domingo, 18 de mayo de 2014

San Juan Pablo II







El Papa Juan Pablo II recientemente ha sido declarado santo! Su canonización, junto a la del Papa Juan XXIII, fue proclamada y celebrada alrededor del mundo. Sin embargo, entre toda la emoción, queríamos hacer la pregunta: ¿por qué Juan Pablo II fue hecho santo?, ¿Qué fue lo que hizo?, ¿Qué significa que haya sido proclamado un santo?


En una vida como la de Karol Wojytla’s, la lista de características notables e importantes eventos es tan larga como impresionante. Fue un hombre de muchos dones que vivió al máximo e indudablemente hizo del mundo un lugar mejor. Pero… ¿qué había al centro de todo esto? Aparte de todas estas cosas, ¿por qué cosas deberiamos recordarlo?

“San Juan Pablo II, la Vida de un Papa Santo” nos presenta: su decisión a vivir para Jesucristo y su Iglesia, colocándose el mismo bajo el manto de Santa María. Esta es la llave para entender su vida y su amor. Todo lo demás, las pruebas a las que fue sometido, los éxitos que alcanzó, las personas a las que llegó, todo esto que encuentra sentido en su relación con Cristo.

Autor: http://catholic-link.com/

sábado, 17 de mayo de 2014

Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida







    Toda la vida de Jesús, su forma de tratar a los pobres, sus gestos, su coherencia, su generosidad cotidiana y sencilla, y finalmente su entrega total, todo es precioso y le habla a la propia vida. Cada vez que uno vuelve a descubrirlo, se convence de que eso mismo es lo que los demás necesitan, aunque no lo reconozcan... A veces perdemos el entusiasmo por la misión al olvidar que el Evangelio responde a las necesidades más profundas de las personas, porque todos hemos sido creados para lo que el Evangelio nos propone: la amistad con Jesús y el amor fraterno… Tenemos un tesoro de vida y de amor que es lo que no puede engañar, el mensaje que no puede manipular ni desilusionar. Es una respuesta que cae en lo más hondo del ser humano y que puede sostenerlo y elevarlo. Es la verdad que no pasa de moda porque es capaz de penetrar allí donde nada más puede llegar. Nuestra tristeza infinita sólo se cura con un infinito amor…

    Unidos a Jesús, buscamos lo que Él busca, amamos lo que Él ama. En definitiva, lo que buscamos es la gloria del Padre; vivimos y actuamos «para alabanza de la gloria de su gracia» (Ef 1,6). Si queremos entregarnos a fondo y con constancia, tenemos que ir más allá de cualquier otra motivación. Éste es el móvil definitivo, el más profundo, el más grande, la razón y el sentido final de todo lo demás. Se trata de la gloria del Padre que Jesús buscó durante toda su existencia. Él es el Hijo eternamente feliz con todo su ser «hacia el seno del Padre» (Jn1,18). Si somos misioneros, es ante todo porque Jesús nos ha dicho: «La gloria de mi Padre consiste en que deis fruto abundante» (Jn 15,8). Más allá de que nos convenga o no, nos interese o no, nos sirva o no, más allá de los límites pequeños de nuestros deseos, nuestra comprensión y nuestras motivaciones, evangelizamos para la mayor gloria del Padre que nos ama.

Autor: Papa Francisco. Exhortación apostólica “Evangelii Gaudium / La alegría del evangelio” § 265.267 (trad. © copyright Libreria Editrice Vaticana)

lunes, 5 de mayo de 2014

Conócete a ti mismo








<<Conócete a ti mismo>>, decía uno de los siete sabios de Grecia. Voy, pues a pensar en mí. ¿Qué soy yo? Soy un problema lleno de misterios.

No soy mío, no me pertenezco; a mí me han hecho. Todo cuantos conozco son, como yo, de Dios.

Yo soy de ayer. Hace pocos años no existía.

Yo soy impotente, necesitado, pobre de todo.

Yo soy muy pequeño; siento que hay otro superior a mí, otro que me manda, que me prohíbe, que me ve y vigila cuanto hago, que me reprende si hago mal, que me prueba si hago bien, que me amenaza si no cumplo mi deber, que me asegura si lo cumplo.

Yo soy ignorante y falible. ¡Qué poco sé! ¡Que poco alcanzo!

Yo soy mudable, soy desgraciado, soy mortal, me acabo, me voy, no me puedo detener ni esperarme quieto. Me empuja más allá, a la muerte, al fin. Marcho a paso incesante por la senda de la vida a la muerte.

Al mismo tiempo yo soy mío, yo soy libre, puedo hacer muchas veces lo que me da la gana.

Yo soy inteligente, soy grande, valgo mucho, siento en medio de mi pequeñez un poder sobremundano, me conozco superior a todas las cosas, superior a toda la materia y a todo el mundo que me rodea, destinado a grandes cosas, criado para ser feliz, inmortal y eterno.

No soy una piedra, no soy una flor, no soy un perro. Soy mucho más. Y aun cuando muera, sé que hay algo que me espera después de la muerte.

¡Qué poco valgo y cuanto valgo! ¡Sin Dios y respecto a Dios… nada! ¡Con Dios y respecto del mundo… mucho! Debo de ser humilde y puedo ser magnánimo. Sin Dios nada; con Dios mucho.

Autor: P. Remigio Vilariño, S.J.

domingo, 4 de mayo de 2014

¿El diálogo lo soluciona todo? ¿Seguro?








Se ha vuelto costumbre afirmar que el diálogo soluciona los conflictos. En parte es verdad. Lo que no siempre tenemos en cuenta es que el diálogo como tal exige por parte de los interlocutores cierta estatura moral, intelectual y espiritual, cuando se trata de cuestiones religiosas, para que pueda alcanzar sus fines.  La historia está plagada de ejemplos de diálogos infecundos entre quienes pretendieron tener la razón y la impusieron por la fuerza, la amenaza o  los gritos.

Sócrates, tal vez uno de los principales filósofos de la historia y de enorme estatura moral, se vio abocado a soportar la pena capital mediante la toma de cicuta cuando sus enemigos fueron incapaces de soportar todos los argumentos  que les planteaba y que les hacían creer que estaba corrompiendo la juventud. Jesús, desde el punto de vista religioso y espiritual se vio enfrentado a la obcecación de sus enemigos quienes estaban convencidos de antemano que poseían la verdad y se negaban siquiera el poder replantearse un poco lo que hasta el momento habían aprendido de manera ciega. Resultó más fácil para ellos quitarlo de en medio que revisar su fe.

Ante esto podemos afirmar que es incuestionable el hecho de que hay ciertos diálogos que por más que se hagan resultan estériles. Entre la fe y el fanatismo, por ejemplo, no existe la posibilidad del más mínimo punto de encuentro. Mientras la primera da razón de sí misma, el segundo se pretende imponer con la fuerza de las armas y de la violencia.

Cuando en la familia sus miembros buscan solucionar ciertos conflictos es necesario plantearse un escenario en el que los hablantes posean cierta formación y hayan adquirido esa estatura que implica la posibilidad de llegar al tema no con la convicción de vencer sino de convencer. ¿Puede haber un diálogo entre padres e hijos menores de edad? Ciertamente que sí, pero habrá un momento en que la sabiduría paterna y el sentido común, al no lograr convencer a los chicos de la conveniencia o no de ciertas normas, deba imponerse razonablemente con la autoridad que le es propia en su condición de progenitores. Estos chicos muchas veces preguntarán: “¿y por qué debo hacerlo así?”, a lo que los padres responderán sin asomo de autoritarismo, pero sí con autoridad: “Porque soy tu padre (madre) y debes obedecer; lo entenderás después”.

Cuando se quiere llegar a una conciliación es fundamental ir con la fuerza de la argumentación y no sencillamente con la pasión de las vísceras. Éstas envenenan desde el inicio lo que se pretende alcanzar. La irascibilidad, el prejuicio, la malformación académica hacen que el resultado sea inocuo.

En su diálogo con Nicodemo a la pregunta de éste ¿”Cómo puede uno volver a nacer siendo ya viejo?”, Jesús le responde: “El que es de la tierra pertenece a la tierra y habla de la tierra. El que vino del cielo da testimonio de lo que ha visto y oído…” (Jn. 3,31). No está Nicodemo a la misma altura espiritual que Jesús y le resulta en principio complicado entender lo que aquel Maestro le quiere enseñar.

El diálogo interreligioso requiere de humildad y apertura; el diálogo esponsal necesita de una enorme dosis de búsqueda del bien mutuo y no de la imposición de criterios para alcanzar dominio y poder; el diálogo de padres-hijos implica sabiduría de parte de aquellos y de apertura de parte  de estos; en el diálogo entre Dios y el hombre, mediante la oración, éste necesita reconocer que  no es igual a Dios y que debe educarse en la obediencia para saber aceptar incluso aquellas cosas que le cuesta trabajo entender con la razón.

Todos somos buscadores de la verdad y en esa búsqueda resulta fundamental la disponibilidad de poder revisar, derrumbar y reconstruir nuevos conceptos y convicciones. Hay que saber que todos estamos en procesos de construcción académica, espiritual y moral y siempre estamos ante el crecimiento paulatino de nuestra propia humanidad.

Dia-logar (a través de la palabra) es una herramienta de entendimiento y de solución de conflictos, pero cuando se ambiciona imponer el propio punto de vista entonces ya hemos infectado la fuerza de la verdad verdadera para someterlo todo a nuestros deseos.

Dialogar no sólo es hablar, es buscar la verdad, argumentar las razones, revisar los conceptos, alcanzar el bien, desbaratar prejuicios, elaborar juicios, renunciar a sí mismo por el bien de todos, morir para saber dar vida. Esto, obviamente, no es lo que quieren quienes pretenden sabérselas  todas. 

Autor: Juan Ávila Estrada

sábado, 3 de mayo de 2014

Al instante se levantaron y regresaron a Jerusalén







Los dos discípulos de Emaús, tras haber reconocido al Señor, «se levantaron al momento» para ir a comunicar lo que habían visto y oído. Cuando se ha tenido verdadera experiencia del Resucitado, alimentándose de su cuerpo y de su sangre, no se puede guardar la alegría sólo para uno mismo. El encuentro con Cristo, profundizado continuamente en la intimidad eucarística, suscita en la Iglesia y en cada cristiano la exigencia de evangelizar y dar testimonio. Lo subrayé precisamente… refiriéndome a las palabras de Pablo: «Cada vez que coméis de este pan y bebéis de la copa, proclamaréis la muerte del Señor, hasta que vuelva» (1Co 11,26). El Apóstol relaciona íntimamente el banquete y el anuncio: entrar en comunión con Cristo en el memorial de la Pascua significa experimentar al mismo tiempo el deber de ser misioneros del acontecimiento actualizado en el rito. La despedida al finalizar la Misa es como una consigna que impulsa al cristiano a comprometerse en la propagación del Evangelio y en la animación cristiana de la sociedad.

    La Eucaristía no sólo proporciona la fuerza interior para dicha misión, sino también, en cierto sentido, su proyecto. En efecto, la Eucaristía es un modo de ser que pasa de Jesús al cristiano y, por su testimonio, tiende a irradiarse en la sociedad y en la cultura. Para lograrlo, es necesario que cada fiel asimile, en la meditación personal y comunitaria, los valores que la Eucaristía expresa… Un elemento fundamental de este “proyecto” aparece ya en el sentido mismo de la palabra “eucaristía”: acción de gracias. La Eucaristía no sólo es expresión de comunión en la vida de la Iglesia; es también proyecto de solidaridad para toda la humanidad. El cristiano que participa en la Eucaristía aprende de ella a ser promotor de comunión, de paz y de solidaridad en todas las circunstancias de la vida…; el servicio a los más pequeños…, un compromiso activo en la edificación de una sociedad más equitativa y fraterna...: inclinándose para lavar los pies a sus discípulos (cf. Jn 13,1), Jesús explica de modo inequívoco el sentido de la Eucaristía.

Autor: San Juan Pablo II (1920-2005), papa  Carta apostólica "Mane nobiscum Domine", § 24-28 - Copyright © Libreria Editrice Vaticana