Tres minutos, fueron tres minutos los que el millón
y medio de jóvenes adoraron, de rodillas, en Cuatro Vientos, en la JMJ
con el Papa, al Santísimo Sacramento expuesto en la custodia
procesional traída desde Toledo.
En tres minutos, Jesús explicó a la muchedumbre el misterio de la
Eucaristía. El Señor llegó un día gozoso y feliz a dar una noticia
impresionante: “Vuestros padres comieron el maná en el desierto y todos
murieron. Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo. Si alguno come de
este pan vivirá eternamente; y el pan que Yo daré es mi carne para la
vida del mundo”.
En tres minutos se produce la reacción del público. Éste desvaría,
¿cómo puede darnos a comer su carne y a beber su sangre? ¡Dura es esta
doctrina! ¿Quién podrá escucharla?
En tres minutos se produce el escándalo. Los judíos murmuraban y lo
comprendemos perfectamente: comerse su carne, beberse su sangre. Esto
sólo dice algo a aquellos que están dispuestos a pasar por todo lo
incomprensible.
Dios que nace en un pesebre, que trabaja como carpintero, que muere
crucificado: todo esto es algo sin precedentes en la historia de las
religiones. Pero un Dios que se hace cosa, un trozo de pan, unas gotas
de vino…esto o somos todos imbéciles y, además una imbecilidad colectiva
transmitida sucesivamente durante XXI siglos, o es un prodigio
impresionante y, además, nos lo creemos. Yo lo creo firmemente.
En esos tres minutos, un millón y medio de jóvenes, vuestros
hijos, vuestros nietos, adoraron al Dios hecho pan de los Ángeles. No
hubo que atender a ninguno de ingesta alcohólica; nadie fumó un “porro”.
Es que, a veces, tengo dudas sobre mi fe en la Eucaristía y no comprendo
cómo puede ser esto. Tampoco yo lo comprendo: ¡ahí está el prodigio! No
se puede creer en Jesús sin creer en la Eucaristía.
Los judíos que escuchaban esta doctrina huyeron escandalizados: es el
gran fracaso de Jesús que se perpetúa en los duros de corazón.
Jesucristo preguntó a sus apóstoles: ¿también vosotros queréis
marcharos? Tus hijos, tus nietos, en esos tres minutos, contestaron: ¿y a quién iremos, Señor? sólo Tú tienes palabras de vida eterna.
Cuando era la hora, dice San Lucas, se sentó a la mesa y en tres minutos
dijo: ¡Ardientemente he deseado comer con vosotros esta Pascua antes de
padecer! Ardientemente el Señor ha deseado comer esta Pascua en la que
su Cuerpo es entregado por nosotros, y su Sangre derramada por nosotros.
Jesús sabe que la vida sólo puede brotar de una muerte, que sólo Él
puede sufrir. Esta muerte es la que acepta, a ella se entrega. Eso
significan las palabras “por vosotros”. Que Jesús realizara ese “por
vosotros”, eso es su amor. Y de aquí brota el misterio de la EUCARISTÍA
(Cfr. Romano Guardini, III, p. 76).
Cada día la Santa Misa ocurre en nuestros Altares, pero no pasa, está
presente a lo largo del día como raíz, centro, fuente y cumbre de
nuestra vida. Es que ahora estoy metido en un gran activismo: pues la
actividad más activa es la Eucaristía, la más trepidante, la más
absorbente pues absorbe todos los pecados del mundo. Es que estoy
desarrollando ahora una tarea muy influyente: la actividad más
influyente es la Santa Misa, la más multitudinaria, la más responsable,
de la que dependen más cosas y más personas.
Tres minutos bastaron a los peregrinos de Cuatro Vientos para
adorar y entregarse a nuestro Jesús. Allí estabas tú, tus hijos, tus
sobrinos y tus nietos. ¿No tienes tú tres minutos diarios para acercarte
al Sagrario? Conocí a un lechero que se acercaba con sus cántaras,
abría la puerta de la Iglesia y le decía: “Señor, aquí está Juan, el
lechero”.
Tú le puedes decir: creo firmemente que estás aquí, con tu Cuerpo, Alma,
Sangre y Divinidad. Creo firmemente que estás aquí, que me ves, que me
oyes. O bien: “Señor aquí tienes a este desgraciado, que no te sabe
querer como Juan el lechero”. Y todo en TRES MINUTOS.
Autor:Javier Muñoz-Pellín
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