domingo, 25 de diciembre de 2011

Razones para la alegría



Boris Pasternak escribía: “El trabajo ayuda siempre, puesto que trabajar no es realizar lo que uno imaginaba, sino descubrir lo que uno tiene dentro”.
Narra MARTÍN DESCALZO:
Cuentan de un famoso sabio alemán que, al tener que ampliar su gabinete de investigaciones, fue a alquilar una casa que colindaba con un convento de carmelitas. Y pensó: ¡Qué maravilla, aquí tendré un permanente silencio! Y con el paso de los días comprobó que, efectivamente, el silencio rodeaba su casa... salvo en las horas de recreo. Entonces en el patio vecino estallaban surtidores de risa, limpias carcajadas, un brotar inextinguible de alegría Y era un gozo que se colaba por puertas y ventanas. Un júbilo que perseguía al investigador por mucho que cerrase sus postigos. ¿Por qué se reían aquellas monjas? ¿De qué se reían? Estas preguntas intrigaban al investigador. Tanto que la curiosidad le empujó a conocer las vidas de aquellas religiosas. ¿De qué se reían si eran pobres? ¿Por qué eran felices, si nada de lo que alegra a este mundo era suyo? ¿Cómo podía llenarles la oración, el silencio? ¿Tanto valía la sola amistad? ¿Qué había en el fondo de sus ojos que les hacía brillar de tal manera?
Aquel sabio alemán no tenía fe. No podía entender que aquello —que para él eran puras ficciones, puros sueños sin sentido—, llenara un alma. Menos aún que pudiera alegrarla hasta tal extremo.
Y comenzó a obsesionarse. Empezó a sentirse rodeado de oleadas de risas que ahora escuchaba a todas horas. Y en su alma nació una envidia que no se decidía a confesarse a sí mismo. Tenía que haber ‘algo’ que él no entendía, un misterio que le desbordaba. Aquellas mujeres, pensaba, no conocían el amor, ni el lujo, ni el placer, ni la diversión. ¿Qué tenían, si no podía ser otra cosa que una acumulación de soledades?
Un día se decidió a hablar con la priora y ésta le dio una sola razón:
-Es que somos esposas de Cristo.
-Pero -arguyó el científico- Cristo murió hace dos mil años.
Ahora creció la sonrisa de la religiosa y el sabio volvió a ver en sus ojos aquel brillo que tanto le intrigaba.
-Se equivoca -dijo la religiosa-; lo que pasó hace dos mil años fue que, venciendo a la muerte, resucitó.
-¿Y por eso son felices?
-Sí. Nosotras somos testigos de su resurrección
Muchos conocemos la labor de Teresa de Calcuta con los enfermos y los más pobres de entre los pobres. Escuchemos lo que dice: “El milagro más grande no es que hagamos ese trabajo, dijo Teresa de Calcuta, sino que nos sintamos felices de hacerlo”.
Cristo ha venido a salvar, no a atormentar. Si hay algo de negativismo en nuestra vida, es señal de no estar en el camino adecuado. Hay almas que se quejan continuamente; eso supone no comprender la Encarnación del Hijo de Dios. Que deseemos la intimidad con Dios, una intimidad fuerte, profunda. Paladear lo que es estar con Dios, a través de hablar con él.
Dios da una alegría que no da el mundo. El cristianismo es la respuesta a muchas preguntas humanas existenciales pero a veces el ser humano no busca allí. Lo que más se adecua al ser humano es el amor a Cristo. El cristianismo es la religión que invita a permanecer en la intimidad con Dios. Decía un joven: Señor: Tú quieres que estemos contentos. Razones para quejarse hay abundantes, pero como cristianos tenemos una razón para estar contentos: que Dios está con nosotros.
Hay tristeza en el que tiene avaricia o envidia, pero hay que luchar para que no penetren en el alma, pues sin alegría no se puede vivir. Pío XI hablaba del “terrible cuotidiano”. El tener que hacer todos los días a las mismas horas, los mismos oficios. Es quizá lo que Jesús llamaba “la cruz de cada día”. Para ser amigo de Jesús hay que aceptar cada día su propia cruz (Lc 9,23).
Hay que experimentar que Dios nos ama, que está cerca. Jesucristo nos enseña: “en el mundo tendréis tribulaciones pero yo he vencido al mundo”: Estamos con él. Ese es el secreto de la alegría. Dice Santo Tomás que la alegría no es propiamente una virtud distinta de la caridad sino efecto de ella. Una persona enamorada está feliz, exultante. No hay alegría sin amor, porque la alegría es acto y efecto del amor. “La alegría es el amor que se paladea; es el amor disfrutado” (Santo Tomás, 2,2).
Los seres humanos se mueven por imitación. Los modelos los pone la televisión, la moda, el cine, gente sin valores. Tenemos esa misión: ser testigos del amor a Dios. A esto somos enviados, pero nuestro testimonio no será convincente si nos falta alegría.

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