sábado, 7 de julio de 2012

El nombre de una estrella



Inés no deja de mirar el cielo. Es la primera vez que se siente saludada por una multitud incontable de estrellas. Sus ojos van de un lado a otro, pero siempre se detienen en un lugar concreto.

Su padre también está extasiado, al ver tantas estrellas y al ver a su hija tan absorta. Inés, por fin, lanza la pregunta que crece en su corazón: “papá, ¿cómo se llama esa estrella?”

La pregunta deja un poco desconcertado al papá. Sabe el nombre de algunas constelaciones, puede distinguir en el cielo varias estrellas, le habían explicado de niño cómo encontrar la Estrella Polar. Pero el nombre concreto de “una” estrella entre las miles que brillaban esa noche...

“Cariño, ¿cuál estrella?” “Esa, esa que está allí, que parece tan pequeña, que parpadea como si quisiera saludarnos”. El padre mira hacia la zona señalada por Inés. Allí hay decenas y decenas de estrellas. ¿Cuál será la estrella que provoca tanto asombro en su hija.

Saber el nombre de una estrella puede ser fácil para un astrónomo. Con tablas y computadoras, con libros y estudios muy precisos, miles y miles de estrellas han sido ya catalogadas. Con sus nombres, algunos hermosos, otros sumamente fríos y “técnicos”, creemos haber “encapsulado” la belleza, la historia, la sencillez o la grandeza de tantas estrellas que embellecen nuestros cielos y que llenan de admiración a millones de pequeños y de grandes.

Pero los libros de los científicos no son capaces de sintonizar con el arrobamiento de una niña que quiere saber simplemente cómo se llama “esa” estrella que tiene ya dentro de su corazón.

Dios sí lo sabe. Porque hizo el cielo y la tierra. Porque nos dio ojos para ver y oídos para captar las armonías de un universo magnífico. Porque dotó a cada ser humano de un alma espiritual capaz de percibir la grandeza de un mundo lleno de amor, de asombrarse ante la sencillez de una estrella que parpadea con su luz tímida y su nobleza cósmica.

Inés y su padre están en silencio. Después de varias explicaciones de la niña el padre cree haber identificado la estrella misteriosa. Dios los contempla sonriente. Ve en sus hijos no sólo la curiosidad por saber el nombre de una estrella, sino ese asombro extasiado que permite dejarnos acariciar por la Bondad del Padre de los cielos. Un Padre que mima, con cariño inmenso, a las estrellas, a los padres y a las niñas con sus preguntas ingenuas y profundas.

Autor: Padre Fernando Pascual L.C.

viernes, 6 de julio de 2012

El hijo del carpintero












¡Oh San José, Custodio de Jesús, Esposo castísimo de María, que consumiste tu vida en el cumplimiento perfecto del deber, sustentando con el trabajo de tus manos a la Sagrada Familia de Nazaret; protege los propósitos de quienes confiadamente se dirigen a ti. Tú conoces sus aspiraciones, sus angustias, sus esperanzas; y a ti recurren porque saben que encontrarán en ti quien los comprenda y proteja. También tú experimentaste la prueba, la fatiga, el agotamiento pero también en medio de las preocupaciones de la vida material, tu ánimo, lleno de la más profunda paz exultó de alegría inenarrable por la intimidad con el Hijo de Dios a ti confiado y con María, su dulcísima Madre.

        Haz también que tus protegidos comprendan que no están solos en su trabajo sino que vean a Jesús junto a ellos; acógelos con tu gracia, protégelos fielmente como tú hiciste. Y obtén que en cada familia, en cada oficina, en cada laboratorio, donde quiera que trabaje un cristiano, sea todo santificado en la caridad, en la paciencia, en la justicia, en la prosecución del bien obrar para que desciendan abundantes los dones de la celestial predilección.

Autor: Beato Juan XXIII (1881-1963), papa. En Radiomensage del 01/05/1960

jueves, 5 de julio de 2012

sabiduría de este mundo




La "sabiduría de este mundo", explicó el Papa, "es un modo de vivir y de ver las cosas prescindiendo de Dios y siguiendo las opiniones dominantes, según los criterios del éxito y del poder". 
En cambio, añadió, la "sabiduría divina" consiste en "seguir la mente de Cristo, que es quien nos abre los ojos del corazón para seguir el camino de la verdad y del amor".

Esta contraposición, que hace san Pablo, "no se identifica con la diferencia entre la filosofía, por una parte, y la filosofía y las ciencias, por otra". 

Lo que denuncia es, explicó, "el veneno de la falsa sabiduría, que es el orgullo humano. No es por tanto el conocimiento en sí lo que puede hacer daño, sino la presunción, el "vanagloriarse" de adonde se ha llegado -o se presume haber llegado- a saber".

El apóstol, añadió el Santo Padre, "no quiere en absoluto conducir a una minusvaloración del empeño humano necesario para el conocimiento, sino que se pone en otro plano: a Pablo le interesa subrayar -y lo hace sin medias tintas- qué es lo que vale realmente para la salvación y qué, en cambio, puede traer la división y la ruina". 

Lo que san Pablo combate, reafirmó el pontífice, es "un tipo de soberbia intelectual, en la que el hombre, incluso sabiendo mucho, pierde la sensibilidad por la verdad y la disponibilidad a abrirse a la novedad de la actuación divina".
"Ésta no es una postura anti intelectual, no es oposición a la recta ratio", añadió.

El obispo de Roma invitó por tanto a los estudiantes a "considerar la formación espiritual según el pensamiento de Cristo fundamental para vosotros", y "verdadera perspectiva de vuestros estudios".

"Para conocer y comprender las cosas espirituales hay que ser hombres y mujeres espirituales, porque si se es carnal, se recae inevitablemente en la necedad, aunque uno estudie mucho y sea ´docto´ y ´sutil razonador de este mundo´", añadió. 

"Permaneciendo fieles a ese Jesús que María nos ofrece, al Cristo que la Iglesia nos presenta, podemos empeñarnos intensamente en el trabajo intelectual, interiormente libres de la tentación del orgullo y gloriándonos siempre y solo en el Señor", concluyó.

Autor: Zenit | Fuente: Zenit 


miércoles, 4 de julio de 2012

Los pensamientos



La Palabra de Dios nos habla del rey David como un hombre que supo afrontar la crisis y retos de su vida.

Tuvo problemas de todo tipo. Y es bueno recordarlo cuando pasamos por dificultades y pensamos que nos devoran los problemas. Pero Dios, en su infinito amor hacia nosotros, nos da esperanza en los Salmos y hoy, vamos enriquecer nuestra mente y nuestro leer las bendiciones del Señor.
Salmo 46:1,2 dice: DIOS es nuestro amparo y fortaleza, Nuestro pronto auxilio en las tribulaciones. Por tanto no temeremos aunque la tierra sea removida; Aunque se traspasen los montes al corazón de la mar.

Imitemos al Rey David y proclamemos a Dios como nuestra fuerza y amparo. Repitamos siempre: “el gozo fluye en mí a pesar de la crisis”. Llenémonos de gozo en la espera de la promesa de Dios.
También en el libro de Proverbios encontrarás los principios básicos de esa sabiduría tan necesaria en tiempos difíciles.

Proverbios 16:9 nos recuerda: La mente del hombre planea su camino, pero el SEÑOR dirige sus pasos.

El Señor Dios nos recuerda que debemos de tener un plan en nuestras vidas, especialmente en tiempos difíciles. Hay una gran diferencia entre hacer una carretera y un sendero. Para construir una carretera hay que trazarla y hacer planos.

No importa si hay que atravesar una montaña o hacer un túnel, los obreros siguen un plan. Hacer un sendero es diferente, no es necesario un plan, únicamente hay que caminar muchas veces por el mismo recorrido. Empecemos hoy a construir nuestra “carretera”.

Proverbios 24:3 nos recuerda: Con sabiduría se edificará la casa, Y con prudencia se afirmará;
Fortalece tus planes. Los físico-culturistas se ejercitan y trabajan duro para moldear sus músculos. La bendición de Dios te ayudará a salir de la crisis pero debes pedirle sabiduría y fortalecer tu sentido común, tu fuerza espiritual.

Proverbios 15:22 dice: Los pensamientos son frustrados donde no hay consejo; Más en la multitud de consejeros se afirman.

Busca consejo en alguien que tenga la sabiduría de Dios, que comparta tu fe y que hagan de la Biblia un alimento vivo y verdadero.

Autor: P. Tomas del Valle

martes, 3 de julio de 2012

¡Señor mío y Dios mío!







Tomás, uno de los Doce, llamado el Mellizo, no estaba con ellos cuando vino Jesús. Sólo este discípulo estaba ausente y, al volver y escuchar lo que había sucedido, no quiso creer lo que le contaban. Se presenta de nuevo el Señor y ofrece al discípulo incrédulo su costado para que lo palpe, le muestra sus manos y, mostrándole la cicatriz de sus heridas, sana la herida de su incredulidad. ¿Qué es, hermanos muy amados, lo que descubrís en estos hechos? ¿Creéis acaso que sucedieron porque sí todas estas cosas: que aquel discípulo elegido estuviera primero ausente, que luego al venir oyese, que al oír dudase, que al dudar palpase, que al palpar creyese?

Todo esto no sucedió porque sí, sino por disposición divina. La bondad de Dios actuó en este caso de un modo admirable, ya que aquel discípulo que había dudado, al palpar las heridas del cuerpo de su maestro, curó las heridas de nuestra incredulidad. Más provechosa fue para nuestra fe la incredulidad de Tomás que la fe de los otros discípulos, ya que, al ser él inducido a creer por el hecho de haber palpado, nuestra mente, libre de toda duda, es confirmada en la fe. De este modo, en efecto, aquel discípulo que dudó y que palpó se convirtió en testigo de la realidad de la resurrección.

Palpó y exclamó: «¡Señor mío y Dios mío!» Jesús le dijo: «¿Porque me has visto has creído?» Como sea, el apóstol Pablo dice: La fe es seguridad de lo que se espera y prueba de lo que no se ve, es evidente que la fe es la plena convicción de aquellas realidades que no podemos ver, porque las que vemos ya no son objeto de fe, sino de conocimiento. Por consiguiente, si Tomás vio y palpó, ¿cómo es que le dice el Señor: Porque me has visto creído? Pero es que lo que creyó superaba a lo que vio. En efecto, un hombre mortal no puede ver la divinidad. Por esto, lo que él vio fue la humanidad de Jesús, pero confesó su divinidad al decir: ¡Señor mío y Dios mío! Él, pues, creyó, con todo y que vio, ya que, teniendo ante sus ojos a un hombre verdadero, lo proclamó Dios, cosa que escapaba a su mirada.

Y es para nosotros motivo de alegría lo que sigue a continuación: Dichosos los que crean sin haber visto. En esta sentencia el Señor nos designa especialmente a nosotros, que lo guardamos en nuestra mente sin haberlo visto corporalmente. Nos designa a nosotros, con tal de que las obras acompañen nuestra fe, porque el que cree de verdad es el que obra según su fe. Por el contrario, respecto de aquellos que creen sólo de palabra, dice Pablo: Hacen profesión de conocer a Dios, pero con sus acciones lo desmienten. Y Santiago dice: La fe sin obras es un cadáver.

Oración

Dios todopoderoso, concédenos celebrar con alegría la fiesta de tu apóstol santo Tomás; que él nos ayude con su protección, para que tengamos en nosotros vida abundante por la fe en Jesucristo, tu Hijo, a quien tu apóstol reconoció como su Señor y su Dios. Que vive reina contigo.

 

Autor: san Gregorio Magno


lunes, 2 de julio de 2012

¿cómo olvidar?




La Iglesia está abierta a todos porque, en Dios, ella existe para los demás. Ella, por tanto, comparte intensamente la suerte de la humanidad que, en este año apenas comenzado, aparece todavía marcada por la crisis dramática que ha golpeado la economía mundial, provocando una grave y vasta inestabilidad social. En la Encíclica «Caritas in veritate», he invitado a buscar las raíces profundas de esta situación, que se encuentran, a fin de cuentas, en la vigente mentalidad egoísta y materialista, que no tiene en cuenta los límites inherentes a toda criatura. Quisiera subrayar hoy que dicha mentalidad amenaza también a la creación. Cada uno de nosotros podría citar, probablemente, algún ejemplo de los daños que ella produce en el medio ambiente en todas las partes del mundo. Cito uno, entre tantos otros, de la historia reciente de Europa: hace veinte años, cuando cayó el muro de Berlín y se derrumbaron los regímenes materialistas y ateos que habían dominado durante varios decenios una parte de este continente, ¿acaso no fue posible calcular el alcance de las profundas heridas que un sistema económico carente de referencias fundadas en la verdad del hombre había infligido, no sólo a la dignidad y a la libertad de las personas y de los pueblos, sino también a la naturaleza, con la contaminación de la tierra, las aguas y el aire? La negación de Dios desfigura la libertad de la persona humana, y devasta también la creación. Por consiguiente, la salvaguardia de la creación no responde primariamente a una exigencia estética, sino más bien a una exigencia moral, puesto que la naturaleza manifiesta un designio de amor y de verdad que nos precede y que viene de Dios.

Por eso comparto la gran preocupación que causa la resistencia de orden económico y político a la lucha contra el deterioro del ambiente. Se trata de dificultades que se han podido constatar aun recientemente, durante la XV Sesión de la Conferencia de las Partes de la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el cambio climático, que tuvo lugar en Copenhague del 7 al 18 de diciembre pasado. Espero que a lo largo de este año, primero en Bonn y después en México, sea posible llegar a un acuerdo para afrontar esta cuestión de un modo eficaz. Se trata de algo muy importante puesto que lo que está en juego es el destino mismo de algunas naciones, en particular ciertos Estados insulares.

Sin embargo, conviene que esta atención y compromiso por el ambiente esté bien establecido en el conjunto de los grandes desafíos a los que se enfrenta la humanidad. Si se quiere construir una paz verdadera, ¿cómo se puede separar, o incluso oponer, la protección del ambiente y la de la vida humana, comprendida la vida antes del nacimiento? En el respeto de la persona humana hacia ella misma es donde se manifiesta su sentido de responsabilidad por la creación. Pues, como enseña santo Tomás de Aquino, el hombre representa lo más noble del universo (cf. Summa Theologiae, I, q. 29, a. 3). Además, como ya recordé en la reciente Cumbre Mundial de la FAO sobre la Seguridad Alimentaria, «la tierra puede alimentar suficientemente a todos sus habitantes» (Discurso, 16 noviembre 2009, n. 2), con tal de que el egoísmo no lleve a algunos a acaparar los bienes destinados a todos.

Quisiera subrayar, además, que la salvaguardia de la creación implica una gestión correcta de los recursos naturales de los países y, en primer lugar, de los más desfavorecidos económicamente. Pienso en el continente africano, que tuve la dicha de visitar en el pasado mes de marzo, en mi viaje a Camerún y Angola, y al que se dedicaron los trabajos de la reciente Asamblea especial del Sínodo de Obispos. Los Padres sinodales señalaron con preocupación la erosión y la desertificación de grandes extensiones de tierra de cultivo, a causa de una explotación desmedida y de la contaminación del medio ambiente (cf. Propositio 22). En África, como en otras partes, es necesario adoptar medidas políticas y económicas que garanticen «formas de producción agrícola e industrial que respeten el orden de la creación y satisfagan las necesidades primarias de todos» (Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz 2010, n. 10).

Por otra parte, ¿cómo olvidar que la lucha por acceder a los recursos naturales es una de las causas de numerosos conflictos, particularmente en África, así como una fuente de riesgo permanente en otros casos? Por este motivo, repito con firmeza que, para cultivar la paz, hay que proteger la creación. Además, hay todavía extensas zonas, por ejemplo en Afganistán o en ciertos países de Latinoamérica, donde la agricultura, lamentablemente relacionada todavía con la producción de droga, es una fuente nada despreciable de empleo y subsistencia. Si se quiere la paz, hay que preservar la creación mediante la reconversión de dichas actividades y, una vez más, quisiera pedir a la comunidad internacional que no se resigne al tráfico de drogas y a los graves problemas morales y sociales que esto produce.

Señoras y Señores, la protección de la creación es un factor importante de paz y justicia. Entre los numerosos retos que esta protección plantea, uno de los más graves es el del aumento de los gastos militares, así como el del mantenimiento y desarrollo de los arsenales nucleares. Este objetivo absorbe ingentes recursos económicos que podrían ser destinados al desarrollo de los pueblos, sobre todo de los más pobres. En este sentido, espero firmemente que, en la Conferencia de examen del Tratado de no proliferación de armas nucleares, que tendrá lugar el próximo mes de mayo en Nueva York, se tomen decisiones eficaces con vistas a un desarme progresivo, que tienda a liberar el planeta de armas nucleares. En general, deploro que la producción y la exportación de armas contribuya a perpetuar conflictos y violencias, como en Darfur, Somalia o en la República Democrática del Congo. A la incapacidad de las partes directamente implicadas para evitar la espiral de violencia y dolor producida por estos conflictos, se añade la aparente impotencia de otros países y Organizaciones internacionales para restablecer la paz, sin contar la indiferencia casi resignada de la opinión pública mundial. No es necesario subrayar cuánto perjudican y degradan estos conflictos al medio ambiente. Asimismo, se ha de mencionar el terrorismo, que pone en peligro muchas vidas inocentes y causa una difusa ansiedad. En esta solemne ocasión, quisiera renovar el llamamiento que hice el 1 de enero, en la oración del Ángelus, a todos los que pertenecen a cualquier grupo armado, para que abandonen el camino de la violencia y abran sus corazones al gozo de la paz.

Autor: Benedicto XVI | Fuente: Vatican.va

domingo, 1 de julio de 2012

La voluntad




La voluntad de Dios en nuestras vidas: una vocación al amor

Tal y como menciona el texto de la carta encíclica “Deus caritas est”, los cristianos estamos llamados a vivir una vocación al amor. Amar pues el gran proyecto de la vida, nuestro mayor negocio, la vocación más sublime. Y para nosotros cristianos, el amor como camino, verdad y vida, no es una idea vaga o un proyecto filantrópico, tiene un rostro muy concreto, es una persona: Jesucristo.

Ser como Cristo se convierte en nuestro programa de vida. En él encontramos el modelo de hombre perfecto, del amor realizado en la entrega y en la donación sincera de sí mismo a los demás. Y amar es cumplir sus mandamientos (cf. Jn 14,21-24¸ Jn 2, 3-6); recorrer siempre el camino concreto que, en muchas ocasiones se hace estrecho y cuesta arriba por el peso de la cruz (cf. Lc 13, 24; Mc 8, 31-38).

Y la vida como vocación, como llamada, no se reduce sólo, a aquella primera llamada por la que fuimos creados y destinados a ser como Cristo. Dios continúa llamándonos todos los días, en cada momento va explicitando las exigencias de esa llamada original que resuena como un eco en nuestro corazón. Cada gracia, cada evento o circunstancia que Él permite en nuestra vida es una posibilidad de encuentro personal con Cristo, una nueva llamada a corresponder con generosidad a su amor.

Como consecuencia de nuestro ser cristiano, gozamos de un verdadero banquete de bendiciones: el don del bautismo por el cual podemos llamar a Dios padre y en consecuencia también somos llamados a ser hijos de nuestra madre la Iglesia, entramos a formar parte de la gran familia de Dios y herederos del cielo; los sacramentos de la confirmación, la eucaristía y de la reconciliación; el alimento de la palabra de Dios en la Sagrada Escritura, la liturgia, la comunión de los santos; la ayuda de los sacerdotes; las enseñanzas y el ejemplo del Papa, etc.

¡Cuántas voces de Dios, también a través de la vida de todos los días, del encuentro fortuito con una persona, de una conversación, de una lectura, de una experiencia! ¡Cuántas lecciones nos manda Dios a través del sufrimiento y de las enfermedades, instrumentos eficaces de purificación y de desprendimiento interior, que ayudan a aferrarnos únicamente a Dios y a lo eterno!

Pero para reconocer la voz de Dios, el llamado de Dios es importante escucharlo y de esta manera cumplir la voluntad de Dios que en definitiva sería realizar nuestra vocación al amor.

Un medio concreto para crecer en el cumplimiento de la voluntad de Dios, y ya tratado en uno de los temas del curso, es la oración. 

En ella debemos dejar que Dios vaya modelando toda nuestra persona, es decir, nuestro entendimiento, voluntad y sentimiento. Que nuestros pensamientos sean siempre acordes con el pensar de Dios, entrando cada vez más profundamente en la manera propia de Jesús de ver las cosas; que nuestras acciones vayan siempre dirigidas a agradar a Dios, que nuestros mismos sentimientos sean como los de Cristo. Orar es aprender de Cristo y moldear nuestra personalidad como la de Él de modo que nuestro querer y el de Dios coincida cada vez más. Un ejemplo claro de esto es san José:

“Era José, decíamos, un artesano de Galilea, un hombre como tantos otros. Y ¿qué puede esperar de la vida un habitante de una aldea perdida, como era Nazaret? Sólo trabajo, todos los días, siempre con el mismo esfuerzo. Y, al acabar la jornada, una casa pobre y pequeña, para reponer las fuerzas y recomenzar al día siguiente la tarea (...). José era efectivamente un hombre corriente, en el que Dios se confió para obrar cosas grandes. Supo vivir, tal y como el Señor quería, todos y cada uno de los acontecimientos que compusieron su vida. Por eso, la Escritura Santa alaba a José, afirmando que era justo (Cfr. Mt I, 19.). Y, en el lenguaje hebreo, justo quiere decir piadoso, servidor irreprochable de Dios, cumplidor de la voluntad divina (Cfr. Gen VII, 1; XVIII, 23–32; Ez XVIII, 5 ss; Prv XII, 10.); otras veces significa bueno y caritativo con el prójimo (Cfr. Tob VII, 5; IX, 9.). En una palabra, el justo es el que ama a Dios y demuestra ese amor, cumpliendo sus mandamientos y orientando toda su vida en servicio de sus hermanos, los demás hombres”. Es Cristo que pasa, 40


La formación de la voluntad

Todas estas verdades recordadas en este tema y en los anteriores y que el director espiritual debe enseñar, recordar y hacer vivir al dirigido, necesitan de la formación de la voluntad para ser transformadas en hechos concretos, en forma de vida.

La voluntad es la facultad que nos permite transformar nuestras ilusiones en hechos. Por eso es el ámbito normal en el que se desarrollan los proyectos de vida. Ella es la pieza clave del edificio de la personalidad. Desde un punto de vista natural, el valor de un hombre depende en gran parte de cuánto haya logrado formar esta facultad "timonel" de su personalidad. Ella, con la gracia de Dios, forma el eje de todo empeño espiritual, humano, apostólico e intelectual del hombre. Si un hombre sin ideal es un pobre hombre, podemos decir que un ideal sin formación de la voluntad es una utopía.

La opción fundamental, la autenticidad, la conciencia, los estados de ánimo, los dones y las cualidades naturales, corren un riesgo muy grave sin esta formación de la voluntad.

a) Cualidades de una voluntad bien formada


Siendo importante formar bien la voluntad, es preciso saber en qué consiste una voluntad bien formada. Una voluntad bien formada es dócil a la inteligencia, es decir, está lejos del capricho y del irracionalismo. Debe llevar a la realización nuestras convicciones profundas bajo la luz de la razón iluminada por la fe. Además, la voluntad tiene que ser eficaz y constante en querer el bien. No basta ser bueno cuando "me siento inspirado", se ha de perseguir el bien siempre y en todo lugar. Tampoco basta querer ser feliz o querer amar a Dios, la voluntad debe tener la eficacia de poner estos deseos en marcha. Más aún, una voluntad bien formada tiene que ser tenaz ante las dificultades, no desesperarse ante ellas, no aburrirse con el paso del tiempo, ni relajarse con la edad. Sabe convertir las dificultades en victorias, creciendo en su opción fundamental y en su amor real.

Por encima de todo esto, una buena formación de la voluntad implica capacidad de gobierno de todas las dimensiones de la persona con suavidad y firmeza.


b) Medios para la formación de la voluntad 

Pero, ¿cuáles son los medios para formar la voluntad? Una respuesta sencilla y corta puede ser: ejercitarla en querer el verdadero bien, quererlo con constancia y con eficacia. Entendido bien esto, sobra todo lo demás.
A veces, al hablar de la formación de la voluntad, se piensa en la represión. Nada más opuesto a la verdad. Ciertamente la formación de la voluntad requiere dominio de sí, pero no se trata de una acción puramente negativa, "rechazar"; se trata, ante todo, del "querer". Por lo tanto, el esfuerzo es para que la voluntad esté polarizada por el amor a Dios y por la identificación con Cristo como modelo. No es cuestión de formar personas con mucho aguante ante el dolor físico o moral, sino de formar personas que amen mucho a Dios y que sepan plasmar este amor en hechos reales.
Hay muchos otros medios de orden práctico para la formación de la voluntad. Pero, antes de pasar a éstos, es necesario recordar que en toda esta obra se deben tener siempre presentes los motivos: el amor a Dios, la imitación de Cristo, la formación de una personalidad auténtica y madura, el cumplimiento de la vocación al amor. Esto es importante cuando consideramos el hecho de que la formación de la voluntad es uno de los campos más costosos en toda formación humana.

Si vamos a la vida ordinaria, vemos que hay incontables ocasiones para formar la voluntad: renunciar al propio capricho optando responsablemente por el cumplimiento del deber, renunciar a los propios planes individuales optando libremente para seguir la vida familiar, renunciar a dejarse llevar por el cansancio, el pesimismo o los sentimientos negativos y optar libremente por un camino de serenidad y control de sí, renunciar a una vida llena de comodidades y optar por la austeridad de vida aun en cosas pequeñas, triviales.

Hay otros modos de entrenar diariamente la propia voluntad para que llegue a ser eficaz y constante: no retractarse con demasiada facilidad de las resoluciones tomadas, exigirse llevar a término toda obra iniciada, poner especial atención en los detalles que exigen esfuerzo, como cuidar el orden en casa y en la oficina, la puntualidad, cuidar las palabras a la hora de hablar, esforzarse en el aprovechamiento del tiempo, la dedicación al estudio, al trabajo y a la oración. En fin, son muchas las oportunidades, cualquier situación puede representar una ocasión para ejercitar la voluntad en la constancia y la eficacia del amor.

Autor: Mayra Novelo de Bardo | Fuente: Catholic.net