Incansablemente doy gracias a mi Dios, que me conservó fiel
el día de la tentación, de modo que hoy con confianza le ofrezco en sacrificio,
como hostia viviente, mi alma a Cristo mi Señor, quien me protegió de todas mis
angustias. Por eso puedo decir: ¿Quién soy yo, Señor ?... ¿De dónde a mí esta sabiduría, que no estaba
en mí, que ni el número de los días sabía, ni conocía a Dios? ¿De dónde me vino
luego este don tan grande y tan salvador de conocer a Dios y amarlo, hasta
dejar mi patria y a mis parientes… de modo que vine a los gentiles irlandeses a
predicar el Evangelio y a sufrir los insultos de los incrédulos… y a sufrir
muchas persecuciones hasta las cadenas y a dar mi libertad para utilidad de
otros?
y, si llego a ser
digno, estoy pronto incluso a dar mi vida, sin vacilación y con agrado, por su nombre; y deseo dedicársela
hasta la muerte, si Dios me lo concede.
Y estoy muy en deuda con Dios, que me dio una gracia tan
grande; a saber, que por mí, muchos pueblos renacieran en Dios y luego fueran
confirmados; me concedió también que pudiera ordenar por todas partes,
ministros para este pueblo que ha recibido recientemente la fe, este pueblo que
el Señor adquirió de los extremos de la tierra como antes había prometido por
sus profetas: “Vendrán a ti pueblos de los extremos de la tierra…;y de nuevo:
te puse como luz entre los pueblos, para que seas salvación hasta el confín de
la tierra”.
(Referencias
Bíblicas : Sal. 94,9; Rm 12,1; 2S 7,18; Mt 13,54; Sal. 38,5; 2Tm 2,9; Lc 1,70;
Jr 16,19; Is 49,6; Hch. 13,47)
San Patricio (c. 385-c. 461), monje misionero, obispo. Confesión,
34-38 ; SC 249
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