miércoles, 7 de septiembre de 2011

TRES MINUTOS

 Tres minutos, fueron tres minutos los que el millón y medio de jóvenes adoraron, de rodillas, en Cuatro Vientos, en la JMJ con el Papa, al Santísimo Sacramento expuesto en la custodia procesional traída desde Toledo.

En tres minutos, Jesús explicó a la muchedumbre el misterio de la Eucaristía. El Señor llegó un día gozoso y feliz a dar una noticia impresionante: “Vuestros padres comieron el maná en el desierto y todos murieron. Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo. Si alguno come de este pan vivirá eternamente; y el pan que Yo daré es mi carne para la vida del mundo”.

En tres minutos
se produce la reacción del público. Éste desvaría, ¿cómo puede darnos a comer su carne y a beber su sangre? ¡Dura es esta doctrina! ¿Quién podrá escucharla?

En tres minutos
se produce el escándalo. Los judíos murmuraban y lo comprendemos perfectamente: comerse su carne, beberse su sangre. Esto sólo dice algo a aquellos que están dispuestos a pasar por todo lo incomprensible.

Dios que nace en un pesebre, que trabaja como carpintero, que muere crucificado: todo esto es algo sin precedentes en la historia de las religiones. Pero un Dios que se hace cosa, un trozo de pan, unas gotas de vino…esto o somos todos imbéciles y, además una imbecilidad colectiva transmitida sucesivamente durante XXI siglos, o es un prodigio impresionante y, además, nos lo creemos. Yo lo creo firmemente.
En esos tres minutos, un millón y medio de jóvenes, vuestros hijos, vuestros nietos, adoraron al Dios hecho pan de los Ángeles. No hubo que atender a ninguno de ingesta alcohólica; nadie fumó un “porro”.

Es que, a veces, tengo dudas sobre mi fe en la Eucaristía y no comprendo cómo puede ser esto. Tampoco yo lo comprendo: ¡ahí está el prodigio! No se puede creer en Jesús sin creer en la Eucaristía.

Los judíos que escuchaban esta doctrina huyeron escandalizados: es el gran fracaso de Jesús que se perpetúa en los duros de corazón. Jesucristo preguntó a sus apóstoles: ¿también vosotros queréis marcharos? Tus hijos, tus nietos, en esos tres minutos, contestaron: ¿y a quién iremos, Señor? sólo Tú tienes palabras de vida eterna.

Cuando era la hora, dice San Lucas, se sentó a la mesa y en tres minutos dijo: ¡Ardientemente he deseado comer con vosotros esta Pascua antes de padecer! Ardientemente el Señor ha deseado comer esta Pascua en la que su Cuerpo es entregado por nosotros, y su Sangre derramada por nosotros. Jesús sabe que la vida sólo puede brotar de una muerte, que sólo Él puede sufrir. Esta muerte es la que acepta, a ella se entrega. Eso significan las palabras “por vosotros”. Que Jesús realizara ese “por vosotros”, eso es su amor. Y de aquí brota el misterio de la EUCARISTÍA (Cfr. Romano Guardini, III, p. 76).

Cada día la Santa Misa ocurre en nuestros Altares, pero no pasa, está presente a lo largo del día como raíz, centro, fuente y cumbre de nuestra vida. Es que ahora estoy metido en un gran activismo: pues la actividad más activa es la Eucaristía, la más trepidante, la más absorbente pues absorbe todos los pecados del mundo. Es que estoy desarrollando ahora una tarea muy influyente: la actividad más influyente es la Santa Misa, la más multitudinaria, la más responsable, de la que dependen más cosas y más personas.

Tres minutos bastaron a los peregrinos de Cuatro Vientos para adorar y entregarse a nuestro Jesús. Allí estabas tú, tus hijos, tus sobrinos y tus nietos. ¿No tienes tú tres minutos diarios para acercarte al Sagrario? Conocí a un lechero que se acercaba con sus cántaras, abría la puerta de la Iglesia y le decía: “Señor, aquí está Juan, el lechero”.

Tú le puedes decir: creo firmemente que estás aquí, con tu Cuerpo, Alma, Sangre y Divinidad. Creo firmemente que estás aquí, que me ves, que me oyes. O bien: “Señor aquí tienes a este desgraciado, que no te sabe querer como Juan el lechero”. Y todo en TRES MINUTOS.


Autor:Javier Muñoz-Pellín

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