En realidad, dialogar con Dios, con su Palabra, es en cierto
sentido presencia del cielo, es decir, presencia de Dios. Acercarse a los textos
bíblicos, sobre todo al Nuevo Testamento, es esencial para el creyente, pues
"ignorar la Escritura es ignorar a Cristo". Es suya esta famosa frase, citada
por el concilio Vaticano II en la constitución
Dei Verbum (n. 25).
Verdaderamente "enamorado" de la Palabra de Dios, se
preguntaba: "¿Cómo es posible vivir sin la ciencia de las Escrituras, a través
de las cuales se aprende a conocer a Cristo mismo, que es la vida de los
creyentes?" (Ep. 30, 7). Así, la Biblia, instrumento "con el que cada día
Dios habla a los fieles" (Ep. 133, 13), se convierte en estímulo y
manantial de la vida cristiana para todas las situaciones y para todas las
personas.
Leer la Escritura es conversar con Dios: "Si oras —escribe a
una joven noble de Roma— hablas con el Esposo; si lees, es él quien te habla" (Ep.
22, 25). El estudio y la meditación de la Escritura hacen sabio y sereno al
hombre (cf. In Eph., prólogo). Ciertamente, para penetrar de una manera
cada vez más profunda en la palabra de Dios hace falta una aplicación constante
y progresiva. Por eso, san Jerónimo recomendaba al sacerdote Nepociano: "Lee
con mucha frecuencia las divinas Escrituras; más aún, que el Libro santo no se
caiga nunca de tus manos. Aprende en él lo que tienes que enseñar" (Ep.
52, 7).
A la matrona romana Leta le daba estos consejos para la
educación cristiana de su hija: "Asegúrate de que estudie todos los días algún
pasaje de la Escritura. (...) Que acompañe la oración con la lectura, y la
lectura con la oración. (...) Que ame los Libros divinos en vez de las joyas y
los vestidos de seda" (Ep. 107, 9.12). Con la meditación y la ciencia de
las Escrituras se "mantiene el equilibrio del alma" (Ad Eph., prólogo).
Sólo un profundo espíritu de oración y la ayuda del Espíritu Santo pueden
introducirnos en la comprensión de la Biblia: "Al interpretar la sagrada
Escritura siempre necesitamos la ayuda del Espíritu Santo" (In Mich. 1,
1, 10, 15).
Así pues, san Jerónimo, durante toda su vida, se caracterizó por
un amor apasionado a las Escrituras, un amor que siempre trató de suscitar en
los fieles. A una de sus hijas espirituales le recomendaba: "Ama la sagrada
Escritura, y la sabiduría te amará; ámala tiernamente, y te custodiará; hónrala
y recibirás sus caricias. Que sea para ti como tus collares y tus pendientes" (Ep.
130, 20). Y añadía: "Ama la ciencia de la Escritura, y no amarás los vicios de
la carne" (Ep. 125, 11).
Para san Jerónimo, un criterio metodológico fundamental
en la
interpretación de las Escrituras era la sintonía con el magisterio de la
Iglesia. Nunca podemos leer nosotros solos la Escritura. Encontramos
demasiadas
puertas cerradas y caemos fácilmente en el error. La Biblia fue escrita
por el
pueblo de Dios y para el pueblo de Dios, bajo la inspiración del
Espíritu Santo.
Sólo en esta comunión con el pueblo de Dios podemos entrar realmente con
el
"nosotros" en el núcleo de la verdad que Dios mismo nos quiere
comunicar. Para
él una auténtica interpretación de la Biblia tenía que estar siempre en
armonía
con la fe de la Iglesia católica.
No se trata de una exigencia impuesta a este Libro desde el
exterior; el Libro es precisamente la voz del pueblo de Dios que peregrina y
sólo en la fe de este pueblo podemos estar, por así decir, en el tono adecuado
para comprender la sagrada Escritura. Por eso, san Jerónimo exhortaba:
"Permanece firmemente adherido a la doctrina de la tradición que te ha sido
enseñada, para que puedas exhortar según la sana doctrina y refutar a quienes la
contradicen" (Ep. 52, 7). En particular, dado que Jesucristo fundó su
Iglesia sobre Pedro, todo cristiano —concluía— debe estar en comunión "con la
Cátedra de san Pedro. Yo sé que sobre esta piedra está edificada la Iglesia" (Ep.
15, 2). Por tanto, abiertamente declaraba: "Yo estoy con quien esté unido a la
Cátedra de san Pedro" (Ep. 16).
San Jerónimo, obviamente, no descuida el aspecto ético. Más aún,
con frecuencia reafirma el deber de hacer que la vida concuerde con la Palabra
divina, y sólo viviéndola encontramos también la capacidad de comprenderla. Esta
coherencia es indispensable para todo cristiano y particularmente para el
predicador, a fin de que no lo pongan en aprieto sus acciones, cuando
contradicen el contenido de sus palabras.
Así exhorta al sacerdote Nepociano: "Que tus acciones no
desmientan tus palabras, para que no suceda que, cuando prediques en la Iglesia,
alguien en su interior comente: "¿por qué entonces tú no actúas así?" ¡Qué
curioso maestro el que, con el estómago lleno, diserta sobre el ayuno! Incluso
un ladrón puede criticar la avaricia; pero en el sacerdote de Cristo la mente y
la palabra deben ir de acuerdo" (Ep. 52, 7).
En otra carta, san Jerónimo reafirma: "La persona que se siente
condenada por su propia conciencia, aunque tenga una espléndida doctrina,
debería avergonzarse" (Ep. 127, 4). También con respecto a la coherencia,
observa: el Evangelio debe traducirse en actitudes de auténtica caridad, pues
en todo ser humano está presente la Persona misma de Cristo. Por ejemplo,
dirigiéndose al presbítero Paulino —que después llegó a ser obispo de Nola y
santo—, san Jerónimo le da este consejo: "El verdadero templo de Cristo es el
alma del fiel: adorna este santuario, embellécelo, deposita en él tus ofrendas
y recibe a Cristo. ¿Qué sentido tiene decorar las paredes con piedras preciosas,
si Cristo muere de hambre en la persona de un pobre?" (Ep. 58, 7).
San Jerónimo concreta:
es necesario "vestir a Cristo en los pobres, visitarlo en los que sufren, darle
de comer en los hambrientos, acogerlo en los que no tienen una casa" (Ep.
130, 14). El amor a Cristo, alimentado con el estudio y la meditación, nos
permite superar todas las dificultades: "Si amamos a Jesucristo y buscamos
siempre la unión con él, nos parecerá fácil incluso lo que es difícil" (Ep.
22, 40).
San Jerónimo, definido por Próspero de Aquitania, "modelo de
conducta y maestro del género humano" (Carmen de ingratis, 57), nos ha
dejado también una enseñanza rica y variada sobre el ascetismo cristiano.
Recuerda que un compromiso valiente por la perfección requiere vigilancia
constante, frecuentes mortificaciones, aunque con moderación y prudencia,
trabajo intelectual o manual asiduo para evitar el ocio (cf. Epp. 125, 11
y 130, 15), y sobre todo obediencia a Dios: "No hay nada que agrade tanto a
Dios como la obediencia (...), que es la más excelsa de las virtudes" (Hom.
de oboedientia: CCL 78, 552).
En el camino ascético pueden entrar también las peregrinaciones.
En particular, san Jerónimo impulsó las peregrinaciones a Tierra Santa, donde
los peregrinos eran acogidos y alojados en edificios surgidos junto al
monasterio de Belén, gracias a la generosidad de una mujer noble, Paula, hija
espiritual de san Jerónimo (cf. Ep. 108, 14).
No hay que olvidar, por último, la contribución ofrecida por san
Jerónimo a la pedagogía cristiana (cf. Epp. 107 y 128). Se propone formar
"un alma que tiene que convertirse en templo del Señor" (Ep. 107, 4), una
"joya preciosísima" a los ojos de Dios (Ep. 107, 13). Con profunda
intuición aconseja preservarla del mal y de las ocasiones de pecado, evitar las
amistades equívocas o que disipan (cf. Ep. 107, 4 y 8-9; también Ep.
128, 3-4). Sobre todo exhorta a los padres a crear un ambiente de serenidad y
alegría entre sus hijos, a estimularlos en el estudio y en el trabajo, también
con la alabanza y la emulación (cf. Epp. 107, 4 y 128, 1), a animarlos a
superar las dificultades, favoreciendo en ellos las buenas costumbres y
preservándolos de las malas porque —dice, citando una frase de Publilio Siro que
había escuchado en la escuela— "a duras penas lograrás corregirte de las cosas a
las que te vas acostumbrando tranquilamente" (Ep. 107, 8).
Los padres son los principales educadores de sus hijos, sus
primeros maestros de vida. Con mucha claridad, san Jerónimo, dirigiéndose a la
madre de una muchacha y luego al padre, advierte, como expresando una exigencia
fundamental de toda criatura humana que se asoma a la existencia: "Que
encuentre en ti a su maestra, y que en su inexperta niñez te mire a ti con
admiración. Que nunca vea en ti ni en su padre actitudes que la lleven al pecado
por imitación. Recordad que (...) podéis educarla más con el ejemplo que con la
palabra" (Ep. 107, 9).
Entre las principales intuiciones de san Jerónimo como pedagogo
hay que subrayar la importancia que atribuye a una educación sana e integral
desde la primera infancia, la peculiar responsabilidad que reconoce a los
padres, la urgencia de una seria formación moral y religiosa, y la exigencia del
estudio para lograr una formación humana más completa.
Además, un aspecto bastante descuidado en los tiempos antiguos,
pero que san Jerónimo considera vital, es la promoción de la mujer, a la que
reconoce el derecho a una formación completa: humana, académica, religiosa y
profesional.
Y precisamente hoy vemos cómo la educación de la personalidad en
su integridad, la educación en la responsabilidad ante Dios y ante los hombres,
es la auténtica condición de todo progreso, de toda paz, de toda reconciliación
y de toda exclusión de la violencia. Educación ante Dios y ante los hombres: es
la sagrada Escritura la que nos ofrece la guía de la educación y, por tanto, del
auténtico humanismo.
No podemos concluir estas rápidas observaciones sobre este gran
Padre de la Iglesia sin mencionar la eficaz contribución que dio a la
salvaguarda de los elementos positivos y válidos de las antiguas culturas judía,
griega y romana en la naciente civilización cristiana. San Jerónimo reconoció y
asimiló los valores artísticos, la riqueza de los sentimientos y la armonía de
las imágenes presentes en los clásicos, que educan el corazón y la fantasía
despertando sentimientos nobles.
Sobre todo, puso en el centro de su vida y de su actividad la
palabra de Dios, que indica al hombre las sendas de la vida, y le revela los
secretos de la santidad. Por todo esto no podemos menos de sentirnos
profundamente agradecidos a san Jerónimo, precisamente en nuestro tiempo.
Autor: Benedicto XVI, AUDIENCIA GENERAL, Miércoles 14 de noviembre de 2007