. (Juan Pablo II,
Paquistán)
Y si recurro al Evangelio, seguiré encontrando respuestas de
fe: “El Padre poda la rama vigorosa para que dé aún más fruto” (Jn 15, 2-3);
“Si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda él solo, pero si muere,
da mucho fruto” (Jn 12, 24), etc. Él me hará ver cómo Cristo camina la senda
dolorosa del Calvario como necesario tránsito hacia la gloria de la resurrección.
“En el plano divino todo dolor es dolor de parto; él contribuye al nacimiento
de una nueva humanidad” (Juan Pablo II, abril de 1983). Por todo ello,
comprenderé que no nos es dado poseer un don más grande que el dolor, la cruz y
la humillación.... pero ahora, en medio de mi tragedia, todo esto me sabe a muy
poco, apenas me mueve. ¿Por qué será así?
Mi fe no me arrastra a la esperanza, porque es una débil fe.
No es como la de Job, que dice clamando: ¡”Yo sé que mi Señor vive”! (Job 19,
25)....... “Yo sé” es una convicción, no un sentimiento. Es una certeza, no una
idea.
“Yo sé” dice San Pablo, al final de su carrera, mientras
yace en la cárcel. “Yo sé a quién me he confiado y estoy seguro de que puede
guardar mi depósito para aquél día” (2 Tim 1, 12).
“Yo sé” es mucho más que saber, es un haber vivido la
experiencia, y haberla profundizado.
Y aquí, en la experiencia dela fe y de las certezas que ello
comunica, cada uno de nosotros es diferente; Dios es totalmente una historia
personal, y por eso mismo ante las pruebas reaccionamos con diversas
reflexiones o motivaciones adecuadas a nuestras propias circunstancias. La
verdad es que la fe es tan rica como Dios mismo y tiene para cada uno el
resplandor adecuado: toda persona, toda situación humana es iluminada
espléndidamente por ella.
En este caso, ha bastado este reflejo: “Sé que me has
elegido” para que el panorama todo quede interpretado, quede construido en la
paz.
La sensación de mi impotencia radical ha encontrado una
respuesta en la fe: admito que no soy nada y que soy débil, pero sólo cuando me
falta Dios. ¡Pero “con Él” lo puedo TODO!, porque consigo hacer mía la potencia
misma de Dios: lo he vivido anteriormente, en otras ocasiones, ¡y hoy no debo
olvidarlo!, sino actualizarlo.
La fe de que Él está conmigo, de que Él no nos ha abandonado
– “He aquí que yo estoy con vosotros hasta el final de los tiempos” (Mt 28,
20)- va haciendo renacer las fuerzas, las energías morales del espíritu. “Sé,
Señor, que habiéndome elegido” significa que voy aprendiendo a ver lo que me
sucede como “un algo elegido” por Dios, y no obra de la casualidad y la
fatalidad; como algo salido de sus manos por elección precisa y clara. Y si
viene de las manos de Dios ¿por qué me angustio? “Habiéndome elegido – Tú serás
siempre mi fortaleza” indica que, si Él elige, el se compromete con el elegido;
no le cargará la cruz y se irá, sino que compartirá el peso y dará Su fuerza.
Respuestas de fe ...... para todas las medidas .... Pero
hoy, además, algo muy importante, algo común a cada caso: lo importante no es
conocer, sino saber: ¡Creer como si se tuviera una evidencia! Y entonces sí se
está preparado para el “ofrecimiento”.
Autor: P. Cristóforo Fernández | Fuente: Catholic.net
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